13 de diciembre de 2010
Carmen López
¿Es mañana cuando hemos quedado?
Hace once minutos
Natalia Soler
Sí. No me digas que no vas a poder, o que no quieres…
Hace dos segundos
Carmen López
Sí puedo, y sí quiero.
Pero primero necesito contarte una cosa, por si eres tú la que no quiere.
Hace un segundo
Natalia Soler
Joder, me estás asustando, o intrigando, o intrigando y asustando… ¿Vas a decirme que fuiste tú la culpable de la muerte de mi perro?
Es broma. Llevo mucho tiempo haciendo memoria y creo que nada de lo que me digas podrá hacer que deje de tener ganas de volver a verte, amiga.
Hace treinta y dos minutos
Carmen López
Llevo más de media hora escribiendo textos que después borro, en los que intento explicarte qué me pasó entonces para distanciarme de ti, porque tú tenías razón: hubo algo, pasó algo, me pasó algo, que hizo que ya no quisiera seguir siendo tu amiga.
Y como no sé bien cómo explicártelo, como me enredo en explicaciones que no sirven de nada, he decidido decírtelo escuetamente, en dos puntos:
Punto número uno: me distancié de ti porque durante mucho tiempo pensé que eras lesbiana, y que yo te gustaba.
Punto número dos: me alejé de ti porque hubo una noche en la que pensé que yo también me sentía atraída por ti.
Hace tres segundos
Natalia Soler
Yo también seré escueta, y escribiré dos puntos: Punto número uno:
¡¡¡¡¿¿¿¿Quéééééééééééééééé????!!!!
Punto número dos:
¡¡¡¡¿¿¿¿Quéééééééééééééééé????!!!!
Hace un segundo
Carmen López
Muy graciosa.
Hace un segundo
Natalia Soler
No pretendía ser graciosa, sino irónica, que no es lo mismo.
Por favor, aclárame ambos puntos.
Prefiero esas explicaciones enredadas que quedarme con esta cara de tonta que tengo ahora mismo.
Pero te adelanto ya que no tengo demasiado éxito con los hombres, vamos, que no he estado con muchos, pero que no soy lesbiana, no sé si eso será un problema para ti y para tu ego de tamaño planetario.
No estoy enfadada. Sólo desconcertada.
Hace un segundo
Natalia Soler
Bueno, mentira, sí estoy enfadada.
Hace veintidós minutos
Carmen López
No me extraña que lo estés, yo también lo estaría, y lo he estado mucho tiempo, contigo y conmigo. Pero últimamente empecé a pensar: ¿y si estoy equivocada?, ¿y si estuve equivocada entonces y eché a perder esa amistad? Por eso te busqué, porque hasta ese momento estaba convencida de mi verdad. Y mi verdad no era de esas grandes verdades que cambian el mundo, o el rumbo de las vidas de las personas cuando se hacen públicas, cuando se revelan. Era una verdad pequeña y sin importancia, pero mezquina. Cuando empezaste a preguntarme qué nos había pasado pensé decírtelo, pero lo descarté de inmediato porque me dije: esta o se descojona o me manda a la mierda, porque si lo piensas bien es para reírse, pero si lo piensas mejor es para no querer saber nada de la otra persona, por eso entenderé cualquier reacción que tengas, sea la que sea.
Y ahora, las explicaciones algo más detalladas.
Tú eras mi mejor amiga, y me sentía unida a ti, más que a nadie en este mundo, pero, al mismo tiempo, me sentía incómoda. No es que fuera una relación amor odio, pero me agobiaba, a veces, porque yo tenía a otras personas, que, aunque no eran tan importantes para mí como tú, sí eran importantes, y tú no tenías a nadie más, o no querías tener a nadie más, sólo querías estar conmigo, hacerlo todo conmigo, y si no…
Y la gente empezó a hablar, empezó a comentar, empezó a decir que lo que te pasaba era que estabas enamorada de mí, no sé si llegaste a oír algún comentario en ese sentido.
