V
EL SEXO, EL CLERO, LA ARISTOCRACIA Y LAS OBSESIONES EPIGRAMÁTICAS

Es también Granés un gran satírico, aunque menos afortunado en el talento. En cada esquina, un poeta. Cada día, un nuevo periódico. Lo resalta Gordillo Courciéres. En aquella España rural y analfabeta, con diecisiete millones de españoles, se publicaban, además de los periódicos nacionales y regionales de la época, decenas de revistas satíricas, rebosantes de preceptiva literaria y firmas osadas. Así, El Acabóse, El Anti-Cristo, Barcelona Cómica, El Bazar Murciano, La Broma, El Buñuelo, El Caos, La Carcajada, El Cencerro, El Cesante, El Culebrón, El Fandango, La Filoxera, La Flaca, Fray Gerundio, Fray Supino, Fray Liberto, Fray Tinieblas, Fray Verás, El Garbanzo, Gedeón, La Jeringa, El Látigo, El Loro, Madrid Cómico, El Matamoscas, El Matute, El Nene, El Padre Adán, El Padre Cobos, El Papagayo, La Pitita, Relámpago, La Risa, La Saeta, Sancho Panza, El Tío Camorra, El Tío Conejo, El Tío Manolo, La Tomasa, El Trancazo… Había que llenarlos, y los llenaban.

Epigramas y poetas para todos los gustos, todas las sensibilidades y armonías. De tono alto y tono bajo, sutiles o procaces. Así, de la hipocresía ante el sexo. Siglo XIX cachondo y lujurioso, disfrazado de falsas apariencias. De un tal Fray Gaspar.

A Juan Arango, pianista de gran fama

decía la otra noche cierta dama:

—¿No me toca usted nada

que a pasar nos ayude la velada?

Y complaciente Arango,

por tocarla algo, le tocó el «fandango».

Las señoritas «bien» no beben ni fuman. Pero el rapé ha entrado con fuerza en las modas sociales y su consumo no está del todo mal visto en fiestas y saraos.

Pepita a Pepe le dio

de su caja de rapé

un polvo; él lo tomó

y estornudando exclamó:

—¡Qué buen polvo tiene usté!

Teobaldo es amante de los animales, y en su epigrama se adivinan añoranzas de doble sentido. Esta quintilla ha superado los tiempos y se ha convertido en letra de cuplé:

Una gata encantadora tengo,

van a verla ahora,

es una cosa divina.

—¡Pepe! Saca la minina

que la vea esta señora.

La inocencia de las niñas cotufas de la época contrasta con la pervertida maldad de los pollos calaveras, ricos y titulados.

Yendo en el mismo vagón

con Juana, el conde del Álamo

sintió tal voraz pasión

que le dijo de rondón:

—¿Iremos juntos al tálamo?

El tálamo —creyó Juana

que era una estación lejana—

y le contestó: —No tal;

yo voy sólo al Escorial,

a la casa de mi hermana.

Ya el eufemismo del conejo. El más viejo y logrado sinónimo de coño. La pregunta del alumno al profesor. «¿Qué es más grande, el conejo o la liebre?». «La liebre, señor Fresneda». «Entonces mi novia, liebre».

Escribía Arenas:

Inés, la de Villarejo,

en la plaza vende caza,

y ayer gritaba en la plaza,

—¿Quién me compra este conejo?

Y Celestino Frías.

Vende barato Inés Rute

conejo a varias tabernas,

porque lo entra de matute

escondido entre las piernas.

Los buenos modales no estaban reñidos con los objetivos preestablecidos. De Tejada.

Dijo un pollo muy cortés

a un casado despidiendo:

—Póngame usted a los pies

de su esposa doña Inés

(yo luego, me iré subiendo).

De Marcial de los Ríos esta fresca quintilla con juego de palabras.

La mujer de Marcos Limo,

a la que he visto con varios,

cada vez que a ella me arrimo

me dice que uno es su primo,

¡Su… primo los comentarios!

Y Liborio Porset, estupendo epigramista, no se queda atrás.

Cuentan que en cierta ocasión

que el sueño rendía a Justo,

su bella esposa, con gusto,

le gritaba: —¡Dormilón!

Mas como el hombre se asía

a la silla y no escuchaba,

ella se la meneaba

cada vez que se dormía.

De Conde, esta cuarteta que se ve venir desde el primer verso.

