Ambos visitantes se reponen de la sorpresa fuera del cuarto donde ahora duerme la asesina. El estado de esta es aún peor que el de Aguirre, como aseguró Celador. Un colchón enmohecido tirado sobre el suelo, que comparte con una legión de artrópodos de la más repugnante naturaleza, ese es todo el acomodo del que goza el criminal más grande de todos los tiempos. Si el alojo del anciano es inapropiado, este roza la tortura.
—Claro, que si fuera… no se merecería menos.
—¿Una mujer?
—Es posible —aclara Lento—. Abberline, atendiendo a una testigo que dijo ver quinta víctima pasear después de muerta, planteó que el asesino es mujer, u hombre disfrazado de mujer. La teoría de la comadrona…
—Comadrona. Tenía entendido que no era común la crueldad entre los asesinos mujeres, que tienden más al veneno…
—Ajá… puede ser… —Cerca de ellos, Celador se mantiene impertérrito, armado, esperando alguna reacción. El perro no está—. Es mentira. —Lento exclama en alto, tajante.
—Acaba de decir que no es descabellado que el asesino sea una mujer —dice su amigo sotto voce.
—No. Mentira todo, nos llevan engañando una semana.
Ya, ya lo sé —mira de soslayo a Celador—, y se lo vengo diciendo desde el primer día, desde la primera vez que hablamos… —Lento ignora los aspavientos que hace Alto rogando más discreción para con alguien que acaba de sorprenderlos irrumpiendo en su casa—. ¿Ahora se da cuenta? No puedo creer que sea tan incauto…
—Oigan ustedes —Celador exclama con una torpe parodia de dignidad ofendida, y con la escopeta descansando en el brazo izquierdo—, no les he mostrado más que lo que les aseguré que tenía. Si ellos son unos embusteros…
—¿Usted no? ¿Quiere decirme que usted no tiene nada que ver con esta farsa? Ha hecho de… que hace la trampa… ¿cómo se dice?
—Tramposo —le ayuda Alto, sin dejar de tirar de la manga.
—No… el cebo.
—¿Gancho?
—Eso. Ha sido el gancho para este par de primos. —Mira a su compañero, preguntando con la mirada si se le ha entendido. Alto asiente—. Usted y su jefe. Su problema es que… nosotros somos primos contentos. Sabíamos que todo es trampa a la que entramos gustosos. Ya es suficiente.
—Cuánta ingratitud. —El sujeto respira tranquilo y satisfecho—. Me amenazan y abusan de mi patente debilidad. Luego les sorprendo entrando a hurtadillas aquí, no me lo tomo a mal y son ustedes los que se indignan. Como quieran. Si los señores no están contentos con nuestro acuerdo, solo tienen que no volver aquí. No hay deuda entre nosotros y…
—En efecto. Tenemos una idea que no creo sea de agrado suyo.
Alto mira a su compañero con el ceño fruncido, llega a cruzar miradas confusas con Celador, amigo y adversario igual de desconcertados ante la enigmática y resuelta actitud de Lento.
—¿Más amenazas?
—Es el señor Solera quién nos trajo aquí, no usted. —El gesto de Celador se tuerce—. No creo que a él, o sus jefes, le guste saber que se dedica a ofrecer estas… exhibiciones. Exhibiciones que le aportan beneficios de los que, estoy seguro de esto, no participan propietarios…
—No tengo nada que ocultar a nadie.
—Bien. No tiene inconveniente en que negociemos situación con alguien de más responsabilidad que usted en establecimiento.
—No debieran hablar sobre mis… pacientes con nadie salvo conmigo, si es que quieren seguir viéndolos.
—Bien. Veamos quién pierde.
Hace un gesto a Alto en dirección a la salida, es el momento de hacer mutis, ahora que las dudas y el miedo han hecho mella en Celador. Se van, pero tardan demasiado, y una voz rotunda los detiene.
—Veo que los caballeros son jugadores. Ya que me han lanzado un envite, espero que me den la oportunidad de aceptarlo. —Con segura parsimonia el hombre alza su arma y encañona a Lento directo a la cabeza—. O mejorarlo. —El sonido de los percutores al alzarse son más elocuentes que cualquier amenaza.
