40

A la mañana siguiente me despierto sintiéndome satisfecha y con el cuerpo dolorido. Como si hubiera aplacado una sed. Tommy no está junto a mí, pero al aguzar el oído le oigo trajinando abajo. Me desperezo, sintiendo cada músculo de mi cuerpo, y me levanto.

Me ducho, lamentando eliminar de mi cuerpo el olor a Tommy, pero luego me siento más animada. Una buena sesión de sexo, al igual que un buen maratón, siempre te deja agotada. Una ducha siempre resulta más agradable si antes te has ensuciado.

Tras recrearme unos instantes pensando eso, me visto y bajo. Tommy está en la cocina.

Presenta el mismo aspecto que antes de que nos acostáramos, sin una arruga en el traje. Está despabilado y alerta. Ha preparado café y me ofrece una taza.

—Gracias —digo.

—¿Vas a salir dentro de poco?

—Dentro de una media hora. Antes tengo que hacer una llamada.

—Avísame cuando estés lista para marcharte. —Tommy me mira unos momentos, como una esfinge, hasta que esboza una media sonrisa.

—¿Qué ocurre? —le pregunto arqueando una ceja.

—Nada, pienso en anoche.

Le miro.

—Fue maravilloso —digo con tono quedo.

—Sí —contesta Tommy ladeando la cabeza—. No me has preguntado si salgo con alguien.

—Supongo que si salieras con alguien lo de anoche no hubiera ocurrido. ¿Me equivoco?

—No.

Fijo la vista en mi taza de café.

—Escucha, Tommy, quiero decirte algo a propósito de anoche. Sobre lo que dijiste. Que no sabías si esto nos conduciría a algo. Quiero que sepas que fui sincera al decir que no me importa si esto no nos conduce a ninguna parte. Pero…

—Pero en caso contrario, también te parece bien —contesta él—. ¿Era eso lo que ibas a decir?

—Sí.

—Bien. Porque yo pienso lo mismo. —Tommy extiende la mano y me acaricia el pelo. Me apoyo unos instantes contra él—. Lo digo en serio, Smoky. Eres una mujer sensacional. Siempre lo he pensado.

—Gracias —respondo sonriendo—. ¿Cómo debemos calificarlo? ¿Cómo un rollete de una noche que puede convertirse en otra cosa?

Tommy retira la mano de mi pelo y se echa a reír.

—Eso me gusta. Avísame cuando estés lista para marcharte.

Asiento con la cabeza y salgo de la cocina, sintiéndome no sólo bien, sino algo aún más importante: cómoda. Ocurra lo que ocurra entre nosotros, ni Tommy ni yo nos arrepentiremos de anoche. A Dios gracias.

Subo de nuevo la escalera, saboreando mi café como si fuera el elixir de la vida. Lo cual, teniendo en cuenta mi disparatado horario, quizá lo sea. Son las ocho y media, pero estoy segura de que Elaina es una mujer madrugadora. Marco su número de teléfono.

—¿Sí? —responde.

—Hola, soy Smoky. Siento lo de anoche. ¿Cómo está Bonnie?

—Creo que bien. Sigue sin hablar, pero sonríe con frecuencia.

—¿Ha dormido bien?

—Anoche gritó en sueños. La desperté y la acuné durante un rato. Luego volvió a dormirse apaciblemente.

—Lo siento, Elaina, de veras. —Siento la típica culpabilidad de una madre. Mientras yo gozaba como una loca, Bonnie gritaba atormentada por el pasado—. No sabes cuánto te lo agradezco.

—Bonnie es una niña que ha sufrido mucho y necesita ayuda, Smoky. Esto nunca será un problema en nuestra casa. —Las palabras de Elaina son sinceras y brotan del corazón—. ¿Quieres hablar con ella?

El corazón me da un vuelco al comprender que ardo en deseos de hablar con ella.

—Sí.

—Un momento.

Al cabo de unos minutos Elaina regresa y dice:

—Aquí está. Voy a pasarle el teléfono.

Oigo unos sonidos cuando Bonnie toma el teléfono y luego el sonido de su respiración.

