La capilla del hospital está en silencio. La tengo para mí sola. Callie está en el quirófano y aún no nos han dicho nada. Todos están aquí. Leo, James, Alan, Elaina y Bonnie. El director adjunto Jones viene de camino.
Estoy postrada de rodillas, rezando.
Nunca he creído en el Dios en el que cree buena parte de la gente. En un ser que está en lo alto, omnipotente, gobernando el universo.
Pero creo que existe algo. Algo que no siente un gran interés por nosotros, pero que de vez en cuando echa un vistazo para comprobar cómo les va a las hormigas.
Me arrodillo y junto las manos porque quizás ésta sea una de esas ocasiones.
Estoy manchada de sangre y tengo fragmentos de sesos adheridos a mi ropa. Estoy cubierta de violencia.
Pero agacho la cabeza y rezo, un murmullo constante y desesperado.
—Me han arrebatado a Matt, a mi hija y a mi mejor amiga. Un tipo se ensañó conmigo con una navaja y me ha dejado unas cicatrices espantosas. Sufro pesadillas que hacen que me despierte gritando por las noches. He pasado seis meses sufriendo lo indecible, deseando morir. Bonnie se ha quedado muda debido al horror que le provocó un psicópata. Y Elaina, una de las mejores personas que conozco, una mujer por la que siento un profundo cariño, tiene cáncer. —Hago una pausa para enjugarme una lágrima con mano temblorosa—. He procurado afrontar todo eso. Me ha llevado un tiempo, pero lo he conseguido. —Otra lágrima se escapa y rueda por mi mejilla. Crispo las manos hasta que me duelen—. Pero esto, no. No lo acepto. Es demasiado. Callie no. Te propongo un trato. ¿Estás listo? —Percibo la desesperación y el tono implorante de mi voz—. Si haces que Callie viva, puedes hacer lo que quieras conmigo. Lo que sea. Dejarme ciega. Incapacitada. Hacer que contraiga un cáncer. Quemarme la casa, hacer que me echen del FBI. Hacer que me vuelva loca. Matarme. Pero haz que Callie viva. Te lo ruego.
Mi voz se quiebra y yo también. Siento que algo se rompe en mi interior, causándome un dolor que hace que me doble hacia delante y extienda las manos para amortiguar el golpe. Caigo a cuatro patas, y observo mis lágrimas derramándose sobre las losas del suelo de la capilla.
—¿Quieres que me arrastre ante ti? —murmuro—. ¿Quieres que alguien vuelva a violarme y a rajarme con una navaja? De acuerdo. Pero haz que Callie viva.
No hay respuesta, ni un atisbo de respuesta. Pero no me importa. No esperaba una respuesta. Tan sólo necesitaba decirlo. Llámenlo hablar con Dios, rogar a Alá o imaginar un objetivo. Da lo mismo. Necesitaba implorar al universo que permita que Callie sobreviva. Necesitaba demostrar que estaba dispuesta a sacrificarlo todo, lo que fuera, con tal de salvar a mi amiga.
Por si alguien atiende mi súplica.
Salgo de la capilla y regreso a la sala de espera. He tardado un rato en recobrar la compostura, pero aún me siento ofuscada, conmocionada y rota. Sé que en estos momentos debo estar aquí para apoyar a mi gente. Ése es mi deber. Mi lugar. Lo que debe hacer un líder.
—¿Se sabe algo? —pregunto. Me siento orgullosa de mí misma. La voz no me tiembla.
—Aún no —responde Alan con tono taciturno.
Les miro a todos. James tiene una expresión sombría. Leo no deja de pasearse arriba y abajo. Alan muestra un abatimiento como pocas veces he observado en él. Sólo Elaina y Bonnie se muestran tranquilas, lo cual no deja de asombrarme. Hace un rato corrían un grave peligro. Uno nunca sabe de dónde saca las fuerzas en momentos como éste.
Percibo el olor aséptico, los pequeños sonidos, como unos zumbidos, que se oyen siempre en un hospital. Todo está en silencio. Como en una biblioteca donde las personas sangran y se mueren.
Me siento al lado de Bonnie.
