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Creo lo que ha dicho Patricia. Que hace mucho tiempo que nadie ha traspasado esa puerta. La cerradura se resiste. Probablemente nadie la ha abierto desde hace casi treinta años. Alan intenta una y otra vez girar la llave en la cerradura, pasando de una intensa concentración a ponerse a blasfemar como un minero.

—Por fin —dice Alan y se oye el clic de la cerradura—. Ya está.

Alan se endereza y abre la puerta de par en par. Veo unos escalones de madera que conducen a la oscuridad del sótano. Por primera vez se me ocurre una pregunta.

—Estamos en California, Patricia. No creo que construyeran este sótano junto con la casa. ¿Lo mandó construir Keith?

—No, su abuelo —responde Patricia señalando el lado izquierdo de la puerta—. ¿Ve esa mancha en la pared? Keith me dijo que antiguamente había un anaquel falso fijado sobre unos goznes que ocultaba la puerta. No sé por qué lo quitó. —Patricia permanece un tanto retirada de la entrada al sótano. Como si tuviera miedo—. Esa escalera conduce a un pasaje. El sótano no está situado directamente debajo de la casa. Keith me dijo que su abuelo mandó que lo construyeran así adrede. Debido a los terremotos.

—¿No ha bajado al sótano desde el terremoto de 1991? —pregunta Jenny.

—No he vuelto a bajar desde ese día. El interruptor está en la pared a la derecha. Tengan cuidado. —Con esto Patricia da media vuelta y regresa apresuradamente al cuarto de estar. Casi a la carrera.

Jenny me mira arqueando las cejas.

—Esto no me gusta, Smoky. Existen razones por las que no tenemos sótanos en California. Razones llamadas «acontecimientos sísmicos». Puede ser arriesgado bajar ahí.

Reflexiono sobre lo que dice Jenny, pero sólo unos momentos.

—Estoy impaciente por bajar y ver qué hay en este sótano —contesto.

Ella me observa durante unos instantes y asiente con la cabeza.

—Yo también —confiesa sonriendo—. Pero baja tú primero.

Echo a andar escaleras abajo, seguida por los demás. A medida que bajamos el sonido de nuestras pisadas sobre la madera se hace más tenue. Supongo que es debido a la tierra que hay alrededor de nosotros y sobre nuestras cabezas, que constituye un método de insonorización natural. Todo está en silencio en el sótano. Es un lugar fresco, silencioso y solitario.

Tal como nos ha dicho Patricia, al pie de la escalera hay un estrecho pasadizo de hormigón. A unos cinco metros distingo una sombra en forma de puerta. Tardamos unos momentos en alcanzarla y junto a ella veo un interruptor. Enciendo la luz y entramos en el pasadizo.

—¡Joder! —dice James—. ¡Fijaos en eso!

Es una sala espaciosa, de unos cuarenta y cinco metros cuadrados. No está decorada ni contiene ningún elemento que llame la atención. Es un espacio de hormigón gris, iluminado por bombillas, con muebles funcionales.

Lo que ha llamado la atención a James es algo que ha visto en la pared izquierda del fondo.

Me acerco, asombrada. La pared está cubierta, desde el techo hasta el suelo, con atlas anatómicos del cuerpo humano, de tamaño natural. Todos están debidamente etiquetados, empezando por el exterior, un cuerpo humano en su integridad. Luego aparece sin piel, mostrando el sistema muscular, seguido por otros atlas que muestran los órganos con todo detalle.

Al acercarme a esa pared observo otra situada al fondo, en sombras debido a la escasa iluminación. Lo que veo en esa otra pared hace que un escalofrío me recorra el cuerpo.

—Mirad esto —digo a los otros.

La pared está pintada de blanco, para resaltar las letras negras que aparecen escritas en ella:

Los mandamientos del Destripador:

1. Buena parte de la humanidad es ganado. Vosotros descendéis de los antiguos depredadores, los cazadores primigenios. No dejéis nunca que la moral del ganado os aparte de vuestra misión.

2. Nunca es pecado matar a una puta. Están engendradas por el diablo y constituyen un furúnculo en la piel de la sociedad.

3. Cuando matéis a una puta, y salgáis de las sombras, matadla de la forma más atroz que sea posible, para que sirva de lección a otras putas.

4. No os arrepintáis de celebrar el haber asesinado a una puta. Descendéis de un antiguo linaje, y sois carnívoros. Vuestra sed de sangre es natural.

5. Todas las mujeres son propensas a convertirse en putas. Tomad a una mujer sólo para perpetuar el linaje. No permitáis que os trastorne la mente o el corazón. Son úteros reproductores, nada más.

6. Nuestras enseñanzas sólo pueden ser transmitidas a un hijo varón, jamás a una hija.

7. Cada Destripador debe buscar a su Abberline. Debéis dejar que os persigan, a fin de aguzar vuestros sentidos y potenciar vuestras dotes.

