XI
EL MADRID GOLFO DE LAS TERTULIAS

Pérez Creus y Manolito «El Pollero»

El Madrid golfo y tremendo de las tertulias literarias. Escritores, poetas, periodistas, putas y limpiabotas, que son los más importantes. En los bancos, conceden créditos Botín, y Deleitosa, y Villalonga, y March. En los cafés, los limpiabotas y los cerilleros, los dueños del Madrid puto y literario, humo de bar vomitado, serrín en los meaderos, pufos sin pagar y cafés prohibidos. Conrado Blanco se inventa «Alforjas para la poesía», que se celebraban los domingos, después de la misa de doce, en el teatro Lara. «Versos a medianoche» de Eduardo Alonso en el café Varela. Todo, bueno y malo. «Artis» de Mendizábal y Haupold. «Adelfos» de Llanos. «Tartessos» de José Martínez, «Versos con faldas» de Adelaida las Santas, Gloria Fuertes y Gloria Calvo. Tertulias y recitales obligados, algunos con sentido, los más, huecos y absurdos.

Lo cuenta —tremendo— Jesús Pardo en su Autorretrato sin retoques. Eugenia Serrano, periodista viva y atractiva, se trajina al Movimiento, al PCE, al lucero del Alba y al Quinto Regimiento. De sus amantes, Víctor Ruiz Iriarte es el menos afortunado físicamente. Estupendo autor, afable persona, hombre completo, Ruiz Iriarte es liliputiense. Lo que se dice, enano. En su tertulia, Eugenia Serrano narra a sus amigos sus experiencias sexuales con don Víctor.

—Cuando follo con él, no sé si me está jodiendo o estoy teniendo un aborto.

Juan Pérez Creus abomina de la Serrano. Por cierto, que Pérez Creus, el más grande epigramista del siglo, ha escrito una décima fantástica dedicada al Generalísimo. La Serrano, que es muy cambiante y punzante viborilla, muy de su época, dice que Juan Pérez Creus, también «Maese Pérez», también «El diablo Cojuelo», también —años después, en Sábado Gráfico—, «el Pájaro Pinto», es un cobarde. La respuesta es tremenda, aunque tardía. Un soneto devastador, terrible, contra Eugenia Serrano, rematado con dos tercetos que Quevedo, Góngora, Villamediana y Palacio hubieran envidiado.

Llamarte fresca pobre sonaría;

llamarte zorra, no daría tu talla

pues por puta te tienen las personas.

Y llamarte putísima, sería

como llamarle cerro al Himalaya,

como llamarle arroyo al Amazonas.

A un cornudo, cuya identidad prefiere mantener en secreto, le arrea este soneto luminoso:

Qué enorme cornamenta se le fragua

en la frente. No hay duda que lo sabe.

Mas los cuernos en él son como el agua

para el pez, como el viento para el ave.

Cada cuerno es sostén y es arquitrabe

de otro cuerno mayor. Desde la enagua

de su mujer le surge, crece y cabe

un Vesubio, un Tolima, un Aconcagua.

Prodigio inimitable de grandeza,

Colonia y Burgos van en su cabeza

del gótico más puro y verdadero.

Con él ya sueña, imaginando cruzas

con sus vacas, en tierras andaluzas

don Graciliano Pérez Tabernero[19].

A su amiga Eugenia Serrano ya le había dedicado un cariñoso epigrama.

Aunque tiene un gran talento,

es aún mayor su cinismo.

Por detrás se da al marxismo,

por delante, al Movimiento.

¿La razón? Quizás unos versos anónimos que corren por Madrid. En uno de los actos más sublimes de coba y baba caída de los «procuradores» que conformaban las llamadas Cortes Españolas y con el histórico objetivo de perpetuar el nombre de Francisco Franco, se aprueba por unanimidad una ley especial por la que el marqués de Villaverde es convertido en madre de su primer hijo varón. Los versos se atribuyen a «Maese Pérez», Juan Pérez Creus.

Por la alta bondad de Dios

que en sus mercedes no es manco,

en vez de un Francisco Franco

nos encontramos con dos.

El uno del otro en pos

nos llegan por nuestro bien,

pero Dios nos libre, amén,

de que doblando la hazaña,

salvada por uno España,

la salve el otro también.