—¿Cómo estás, tesoro?
Ella asiente con la cabeza y luego la mueve en sentido negativo. Tardo un minuto en captarlo. «Estoy bien, no tienes que preocuparte por mí», me dice.
—Me alegro.
De repente se abre la puerta de la sala de espera y aparece el director adjunto Jones. Parece muy alterado.
—¿Dónde está Callie? ¿Está bien? ¿Qué ha ocurrido?
Me levanto y me acerco a él. Al oír el sonido de mis tacones sobre el suelo enlosado del hospital, me doy cuenta de que hay una parte de mí que está aún aturdida y conmocionada.
—Está en el quirófano.
Después de observarme unos momentos, Jones pregunta:
—¿Cómo está?
—La bala le penetró en la parte superior del pecho. Nueve milímetros. No hay un orificio de salida. Ha perdido mucha sangre y la han trasladado directamente al quirófano. Es lo único que sabemos. —Un informe conciso, limpio y eficiente. Reprimo una pequeña burbuja de histeria. Como las burbujitas en el vino…
Jones me mira rojo de ira. Me choca la furia que observo en sus ojos, porque es algo que jamás he asociado con ese hombre. Su furia mitiga la rabia que se acumula en mi interior.
—¿Cuánto hace que la llevaron al quirófano? —pregunta con tono hosco.
—Dos horas.
Jones da media vuelta y comienza a pasearse por la habitación. Luego se vuelve bruscamente y me señala con el dedo.
—Escuche con atención, Smoky. Dos de mis agentes han muerto y otro está en el quirófano. A partir de ahora no quiero que ninguno de ustedes, sin excepción, permanezca solo. Si eso significa que algunos de ustedes tienen que convivir en la misma casa hasta que esto termine, así será. No quiero que vayan al baño ni se suenen la nariz sin que les acompañe otra persona. ¿Entendido?
—Sí, señor.
—No quiero más bajas. ¿Me oye, Smoky? ¡Ni una más!
Encajo la furia de Jones, me doblego ante la tormenta. Ésta es su versión de la escena entre Tommy y yo en el coche. Es su forma de descargar su ira contra Joseph Sands. Es su manera de demostrar que se preocupa por nosotros. Me identifico con él.
La tormenta pasa y Jones recupera su talante habitual. Se pasa una mano por la frente. Me doy cuenta de que sostiene una pequeña pugna consigo mismo. La misma que he mantenido yo conmigo misma hace un rato. Jones es el jefe. Tiene que comportarse como el jefe.
—Vamos a organizarnos mientras aguardamos. Infórmeme de lo ocurrido.
Le informo de que hemos arrestado al que formaba pareja con Jack Jr. Le informo sobre la llamada telefónica de Elaina, sobre el tipo que he matado en el aparcamiento, sobre lo ocurrido en casa de Alan.
—¿Dónde está el tipo al que disparó en la mano?
—Aquí —respondo—. Lo han trasladado también al quirófano. Tratan de restituirle los dos dedos.
—Que le den —rezonga Jones.
Con el rabillo del ojo veo a Bonnie asentir con la cabeza. Lo cual me deja pasmada.
—¿Y los otros tres? —pregunta Jones—. ¿Han muerto?
—Sí.
—¿Quién los mató?
Eso tiene que incluirse en el informe, haciendo constar cada bala que haya sido disparada.
—Yo maté al tipo del aparcamiento. Elaina disparó contra uno de los que entraron en su casa. Alan y Callie mataron al hombre que empuñaba la pistola.
El director adjunto Jones mira a Elaina. La expresión de sus ojos se ha suavizado.
—Lo lamento —dice. Lamento que usted, una civil, tuviera que matar a un hombre, le dice Jones con la mirada. Elaina lo comprende.
—Gracias.
—¿Creen que esos tipos son los seguidores de Jack Jr.?
—No tenemos ninguna duda al respecto, señor.
—¿Qué me dice del sospechoso que atrapó esta noche? ¿Era uno de ellos? ¿Está segura?
—No del todo hasta que él mismo o las pruebas lo confirmen, pero sí… encaja en el esquema.
