Ambos visitantes acaban de intercambiar lo que han oído en sus respectivas sesiones, mientras descansan en la celda comiendo algo. Lento presenta muy mala cara, empeora a ojos vista.
—¿Stride y Eddowes asesinadas por dos manos distintas? —dice Alto.
—Es una posibilidad que siempre… que las dos fueran víctima de igual asesino es por pruebas circunstanciales, geográficas. —Se echa a toser—. Puede ser asesino distinto, o igual, si corrió…
—Estamos como antes. Seguimos a oscuras, y encerrados. Y además aparece el tal capitán William… igual tiene razón usted, y es el escritor de eso.
Alto recoge los restos de la frugal cena de fruta y queso que les proporciona Celador. Levanta en brazos a su compañero de su silla, con cuidado, y se ocupa en acostarlo. El sufrimiento de Lento es evidente mientras su amigo se esfuerza en procurarle el mayor confort posible.
—Tenemos que saber… —murmura el enfermo.
—Sí. Ya me dejó claro cuál es la prioridad: averiguar por qué nos hacen esto, precisamente a nosotros. Ahora debe dormir.
—Lea…
—No. Se ha cansado mucho.
—No voy a… aguantar.
—Descanse. Mañana repose todo el día. Yo asistiré a la sesión, usted reponga fuerzas. Tiene que resistir.
Apaga la vela y se echa junto a su amigo, tratando de conciliar el sueño. En la oscuridad, la respiración de Lento es pesada como la de un ciervo herido.
—No puedo más —dice—. Si no salgo… sin un médico voy a morir.
—Duerma. Yo me ocuparé.
—No importa. Ya no puedo más. Sáqueme de aquí. Tenemos que salir.
—Sí… vamos a salir los dos. Ahora duerma.
—¿Cómo…?
—Duerma. Yo me ocupo. Voy a matarlo. Entonces nos iremos…