8. Hasta que encontréis a vuestro Abberline, debéis ocultar vuestras obras.

9. Es preferible morir que estar enjaulado.

10. Los descendientes del Hombre Sombra no conocen el temor. Satisfacen sus necesidades sin vacilar y sin escrúpulos. Esforzaos siempre en obrar así. Buscad el riesgo calculado, el reto que hace que os arda la sangre.

11. Jamás olvidéis que descendéis del Hombre Sombra.

—Maldita sea —murmura Don.

Yo coincido con él.

—Fijaos en eso —dice Alan.

En la habitación hay tres hileras de estantes.

—Más anatomía. Todo tipo de textos sobre Jack el Destripador. —Alan se acerca, toma un volumen de uno de los estantes y lo abre—. Lo que suponía —dice mirándome—. Diarios. —Alan lo hojea, deteniéndose en una página, y me lo entrega para que lo mire.

En el interior del diario hay fotografías en blanco y negro pegadas con cinta adhesiva, que ocupan varias páginas. Muestran a una joven atada a una mesa y amordazada. Los muros que aparecen en la fotografía parecen los de esta habitación. Me detengo unos momentos para examinar los estantes.

—Alan —digo. Cuando él se acerca, señalo una mesa ante nosotros y luego la fotografía del diario.

—Maldita sea —dice éste con el rostro crispado—. Ocurrió aquí mismo.

Las fotografías muestran la violación, tortura y extirpación de las vísceras de la joven. Las espeluznantes imágenes parecen formar parte de un macabro «cursillo». Como si el hombre enmascarado que aparece en ellas ofreciera un seminario sobre sufrimiento y depravación.

—Cielo santo —exclamo—. ¿Cuántas fotos hay?

—Yo diría que cerca de un centenar.

Paso las hojas de las fotografías y leo una de las entradas.

Peter está demostrando que pertenece a nuestro linaje, aunque sólo tiene ocho años. Observó cómo asesiné a esa puta, tomó fotografías y me formuló preguntas inteligentes. Se mostró especialmente interesado en la mecánica de la extirpación de órganos. Me complace observar que su problema con los vómitos, que hace un año que desapareció, no ha vuelto a presentarse.

Leo otra entrada en el diario.

Esta vez llevé a Peter a cazar conmigo. Al día siguiente no tenía que ir al colegio y creo que es importante que empiece a involucrarse más en nuestra misión. A fin de cuentas ha cumplido diez años. Me complació observar que tiene buenas dotes.

Nota al margen: Peter se avergonzó cuando yo desnudé a la puta y notó que estaba empalmado. Le expliqué la mecánica de su reacción y obligué a la puta a masturbarlo con la mano. Peter se mostró fascinado y dio la impresión de gozar con la experiencia. Luego me dio las gracias.

Y otra más:

Peter me ha preguntado hoy cuántos años tenía cuando maté a mi primera puta. Yo dudé en contarle toda la verdad. Él posee la fuerza de los de nuestro linaje y temí revelarle la debilidad de mi padre. Temí que empezara a dudar de la nobleza de nuestra sangre. Por fin decidí contárselo todo: que mi padre me había ocultado el secreto de nuestro linaje. Que yo había descubierto la verdad gracias a mis indagaciones sobre nuestra genealogía. Le expliqué las débiles disculpas que adujo mi padre cuando le conté lo que había descubierto. Le dije que mi padre y mi madre trataron de convencerme de que yo estaba loco. Comprendí que no tenía motivos para preocuparme por Peter. La adoración con que me miró cuando le hablé de mi perseverancia, de mi búsqueda de la verdad y la forma en que me vengué de mi padre es algo que atesoraré siempre.

—Joder —murmura Alan—. Es tal como dijo Patricia. Ese tipo empezó a pervertir al chico a una edad muy temprana.

—Peter no tuvo la oportunidad de criarse como un niño normal —comenta James—. Aunque ahora ya no importa. Lleva demasiado tiempo cometiendo atrocidades. Es irrecuperable.

Yo no respondo. Oigo un ruido estruendoso en mi cabeza y estoy mareada. Unas descargas eléctricas me sacuden el cuerpo. He leído la última página del diario y la firma que veo estampada en ella me ha llenado de terror, rabia, incredulidad, vergüenza y sensación de haber sido traicionada.

Quizá sea una coincidencia, pienso.

Pero sé que no lo es.

Contemplo los mandamientos pintados en el muro y leo de nuevo el séptimo: 7. Cada Destripador debe buscar a su Abberline. Debéis dejar que os persigan, a fin de aguzar vuestros sentidos y potenciar vuestras dotes.

—¿Smoky? —pregunta Alan con tono seco, preocupado—. ¿Qué ocurre?

No contesto. Me limito a entregarle el diario, indicando la firma que he visto. Keith Hillstead.

Hillstead.

Su hijo se llama Peter.

Conozco a Jack Jr. Y él me conoce a mí.

Íntimamente.