Jones asiente en un gesto de conformidad.
—Eso ha estado bien. Muy bien. —Guarda silencio unos momentos, meditando sobre el asunto. Nos mira a todos. Cuando vuelve a hablar, lo hace con un tono más suave—. Escuchen, esperaremos aquí hasta saber si Callie va a salir de ésta. Sólo podemos confiar en que así sea. Cuando todo haya terminado, tanto si Callie logra sobrevivir como si no, nos pondremos de nuevo a trabajar. Primero la furia, luego la tristeza.
Nadie le contradice. Lo único que observo en todos es una firme determinación. Al parece Jones también se percata, porque asiente con la cabeza y dice:
—De acuerdo.
De pronto suena un móvil. Todos comprobamos si es el nuestro y veo a Tommy llevarse el suyo a la oreja. Casi me había olvidado de él. Es el intruso, y se ha sentado un tanto alejado del resto, dispuesto a esperar.
—Aguilera. —Tommy arruga el ceño—. ¿Quién es usted?
Observo en él una inquietante calma. No es una calma relajada. No, desea matar a quienquiera que esté al otro lado de ese teléfono. Me mira y dice:
—Un momento.
Tommy se acerca a mí, tapando el micrófono con una mano.
—Es él —dice.
Me levanto de un salto, seguida por prácticamente todos los demás. Las burbujas se disipan, suplantadas por el fogonazo cegador de la sorpresa.
—¿Te refieres a Jack Jr.? —pregunto incrédula.
—Sí. Dice que quiere hablar contigo.
En mi mente bullen un millón de pensamientos. Eso se aparta de su modus operandi, no tiene sentido.
—¿Es posible rastrear la llamada? —pregunto a Tommy por ser el experto en sistemas de vigilancia electrónica.
—Si no lo hemos preparado con antelación, no.
Durante unos instantes me siento perdida.
El director adjunto Jones suspira.
—Hable con él, Smoky. No puede hacer otra cosa.
Alargo la mano y tomo el móvil. Después de respirar hondo una vez me lo llevo a la oreja.
—Soy Smoky.
—¿Cómo está, agente especial Barrett? —Jack Jr. utiliza un artilugio electrónico para distorsionar su voz. Tengo la sensación de conversar con un robot.
—¿Qué quiere?
—He pensado que deberíamos hablar al menos esta vez. Si no cara a cara, móvil a móvil. Los correos electrónicos y las cartas son muy impersonales, ¿no cree?
—Yo creo que ha convertido este asunto en algo muy personal. Además, es un cochino embustero.
Jack se ríe. El aparato para alterar su voz le da un tono siniestro.
—¿Se refiere a los visitantes que les he enviado? Bien, es cierto. Pero no se trata de mentir. Es que me aburría. En muchos aspectos, estos jueguecitos que me llevo con usted son tan satisfactorios como los trabajos que les hago a mis putas.
Deseo hacerle daño. Destruir su arrogante autocomplacencia.
—¿Ha visto mi pequeño spot en la televisión, Jack?
Se produce un prolongado silencio. Cuando responde, siento una feroz satisfacción al comprobar que su voz suena apagada.
—Sí, Smoky. He visto sus mentiras.
—¿Mentiras? —replico con una carcajada breve y despectiva—. ¿Por qué iba yo a mentir? Lo que ocurre es que no quiere aceptarlo. No existe ningún «legado», ni el útero de Annie Chapman, ninguna misión sagrada. El mentiroso es usted, Jack. ¡Toda su vida es una mentira! ¡Ni siquiera es capaz de imitar el modus operandi del Destripador! El Destripador mataba a putas, no a policías. Usted no sabe lo que quiere. Al menos el Destripador elegía a un tipo de víctima y no cambiaba de criterio. ¿Qué le ocurre, Jack, no puede afrontar la verdad? ¿No se da cuenta de lo patético que es?
Le oigo respirar trabajosamente, enfurecido. Incluso eso suena artificial, irreal.
—¿Sigue ahí, Jack?
