Para escribir esta novela me he visto obligado a manejar ingentes cantidades de información, ha sido un trabajo solitario, como muchos otros, aun así he contado con la ayuda de varias personas y entidades, a las que nunca está de más reconocer su generosidad y agradecer que siempre estén allí.
Primero los amigos. Mi hermano Juan ha sido, como siempre, a quien he acudido cuando mi torpeza me metía en un nudo narrativo sin solución, y como siempre encontró el modo de ayudarme a cortar ese nudo. La inclusión de Torres Quevedo en la historia cuando empezaba a cobrar forma, fue gracias a dos buenos amigos cuya sinergia suele dar resultados, cuanto menos, interesantes: León Arsenal y el whisky. Alberto Martín de Hijas es mi primer lector habitual, y en este caso supo matizar las bondades que veía en mi novela. Hipólito Sanchís, generoso como siempre es, dedicó tiempo del que no le sobra para ayudarme con el latín.
Agradezco también la información que la embajada española en Londres, una de las legaciones más antiguas, si no la más, del mundo, tuvo la gentileza de facilitarme en lo referente a su historia, origen y localización geográfica.
Por supuesto sería imposible tanto haber escrito esta novela, como haber disfrutado tantos años de mi afición por los oscuros crímenes del siglo XIX si no fuera por la colosal cantidad de excelentes investigadores y divulgadores que sobre Jack el Destripador y su mundo ha habido y hay. Citar todas las fuentes que he consultado, tanto bibliográficas como a través de la red global, sería largo y aburrido, así que me limitaré a dejar aquí mi reconocimiento a todos los que con profesionalidad, celo y hasta buen humor, han tratado durante años de arrojar luz sobre los horrores que crecieron bajo las brumas londinenses durante las postrimerías del diecinueve.
Dudo que jamás descubramos quién fue Jack, no importa, a través de su historia sabemos más del lado oscuro de todos nosotros.
Daniel Mares, Madrid, abril de 2010