Yo, al principio, no les hacía ni caso y seguía con lo mío, con mi enorme afecto hacia ti, pero también con ese rechazo que me producía sentirme agobiada por ti, pero poco a poco, no sé, los cotilleos me hicieron mella y empecé a ver señales por todas partes: si me tocabas más de la cuenta, si me abrazabas, si me mirabas embelesada, si querías que nos quedásemos a dormir juntas después de estudiar o de salir por ahí, si pretendías entrar conmigo en el probador, o si insistías en que nos cambiásemos la ropa a ver cómo nos quedaba la de la otra, si cogías un pedo un sábado por la noche y te daba por decirme cuánto me querías…, cualquier cosa era motivo de sospecha, y de mal rollo.
Por entonces empecé a salir con ese chico, Fernando, y te dejé un poco de lado, por lo que te acabo de decir, pero también porque me había enamorado hasta las trancas, como siempre me pasaba cada vez que salía con un chico, ya lo sé.
Y tú insistías, insistías, insistías… No dejabas de llamarme, aunque a veces yo ni me ponía al teléfono y hacía que mi madre te dijera que no estaba en casa aunque fueran las once de la noche de un día de diario. Pero yo te quería, de verdad, y te echaba de menos, así que supongo que te torturé un poco, psicológicamente hablando, porque lo mismo te llamaba y quedaba contigo que pasaba de ti durante bastante tiempo…
Un fin de semana quedamos para estudiar. Teníamos el griego atravesado, ¿te acuerdas?, (). Nos encantaba esa frase. Todo fluye (nada es). Cuánta verdad.
Mis padres no estaban y se habían dejado una botella de vino a medias, así que nos la bebimos en la cena, tú y yo, y se nos soltó la lengua. Bueno, a mí se me soltó la lengua. Tú estabas más bien callada, como siempre.
No sé decirte de qué hablamos, aunque puedo imaginar que hablamos de Fernando, porque yo entonces siempre hablaba de Fernando, pero al final la conversación acabó en el sexo, literalmente. Tú me dijiste, me parece estar viéndote todavía, con ese pijama horroroso gris a rayas negras de punto que te sentaba como una patada en el culo, que nunca habías tocado una polla, y que te morías de asco ante la posibilidad de tener que tocar una algún día. Yo te dije, muerta de la risa, que no era para tanto. Cierra los ojos, te pedí.
Los cerraste.
Te cogí la mano, te separé los dedos, te los acerqué a los párpados, te rocé esa piel blanda, descolgada, con la yema de los tuyos y de los míos.
¿Ves? Es como si ya hubieras tocado una, te dije.
Tú abriste los ojos como platos, y te reíste, y dijiste hombre, pues si es sólo esto no parece que vaya a ser algo tan grave, igual me lo pienso.
Y en ese instante, no sé por qué, no puedo explicarte por qué, ni he podido explicármelo nunca, pero me morí de ganas de besarte, de abrazarte, de hacerte el amor. No lo hice. Y no volví a llamarte nunca más, ni a responder a tus llamadas, ni a dejar de pensar que por tu culpa yo me sentía atraída por las mujeres, porque eso sí que no se me pasó.
Seguí con Fernando, le dejé, o me dejó, ya no me acuerdo. Y después vinieron muchos, cada vez más, porque me esforzaba en acostarme con cuantos más tíos mejor para demostrarme que no me pasaba nada, que todo era normal.
Me casé con un buen hombre, y le quiero, y quiero a mis hijos. Pero a veces me parece que la vida no me basta, y me siento infeliz, y hago infelices a los que están a mi alrededor, como si les culpase, como si ellos fueran los responsables de que yo no me arriesgue a comprobar qué es lo que soy, cómo soy en realidad, si quiero llevar otra vida o creo que quiero quererla porque no soy más que una señora insatisfecha que tuvo una experiencia que no supo digerir.
No sé si soy lesbiana, bisexual, o qué, porque nunca me he atrevido a acostarme con ninguna mujer y me he limitado a fantasear con la idea, a imaginar que lo hago. Me da miedo. No porque piense que esté mal, sino porque… ¿y si descubro que nada de lo que tengo es real, que todo lo que he construido lo he construido sobre una mentira? Javier, mis hijos, mi vida perfecta de la que ha hecho lo que se espera de ella… Me asusta descubrir que no tengo la vida que debería vivir, que estoy perdiendo el tiempo, desperdiciándolo, y al mismo tiempo, me pregunto si no habré pasado más de veinte años obsesionada con algo que ni siquiera ocurrió, que no es real, que sólo es una fantasía, que la gente las tiene a montones y no las hace realidad (o sí) y eso no les determina la vida.