Tras otra larga pausa contesta:
—Un truco muy ingenioso, Smoky. La aplaudo y felicito. ¿Por qué iba usted a mentir? Por un motivo muy simple: para hacer que me enzarce en una lucha psicológica con usted. Para desestabilizarme. —Jack se detiene; casi siento su ira—. Jamás dije que yo fuera el Destripador, estúpida zorra. Dije que descendía del Destripador. Pero he evolucionado. Le he superado. ¿Quiere saber por qué la persigo a usted y a sus colegas al igual que a las putas? Porque soy genial. Porque me da la gana. Por la misma razón que me divierte crear a mis acólitos. Porque puedo hacerlo.
Durante unos breves instantes siento la tentación de informarle de que hemos capturado a su colega. Pero consigo refrenar ese impulso.
—No, porque es usted un imbécil, Jack. ¿Dice que ha evolucionado? No lo creo. Al Destripador original jamás lo atraparon. Pero yo voy a atraparle a usted. Se lo aseguro.
Se produce una larga pausa. Cuando Jack toma de nuevo la palabra, la furia ha desaparecido de su voz. Se expresa con calma. Ha recuperado el control.
—Hablando de putas, ¿cómo está la pequeña Bonnie?
Me esfuerzo en dominarme. Necesito que Jack siga hablando. Decido probar otra táctica. Bajo mi voz, procurando adoptar un tono razonable.
—¿Por qué no deja de fingir, Jack? Los dos sabemos a quién desea atrapar, ¿no es cierto?
Él hace una pausa antes de responder.
—¿A quién se refiere, agente especial Barrett?
—A mí.
El director adjunto Jones hace un gesto simulando cortarse el cuello.
—¡No! ¡Maldita sea, Smoky!
Yo no le presto atención.
—¿Me equivoco?
Jack suelta otra risotada.
—Ay, Smoky, Smoky, Smoky… —dice con tono paternalista—. Quiero atraparlos a todos, cariño. A las putas, a usted y a todas las personas que usted quiere. A propósito, ¿cómo está nuestra estimada Callie? ¿Va a superar el trance?
Una rabia incontenible hace presa en mí.
—¡Que le den!
—Le concedo un día —dice Jack ignorando mi furia, restándole importancia—. Luego morirá otra puta. Y usted y los suyos también se divertirán un rato largo.
Tengo la sensación de que Jack se dispone a colgar.
—Espere.
—No. Esta vez no he podido resistir la tentación de llamarla, pero es una forma arriesgada de comunicarnos. Al menos para mí. No espere otra llamada mía. La próxima vez que oiga mi voz, será en persona, y usted gritará como una posesa. —Una breve pausa—. Una última cosa: si la agente Thorne muere, le aconsejo que la incineren. De lo contrario quizás exhume su cadáver para… jugar con ella. Como hice con la dulce Rosa.
Jack Jr. cuelga, dejando sus palabras grabadas en mi mente.
—Pero ¿estás loca? —me espeta James. Su tono airado me sorprende, y le miro estupefacta. Me parece increíble que se haya atrevido a decirme eso aquí, en estos momentos, en este lugar. Me choca la intensa ira que veo en sus ojos. Está temblando, invadido por una furia que emana por cada uno de sus poros.
—¿A qué viene esto? —replico, incrédula.
—¿Cómo se te ha ocurrido burlarte de él? No pudiste resistir la tentación, ¿no es así? —Las palabras de James destilan veneno—. Ese tipo va a por nosotros, y no se te ocurre otra cosa que estimular su ira. Siempre haces lo mismo. A nosotros nos dices que somos invencibles y a ellos lo mismo. ¡Menuda gilipollez!
James prosigue sin apenas detenerse, las palabras brotan de sus labios atropelladamente, inexorables.
Le miro atónita.