—Vamos —dice Alto levantando las manos—, no nos pongamos nerviosos…
—¿Me ve nervioso, señor? —dice Celador. Su voz ha perdido los tonos timoratos y zafios de un empleado tramposo, y ahora habla con tanta seguridad como lo hacen sus dos cañones—. En absoluto, en caso de ponerme nervioso no dude que se dará cuenta enseguida. Contéstenme ahora a una pregunta, con sinceridad: ¿sabe alguien que han venido hasta aquí? Aparte del señor Solera.
No tienen que contestar, las miradas entre ambos los delatan.
Incluso me atrevo a lanzar mi órdago: ¿han contado algo de lo que han visto aquí? ¿Hay quien sepa a dónde han ido estos últimos cuatro días?
—Por supuesto que sí… —responde Alto con timidez.
—Yo tengo notas en habitación de hotel… —dice Lento.
Por Dios, señores, no insulten mi inteligencia. Comportémonos como adultos, al fin y al cabo son ustedes quienes han iniciado este juego. Hasta el momento nuestro acuerdo…
—No puede cometer un asesinato y quedar… sin… libre, imp…
—Impune.
—Impune. Nosotros aquí…
—Esto no es un asesinato, es una negociación. En esta situación creo que no les parecerá excesivo si doblo la tarifa para las sesiones; las de ambos pacientes.
Los visitantes intercambian miradas de nuevo, ninguno parece habituado a estar en pie frente al lado dañino de un arma.
—¿Eso es todo? —dice Lento—. Pagamos doble y seguimos viniendo…
—¿Por qué no, qué esperaban? ¿Una venganza o una reprimenda? No, caballeros, valoro mucho la iniciativa y el arrojo, simplemente les ha salido mal porque no han recordado este as en mi manga. —Agita la escopeta, que no ha dejado de apuntar a Lento en el entrecejo ni por un segundo—. Me tomaron por un simple oportunista, ¿cierto? Es común entre las personas como ustedes menospreciar a los más humildes. Lástima, esta vez se han equivocado, y mucho. Recapitulando, tienen dos opciones: o continúan nuestro arreglo con las tarifas revisadas, o les pego un tiro.
—O nos vamos, nos olvidamos de todo, y no volvemos más —dice Alto bajando las manos.
—No, eso ya no es una opción, desde que me han obligado a emplear argumentos más contundentes.
—Bien —ataja rápido Lento—. Aceptamos. Pagaremos doble. Entienda nosotros… todo esto… muy extraño. Hemos perdido nervios…
Despacio, despacio. Les repito que no traten de insultarme. Pese a la impresión que les haya causado, pese al triste modo en que me gano la vida y el aún más patético en el que obtengo estos pequeños incentivos, no soy un idiota.
—Sí, estamos sorprendidos. Es usted un negociador…
—Tampoco me adule, o le mato. —Esta vez Lento no puede ocultar el miedo tras su cara de piedra—. Disculpe mi rudeza, no me gusta que me interrumpan. ¿Qué estaba explicándoles…? Ya sé. Estarán pensando: «le seguimos el juego, y al salir se lo contamos todo a su jefe, o a la policía, o a ambos». Eso no va a ocurrir, puesto que…
—No era intención nuestra… perdón.
—No va a ocurrir, decía, porque no van a salir de aquí los dos. —Ambos dan un paso atrás—. Tranquilos, ya les he explicado mis condiciones, nadie va a morir si se cumplen. Uno se irá, y otro será mi huésped, de este modo me aseguro que todo funcione como hemos acordado. Aunque el hospedaje que puedo ofrecerles no es lo confortable que ustedes merecen, estarán bien. Lo mejor es que se turnen. Una noche permanecerá uno conmigo, y a la siguiente el otro.
El tono de Celador no deja resquicio a la posibilidad de negarse a este arreglo, no si quieren salir hoy de aquí. Al menos salir uno.
—Me quedo yo —dice Lento—. Soy quién… he dudado de nuestro trato, creo…
—No. Usted se irá. —Señalando a Alto, dice—: Esta noche usted será quien me haga compañía. —Y volviendo de nuevo su atención a Lento, añade—: Usted ha sido un imprudente, es cierto, pero su amigo parece idiota. Prefiero fuera a un loco que a un imbécil.
Si en algo se siente ofendido Alto, no lo muestra. Queda allí, quieto e impertérrito, mientras que su compañero da media vuelta y se va caminando, enviando toda la confianza que puede en una última mirada a su amigo, ahora rehén.
—Entiendo entonces que nos veremos por la mañana, ¿a la misma hora? —Lento no responde—. Sí, seguro que estará aquí.