Los visitantes se mueven tan en silencio que se pueden oír sus corazones acelerados. El lugar es feo, atestado, mugriento, insalubre; ya lo conocen, pero en la oscuridad los aspectos más desoladores siempre se engrandecen. Si no fueran tan incrédulos y pudieran sentir algo más que curiosidad por el viejo Aguirre, se habrían compadecido, incluso indignado porque un anciano viva en esas condiciones. Los visitantes no han entrado a tan altas horas de la noche por compasión, buscan respuestas.
Los pasillos de la planta superior son callejones en el infierno, sucios y destartalados. Se acumulan a cada paso los trastos abandonados: bicicletas, escobas, herramientas, sacos de yeso, una silla de ruedas que se queja como un gato al moverla y muchos muebles rotos; tanto es el desorden que les es casi imposible avanzar sin hacer ruido, por fortuna la abundancia de armatostes evita que los ecos se propaguen en tanta soledad. El lugar parece vacío, abandonado, olvidado incluso por la fauna inmunda que suele frecuentar lo que el hombre descuida. Entrar ha sido fácil, no lo será tanto llegar abajo donde duerme Aguirre, no pueden dejarlo solo por las noches, no tendría sentido, aunque Lento dice:
—¿Por qué va a haber alguien? —Siendo como es, como tiene que ser, todo un engaño, no parece una suposición descabellada el que no encontraran ni vivos ni muertos, ni siquiera a Aguirre.
La aventura dura poco. Al llegar a las escaleras que conducen al sótano una luz proyecta sus sombras al frente. Un perro ladra.
—¿Qué hacen aquí?
Celador sujeta con la mano que lleva la lámpara a un animal grande y negro que no deja de gruñir. Mientras, les apunta.
—No dispare…
—He preguntado que qué hacen aquí. —Agita la escopeta.
—Solo queríamos ver a…
—Me chantajean, me amenazan… ¿ahora tratan de robar?
—Disculpe…
—No, perdonen ustedes. Me he portado bien, ayer estuvieron mucho más de lo acordado, incluso de lo tolerable por el viejo, y gratis, y ahora asaltan esta casa, buscándome más problemas. No son mucho mejores que yo, señores míos.
—¿Qué se supone que debo hacer ahora? —Alza algo el arma, y los dos visitantes amagan un gesto de protección, como si pudieran cubrirse de los perdigones en ese pasillo.
—No… no irá a disparar…
—No teman, no tengo ninguna necesidad de hacerles daño. Me basta con llamar a la policía, esto que están haciendo es un delito.
—No creo que lo haga. —Alto se serena y decide plantar cara—. No mientras podamos contar a su jefe cómo se aprovecha…
—¿Por qué no? —Baja el arma, el perro gruñe—. Ustedes han allanado esta casa, ahora vayan con cualquier cuento. Ahí abajo tengo una fuente continua de beneficios. Buscaré a otros primos y lo haré mejor. Aguirre es algo excepcional, y sus historias…
—Todo esto no son más que triquiñuelas de feriante —Lento lo mira asustado, temiendo la provocación—, humo, trucos de espejo; llámelo como quiera. No va a sacar nada a nadie. Siempre se darán cuenta, pedirán ver a solas…
—Tengo más que ofrecer. —El perro calla y los visitantes se ven una vez más sorprendidos—. Tengo al monstruo. Sí, a ese monstruo.
Un segundo de silencio y los dos empiezan a reír. Es esa risa nerviosa que no muestra diversión ni burla.
—Vamos, ya basta. ¿No solo está aquí un testigo de los crímenes, sino que tiene a quien los perpetró? ¿Por qué no lo ha dicho antes? ¿Y el señor Solera…?
—Porque si ahora no me creen, antes de ver a Aguirre lo harían menos. Además, no está en muy buen estado, mucho peor que el viejo.
—No…
—¿No me creen? ¿No quieren hacerle una visita? La primera siempre es gratis. —Agita de nuevo la escopeta—. Tendrá que ser breve, no creo que pueda soportar mucho tiempo su interrogatorio. ¿Van a negarse?
No. Claro que no se niegan.