—¿Qué, no te acuerdas que apareciste en televisión por la época en que perseguíamos a Joseph Sands? Dijiste que era un cretino patético, te burlaste de él, confiando en que mordiera el anzuelo. —James se detiene mirándome con los ojos centelleantes, indignado—. Sands se tragó el anzuelo, mató a tu familia y estuvo a punto de matarte a ti, y ahora ese psicópata está empeñado en matarnos a todos. ¿No has escarmentado? Keenan y Shantz han muerto, ¿o no lo sabías? ¿Es que tiene que morir Callie también para que lo comprendas? —James se acerca a mí—. ¿No te has dado cuenta de que cada vez que te haces la dura mueren otras personas? —Se detiene. Tengo la sensación de que una goma elástica está tensada al máximo y a punto de romperse, soy consciente del tembloroso silencio que se produce justo antes de un trueno. James rompe el silencio—: ¿Ni siquiera la muerte de tu marido y tu hija te ha hecho escarmentar?
Lo miro boquiabierta, dispuesta a abofetearle. No una tímida bofetada, sino un bofetón asestado con el dorso de la mano, capaz de saltarle un par de dientes y partirle la nariz. Experimento un deseo tan intenso de hacerlo que siento el sabor a sangre en la boca. Dos cosas me lo impiden. Una la casi instantánea expresión de vergüenza que veo en sus ojos. La otra es Bonnie, que se ha colocado junto a James y le tira de la mano.
—¿Qué quieres? —le pregunta. Parece tan aturdido como yo.
Bonnie le indica que se arrodille junto a ella. Observo a James obedecer a la niña mientras tiemblo y me estremezco.
La niña le propina una bofetada con la palma de la mano. Y aunque sólo tiene diez años y es menuda para su edad, la bofetada suena como un trallazo en la sala de espera.
James la mira pasmado, boquiabierto, y cae sentado al suelo. Yo contemplo la escena con incredulidad. Bonnie me mira brevemente, asiente con la cabeza y regresa junto a Elaina.
Todos callan. Siento su silencio y su asombro. James se levanta lentamente, acariciándose la mejilla, con una expresión de vergüenza, dolor y estupor.
Cuando me dispongo a decir algo, ocurren de nuevo dos cosas que me lo impiden. La hija de Callie entra apresuradamente y al cabo de unos instantes aparece un cirujano, sudoroso, rendido. Durante unos momentos no sé a quién dirigirme, pero Marilyn resuelve el problema acercándose al cirujano.
—Vamos por partes —dice éste con voz grave y cansina—. La agente Thorne está viva.
—¡Gracias a Dios! —exclama Elaina.
Siento un alivio tan profundo que estoy a punto de desplomarme de rodillas. Pero me controlo.
El cirujano alza la mano para imponer silencio.
—La bala le pasó rozando el corazón. Y está entera. Pero su trayectoria fue un poco tortuosa y acabó incrustándose cerca de la parte superior del hombro izquierdo, rozando, desgraciadamente, la columna vertebral.
La temperatura de la habitación parece descender varios grados cuando el doctor pronuncia las palabras «columna vertebral».
—La espina dorsal no está seccionada. Pero está dañada y un poco hinchada. Además, se ha producido una hemorragia interna.
—¿Cuál es el pronóstico, doctor? —pregunta Jones.
—El pronóstico es que la agente Thorne ha perdido mucha sangre y ha sufrido un importante traumatismo. Su estado es crítico. Parece estable, pero el peligro no ha pasado aún. —El cirujano se detiene, como si buscara la forma más delicada de decir lo que va a decir—. Aún existe la posibilidad de que muera. No es probable, pero no podemos descartarla.
Marilyn formula la otra pregunta. La que todos tememos.
—¿Y el problema de la espina dorsal…?
—Yo creo que la agente Thorne se recuperará. La inflamación que afecta a la columna bajará sin causar una parálisis permanente. Pero… —El médico suspira—. No podemos estar completamente seguros. Siempre cabe la posibilidad de que se produzca una parálisis permanente.
Marilyn se tapa la boca con la mano y abre los ojos desmesuradamente.
Yo rompo el silencio:
—Gracias, doctor.
El cirujano asiente con gesto cansado y se marcha.
—Dios, qué horror… —se queja Marilyn—. Justamente ahora que la he conocido y…
Rompe a llorar. Me acerco a ella y la abrazo mientras sus sollozos se intensifican.
Mis ojos están secos. El golpe me ha hecho tambalear, pero no voy a caerme.