Son las nueve. No he querido llegar demasiado pronto. Entro por la plaza del Negrito, que a estas horas, y en estas fechas, está medio vacía. Sólo algunos fumadores desafían al frío para poder seguir fumando, mientras maldicen la ley antitabaco. Me hacen reír. Yo nunca he fumado.
Me acuerdo del hijo del alcalde republicano. Mejor. Fumar es de débiles de carácter que no saben qué hacer con las manos.
Pienso que este libro me ha cambiado. No sé cómo es posible. Pero me siento mejor. No mejor en el sentido de más guapa, más realizada, más rica. Mejor persona.
Abro la puerta.
Miro a la derecha. Una pareja se besa.
Miro enfrente. La camarera me saluda desde la barra.
Miro a la izquierda.
Ahí estás.