22 de octubre de 2010
Carmen López
Claro que me hubiera encantado verte el jueves… Pero es que he estado una semana sin conectarme, prácticamente desde que te envié el mensaje, porque los críos se han puesto enfermos. ¿Tú recuerdas que nosotras fuéramos un coñazo tan grande para nuestros padres? Porque yo quiero a morir a mis hijos… pero es que a veces… ¡no los aguanto! Soy una madre horrible… Y una amiga horrible también, porque nada más saber de ti, después de todos estos años, me pongo a contarte mis problemas como si te hubiera visto ayer…, ¡¡lo siento!!
Debería haber empezado de otro modo, pero te aseguro que llevo un buen rato haciendo como que estoy trabajando, y en realidad miro la pantalla del ordenador pensando qué decirte. A ver. Qué te digo. Lo primero, está claro, que me alegro mucho de que me hayas contestado. Hace varias semanas que me mensajeo con todas las Natalias Soler del Facebook. ¿Sabes cuántas hay? ¡76! Vale, algunas estaban descartadas desde el principio por el segundo apellido, porque vivían en Las Vegas, porque estudiaron en el María de Molina de Zamora o porque en la foto del perfil estaba claro que no eran tú, pero en muchos casos, las imágenes de Campanilla, de los hijos, de las mascotas, de los pies o de los atardeceres en la playa, no ayudaban a saber si encontraría a mi amiga tras ella. Les he escrito a todas, y casi todas me han contestado diciendo lo mismo: “No, lo siento, no soy quien buscas”, así que cuando he leído tu mensaje esta mañana, después de haber estado sin venir a trabajar una semana por un virus intestinal que ha circulado por casa y que ha aniquilado, por este orden, a mi hijo pequeño (Álvaro, 7 años), a mi marido (Javier, 43 años), a mi hijo mayor (Julián, 10 años) y a mí (Carmen, 41 años), no te puedes imaginar la alegría que me he llevado, y la decepción también, por no haber podido verte, por ni siquiera haberte contestado para decirte “Oye, que estoy enferma, pero me alegro tanto de haberte encontrado…”. Porque es la verdad, Natalia, me alegro tanto de haberte encontrado… ¡Me pongo tonta al escribirlo y se me saltan las lágrimas! ¡Será posible, a mi edad!
A toro pasado era fácil saber que tú eras tú, porque aunque en tu perfil hay pocos datos (¿de verdad te gusta Gran Hermano?), tenemos varios amigos comunes y pones que eres periodista… En fin, tampoco me las voy a dar de Perry Mason. No sé por qué te cuento todo esto. Tal vez quiero que sepas que me ha costado encontrarte, que me he esforzado hasta que he dado contigo, que me acordé inmediatamente de ti cuando a raíz del FB empezaron a reencontrarse viejos amigos y a proliferar los reencuentros de los antiguos compañeros de instituto y del colegio. No he buscado a nadie más, también te lo digo, no porque tenga malos recuerdos, porque, de hecho, los de aquella época son casi los mejores, con esa bendita inconsciencia que nos tenía todo el tiempo como pasmadas, pensando sólo en tíos, en divertirnos, en escabullirnos de la mínima responsabilidad que teníamos y que se reducía a estudiar. Madre mía. Cuando pienso que aquello me venía grande entonces, y que en las épocas de los finales me tenía que medicar para los nervios me entra risa. ¿Qué es un examen comparado con criar a dos niños que se llevan tres años, o con pasar noches enteras sin dormir y luego tener que venir a trabajar, o con vivir la vida real? ¿Me entiendes? Pero bueno, he vuelto a hacerlo… Te cuento mis cosas sin saber ni siquiera si te interesan, y sin preguntarte nada de ti.
En tu perfil no hay casi información. Eso ya te lo he dicho. Y muy pocas fotos, así que como no me puedo hacer una idea de cómo estás ahora te imaginaré como eras entonces, tan alegre, tan divertida, con ese flequillo que te llegaba hasta las gafas, ¿te acuerdas?, ¿sigues llevando gafas? Cuéntame muchas cosas, cómo te va, qué estás haciendo, si estás casada, si tienes hijos… No sé. He leído que has cerrado la empresa (lo siento), que ganaste ese premio de investigación local en Miraval (me alegro), que estás escribiendo (me alegro). Pero háblame de más cosas. Dime cómo están tus padres, dónde vives, y, sobre todo, si eres feliz. Y dime también cuándo podemos volver a vernos.