Pero a mí, la duda me tiene atormentada.
Y ya está. Ese es mi terrible secreto.
Así que ahora, si ya no quieres que volvamos a vernos, si te parezco lo que soy, una estúpida, una imbécil que se fabrica problemas donde no los hay porque vive una vida tan aburrida, tan anodina, que le parece mejor inventarse un drama que resignarse a su realidad…, te entenderé. Me dolerá, pero te entenderé, entenderé que es lo que me merezco y no volveré a molestarte nunca más.
Hace un minuto
Natalia Soler
Hace tiempo una amiga me contó que se reencontró por Facebook con su primer amor y que estuvieron chateando sin parar una noche entera, poniéndose al día de todo lo que les había pasado en los años que estuvieron separados, es decir, sin verse ni saber nada del otro. Fueron muchas cosas, claro, porque les había pasado como a ti y a mí, que llevaban… pues más de dos décadas sin contacto. Pero lo que más llamó la atención de mi amiga, y mira que él le contó cosas (como, por ejemplo, que había estado preso por un delito de blanqueo de dinero, o mil y una aventuras sexuales que darían para escribir un libro), lo que más le impresionó es que él le dijo, como de pasada, como una de esas notas a pie de página de los libros, que él nunca se había follado a nadie sin preservativo porque no se le iba de la cabeza que la primera vez que se acostó con una mujer (es decir, mi amiga) la había dejado embarazada (es decir, a mi amiga) y había tenido que abortar. Ella le sacó de su error, le explicó que jamás había tenido un embarazo, y menos de él, y menos gratis (porque su única hija era fruto de un tratamiento de fertilidad en el que se había dejado un ojo de la cara). Le dijo que aquello que él recordaba no debió ser más que un retraso, que ella siempre los tenía, antes, durante y después de su relación.
Se estuvieron riendo un buen rato (jajaja, escribían en los mensajes), pero al final a ella ya no le hacía tanta gracia, porque él le dijo algo así como vaya, qué pena, porque yo corté contigo aunque me volvías loco porque la idea del embarazo me asustó.
Mi amiga, que siempre creyó que él la había dejado porque no le gustaba, pasó años encadenando rupturas, porque la mayor parte de las veces se enredaba con hombres que no valían la pena, casados, que vivían en otra ciudad, que eran tontos del culo, que no tenían nada que ver con ella, porque siempre se sintió… digamos poca cosa, porque el amor de su vida, su primer amor, la había rechazado, y, para no ilusionarse, sólo se metía en relaciones abocadas al fracaso.
¿Por qué te lo cuento?
Porque cada uno vive de forma distinta la misma realidad, y luego transforma sus recuerdos para adaptarlos a esa impresión, que a veces es falsa. Mi primera novia se quedó embarazada. Mi primer novio nunca me quiso. Mi mejor amiga se me insinuaba. Soy una persona horrible porque la única persona ante la que me mostré tal como era, salió corriendo y no quiso saber más de mí. Soy lesbiana.
Ni siquiera voy a decirte que estabas equivocada con respecto a mí, porque eso ya no tiene ninguna importancia. Cada una de nosotras, las dos, hemos vivido todos estos años dando por hecho determinadas verdades que, ya ves, al final resultaron no ser tan ciertas. Pero para ti y para mí eran tan indiscutibles como que a las doce es mediodía. A ti te echaba los tejos. Yo no merezco que nadie me quiera.
¿Te gustan las mujeres? No lo sé. No sé si eres lesbiana, ni me importa, ni me preocupa, aunque entiendo que a ti sí.
Tampoco vamos a resolver la duda en un correo, ni en una conversación. Supongo que tendrás que ser sincera contigo misma, o dejar de castigarte, o buscar ayuda profesional, o acostarte con una tía, o hacer un trío con tu marido, para salir de dudas.
Lo que sí sé es que, si quieres, puedes contarme cómo te va en ese proceso.
Y, desde luego, sé que mañana, a las nueve, nos vemos en el Negrito, y después nos comeremos ese pincho de tortilla.