Nos encontramos en el apartamento de Street. Barry y yo observamos mientras Alan seguía machacándole sistemáticamente. No logró que éste confesara la identidad de Jack Jr., pero confesó todo lo demás. Le contó cómo Jack se había puesto en contacto con él, cómo elegían a sus víctimas y otros datos. Street había firmado una confesión y estaba empapado en sudor, se había desmoronado y no cesaba de balbucir como un cretino. Alan salió de la sala de interrogatorios. Había conseguido destrozarlo.
El dragón se siente satisfecho.
De pronto suena mi móvil.
—Barrett.
—Soy Gene, Smoky. Supuse que te gustaría saber que el ADN de Street concuerda con el ADN hallado debajo de la uña de Charlotte Ross.
—Gracias, Gene. Es una buena noticia.
Después de una pausa, él pregunta:
—¿Va a recuperarse Callie?
—Creo que sí. Pero hay que esperar.
Gene suspira.
—Te dejo —dice.
—Adiós.
—El lugar está muy limpio —comenta Alan.
Echo una ojeada a mi alrededor. Tiene razón. El apartamento de Street no sólo está limpio, está inmaculado. Algo bastante común en una persona obsesiva compulsiva. Además, carece de personalidad. No hay fotografías colgadas en las paredes, ni de Street, ni de su familia, ni de amigos. Ni cuadros ni grabados. El sofá es de lo más funcional, al igual que la mesita de centro. El televisor es pequeño.
—Una decoración espartana —murmuro.
Entramos en el dormitorio. Al igual que el cuarto de estar, está impecable. Las sábanas están bien estiradas, las esquinas remetidas con precisión militar. Street tiene un ordenador en una mesita situada frente a la pared.
De pronto me fijo en un objeto. La única cosa que está fuera de lugar, que no encaja. Un pequeño colgante, dispuesto minuciosamente junto a un libro de texto de la universidad. Me inclino para examinarlo más de cerca. Es un colgante de mujer, de oro, que pende de una cadena. Lo abro para mirar en su interior. Dentro hay una fotografía en miniatura de una mujer ya entrada en años, muy guapa. Deduzco que es la madre de alguien.
—Es bonito —comenta Alan.
Yo asiento con la cabeza. Dejo el colgante y abro el libro de texto. Es un libro de inglés básico universitario. Dentro hay una inscripción: «Este libro pertenece a Renee Parker. Aunque no lo parezca, es mágico, ¡ja, ja, ja! Es mi alfombra mágica. ¡Así que no lo toquéis, imbéciles!».
Está firmado y fechado.
—¿Cuánto tiempo hace de eso…?, ¿veinticinco años?
Asiento de nuevo. El corazón me late aceleradamente. Por fin hemos dado con él. Ésta es la clave.
Que nos mostrará el rostro de Jack.
Acaricio el libro, paso los dedos sobre la inscripción.
Quizá resulte efectivamente mágico.