—Hola, tesoro —digo—. Ya sé que no puedes responderme, de modo que hablaré yo. Siento mucho no haber ido a recogerte anoche. Trabajé hasta muy tarde. Cuando me desperté esta mañana y vi que no estabas a mi lado… —Me detengo. Oigo la respiración de Bonnie—. Te echo mucho de menos.

Silencio. Más ruidos, seguidos por la voz de Elaina.

—Un momento, Smoky. —Elaina dice algo apartando la boca del teléfono—. ¿Tienes algo que decirle a Smoky, cariño? —Más silencio—. Yo se lo diré. —Elaina se dirige ahora a mí—: Bonnie ha sonreído, se ha abrazado y ha señalado el teléfono.

Siento un pellizco en el corazón. No necesito que nadie me traduzca esto.

—Dile que yo acabo de hacer lo mismo, Elaina. Tengo que irme, pero pasaré esta tarde a recogerla. Procuraré no tener que dejarla más noches en tu casa. Al menos durante un tiempo.

—Aquí nos encontrarás.

Después de colgar me quedo un rato con la vista fija en el infinito. Soy consciente de todas las emociones que experimento, las evidentes y las más sutiles. Siento unos sentimientos muy intensos por Bonnie. El deseo de protegerla, una gran ternura, un cariño incipiente. Son unos sentimientos muy fuertes, reales. Pero hay otros sentimientos más tenues, que giran a través de mí como hojas secas, que pasan de puntillas. Uno es irritación. Por no poder alegrarme del rato que pasé anoche con Tommy. Es un sentimiento leve, pero que posee su propia fuerza. El egoísmo de una niña pequeña que no quiere compartir nada con nadie. ¿Es que no me merezco un poco de felicidad?, murmura con petulancia.

Y está la voz de los remordimientos. Es una voz suave, untuosa y sibilina. Formula una sola pregunta, pero muy potente: ¿cómo te atreves a ser feliz cuando la niña no lo es?

Esta reflexión me produce un escalofrío. He oído todas esas voces con anterioridad. Cuando era la madre de Alexa. Ser madre no consiste en una cosa de una sola nota, una obra de un solo acto. Es complejo, y contiene a la vez amor e ira, generosidad y egoísmo. A veces te sientes maravillada y abrumada por la belleza de tu hijo. A veces, durante unos breves instantes, desearías no tener un hijo.

Siento estas cosas porque me estoy convirtiendo en la madre de Bonnie. Lo cual genera otra voz acusadora, de reproche y dolor. ¿Cómo te atreves a quererla?

¿No te acuerdas?

Tu cariño engendra muerte.

En lugar de amedrentarme, esa voz me enfurece. Me atrevo a quererla, replico, porque no tengo más remedio. Eso es lo que significa ser madre. El cariño te ayuda a superar la mayor parte de los problemas, el deber te ayuda a superar el resto.

Quiero que Bonnie se sienta segura, que tenga un hogar, y ese sentimiento es real.

Desafío a las voces a que me respondan. Pero se abstienen.

Perfecto.

Es hora de ponerse manos a la obra.

La puerta del despacho se abre de golpe y entra Callie. Lleva unas gafas de sol y sostiene una taza de café.

—No me hables todavía —dice con tono malhumorado—. La cafeína aún no me ha hecho efecto.

Olfateo el aire. Callie siempre bebe un café riquísimo.

—Mmm… —digo—. ¿Qué es? ¿Avellana?

Se aparta, sosteniendo su taza de café como si temiera que yo se la arrebatara.

—Es mío —replica hoscamente.

Yo me acerco a donde tengo el bolso y saco un paquete que contiene unos pequeños donuts de chocolate. Callie arquea las cejas.

—Mira —digo agitando el paquete—. Unos suculentos donuts de chocolate. Están riquísimos.

El rostro de Callie refleja unas emociones casi tan violentas como un conflicto nuclear.

—De acuerdo —dice con aspereza. Toma la taza que hay sobre mi mesa y la llena de café hasta la mitad—. Ahora dame dos de esos donuts.

Saco dos donuts de la bolsa y se los ofrezco al tiempo que ella me da la taza de café. Cuando ambos objetos se encuentran, Callie me arrebata los donuts de la mano y yo le arrebato la taza de café. Hemos hecho un intercambio de rehenes. Ella se sienta a su mesa y se pone a devorar los donuts mientras yo me bebo el café.

