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Los dos visitantes están junto a la puerta de vaivén, mientras Celador atiende a Aguirre, que duerme agotado. La sesión del día anterior parece haberlo cansado más de lo conveniente, se excedieron en el tiempo por encima de lo acordado, y su enfermero se esmera en los cuidados al despertarlo.

—Tres días —dice Alto, mientras muestra el asco que le provoca lo que ve a su alrededor con muecas melindrosas. La decoración, o la ausencia de ella, el abandono y la suciedad continúa aquí, en este corto pasillo abovedado, al igual que en la habitación del anciano. Las paredes desconchadas, la ausencia de adornos o siquiera muebles, los dos candiles que mal alumbran la sala, la suciedad, las telarañas viejas, el aire pesado, la soledad, la vejez; no hay nada acogedor, y es difícil pensar que nunca lo hubo, ni cuando este lugar era nuevo—. Tiempo suficiente para que nos quede claro que esto es una estafa ¿No? Creo que con el primero bastaba…

—No estoy seguro.

—Por Dios —ríe—. No digo que no sea un buen engaño, pero es imposible. Sin necesidad de entrar en otros errores fehacientes, nos ha contado conversaciones en las que él no estaba presente, y con detalle…

—Dijo que tenía la historia en la cabeza, la ha mejorado, la ha… como se dice… inventado no, la ha…

—Dramatizado. Nada, tiene usted ganas de creerle, y ese entusiasmo suyo nos cuesta dinero y tiempo. ¿No tenía Torres problemas con el inglés? Parece que se le ha olvidado ese pequeño detalle en medio de la historia, ¿o es que lo ha aprendido por arte de magia?

—Ya sabemos que él era traductor, ahorra el repetir. Le digo que parece haber reconstruido la historia, incluso la modifica un poco. Eso no es mentira.

—Esto es una locura, ¿cómo puede ser verdad?

—Si se refiere a lo de Aguirre y todo eso… sí, no soy tan crédulo. ¿Pero algo de lo que ha dicho contradice lo que usted conoce del Ajedrecista?

—Ardió en Filadelfia…

—Que sepa.

—Vamos, olvidémonos de lo que dice o deja de decir. No tiene sentido nada de esta situación, es un desvarío por su parte darle el mínimo crédito, y un timo por la del golfo que nos cobra a cada visita. Si no es todo un juego de títeres, como el que nos cuenta de Tumblety.

—Ahí dentro hay algo raro, seguro. ¿No?

—Raro no, falso. ¿Quién puede creer ese absurdo? Y si coincide conmigo que esto es una artimaña, si el que habla es un farsante, ¿por qué vamos a creer en lo que dice? Yo se lo diré: por el deseo que tiene de que todo sea verdad. Yo también querría que esto fuera cierto, en el fondo. Encontrar al asesino donde todos han fallado… es una ilusión infantil.

Seguiré viniendo.

—Por usted, hasta que se apee de su obsesión.

—Ya. —Lento busca nervioso tabaco entre los bolsillos de la levita. Incómodo, continúa—. Tenemos que entrar sin vigilancia. Esta noche… —Las puertas se abren antes de que Alto conteste. Celador las atraviesa y tiende la mano y sonríe.

—Cuando gusten.

Lento saca más dinero del habitual de su bolsillo.

—Querríamos… más tiempo.

—Ayer casi lo matan. Dejé claro la importancia de cumplir el tiempo exacto… Eso que hicieron estuvo mal. Solo yo puedo atenderlo, ¿entienden? Si los doctores, si mi jefe se entera, estoy en la calle…

—Pararemos en cuanto esté cansado. No nos gusta que ese anciano sufra, y pienso que nuestras visitas son buenas para él. —Celador recapacita, cuenta con cuidado los billetes.

—Muy bien, mientras el dinero dé, no hay problema. Ya pueden pasar, está preparado para continuar su historia.