Pero la gloria la alcanza Pérez Creus con sus epigramas literarios, en los que se cachondea de sus colegas con agudeza demoledora. De José Avalos, un poeta con más entusiasmo que calidad:

Tema usted sus versos, témalos.

Él le dice al público: Trágalos.

Y el público dice: Quémalos,

quémalos, qué malos, Avalos.

A Adelaida las Santas, fundadora años después de otra tertulia femenina.

¿Tiene talento o no tiene?

¿Es oro o es pura coba?

Sube, baja, corre, viene,

y sonámbula, mantiene

en su castísima alcoba

un largo sueño de pene.

A Victoriano Gil Mateos, autor de un librillo de poemas pretenciosos titulado Voz de la tierra.

Voz de la tierra escribió,

pero silenciar no puedo

que aquella voz naufragó:

quedó en pedo.

A Ramiro Lagos, poeta colombiano, obsequioso con la dulzura, bastante petardo.

De Bucaramanga vino.

Dijo ser vate divino

y se sacó de la manga

un sonetario asesino.

Después deshizo el camino

y se fue a Bucaramanga.

Era Augusto Haupold Gay, además de poeta, policía y abogado.

Abogado y policía

don Augusto Haupold y

Gay pasa la noche y el día

persiguiendo a la poesía

y no la trinca, caray.

Rosendo Ruiz Bazaga. Presume de que nadie como él, desde Góngora, ha escrito mejor poesía. Entre Pérez Creus y el gran Manolo «El Pollero» le ponen en su sitio.

Don Rosendo Ruiz Bazaga

va con su coro senil

diciendo versos a mil.

Pero no escribe; los caga.

Y Manuel Fernández Sanz —su homenaje viene luego— «El Pollero».

Este poeta tremendo

de Góngora va a la zaga.

¡Cojones con don Rosendo

Ruiz Bazaga!

Y ya, pitorreo puro y duro.

Dicen que don Rosendo

es poeta. Es un infundio.

Don Rosendo es gerundio.

Para Pérez Creus, la obra del poeta José Antonio Medrano no se puede comparar con la de Quevedo, por poner un ejemplo satírico.

Dos poemas en total

conozco de este poeta.

Siempre los recita mal,

pero son su obra completa.

A la poetisa María Antonia Ibarra, más deseada por sus tetas que por sus rimas.

Mujer, ¿por qué no descubres

que el verso no es tu camino?

Si aplauden tu desatino

es porque tienes dos ubres

como la copa de un pino.

A García Copado, correcto literariamente, buen recitador y con un secreto.

Viene en su capa arropado.

Recita. No lo hace mal.

Pero sabe cada cual,

que en su apellido Copado

hay error gramatical.

A Manuel Benítez Carrasco, folclórico y loca.

Es un poeta folclórico

que no se lo salta un galgo.

Sabe manejar el tópico

y dijo Laín Entralgo[20]

que es bastante maricónico.

A Carmen Loizaga, bastante cursi. Muy entusiasmada con sus versos «dejadme bordar al sol/ mariposas y cerezas».

«Dejadme bordar al sol

mariposas y cerezas».

Sí, dejadla. Mientras borda

no escribe versos la nena,

y así ganaremos todos:

Las musas, nosotros y ella,

Pedro de Lorenzo fue un hombre de gran influencia en ABC y, por ende, en el mundo periodístico y literario. Extremeño, vanidoso y estirado. El mismo corregía los pies de foto que a él se referían. Donde ponía «el escritor Pedro de Lorenzo», el tachaba y añadía: «El ilustre escritor Pedro de Lorenzo…». Además de poeta y guionista, escribió un libro Diario de la mañana que es una síntesis de sus cotilleos, ambiciones y frustraciones en el ABC. Sus guiones televisivos en el programa Los ríos tuvieron gran éxito. Su literatura barroca sonaba bien, pero era muy difícil averiguar qué decía. Le escribí un soneto parodiando su lenguaje, y lo malo es que le gustó. Ahí su primer cuarteto:

De río en río va, de roca en roca,

Arlanzón, Carrión, ambos de Duero

cruzan hacia Alcocer, mágico otero

castillo ayer joyel, rima de Coca.

Juan Pérez Creus le dedica un epigrama cuando publica su libro de poemas Tu dulce cuerpo pensado.

«Tu dulce cuerpo pensado»

una gran errata tiene.

Al participio pasado

le está sobrando la ene.

