Alto está solo, en los pasillos, a oscuras. El plan, si es que se puede idear un plan con tan escasas posibilidades de comunicación entre ambos, es pasar la noche en vigilia ante la habitación de Aguirre, observar si entra alguien, ver si la nota que Lento le pasara abandona por un instante los bolsillos del viejo.
No lleva nada para leer. En su cuarto, ha ojeado las cartas, documentos y fotos.
—Llévese la novela —le recomendó Lento al despedirse.
—No me encuentro cómodo leyendo en inglés.
—Hay cosas en español. —Sí, pero son memorias y documentos sobre Torres Quevedo, que ya conoce hasta la saciedad. Opta por olvidarse de la lectura y confiar en sus propias fuerzas para alejar a Morfeo.
Allí abajo no se mueve nada, parece que no haya nada vivo salvó él, custodiando la celda del anciano. Vivo y casi dormido a juzgar por sus cabeceos. Apenas duerme un par de horas al día desde hace tres, no aguantará mucho más.
Se levanta de un respingo. En la completa oscuridad estira sus músculos agarrotados. Tose, fuerza la tos. Luego silba. No hay eco, la soledad y el polvo lo llena todo.
—¡Eh! —da un grito seco, tímido. Espera respuesta que no llega—. ¿Estoy solo?
Echa mano a las velas que lleva consigo. Coge un fósforo, lo enciende contra la pared. La pequeña claridad no desvela nada que no conozca: el deprimente entorno de la residencia, que ahora resulta más temible al haberse convertido en su cárcel. Duda y apaga la luz de un soplido. Suspira hondo y se va, caminando por los corredores sin iluminar, sin vacilar casi. Al torcer por un pasillo su andar se vuelve más cauto.
Sigue recto.
Al fondo está la celda donde vio a un oso bailar. Esta vez no hay música, ni el sonido de respiración, está solo. Poco a poco da contra la reja que cierra la celda. Dentro sabe que hay una bestia salvaje, o la había. Aspira, con fuerza. No huele nada. Los animales huelen, algo más que a cerrado, a polvo y a vejez, eso es lo que emana de esa covacha, lo mismo que de todas las habitaciones de ese sótano. Tampoco oye la pesada respiración que debiera surgir del pecho del animal, de estar dormido.
Hay algo diferente y lo nota al apoyarse en la verja, una vez que supone que no hay animal dentro, o tal vez asume el riesgo de que pueda estar allí, acechando. La puerta está abierta. Salta hacia atrás sobresaltado. No pasa nada. Otra vez nada. Entra. Al verlo, si pudiera alguien verlo en tan absoluta oscuridad, se diría que la falta de luz es su medio natural, como los murciélagos.
De una patada involuntaria tira algo, un banco, un cubo, cualquier cosa. Al caer suena música. La concertina chilla. Y entonces algo se mueve en la oscuridad.