—¿Ce?… ¿Cynthia?
—Por supuesto —responde Lento, tose y continúa—: Habla de su primo, Percy.
—¿Y ese tío Francis? No será Tumblety.
—Claro que no… déjeme…
—No se fía de mi inglés… no, lo entiendo. Tenga, véalo usted mismo. —Le tiende la carta. Lento la lee para sí mismo.
—Monster… I hate him… habla de Dembow.
—Imagino que sí. Dice que «le crio».
—No entiendo ese odio… —Su voz se ahoga en un gemido. Alto vuelve a golpear furioso la pared.
—Hay que salir de aquí. —La puerta se abre y entra Celador, escopeta en mano.
—¿Qué es todo este escándalo? Por Dios, caballeros, aquí hay ancianos reposando, no pueden hacer ruido.
—Tiene que ver a un médico —exige Alto congestionado.
—No es necesario. Yo he dado cursos de enfermería. Llevo mucho tiempo cuidando de estos viejos, claro, que su situación es un tanto diferente —se ríe—, de momento. Le he traído más calmante, verá como mañana esas curas le alivian.
—¿Estas curas? —Alto tira de los harapos que hacen de venda sobre el torso, cuello y brazo izquierdo de su compañero, que se agita de nuevo de dolor sin gritar—. Esto es una carnicería, un asesinato.
—¿Y qué pretendía su amigo metiendo un arma en mi residencia? ¿Practicar el tiro al blanco? Disparó contra mi mascota.
—Un monstruo… —dice Lento entre suaves quejidos.
—Un monstruo que le ha dejado vivir, y usted le disparó tres veces. Si yo hubiera querido le habría despedazado. Ande, dele esto —es un sobre con polvos—, le calmará el dolor.
—O lo matará. —Lento toca a su amigo en el brazo y con un gesto pide el medicamento. Se lo toma vertiendo el contenido en la garganta, directo, sin agua.
—No quiero que muera —sigue Celador—, le he cogido cariño. A los dos.
—Déjeme al menos salir a mí —alcanza un vaso de agua a su compañero, y al verlo dolorido él mismo se ocupa de que beba—, iré por vendas limpias y algo para esterilizar…
—Ni hablar. Su régimen se ha modificado. Nadie saldrá hasta que terminemos.
—Esto es un delito, lo sabe. No puede retenernos sin meterse en un lío. Está a tiempo de…
La tos convulsiva de Lento atragantado con el agua los interrumpe. Su mano pide la palabra con un tembloroso gesto. Cuando se repone dice: Déjelo… Soy bien. ¿Podemos visitar al señor Aguirre?
—Por supuesto, eso había subido a decirles. No se preocupen por el dinero, ya arreglaremos cuentas.
—Sí, ya arreglaremos —dice Alto, y luego se dirige a su amigo postrado—. Está muy débil, déjeme ir a mí, usted… no sé si…
—Por eso, quiero acabar ya. —Vuelve a toser, y luego dice—: Tienen que llegar los siguientes asesinatos, entonces sabremos… vaya con Aguirre. Oiga —dice a Celador—. ¿Podría yo hablar con Eleanor… con el asesino?
—Vaya… visitas paralelas. No esperaba eso. Sí, no hay problema. Vamos…
—Un momento —interrumpe Alto—. No se encuentra en situación… además, ahora que pienso, si ahora Aguirre va a seguir con los asesinatos… usted es el experto… yo…
—Escuche, fíjese en todo detalle y luego me lo cuenta.
—Muy bien —concluye Celador— pues vamos. Vaya a hablar con el abuelo Aguirre, mientras yo preparo a la asesina, y me ocupo de usted.
—Haga el favor, está muy herido y no sé… —Alto mira con expresión preocupada a Lento, este le coge la mano con la única que le funciona, y aprieta. Alto se pone detrás de la silla. Los tres salen de la habitación, muy despacio, mientras Alto no deja de protestar:
No creo que deba hacerlo. Tendría que reposar.