Al buen pintor y gran dibujante Gregorio Prieto, amigo de Federico García Lorca, blando y miramelindo.

Poetas los del soneto.

Apretad sin disimulo

en el sofá vuestro culo,

que viene Gregorio Prieto.

Al doctor Francisco Loredo, reputado facultativo, hombre de buena palabra y fino espíritu literario, autor de varios libros de poesía.

Pon, Paco, a tus musas, coto.

Abandona la poesía

y dedícate a la oto-

rrinolaringología.

Cuando Buero Vallejo estrenó su exitosa y magnífica comedia Historia de una escalera.

Buero Vallejo es autor

de una comedia cimera,

Historia de una escalera

que le sirvió de ascensor.

A Diego Fernández Collado, poeta de Almería, renco de andares.

Desde Almería ha llegado

Diego Fernández Collado

on unos versos muy flojos,

y para mayor dolor,

una buena parte cojos.

Lo mismito que su autor.

A los hermanos Conejo, pintores de poco éxito.

Los dos hermanos Conejo

(uno joven y otro viejo)

gozan de gran nombradía.

No os asombre:

pues es por esa lejía

que lleva su mismo nombre.

Conocí a Ginés de Albareda en casa de José María Pemán, en la calle de Felipe IV, junto a la Academia. Albareda era poeta florido y cursilón, y había escrito, entre otras cosas, un libro sobre la boda de Don Juan de Borbón, Romeros a Roma, con tanta pasión encendida y prosa tan ardiente que estuvo a punto de cargarse la monarquía. Quería Albareda que Pemán presentara su candidatura a la Real Academia, y don José María se zafaba como podía. Le cantó Pérez Creus:

Se cuelga preciosas joyas.

«Poeta genial», «divino

cantor», y es un gilipollas

como la copa de un pino.

Otro gran cursilón de la época fue Bonmatí de Codecido. Escribió una elogiosa y rendida biografía de Don Juan de Borbón —que afortunadamente no le afectó demasiado—, y otra de la duquesa de Alba.

Alto, hierático, erguido,

se acomoda por aquí

Bonmatí de Codecido.

Por su color de alhelí

llamarnos a Bonmatí

Bonmatí de Malcocido.

Eduardo Manzanos, afable e ingenioso. Poeta monárquico, que no abundaba la especie. También Manzanos fue estupendo epigramista. Cuando Fernando Vizcaíno Casas, joven y atrevido, estrenó una comedia en la que participaba como actor principal Jaime de Mora y Aragón, hermano de la reina Fabiola de Bélgica, Manzanos escribió:

Letrado de profesión,

autor de la nueva ola,

y una mierda de función

con las gafas y el bastón

del hermano de Fabiola.

Pero también a Eduardo Manzanos le endilgó Pérez Creus su epigrama:

A todo bicho viviente

estrechándole las manos

llega Eduardo Manzanos

—¡Buenas tardes, buena gente!

Y se lía

a hablar de la monarquía

con tal vigor, tal afán,

que nadie mejor lo haría.

Ni el mismo José María

Pemán.

Julio Trenas escribe una comedia, Los Gladiolos, que es silbada y meneada en su estreno. Para consolarle, le dedica estos versos:

¡Los Gladiolos! Gran silbido

merecieron sus escenas.

Ya no encontrarás mecenas.

Ahora sí que estás jodido

porque ya no estrenas, Trenas.

En su libro Café Gijón, Marino Gómez San tos trata mal a Pérez Creus. La pequeña vengan za no se hace esperar.

¿De quién es el desatino?

De Marino.

Con cara de piedra pómez,

Gómez.

Quiere causarme quebrantos,

Santos.

Pues hoy, a tantos de tantos,

con decisión absoluta,

me cisco en la cagarruta

de Marino Gómez Santos.

A Remedios de la Bárcena.

Llega inundando el local

de mil perfiladas olas.

Son sus pechos dos perolas

y es su pompi un gran timbal.

No se le recibe mal

pues nos causa compasión

la funesta bendición

eclesial, de un buen vicario

que casóla a un boticario

que salióle maricón.

Jovencito y sin hacer, el poeta Félix Grande —extraordinario flamencólogo, posteriormente—, se cree más de lo que es.

Por doquiera que yo ande

bajad la testa, poetas.

Soy el rey de los estetas,

soy Félix Primero, el Grande…

(Hombre, vete a hacer puñetas).