Una hija tiene Rampolla

joven llamada Teresa.

—¿Es muy bonita su polla?

—Sí, muy bonita, y muy tiesa.

Daniel Blanco relata la cursilería —muy actual, por otra parte— de utilizar los diminutivos con reticencia y abuso.

¡Qué costumbre la que tiene

la cursi de Carolina

de hablar en diminutivo

aunque ignore lo que diga!

—Cómo me gusta escuchar

el canto de la avecilla;

cuánto diera por tener

una buena berlinita.

Qué guapito es este joven,

qué monina es esa chica.

Y así todo. Por decir

una vez, no se me olvida,

que su novio de Almadén

una mina poseía

dijo: —En Almadén, Luisito

tiene una hermosa minina.

Liborio Porset de nuevo, ahora con la amenaza del Infierno. Los Diez Mandamientos amenazantes, y sobre todo, uno.

A un quinto, que era de Pinto,

amó a la hija de Modesto,

mas con tan mudable instinto,

que antes de olvidar al quinto

le empezó a gustar el sexto.

Manuel Amor Meilán relata la visita de una tal Encarnación a un cortijo, cuyo cortijero, sin duda, quedó encantado.

Visitando Encarnación

el cortijo de Clavijo,

vio en un patio del cortijo

un excelente lechón.

Tanteó con atención

desde el rabo hasta el hocico,

y dijo en tono meloso:

—¡Vaya un animal hermoso!

¡Qué gordo lo tienes, chico!

Hay mujeres que no tienen compasión con sus maridos. La del pobre Mas es una de ellas. Carlos Cano, un grandísimo epigramista, lo certifica.

A la mujer de Mas, Blas

la visita por demás,

y según propios y ajenos,

para la mujer de Mas,

lo de Mas es lo de menos.

Cuando debutó en el Liceo de Barcelona la célebre soprano italiana Borgi Mamo, toda la ciudad se estremeció de arte. Además de una notable soprano, la Borgi Mamo tenía una cualidad que no es habitual en las «divas», la belleza. Enrique Franco, que estaba alli, nos lo cuenta.

La noche que en el Liceo

debutó la Borgi Mamo,

y que sirvió de reclamo

su belleza, según creo,

con refinado interés,

una de la Compañía

preguntó al marqués de Andía:

—¿Qué tal la Mamo, marqués?

Desde que el mundo es mundo, la masturbación ha ocupado en nuestras vidas un período de gran intensidad. Es lo lógico. Si se supera la manipulación, el sexto mandamiento nos espera, y nos vamos al Infierno merecidamente, según nos alarman.

Haciendo frutas de cera

a su novia dijo Juan:

—Ya que los moldes están

puedes hacerme una pera.

Mucho más moderno, y se lo debo a la memoria del gran penalista José María Stampa. El autor del epigrama es un catedrático de la Universidad de Valladolid, Alejandro Díez Blanco. Parece ser que don Alejandro, profesor de Lógica, supo de asuntos que ocurrían en el parque vallisoletano de Las Moreras, y lógicamente lo explicó:

Bajo los negrillos que hay en Las Moreras

los seminaristas se hacen sendas peras,

sendas o recíprocas,

que es cosa frecuente el que, entre los curas

haya un intercambio de manufacturas.

La misma imagen metafórica con Salvador Granés.

Todo el que se va a casar

tendrá en su novia una alhaja,

si la consigue encontrar

limpia de polvo y de paja.

El sexto mandamiento, el sexo prohibido, la puerta de Satán, tiene también lugar en las cosas de la política. Esta estrofilla, cándida cuarteta, se cantaba durante la Primera República.

Dijo un día doña Justa

mientras conculcaba el Sexto:

—Si la República es esto,

la República me gusta.

La pobre doña Justa descubrió tarde el placer. Pura, en cambio, la joven que recuerda Campoamor, fue bastante avanzadita.

En la primera confesión a Pura

ya le negó la absolución el cura.

El sexo avanza. El maestro Cela, en su libro Memorias, Entendimientos y Voluntades, nos regala varias jotas, muy probablemente nacidas y cantadas en el XIX, que merecen nuestra atención. Si no son del XIX, son de don Camilo, o sea, que mejor.

Estaba yo un día meando

en la puerta de un ventorro,

y entonces pasaste tú

y me cortastes el chorro.

A eso se le llama un primer golpe de amor. Quizá de la misma sutileza y finura que esta jotilla.