Sabe a gloria.

Callie bebe el café y come los donuts sin dejar de observarme atentamente. Siento que es una mirada especulativa a la vez que penetrante, aunque lleva puestas unas gafas de sol.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—Eso quisiera saber yo —murmura dando otro bocado a su donut.

Joder, pienso. ¿Será cierto ese viejo mito de que cuando te acuestas con alguien se te nota en la cara?

—No sé a qué te refieres.

Callie sigue observándome a través de sus gafas de sol y sonriendo de oreja a oreja.

—Lo que tú digas, cielo.

Decido no hacerle caso.

Leo, Alan y James llegan prácticamente uno detrás de otro. Leo parece como si le hubiera atropellado un camión. James tiene el aspecto de siempre.

—Acercaos —digo—, vamos a coordinar nuestras tareas. Leo, James, ¿habéis obtenido algún resultado de la búsqueda del nombre de usuario y la contraseña?

Leo se pasa la mano por el pelo.

—Nos hemos puesto en contacto con cada compañía y todas están dispuestas a colaborar con nosotros. —Consulta su reloj—. Hace media hora que hablé con la última. Espero tener algunos resultados dentro de una hora.

—Comunícamelo en cuanto sepas algo. Callie, ¿qué se sabe del análisis del ADN?

—Gene está agilizando el asunto al máximo, cielo. Me ha dicho que tendrá los resultados a última hora. Lo que significa que si hay una muestra de ADN y ese tipo está fichado, conoceremos su identidad a la hora de cenar.

Todos guardamos silencio, reflexionando. Sobre la perspectiva de conocer el rostro de uno de nuestros monstruos antes de que anochezca. De poder arrestar a ambos monstruos hoy mismo.

—Sería estupendo —murmura Alan.

—Desde luego —respondo—. Entretanto, ¿cuándo ha dicho el doctor Child que puede recibirme?

—A partir de las diez —contesta Callie.

—Bien. Callie, Alan, poneos en contacto con Barry y averiguad si los de la Unidad del Escenario del Crimen han conseguido algún resultado del análisis del resto de la habitación donde mataron a Charlotte Ross.

—De acuerdo, cielo.

—Voy a ver al doctor Child —digo mirando a todos—. Estamos oficialmente sobre la pista del asesino, chicos. No podemos dormirnos. La velocidad y el ímpetu son nuestras mejores bazas. —Consulto mi reloj y me levanto—. Andando.

Ha llegado el momento de arrojar otra red.

Llamo a la puerta del despacho del doctor Child antes de entrar. Está sentado a su mesa, leyendo un voluminoso expediente. Cuando asomo la cabeza alza la vista y sonríe.

—¡Smoky! Me alegro de verla. Pase —dice indicando las sillas colocadas frente a su mesa—. Siéntese. Disculpe un momento mientras examino mis notas. Es un caso fascinante.

Me siento y le observo mientras lee los folios que tiene ante sí. El doctor Child tiene casi sesenta años. Tiene el pelo canoso y luce gafas y una barba. Aparenta ser más mayor de lo que es. Siempre tiene un aspecto cansado, y sus ojos reflejan una expresión angustiada que no desaparece nunca, ni siquiera cuando se ríe. Lleva casi treinta años analizando las mentes de asesinos en serie. Me pregunto si yo mostraré esa expresión dentro de veinte años.

El doctor Child es la única persona que me merece más confianza que James y yo misma a la hora de descifrar qué motiva a esos monstruos.

Asiente para sí, alza la vista y se reclina en su silla.

—Usted y yo hemos colaborado en otros casos, Smoky, por lo que sabe que tiendo a extenderme demasiado en mis explicaciones. Me temo que en esta ocasión también lo haré, ¿le importa?

—Por supuesto que no, doctor. Siga.

El doctor Child junta las manos y apoya en ellas el mentón.

—En este caso voy a referirme a un solo individuo. Jack Jr. es nuestro personaje principal y dominante. ¿Está de acuerdo?

Asiento con la cabeza.

—Bien. Aquí tenemos dos opciones. La primera es posible, pero en mi opinión improbable. Concretamente, que él está fingiendo. Que su pretensión de ser descendiente de Jack el Destripador forma parte de una pantomima destinada a confundirles a ustedes. Pienso que es una opinión exageradamente paranoide e infructuosa.