Lo bueno, de ahí la grandeza de Juan Pérez Creus, es que parece fácil. A Víctor González Gil se lo cepilla de esta manera:

Es un gran imaginero

pero…

pero tontaina absoluto.

Charlatán contra «reló»,

a nadie le he oído yo

más pijadas por minuto.

En unas jornadas literarias, estaba Pérez Creus con Jaime Campmany. Frente a ellos, descansaba Carmen Nonell y un espejo duplicaba su presencia. En un segundo, Pérez Creus escribió estos versos que le depositó a Campmany:

Esas piernas del espejo

son las de Carmen Nonell.

Entre ellas, un coño viejo

se aburre. Rezad por él.

Al gran costumbrista, gran escritor taurino, gran tacaño y gran viejo verde —sólo al final de su vida perdió el interés—, Antonio Díaz Cañabate.

Mueven el escaparate

las niñas de La Rioja,

y hasta a Díaz Cañabate

se le estira y se le afloja.

No sólo la letra que dice Pérez Creus. Les separaban muchas cosas, pero el epigrama a Ansó es divertido.

Sólo por una ene,

sépalo «usté»,

este Ansó no es el nene

del ABC.

Ya era Francisco Umbral un prodigio de las letras, pero todavía joven, a Pérez Creus le pareció oportuno bajarle los humos.

Umbral en Jaca no ha sido

el centro de la atención,

y está bastante jodido.

Le ha causado indignación

el quedarse en su apellido.

¡Manolito «el Pollero»! Manuel Fernández Sanz, según Cela, según Campmany, según Manolo Alcántara, el espíritu más fino y delicado, niño poeta, de los bares y tertulias madrileñas. Llamado «el Pollero» porque era dueño de una pollería. Glotón y beodo, invitador caprichoso, dulce y rapaz. En sus Papeles de son Armadans, Camilo José Cela edita una preciosa selección de sus versos con el título Silva, grillera y cigarral de Manolito el Pollero.

Muchos de estos versos permanecen gracias a sus amigos, que los rescataban en el suelo, escritos en servilletas de papel entre serrín y pieles de gambas cocidas. Versos con olor a «coñá» y cerveza, a noche antigua y madrugada golfa. Escribe a todo. A un armario de luna, a un galeón de indias, a un barquito de museo, a uno que entra y a otro que sale.

En su Jardín de las víboras, Jaime Campmany cuenta que su poema El niño y las ranas tenía siempre el éxito inmediato, la ovación del público. Lo entiendo perfectamente.

Al pasar junto a la charca

el niño me preguntaba:

—¿Qué son las ranas?

—Pues mira, niño, las ranas…

—¿Y por qué cantan?

—Pues mira, niño, las ranas…

—¿Y por qué saltan?

—Pues mira, niño, las ranas…

—¿Y por qué nadan?

¡Y no tuve más remedio

que tirar al niño al agua!

Su poema a la Semana Santa es una delicia.

Jueves Santo,

Viernes Santo,

duelo y llanto.

Tanta aflicción es de espanto;

no sé ni cómo la aguanto,

ni soporto, ni resisto,

ver al Hombre, ver a Cristo

tragar hiel ¡está tan visto!

Y en filas indias, detrás

y delante, nazarenos,

nazarenos,

nazarenos,

unos diez mil, indio más

indio menos;

el interminable lote;

por docena, un iscariote,

de agudos de capirote;

y el impenitente brote

de unicornios,

de bicornios,

de tricornios;

la teoría del cuerno

rogándole al Padre Eterno

que nos libre del Infierno.

Y el blandón, el cirio, el hacha,

y el hacha, el cirio, el blandón,

y suma y sigue la racha,

y ¡toma!, más procesión,

y otro paso, y otro envite,

hasta que Dios resucite.

Y, ¡qué tonos!,

la semana está de monos.

Y va, que arde, de cera

litúrgica, la carrera;

la de Cristo, nos espera;

Muchos,

muchos,

muchos,

muchos

¡¡cucuruchos!!

A su pluma, a su ternura y sensibilidad, le debemos el más breve y sencillo villancico que se ha escrito hasta ahora. Es una cuarteta, también rescatada por sus amigos, resumen de su encanto.

Cuando con los otros niños,

de Niño jugabas Tú,

¿Sabías, o no sabías

que eras el Niño Jesús?