Cuando te veo venir

y me miras cara a cara,

siento yo un placer tan grande

como si me la cascara.

Otra de don Camilo.

Siempre que me encuentro un pelo

me pongo a considerar,

si será de la cabeza

o de qué coño será.

Pero no todo es sexo, ni vicio, ni desprecio en el mundo epigramático. También se ridiculizan los defectos sociales, las situaciones ridículas y adversas. El español ha sido siempre muy aficionado a meter la pata, a inventar involuntariamente momentos difíciles por su falta de discreción. Manuel del Palacio nos brinda un ejemplo.

Diálogo al vuelo cogido

en el baile de Menchaca.

—Oriénteme usted, querido;

¿Quién es esa horrible vaca

que al pasar le ha sonreído?

—Se lo diré, caballero;

es doña Julia Terrón,

hija del duque de Ampuero,

y madre de este ternero

que está a su disposición.

El metedor de patas de Carlos Cano es más insistente. La va metiendo una tras otra hasta que su paciencia le enciende la indignación.

—Dígame usted, ¿Quién es ésa

que abre y cierra el abanico?

Sí, esa morsa. —¡Es mi señora!

—Perdone usted, he querido

decir la que está a su lado,

que es horrenda. —¡Es Rosarito

mi hija mayor! —No, la otra,

aquella que es como un higo

que ahora sonríe. —¡Es mi hermana!

—Sin duda bien no me explico;

me refiero a aquella rubia

que es lo más feo que he visto.

—¡Mi prima Rosa! —¿De veras?

¡Pues basta ya de remilgos!

¡Tiene usted una familia

que es un asco, buen amigo!

También el cotilleo, deporte nacional antes que la envidia, se registra en los versos de los poetas satíricos y coñones. En primera fila, como es costumbre, Manuel del Palacio, que dedica esta décima póstuma a un cotilla de la época. Los versos sirven perfectamente para leerlos con emoción en los entierros de los cotillas chuflas de hoy.

El que este mármol encierra

vivió, si se vive así,

con la humanidad en guerra;

y aunque inmóvil yace aquí

sigue escupiendo a la tierra.

Sólo no hirió su aguijón

a su madre, noble acción

que elogiársele podría,

a no mediar la razón

de que no la conocía.

Es José Bernat Baldoví, poeta satírico valenciano, natural de Sueca, el primer feminista español. Pero el feminismo fundamentalista y fanático no se lo ha reconocido. De 1855 datan estos versos, que piden el paso libre para la mujer:

¡Pobre España! Tú ya ves

que bajo distintos nombres

—Antón, Pedro, Juan o Andrés—,

siempre te gobiernan hombres

desde el año treinta y tres.

Y si bien, con torpe afán

te han hecho tascar el freno

cual a un turco el Gran Sultán,

nada te han dado de bueno

Pedro, Andrés, Antón ni Juan.

Si pues, tan menguados son

para regir los destinos

de nuestra infeliz nación,

los talentos masculinos

de Andrés, Juan, Pedro o Antón,

¿Por qué al ver tan poco medro

en cuanto a ti te concierne,

te has de aguantar como un cedro,

y dejar que te gobierne

Juan, Andrés, Antón o Pedro?

Corta de una vez la cepa,

fortuna juvat audaces,

y que toda Europa sepa,

de lo que somos capaces

Carmen, Rosa, Juana y Pepa.

En el polo opuesto, Liborio Porset, que define a las mujeres con el afecto y el cariño que siguen.

Lagartija con mezcla de caimán

cordero con fiereza de león,

paloma con instinto de gorrión,

céfiro que se trueca en huracán.

Bebida entre jarabe y alquitrán,

suave manjar que causa indigestión,

lira de oro que suena a mal violón,

libro escrito en vascuence y alemán.

Máquina de llorar y de reír,

manantial de dolor y de placer,

goma en ceder, acero en resistir.

Angel a quien debemos el nacer,

diablo que nos persigue hasta morir…

Esto es, ni más ni menos, la mujer.

La medicina, los médicos y la poesía y los poetas nunca se han llevado bien. Los doctores tienen buenas razones para no llevar a los poetas a su círculo de amistades. El dolor, la enfermedad y la muerte no cuentan con horizontes de amnistías entre los epigramáticos. La enfermedad destruye, arruina la paciencia y encamina hasta la insolencia. De una dolencia en particular, trata el siguiente epigrama, divertidísimo, que se mofa de la resignación cristiana que las esposas, enfermeras y religiosas intentan infundir en los enfermos para superar sus crisis.