»La segunda es la más probable y muy infrecuente. Hablamos de los casos de adoctrinamiento en contraposición a naturaleza. Una especie de prolongado lavado de cerebro. Alguien pasó mucho tiempo imprimiendo en Jack Jr. la identidad que éste ha asumido. En mi opinión, debió comenzar cuando nuestro hombre era muy joven. Es probable que el causante fuera su padre o su madre, o ambos.

»La mayoría de asesinos en serie que conocemos tienen un historial semejante. Por lo general entraña haber recibido malos tratos desde la infancia. Los malos tratos pueden ser físicos o sexuales. El resultado de esos malos tratos genera una rabia que la víctima no puede manifestar contra la persona que la maltrata, una persona de mayor envergadura y más fuerte que la víctima, una persona en quien confía desde el punto de vista emocional y que es una figura de autoridad. El maltratador casi siempre es el padre o la madre. La víctima quiere a esa persona y está convencida de que los malos tratos están justificados. Causados por haber hecho algo malo.

»La víctima tiene que desahogar su rabia. Si no tiene un objetivo inmediato, casi siempre la canaliza de tres formas. La primera, cometiendo un acto violento contra sí misma: orinándose en la cama hasta bien pasada la infancia. Posteriormente cometiendo actos violentos contra su entorno: provocando pequeños fuegos. Por último, cometiendo actos de una violencia extrema contra seres vivos: torturando y matando animales pequeños. Cuando alcanzan la madurez, esto le conduce a una conclusión lógica: lastimar a otros seres humanos.

»Todo esto, por supuesto, es una simplificación del tema. Los seres humanos no somos robots, y ninguna mente es semejante a otra. No todos los asesinos en serie se orinan en la cama, provocan incendios o matan animales pequeños. Los malos tratos que reciben no provienen siempre de su padre o de su madre. Pero con el tiempo hemos comprobado que las tendencias que hemos hallado hacen que esa simplificación sea más o menos precisa.

El doctor Child se reclina en su silla y me mira.

—Hay algunas excepciones. Raras, pero existen. Es el argumento que aducen los expertos que opinan que la explicación reside en la naturaleza. Me refiero a asesinos que provienen de familias respetables y padres honrados. Unas manzanas podridas. Cuyos actos no tienen una razón o una explicación aparente. —El doctor Child menea la cabeza—. ¿Por qué tiene que ser una cosa o la otra? Siempre he pensado, y muchos coinciden conmigo, que pueden ser ambas cosas. La naturaleza y el adoctrinamiento recibido. Claro está que el adoctrinamiento, como he dicho, suele ser la causa más frecuente y observable. —El doctor Child da unos golpecitos sobre el expediente que tiene ante sí—. En este caso, abundan las variables. Jack Jr. dice que no sufrió malos tratos físicos ni sexuales. Que no se dedicó a provocar incendios ni a torturar pequeños animales. Es posible que eso no sea cierto, que pretenda engañarse a sí mismo. Pero en caso contrario, representa una novedad. Un asesino en serie creado a partir de cero. Una persona que ha sido adoctrinada con insistencia y durante mucho tiempo hasta asumir unas creencias que él considera una certeza. En tal caso, se trata de un individuo extremadamente peligroso. No presenta trastornos psíquicos causados por malos tratos físicos o sexuales. No tiene una baja autoestima causada por esos abusos.

»Es capaz de operar a un nivel muy alto de racionalidad. No tiene dificultad alguna en vivir en sociedad. Es más, quizá le hayan enseñado a hacerlo.

»Jack Jr. hace lo que hace convencido de que es su destino. Que nació para cometer esas monstruosidades, aunque él no considera que sean monstruosidades. Porque desde el momento en que empezó a entender lo que le decían alguien le ha convencido de que precisamente eran todo lo contrario.

El doctor Child me mira fijamente.

—Jack Jr. está obsesionado con usted porque necesita esto para completar su fantasía. Él mismo lo ha dicho, que Jack el Destripador debe ser perseguido, preferiblemente por una persona brillante. La ha elegido a usted para ese cometido. Una elección muy acertada.

El doctor Child se inclina hacia delante y da de nuevo unos golpecitos sobre el informe.

