—¡Ya basta! —sentencia Celador—. Están abusando de mi buen corazón.
Los tres están de nuevo fuera, a las puertas de la habitación del anciano. Celador bloquea el paso con los brazos enjarra, y en su gesto hay una mezcla de decisión y miedo.
—No entiendo… —dice Alto.
—Mañana será otro día, amigos. Ahora les acompañaré a fuera y ya…
—¿Qué ha pasado? —interrumpe Lento—. No le hemos cansado, apenas veinte minutos. Aguirre parece más animado. Hemos sido cuidadosos… no entiendo. ¿Es problema dinero? Le advierto que soy hombre rico. —Celador saca un pañuelo para secarse el sudor y resopla, mirando de un lado a otro. Parece pensárselo, luego toma a Lento de la solapa y tira de él.
—Fuera. No puedo arriesgarme.
—Vamos, ¿qué problema? Todos ganamos…
—Yo apenas saco nada, y arriesgo todo. Mi familia depende de este trabajo, y si al viejo le pasa algo…
—Pero… llegamos a un acuerdo.
—No es suficiente. Yo me la juego, y ustedes solo me dan…
—Veo que es problema de dinero. —Se zafa del Celador y saca su cartera de la levita—. No hay…
—Esto que hace usted aquí… —interviene Alto—. Actúa por su cuenta y riesgo, ¿cierto? ¿Es eso? ¿Tiene miedo?
—Me estoy exponiendo mucho al…
—Sus jefes no saben nada, ¿no? —Celador duda de nuevo. Se detiene. Asiente mirando al suelo—. El señor… Solera no tiene idea que usted está cobrando «visitas».
—Piensa que vinieron una vez y ya no han vuelto. Por eso no podemos seguir. Yo necesito dinero, señores míos. Mi señora está esperando y… aquí apenas se gana. Se me ocurrió pedirles algo el primer día, y viendo lo poco que les había contado el patrón…
—Pensó —dice Lento mirando con aprobación a su compañero— que podía aprovechar nuestra…
—Buena voluntad —termina Alto.
—Señores, yo… —El corpachón de Celador tiembla como una montaña al derrumbarse mientras se postra y lloriquea—. Les juro por lo más sagrado que no quiero hacer mal a nadie, es que paso muchas calamidades, lo que saco aquí no da apenas para un plato caliente para los míos…
—¿Piensa que no damos… daríamos cuenta? ¿Tan Cándidos estamos?
—Somos.
—Creí que podía sacar unos cuartos antes de que nadie cayera en… Por las obras ahora no hay nadie. Los hombres vendrán la semana que viene, hasta entonces tenía unos días… miren, váyanse y yo les prometo que les devolveré…
—No es necesario. Permítanos entrar otra vez…
—¿Ahora?
—¿Por qué no?
—Por el amor de Dios. —Vuelven sus llantos—. Antes me dejé llevar por la codicia. Si le pasa algo a Aguirre y se entera mi jefe…
—Tendrá que arriesgarse —dice Alto—, si quiere conservar su empleo.
—Y no acabar con… huesos en presidio —dice Lento.
Celador gime y suplica, ya solo con gestos, y recibe el consuelo de una mano en el hombro, y la firmeza de la mirada de los visitantes, implacables en su deseo.
—Una más —continúa Lento—, y nos vamos.
—¿Y no volverán…?
—Eso ya veremos.
—Pero se acabó el sacarnos así el dinero —dice Alto.
—Caballeros… tengo que comer…
—Usted verá. Hablamos con el señor Solera y… —Celador suspira y se incorpora derrotado. Se seca las lágrimas y se encoge de hombros.
—Me lo tengo merecido… Les juro que nunca he robado ni… en fin, pasen. Les ruego que no digan nada…
—Descuide.
—Y tengan cuidado…
—Tranquilo.
—Esperen. —Les corta el paso con lo poco que le queda de decisión—. Prepararé al abuelo. Y estén una hora, no más.
Entra al cuarto de Aguirre. Los visitantes quedan satisfechos, sonriendo con una mezcla de suficiencia y alivio en la mirada.
—Bueno —dice Alto mientras observa a Celador atender al interno a través del ventanuco de la puerta—, problema solucionado.
—Ajá… Yo quiero venir de noche, si a usted no le parece mal.
—Si lo ve oportuno… espero que no haya guardeses armados.
—No creo. No creo que aquí haya nadie.