57

Callie pidió que hubiera tres personas presentes en ese momento. Marilyn, Elaina y yo. Bonnie está presente pues se sobrentiende que así tiene que ser, lo cual a Callie le parece de perlas.

Se despertó dos días después de que Peter Hillstead muriera. Desde entonces han pasado otros dos días y el médico se dispone a comprobar el grado de sensibilidad que tiene Callie en los pies. Por más que ella procura ocultarlo, observo que está aterrorizada.

Tiene un aspecto horroroso. Está pálida, cansada. Pero vive.

Ahora comprobaremos si volverá a andar.

El médico sostiene uno de esos instrumentos que todo el mundo ha visto, pero que nadie sabe cómo se llama, semejante a una espuela con un mango. Se dispone a pasar esas afiladas puntas por las plantas de los pies de Callie.

—¿Está preparada? —le pregunta.

Elaina, situada a un lado de la cama, toma la mano de Callie, y yo, situada al otro, hago lo propio. Bonnie observa la escena con cara de preocupación.

—Hágame cosquillas, cielo.

El médico pasa la espuela por la planta de su pie izquierdo.

—¿Ha sentido algo? —pregunta mirándola.

Callie abre mucho los ojos, aterrorizada.

—No —responde con un hilo de voz.

—No se inquiete —le dice el médico para tranquilizarla. Presiento que esto no va bien porque Callie me está triturando la mano.

—Probemos en el otro pie. —El médico pasa la espuela por el pie derecho. Todos esperamos…

De pronto el dedo gordo se mueve un poco. Callie contiene el aliento.

—¿Lo ha sentido? —pregunta de nuevo el médico.

—No estoy segura…

—No se preocupe. Que el dedo gordo se mueva es una excelente señal. Probémoslo de nuevo. —El médico vuelve a pasar la espuela por la planta del pie. Esta vez, el dedo gordo se mueve en el acto.

—¡Lo he sentido! —exclama—. No mucho, pero lo he sentido.

—Magnífico —dice el médico con tono tranquilizador—. Ahora quiero que haga otra cosa. Quiero que procure mover de nuevo el dedo, el que ha respondido al estímulo.

Callie tiene la mano sudorosa. Siento que le tiembla un poco.

—Vamos —dice Elaina—, inténtalo. Seguro que lo conseguirás.

Callie se concentra en su dedo gordo con la misma intensidad que un corredor olímpico en la línea de salida. Su esfuerzo mental es palpable.

El dedo gordo se mueve.

—¡Esta vez he sentido algo! —dice Callie eufórica—. Es como una conexión. No sé si lo que digo tiene sentido…

El médico sonríe satisfecho. Ninguno de nosotros nos hemos atrevido a relajarnos, a emitir un suspiro de alivio, pero ahora presiento esa posibilidad. Queremos oír esas palabras de labios del facultativo.

—Sí. Tiene mucho sentido. Y es una excelente noticia. Hay sólo un cinco por ciento de posibilidades de que experimente cierta discapacidad. Nada que una fisioterapia no pueda remediar, pero incluso en ese caso no debe preocuparse. Es cuestión de que su cuerpo aprenda de nuevo a procesar los mensajes entre el cerebro y las piernas. —Hace una pausa—. No obstante, me atrevo a afirmar que no se quedará paralítica.

Callie apoya la cabeza en la almohada y cierra los ojos. En la habitación suena un coro de «gracias a Dios», como un huracán de alivio.

De pronto oímos un gemido que nos hace enmudecer.

Es un sonido como el que emite alguien que pugna por liberarse de algo que la aprisiona, descomunal y terrorífico, un lamento. Todos nos volvemos hacia Bonnie.

La pequeña Bonnie está apoyada en la puerta de la habitación de Callie, con la cara arrebolada, los ojos llenos de lágrimas, tapándose la boca con el puño. Tratando de contener un volcán de dolor que exige desahogarse.

La miro estupefacta. Es como si alguien me hubiera rajado el corazón en dos con una navaja.

Bonnie era, de todos nosotros, quien más temía que Callie no se recuperara, y lo que acaba de ocurrir ha sido tan inesperado que ha hecho que su dolor sea aún más abrumador. Aparte de eso, intuyo otro motivo. Si Callie se hubiera quedado paralítica, Hillstead hubiera ganado a los ojos de Bonnie. La niña grita por su madre, por mí, por Elaina, por Callie y por ella misma.

La voz de Callie traspasa el aire suavemente como una flecha.

—Acércate, cielo —dice con una ternura que me deja completamente pasmada.

Bonnie se acerca corriendo a la cama. Toma la mano de Callie, cierra los ojos y rompe a llorar mientras restriega su mejilla contra los nudillos de Callie una y otra vez. Llora porque se alegra de que se haya salvado y al mismo tiempo por su propio mundo.

Callie le murmura unas palabras ininteligibles mientras los demás nos quedamos mudos.

Aunque quisiéramos, no habríamos podido articular palabra.

Callie me ha pedido que me quede unos momentos, para hablar a solas conmigo.

—Supongo —dice al cabo de unos segundos— que a estas alturas todo el mundo sabe que Marilyn es mi hija.

—Más o menos —contesto sonriendo.

Callie suspira, pero no es un suspiro de resignación.

—Qué le vamos a hacer —dice. Pasados unos instantes añade—: Marilyn me quiere.

—Lo sé.

—Pero no es por eso que te pedí que te quedaras —dice.

—¿Ah, no? Entonces, ¿por qué me lo pediste?

—Hay algo que debo hacer y… aún no estoy preparada para hacerlo con Marilyn. Quizá no lo esté nunca.

—¿A qué te refieres? —pregunto perpleja.

Callie me indica que me acerque. Me siento en el borde de la cama.

—Acércate un poco más.

Yo obedezco. Me sujeta suavemente por los brazos, atrayéndome hacia ella, y me abraza.

Tardo un momento en reaccionar, y entonces cierro los ojos y la abrazo con fuerza.

Callie rompe a llorar. En silencio, sin decir una palabra, pero con todo lo que lleva dentro.

Yo la abrazo y dejo que llore, pero no me siento triste.

No son lágrimas de tristeza.