Sin estudiar medicina,

se sabe con evidencia,

que la retención de orina

es una fuerte dolencia.

Era uno que se quejaba

de esta grave enfermedad,

y su mujer le exhortaba

a tener conformidad.

«Acuérdate —le decía—,

lo que el Santo Job pasaba

y cuánto el pobre sufría».

Y el marido respondía:

«De acuerdo. ¡Pero meaba!»

Al médico no se le perdonan aficiones ajenas a su ciencia.

Es muy sabio mi médico Medina,

canta bien, baila bien, es buen jinete,

maneja la pistola y el florete…

¡Lástima que no sepa Medicina!

Pascual Montagut tiene en alta estima y con fianza la sabiduría de los facultativos.

Llegó un muchacho a cansarse

de su vida desdichada,

y ayer, por la madrugada

salió dispuesto a matarse.

Se fue al mar, y a la corriente

lanzóse obstinado y fiero,

mas lo advirtió un marinero

y le salvó diligente.

En su decisión formal

luego un arma preparó,

contra el pecho disparó

y al fin… ¡nada!, cargó mal.

Volvió a casa, de ira rojo

con el intento de ahorcarse,

pero al ir a estrangularse

rompió el cordel, que era flojo.

Postrer recurso ensayó

empeñado en su porfía;

fingió que algo le dolía

y a su médico llamó.

De saber, haciendo alarde

le auscultó don Nicomedes,

y… les participo a ustedes

que el entierro es esta tarde.

Alcalde Valladares dibuja al médico malhumorado que no gusta de ser interrumpido en sus momentos de ocio por un caso urgente.

Al doctor Martín Potiño

de mal genio, según fama,

dijo el criado de Aliño:

—Que está de parto mi ama

y vaya a sacarle el niño.

El doctor le dio un vaivén,

y con malísimo empaque

y silbando como un tren

contestó: —Dile que quien

se lo metió, se lo saque.

El doctor Martín Potiño mataba, simultáneamente, al mensajero, porque la frase «le dio un vaivén» no tiene otra interpretación que «le dio un mamporro, o una leche, o una torta, o un coscorrón». El criado de Aliño se la llevó puesta.

Puestas, y muchas, se llevaron los clérigos. Siempre ha sido España un país de doble vertiente religiosa. O detrás de los curas en procesión, o detrás de los curas en persecución. O con cirios o con palos. De la Guardia se cachondea de la capacidad de los sacerdotes homilíacos para hacernos ver a los fieles que somos malísimos y los culpables de todo.

Un cura que predicaba

el miércoles de Pasión,

en medio de su aflicción

estas frases murmuraba:

—¡Por vosotros le prendieron,

por vosotros le injuriaron,

por vosotros le azotaron,

y por vosotros le hirieron!

Las mujeres que esto oían

a suspirar empezaban,

y unas, el suelo besaban,

y otras, llorando gemían.

—¡Por vosotros le escupieron!, el sacerdote insistió; y entonces, un fiel gritó:

—¿Y por usted, qué le hicieron?

También en letrinas inofensivas, y que han saltado de generación en generación por la música de sus versos.

El cura de Alcañices

a la nariz le llama las narices;

y el cura de Alcañiz

a las narices llama la nariz.

Y así viven felices,

el cura de Alcañiz y el de Alcañices.

La crisis vocacional la retrata, con malísima idea —como siempre—, Juan Martínez Villergas.

Profesando una monja

contra su gusto,

dijo al atar el lazo

de su infortunio.

—Sí, yo profeso…

rencor a la abadesa

y odio al convento.

A principios de siglo, el cardenal Benavides visitó la villa de Calamocha. Las autoridades locales y provinciales se volcaron con Su Eminencia, y organizaron en su honor un recital de jotas. Cuando le llegó el turno al jotero Marcelino Sangarrén, alias «El Bizco», el recital tuvo que ser suspendido y aquello terminó como el rosario de la aurora. Y es que «El Bizco» no estuvo diplomático.

El monte cría conejos

y la ladera da vides,

y que le den cuatro hostias

al cardenal Benavides.