—La verdad sobre el contenido del frasco que le envió, el hecho de que sean tejidos bovinos y no humanos, como él cree, puede ser el arma más eficaz que puede usted utilizar para atraparlo. Es un símbolo de todo cuanto él cree. Siempre lo ha aceptado como una verdad. Si averigua que este símbolo es una mentira, que siempre lo ha sido, podría desquiciarlo. Podría hacer que el mundo que él mismo se ha creado se desmoronara. —El doctor Child se reclina de nuevo en su silla—. Jack Jr. ha procedido de forma inteligente, organizada, precisa. Si averigua la verdad sobre el contenido de ese frasco, es posible que eso le destruya. Por supuesto, existe otra posibilidad que no podemos ignorar. Que rechace la verdad de plano. Que piense que es una mentira destinada a trastocar sus convicciones. En ese escenario, culpará a la persona que ha tratado de engañarle. Y sentirá el imperioso deseo de lastimarla. Ambos escenarios tienen sus ventajas, ¿no es cierto?

—Desde luego —respondo asintiendo con la cabeza.

—Tenga presente que ambos escenarios contienen posibles riesgos. Si alguien arrebata bruscamente a Jack Jr. la base sobre la que ha construido su vida, es posible que ello le lleve a suicidarse. En este caso, casi puedo garantizarle que no querrá morir solo.

Capto el mensaje. Un Jack Jr. enfurecido, despojado de toda esperanza, podría convertirse en un terrorista suicida. El doctor Child me dice que debemos estar preparados para esa posibilidad.

—¿Qué puede decirme sobre Ronnie Barnes?

El doctor Child asiente con la cabeza y fija la vista en el techo.

—Sí. El joven que Jack Jr. afirma haber conocido a través de Internet y «adoctrinado» él mismo. Un caso muy interesante, aunque no inédito. Matar en equipo no es tan infrecuente como piensan algunos. Charles Manson encabezó el grupo de asesinos más famoso, pero no fue el primero ni el último.

—Cierto —respondo—. Recuerdo en este momento veinte casos.

—La cifra es mayor, pero sí, a eso me refiero. Se calcula que un quince por ciento de víctimas de asesinos en serie fueron asesinadas por una banda de criminales. Y aunque este caso presenta una novedad, encaja con el escenario. Por lo general, suele tratarse de un equipo formado por dos individuos, aunque algunos están formados por más. Siempre hay una figura dominante, un individuo con una energía particular y una fantasía específica. Éste, o ésta, inspira a los otros, les estimula para que lleven a cabo sus fantasías. Todos ellos presentan trastornos psicóticos, pero algunos expertos sostienen, y yo coincido, que sin esa figura central, los otros no se habrían atrevido a dar el paso que les lleva a cometer un asesinato. —El doctor Child sonríe y observo cierto irónico cinismo en su expresión—. Lo cual no significa que sean unas víctimas. Es frecuente que al arrestarlos los individuos no dominantes declaren que fueron cómplices involuntarios. Pero las pruebas confirman lo contrario.

—La Banda del Destripador —digo.

El doctor Child me mira sonriendo.

—Un ejemplo excelente. Y relativamente reciente.

Yo me refería a los llamados Destripadores de Chicago de la década de 1980. Un psicópata llamado Robin Gecht encabezaba una banda compuesta por otros tres individuos que compartían sus tendencias y obsesiones. Cuando los atraparon habían violado, golpeado, torturado y estrangulado a más de diecisiete mujeres. La banda de Gecht se dedicaba a amputar uno o los dos pechos de sus víctimas, que posteriormente utilizaban con fines sexuales y… alimentarios.

—Según creo, Gecht nunca mató personalmente a nadie —observo.

—Así es. Pero era la fuerza motriz de la banda. Un individuo muy carismático.

—Éste es un cargo parecido —digo—, pero no idéntico.

—Explíquese —dice el doctor Child observándome con curiosidad.

—Es una intuición que tengo sobre ese tipo. No cabe duda de que Jack Jr. es el elemento dominante, el que lleva la voz cantante. Pero en la mayoría de asesinatos cometidos por más de un individuo se establece entre éstos una relación personal. Cada cual aporta algo al otro. Por más retorcidos que sean, forman un equipo. Jack sacrificó a Barnes, y lo hizo para atraer mi atención y confundirnos —digo meneando la cabeza—. Creo que los seguidores son un medio calculado para alcanzar un fin. No creo que Jack Jr. los necesite, desde el punto de vista emocional, para su fantasía.

