—No me escucha, le estoy aburriendo, ¿verdad? —Lento se sacude sorprendido.
—No, al contrario. Soy… pensaba.
—Ya le dije que leyendo en inglés…
—No. Es interesante.
—Sí que lo es, sobre todo a partir de ahora… Deje, deje —Alto se levanta y tira el capítulo entre el resto de los papeles—, la amabilidad es ya innecesaria entre nosotros. Voy por la comida. —Se va hacia el fondo del vestíbulo, tras el mostrador de recepción.
—Prometió un banquete —dice alzando la voz Lento, que ya no puede ver a su compañero.
Por supuesto. Macedonia de fruta algo pasada y galletas revenidas.
—Suena exquisito.
—Y todo regado con ese excelente caldo.
Vuelve con tazones desportillados llenos de fruta, manzanas, naranjas… casi hasta rebosar. Lento se sienta en el sofá mientras su compañero coloca una mesa y dispone todo sobre ella.
—Demasiada comida.
—Mejor comer cuanto podamos, antes de que se estropee. Aunque he dejado algo como sorpresa para más adelante. Algo no tan perecedero.
—Es usted un gran anfitrión.
Comen, tranquilos.
—Luego podemos oír música —dice Alto—, con la concertina.
—No consigo una nota bien… una pregunta. ¿Ha subido al techo?
—¿A la azotea? La puerta está cerrada con diez candados, he intentado forzarla, como tantas otras. Creo que me estoy quedando sin fuerzas.
—¿Y eso? —Señala al techo. Alto guiña los ojos, se levanta.
—¿Qué?
—¿No es… a hole?
—Sí, puede ser. No veo bien con esta luz.
—A algún sitio irá.
—¿Al techo…? No se vería… creo recordar que hay más alturas… una zona abuhardillada.
—Sí. Con un balcón… sobre la puerta. Y ventanas. —Sin rejas. ¿Está seguro de eso?—. Mi memoria… pero…
—De todas formas. No he visto acceso allí arriba.
—Están esos… ahí. —Lento señala a los andamios a medio construir. Los dos los miran, en silencio. Alto apura un buen trago de vino—. Más adelante. Comamos.
—Sí. —Alto se sienta—. Mañana. Hoy es domingo.
—Es verdad. Es domingo.