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Hace mucho calor. Languidece Lento sobre el sofá, aturdido por el calor, el dolor, la fiebre y la sed. Acosado por imágenes de muerte, de sangre, de vísceras extirpadas pulsando fuera de su contenedor natural, de maquinaria orgánica traqueteando.

Abre los ojos. La luz cae directa sobre él desde las ventanas de pintura rascada. Eso es agradable, lo único agradable. Prefiere dormir. La silla de ruedas está volcada a su lado. Extiende la mano y hace girar la rueda. El suave chirrido hace bien de nana. Quiere dormir.

Dormir.

No puede. ¿Por qué? Ya no duele tanto… es una voz. Una voz.

—¿Está ahí…? ¿Me oye…? —Alza la vista. La mano de Alto se agita por un agujero en el cielo.

You… are in heaven. —Se ríe.

—¿Eh…? ¿Se encuentra bien?

—Oh… sí. Soy dormido… Jack el Destripador ha muerto.

—Ya me lo dijo… Después de tanto tiempo… y Aguirre tampoco sobrevivió. De todas formas ya no le quedaban más… husos. ¿Cuántos días…?

—No sé… no tengo idea.

—Ya… parece una eternidad. No hay manera de saber. Y bien, tenemos ya algo que contar a… a von Kempelen.

—¿Sí…?

—Sí.

—Me pregunto… ¿por qué no lo ha averiguado él? No es difícil. Tiene la información… claro que… es un cerebro mecánico análogo…

—Analógico. ¿Quiere saber dónde está el recuerdo de la querida Franciscka?

—Tengo que dormir…

—No… no puede dejarme aquí… si vamos a morir tiene que saberlo…

—A usted le interesa… yo…

—Vamos… espere. Tengo algo más que contar.

Lento sacude la cabeza, trata de despabilarse, busca agua alrededor suyo.

—Hay que ir a por más agua… una tubería… ¿más…?

—Sí. Ya sé lo que me pasa en las piernas. No están dañadas. Un cable las ata… un cable de metal muy fuerte. Debió ser lo que lanzó esa… granada. Me dio en los ojos y me ató todo el cuerpo, no es metralla… eso es bueno. ¿No? Ahora lo veo…

—¿Y cómo lo ve?

Silencio.

—Es verdad… veo. Me duelen los ojos pero veo algo…

—¿Tiene luz?

—Sí… ¿cómo…? Una contraventana está abierta… se ha abierto.

—¿Puede llegar…? —Lento casi cae al suelo al tratar de incorporarse.

—No. Estoy atado, muy atado. Ese cable me da diez vueltas… Y ahora… ¿dónde cree…?

—No tengo idea…

—Usted fue quien escuchó a Aguirre.

—Por caridad, yo tengo cerebro orgánico, y agotado…

—Sí. Aguirre dijo que al esconderlo, al intentar encontrar un sitio seguro pensó en su amigo Drummon. Él tuvo escondido durante años la moneda de Judas, a la vista de todo el mundo.

¿Where?

—En… —Tres golpes en la puerta.

—¿Hay alguien ahí? ¿Me oyen?

Silencio. Un instante callado y al minuto los dos gritan, apenas con fuerza. Piden auxilio, Lento tira botellas vacías contra la puerta. Una voz se alza.

—Policía. Apártense lo que puedan, vamos a tirar…

Golpes en la puerta, cada vez más fuertes. Hasta que con un tremendo estruendo la derriban. La luz que se desborda entre el polvo ciega a Lento. Entran siluetas fantasmales. Policía, personal del SAMUR, Guardia Civil, y un hombre obeso y sudoroso, muy apurado, gritando con alivio.

—¡Están aquí! —El gordo abraza con excesivo entusiasmo a Lento—. Llevo un par de días buscándolos, ¿dónde está su compañero?

—Arriba…

—No podía contactar con ninguno de ustedes. Y me dije: esta gente se anda con muchos misterios, seguro que han ido por su cuenta a ese lugar…

—No pagamos mucho…

—¿Cómo? ¿Qué clase de persona creen que soy? No podía… Hace cuatro días vine, y oí un rugido espantoso. Hubo que buscar permisos, hablar con… joder, ustedes no me dieron sus verdaderos nombres. La discreción tiene que acabar cuando… ¿dónde está…?

—Arriba…

Investigué por mi cuenta. Habían abandonado su hotel, habían pagado, todo parecía normal. Me entregaron una carta de despedida con un dinero, una barbaridad de dinero, diciendo que ya no necesitaban… no me fie… soy perro viejo… ¿pero dónde está su amigo, por Dios? No le habrá pasado…

—Arriba…

—Usted está herido —dice un policía—. Oigan, atiendan a este hombre…

—Hay un muerto, en una cama… Fue… defensa propia, no pretendíamos… nos secuestraron. He tratado…

—Mi hermano es abogado —dice el detective—. Si quiere, irá de mi parte y no le…

—Se le tomará declaración —dice el policía—, no se preocupe. Ahora venga con nosotros. ¿Por qué va vestido así?

—Nos obligaban —explica Lento—, era parte del trato. Teníamos que ser… que tener aires decimonónicos para que Aguirre… pero… es arriba. —Pronto está en una camilla, subiendo a la ambulancia más cercana. Mira hacia lo alto y ve una mano, cree oír una risa—. Esperen —señala—. Tengo que hablar… con alguien, debo preguntar…

—Ahora vamos a un hospital —dice un médico o un sanitario—, primero le verán en urgencias. Luego, ya hablará con los policías.

—No, por favor…

—Luego. Vamos.

—Es en el cielo… mi amigo es en el cielo. —El médico, una asistente y el policía se miran circunspectos. Sacan la camilla de la residencia palmeando la mano de Lento, tratando de consolarlo. Las ambulancias salen. Queda la policía y el detective, que mira hacia lo alto.

—Salga fuera usted también —dice un agente—. Vamos a registrar todo.

—Escuche… —chista el orondo detective. Todos guardan silencio, y desde arriba, los ángeles pintados cantan muy bajito una extraña plegaria:

—La Politécnica… la Politécnica…