El poeta más ripioso de la historia es el padre Carulla, autor de La Biblia en verso, que escribió totalmente en serio y es imposible de leer sin soltar continuas carcajadas. A él se le atribuye una Historia de Jesús también versificada, con dos estrofas culminantes.

Así, para explicar en rimas el Nacimiento de Nuestro Señor, el padre Carulla escribe:

Nuestro Señor Jesucristo

nació en un pesebre.

¡Donde menos se espera,

salta la liebre!

En su afán salvador y misionero, Jesús marcha a la pecadora ciudad de Betulia, donde el mal y la perversión casi alcanzan los niveles de Sodoma y Gomorra. Pero el padre Carulla, lejos de alarmarnos, nos hace sentir la tranquilidad que dominaba el ánimo de Jesús en tan complicada misión.

Y entonces Cristo se fue

a la ciudad de Betulia,

como quien se va a un café,

o a una tertulia.

Muy probablemente, el padre Carulla fue el maestro del clérigo poeta, que en Vélez Málaga, a finales del pasado siglo, pronunció su sermón de la Pasión desde el púlpito íntegramente en verso. Cuando los fieles estaban a punto de dormirse por acuerdo unánime, se oyó el bombazo.

Le coronaron de espinas,

y a poco le dejan tuerto…

¡Pedazos de hijos de puta!

¿No es «pa» cagarse en sus muertos?

El anticlericalismo rimado alcanza cotas de obsesión en la Segunda República, y tiene en Luis de Tapia —«Poeta del Pueblo» le llamaron— a su mejor juglar. Luis de Tapia fue el poeta satírico más popular de la época, rabiosamente antimonárquico y contrario a la religión. Volveremos a él en su momento, no sin dejar prueba de su odio al clero, que sólo se suaviza por la glotonería.

—Haga profesión de fe.

—Presto estoy, padre Isidoro.

—¿Quién hizo el mundo?

—No sé.

—¿Tenemos alma?

—Lo ignoro.

—¿Hay Dios?

—Lo preguntaré.

Cuando la persecución a los religiosos se hace insoportable, cuando los conventos e iglesias de Madrid arden como piras, cuando la barbarie lincha a los sacerdotes y quema las obras de arte conservadas en los monasterios y parroquias, cuando el Gobierno republicano se establece el cierre de los espacios religiosos, Luis de Tapia, inteligente y agudo señorito del Madrid revolucionario, escribe una elegía dedicada a las monjitas cocineras y confiteras con el título Lo sentiré.

Aunque eternamente he sido

un radical convencido,

si se cierran los conventos

lanzaré amargos lamentos.

Y empaparé mil esponjas

en lágrimas por las monjas.

¿Que por qué, lector piadoso?

Pues… porque soy muy goloso.

¡Qué bollo tan excelente

hacen las de San Vicente!

¡Qué yemas tienen tan ricas

las hermanas Dominicas!

¡Qué bien hacen las Oblatas

las tortillas con patatas!

¡Cómo ponen el conejo

las madres de San Alejo!

¡Qué dulce el pastel de fresas

de las monjitas Salesas!

¡Qué peras hacen tan finas

las hermanas Ursulinas!

¡Qué huevos moles tan gratos

baten las Paulas, a ratos!

¡Qué bien sabe la arropía

de las Siervas de María!

¡Cómo endulzan el melón

las del Sacro Corazón!

¡Qué guindas, dulces y lisas

hacen las monjas Clarisas!…

Otra diana de los epigramistas es la aristocracia. Es curiosa la fijación de los poetas con la figura del «marqués». Para la clase media, el marqués es el paradigma de la nobleza, más que el duque, que el conde, que el vizconde o que el barón. Y cuando un marqués se arruina, o un marqués pierde combustible, o un marqués es un bala o un marqués sufre un tropiezo, el ingenio popular no perdona.

De un marqués que abusaba de gozos traseros y que falleció repentinamente, dijo el poeta:

Dejó este mundo de abrojos

por fin el señor marqués.

El marqués cerró los ojos…

los tres.

En su Jardín de las víboras Jaime Campmany escribe que el epigrama anterior se refiere a un marqués más pedorro que marica. No sé, no sé. Demasiado pedorro había de ser para trascender su trompeteo fuera de su círculo familiar y social. Me inclino más por la segunda opción.

López Silva narra con soltura la muerte de un aficionado a los toros, que «marqués era».