El doctor Child junta las yemas de los dedos mientras reflexiona. Por fin suspira y dice:

—Eso concuerda con su doble victimología.

—¿Se refiere a que su otro tipo de víctima somos nosotros?

—Sí. Lo cual le hace más peligroso. Es un «hombre con un plan», por decirlo así. En este escenario el señor Barnes, y cualquier otra persona, desempeña el papel de peón. Una pieza de plástico que Jack Jr. mueve sobre un tablero. No es la peor noticia, pero tampoco la mejor. Cuanto menor sea su implicación emocional, menos probabilidades de que cometa un desliz.

Genial, pienso.

—Según usted, ¿qué método emplea Jack para captar a posibles compañeros de equipo? —pregunto.

—Es obvio que Internet le ofrece a un tiempo anonimato y acceso. —El doctor Child se expresa con un tono casi melancólico—. La persistente ironía es que los inventos que transforman el mundo son capaces de grandes logros o pueden ser utilizados para hacer el mal. Por un lado, Internet ha derribado las barreras políticas. En Rusia comenzaron a enviar correos electrónicos antes de la caída del telón de acero. Gentes de distintas partes del mundo pueden comunicarse en un abrir y cerrar de ojos. Los americanos y esquimales comprueban que no son tan distintos entre sí. Por otro lado, la Red proporciona un espacio prácticamente libre de trabas para los Jack Jr. de este mundo. Páginas web de violaciones, pedofilia, páginas dedicadas a mostrar fotos de víctimas de ejecuciones o resultados sangrientos de accidentes de tráfico. —El doctor Child me mira—. De modo que, para responder a su pregunta, y basándome en las pruebas que Jack Jr. nos ha proporcionado hasta la fecha, deduzco que busca adeptos en áreas donde pueda observarlos primero. Al principio no tiene que hacer nada más que observar. Seguramente buscará ciertas proclividades. Como todas los manipuladores, buscará temas de conversación clave, para congraciarse con sus posibles compinches, temas que domina. No obstante —el doctor Child se inclina hacia delante—, al cabo de un tiempo tiene que reunirse con ellos cara a cara. Los correos electrónicos y los chats no le bastan. Por varias razones. Una es la cuestión de seguridad. Es demasiado fácil fingir una identidad a través de la Red. Nuestro Jack no teme arriesgarse, pero antes de cualquier riesgo se prepara a fondo. Quiere cerciorarse de que la persona con la que está hablando es quien dice ser y como dice ser.

—¿Cuáles son los otros motivos? —pregunto.

—Ante todo, se trata de una calle de dos direcciones. Los individuos con los que Jack se ha puesto en contacto a través de Internet también querrán verificar su identidad. Pero lo que es más importante, no me parece probable que Jack les induzca a llevar a cabo sus fantasías sin una interacción personal por su parte. No, si yo estuviera en su lugar me lo tomaría con calma, buscaría a posibles compinches y redactaría una lista. Luego verificaría de algún modo la identidad de esos individuos. Después establecería contacto con ellos a través de Internet. Por último me reuniría con ellos para conocerlos personalmente. A partir de ahí, puede elegir entre varios métodos para someterlos a su voluntad. Quizá comience a pequeña escala. «Espiemos a una asociación de mujeres universitarias. Demos una paliza a una prostituta, pero sin matarla. Ahora matemos a un gato mirándole a los ojos cuando muere». Al proceder poco a poco, Jack destruye cualquier atisbo de moral que los otros puedan tener para regular su comportamiento, para sentirse seres humanos. Después de haber metido un pie en el infierno, ¿por qué no van a meter los dos? A fin de cuentas, y no lo olvidemos, para ellos el infierno representa el paraíso.

—¿Cuánto tiempo puede llevar eso a Jack? Me refiero a condicionar a una persona y conseguir que cruce esa línea.

El doctor Child me mira.

—¿Me pregunta cuántos adeptos puede haber creado Jack?

—Básicamente.

El doctor Child extiende las manos.