Yo soy bibliotecaria, saqué la plaza hace ya (muchos) años y trabajo sin mayores sobresaltos, de ocho a tres todos los días y una tarde a la semana, hasta las siete. Presto libros, organizo un club de lectura y hago un cuentacuentos para niños, que es lo que más me gusta, disfrazarme, volverme una cría con ellos. Y eso es todo. Luego llego a casa, y empieza otra batalla: actividades extraescolares, ayudar con los deberes, baños, cenas, cuentos, y por fin, la paz. Me casé con un compañero de clase. Bueno, fuimos compañeros sólo un año, que me empeñé en estudiar criminología, ya ves tú, criminología, y luego lo dejé. Javier continuó un año más, luego también lo dejó, se pasó a derecho, montó un despacho con un socio, un compañero de la facultad que es el padrino de nuestro hijo pequeño, Álvaro, que se llama como él, pero se cansó y se presentó a unas oposiciones de secretario judicial. Tenemos una vida tranquila. Dice que eso es la felicidad. No nos ha pasado lo que a muchas de mis amigas, que son más que nada compañeras de piso de sus maridos. Nosotros no somos así. Nos llevamos bien, nos entendemos, nos comprendemos y nos complementamos. Tratamos de hacer más fácil la vida del otro, y con el tiempo hemos aprendido a driblar los defectos del otro para no chocar como dos trenes, que era algo que al principio nos pasaba mucho. Él sabe que yo tengo cambios de humor y ha sido capaz de no tomarse como algo personal cada vez que el ánimo se me desequilibra, y yo sé que esa dejadez que antes me sacaba de quicio no es indiferencia o falta de interés. Se ocupa de los niños, colabora en casa, se organiza conmigo para que los dos tengamos tiempo libre y vida propia. Y, bueno, con altibajos, como todo el mundo, mantenemos una pasión aceptable. Y nos reímos juntos, mucho. Y de vez en cuando nos vamos de viaje solos un par de días y no paramos de hablar de todo menos de los niños, es una regla no escrita que cumplimos a rajatabla. Nunca nos hemos llamado el uno al otro mamá o papá, porque eso sería como reducirnos sólo a un ámbito de la vida, y nos negamos. Estamos de acuerdo en muchas cosas. Nos peleamos, claro, y mucho. A mí no me importa, bueno, no es que no me importe, pero no me afecta. Ya sabes que soy de carácter discutidor, pero a él le molesta tanto que una vez me planteó que si no éramos capaces de tener una convivencia más tranquila prefería separarse. Yo casi me muero del disgusto, imagínate, pero en lugar de morirme traté de no convertir cada cosa en un motivo de fricción, que era lo que estaba haciendo, creo, cuando mi marido me sugirió aquello. A mi favor diré que Álvaro tenía meses y que yo no dormía nada. Pero no es excusa, ya lo sé. En fin. Lo importante, lo que te quería decir, es que estamos muy bien juntos. Llevamos juntos más de veinte años. Guau. Leo lo que he escrito, y me asusta, porque más de veinte años es como decir la mitad de mi vida. Qué vértigo. Soy feliz, pero ¿sabes? No sé si es esto lo que soñaba cuando estábamos juntas. Soy feliz. De verdad. Pero soy feliz a la manera de Sartre, cuando dijo aquello de que felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace. Y a mí me gusta mi trabajo (vale, decir que lo quiero sería exagerado, de acuerdo), pero a mis hijos los adoro, y a Javier también, lo que pasa es que a veces siento, no sé, una especie de vacío en el estómago, una sensación de desencanto, y una pregunta se me viene a la cabeza…: ¿ya está?, ¿es esto?, ¿esto es todo?
Carmen mira el cursor y se concentra en el parpadeo. Nota esa sensación que acaba de describir, ese vacío, esa desolación. Repasa lo que ha escrito y calcula que habrá más de mil palabras. Se retira un mechón de pelo que le cae sobre la mejilla y se lo coloca tras la oreja. Se pregunta qué pensará Natalia cuando las lea. Vacila un instante, como el cursor. Vuelve la mirada al ordenador.
No sabe que en breve va a repetir el mismo gesto que la que fue su mejor amiga durante años hizo hace poco más de una semana. Coge el ratón del ordenador y coloca el dedo índice sobre el botón izquierdo. Cancelar. Eliminar mensaje.