Cuando ya estuvo el toro preparado

entró el espada, le pinchó en un lado,

y el arma, despedida por la fiera,

se clavó en el cogote de un casado

que estaba en la barrera,

y marqués era.

Mas con tan mala suerte,

que al pobre aficionado dio la muerte.

¡Y aún me dice su viuda muy formal

que falleció de muerte natural!

En su discurso de ingreso en la Real Academia Española, Antonio Mingote, el genio del humor español del siglo XX, nos regala este diálogo rescatado de las páginas del Madrid Cómico. Cachonda envidia española.

—¿No estás ya con el marqués?

—¡Pero hombre, si se arruinó!

—¿En cuánto tiempo?

—En un mes.

—¡Caramba, me alegro!

—Y yo.

Alvaro Cubillo de Aragón trata de la alegría de un marqués recién enviudado.

El marqués y su mujer

contentos quedan los dos.

Ella se fue a ver a Dios,

y a él le vino Dios a ver.

Pero el ataque más brutal y directo contra un aristócrata lo protagoniza en 1931 Rafael Alberti, con su Romance al duque de Alba. Se refiere Alberti —que pocos años antes, en 1928 escribe de un Domecq el poema más adulador, cautivador y bien cobrado que escribiera nunca— a Jacobo Fitz James Stuart, duque de Alba, padre de la actual titular. Aquí se desahoga el Alberti revolucionario y vengativo, y al modo de un Balbontín cualquiera, escribe:

El labio imbécil, caído;

ojos de lagarto muerto.

La comprobada impotencia

reblandecida, hasta el suelo.

Acuérdate, señor duque,

triste gargajo siniestro,

el último que tu casta

escupiera como ejemplo,

como muestra de un gusano

ya retepodrido y seco.

La historia de tu familia

la clausurarás, corriendo,

no los cerrojos dorados

que clavaran tus abuelos

sobre las puertas primeras

que tan noblemente abrieron,

sino los más miserables

cerrojos de tu despecho.

Duque de Alba, duque de Alba,

señorito madrileño[16],

jamás soñaste un palacio

mejor que el que tú has deshecho.

Las manos que lo guardaban

no lloran de sentimiento,

lloran de rabia y de cólera,

y empuñan alto, el remedio

que ha de terminar con gentes

como tú, canijo perro,

mixto de cabrón y mona,

ni de España, ni extranjero,

hijo de ninguna parte,

rodado excremento muerto,

último duque de Alba,

Alba triste, sin recuerdo.

¿Por qué esa crueldad con el duque de Alba? Alberti, uno de los más grandes poetas españoles, prodigio de la luz y de la palabra, heredero del talento milenario de su bahía, madrugador de imágenes insólitas y compositor de los poemas más musicales de su brillante generación, era comunista. Lo era y lo es hoy, felizmente, a sus noventa y cuatro años. También lo era en 1928, cuando escribe estrofas de adulación sin límite a otro aristócrata, el vizconde de Almocadén, poderoso bodeguero de Jerez de la Frontera. No es el romance de Alberti al duque de Alba un arrebato de furia proletaria contra la nobleza. Es una manía personal. De odiar a la aristocracia jamás hubiera escrito, ya militando en el Partido Comunista de España, este poema al vizconde de Jerez. Poema compensado económicamente y que rompe un tanto el esquema de proletario invulnerable del gran poeta del Puerto de Santa María.

¡Párate, gran vizconde! Ten el freno

áureo de tu caballo jerezano,

y al pie del Guadalete, ya sereno

presta tu oído a un ruiseñor cristiano.

¡Detente, gran vizconde, frena y mira

cómo el viento en tu honor se vuelve lira!

Licencia tú mi canto, caballero,

buen caballero, flor de Andalucía

y tu alma para un himno verdadero

dé al alma de mi voz el alma mía.

Que ella alcance por ti, luz duradera.

¡Oh gran rey de Jerez de la Frontera!

Y después de doscientos cuatro versos más de frenesí cobista, el extraordinario Rafael termina su encargo de esta guisa:

Y adiós, vizconde-rey, que en la alta rama

de tu reinado, a la pura rosa

siempre avive de amor la tierna llama

de tu hermano, tus hijos y tu esposa.

Que tu estrella no apague el aire y siga

su órbita intacta que «Domecq Obliga».

Ya iremos hasta el gran poeta, en su auténtica y divertidísima vertiente satírica.