—Quién sabe. Depende de muchos factores. ¿Cuánto tiempo lleva Jack dedicándose a eso? ¿Dónde busca a sus compinches? Por ejemplo, puede elegir a violadores que han obtenido recientemente la libertad condicional para ponerse en contacto con ellos y moldearlos… El salto de la violación al asesinato es pequeño.

Contemplo los cansados ojos del doctor Child mientras asimilo sus palabras. ¿Cuántos años? ¿Cuántos adeptos ha logrado crear Jack Jr.? No lo sabemos. Es imposible saberlo.

—Hay otra cosa que me preocupa de Jack, doctor. Usted lo mencionó al decir que le gusta correr riesgos. Ese proceso de crear seguidores es una empresa peligrosa. Cualquiera de ellos podría traicionarle. —Meneo la cabeza—. Parece una contradicción. Por un lado, Jack es inteligente. Muy inteligente y muy cauteloso. Por el otro, se expone a riesgos enormes. No lo entiendo.

El doctor Child sonríe.

—No ha tomado en cuenta la explicación más simple de esa contradicción.

—¿A qué se refiere? —pregunto frunciendo el ceño.

—Que está loco.

—¿Que está loco y punto? —pregunto perpleja.

—Permita que se lo explique —responde el doctor Child adoptando una expresión seria—. Pero no pierda de vista ese dato. Constituye la navaja de Occam de mi profesión, la cual me ha sido muy útil en numerosas ocasiones. —El doctor Child se reclina en su silla y prosigue—: En cuanto a los pormenores… Creo que hay dos factores. Uno concuerda con la fantasía. Me refiero a esa disparatada «propagación de la especie» consistente en pasar el testigo del Destripador y demás. —El doctor Child se detiene—. El otro se refiere al hambre de esos individuos.

—¿Qué hambre?

—Lo que motiva a todos los asesinos en serie. La necesidad que les impulsa a hacer lo que hacen. Supera su cautela. —El doctor Child se encoge de hombros—. Este proceso de ponerse en contacto con otros, manipularlos, moldearlos, es irracional. Aparte de su locura en términos generales, Jack Jr. no se ha comportado de forma irracional. A menos que exista una motivación lógica que aún no hemos adivinado, esta desviación debe estar motivada por algo que no tiene nada de racional. El hambre. Cometer esas atrocidades aplaca su hambre, y la necesidad de aplacarla es más satisfactoria e importante que su seguridad.

—De modo que, básicamente, Jack está loco.

—Tal como he dicho.

Después de reflexionar unos instantes, pregunto:

—¿Por qué el Destripador? ¿Por qué esa obsesión con las prostitutas?

—Creo que una cosa constituye la razón de la otra, que las prostitutas son la razón de la fantasía del Destripador, no a la inversa. Quienquiera que creara esta compleja parodia… —El doctor Child se encoge de hombros— tenía un problema con las mujeres. Posiblemente motivado por haber padecido malos tratos o haberlos presenciado. Paradójicamente, las motivaciones y las razones que mueven a esta réplica moderna del Destripador son muy similares a las motivaciones y razones del Destripador original. Un odio hacia las mujeres mezclado con sexualidad y deseo insatisfecho. Lo de siempre.

—Lo que demuestra nuevamente que Jack está loco. Y que quienquiera que le adoctrinó estaba loco de atar.

—Sí.

Desvío la vista, reflexionando. Es previsible e imprevisible. Motivado al mismo tiempo por la razón y la locura. Genial. Con todo, creo que ahora conocemos a Jack un poco mejor.

—Gracias, doctor Child. Me ha ayudado mucho, como siempre.

Él me mira con esos ojos tristes y cansados.

—Es mi trabajo, agente Barrett. Le enviaré mi informe. Tenga mucho cuidado con ese individuo, por favor. Esto es algo nuevo. Aunque puede ser interesante desde un punto de vista clínico… —El doctor Child se detiene y me mira a los ojos—. En realidad la palabra «nuevo» equivale a peligroso.

Siento al dragón agitarse dentro de mí, desafiante.

—Permita que le explique cómo lo veo yo, doctor. Puede que su forma de actuar y sus motivos sean nuevos. Pero lo que hace… —digo sacudiendo la cabeza—. El asesinato es el asesinato.