38

La hora punta termina a las ocho de la tarde, por lo que no tardamos en llegar a las señas de Woodland Hills. Es una pequeña casa de una sola planta, no deslumbra, pero es decorosa. A tono con el barrio.

Aparco, nos apeamos del coche y nos encaminamos hacia la puerta principal, donde nos espera Alan.

—¿Dónde está Barry? —pregunto.

—Sigue dentro —responde él señalando la puerta con el pulgar.

—¿Has echado un vistazo? —insisto.

—No, supuse que querrías verlo tú primero.

Alan no se equivoca. Los muchos años de trabajar juntos crean esa simbiosis.

Asomo la cabeza y llamo a Barry. Éste aparece del interior de otra habitación, se encamina hacia mí y sale al porche.

—Gracias a Dios —dice metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta—. Necesitaba una excusa para salir a fumarme un cigarrillo. —Saca la cajetilla y enciende un cigarrillo, aspirando el humo y exhalándolo con expresión satisfecha—. ¿Quieres uno?

—No, gracias. —Me sorprende comprobar que lo digo en serio. El deseo de fumar se evaporó de la noche a la mañana, entre el día en que averigüé lo de Alexa y el día que conseguí volver a empuñar mi pistola.

Me alegra y satisface que Barry sea el policía encargado de este caso. Lo conozco desde hace casi una década. Es un hombre bajo, rollizo y con una incipiente calvicie. Lleva gafas y tiene uno de los rostros menos atractivos que he visto jamás. No obstante, pese a esos defectos, sale siempre con mujeres muy atractivas y más jóvenes que él. Posee un encanto especial, da la impresión de tener un corazón más grande que su cuerpo y muestra una apabullante confianza en sí mismo sin llegar a ser arrogante. Muchas mujeres consideran esa combinación de confianza en sí mismo y bondad irresistible. Aparte, es un inspector de homicidios brillante. Muy inteligente. Si trabajara en el FBI, formaría parte de mi equipo.

—¿Estás impaciente por contemplar el escenario del crimen? —me pregunta.

—Cuéntame primero los pormenores fundamentales. Antes de que entre.

Barry asiente con la cabeza y empieza a hablar. No consulta sus notas. No necesita hacerlo, porque tiene una memoria fotográfica.

—La víctima se llama Charlotte Ross, de veinticuatro años. Fue hallada atada a su cama, muerta. Le practicaron un corte desde el esternón hasta la pelvis. Le extirparon los órganos internos, que colocaron en una bolsa y dejaron junto al cadáver. Muestra moratones tremendos en brazos, codos, piernas y rodillas. Al parecer le partieron los brazos y las piernas. Presenta contusiones que indican que la golpearon con un objeto contundente.

—Así es. Con un bate de béisbol.

Barry me mira arqueando las cejas.

—¿Cómo lo sabes?

—El asesino me envió un vídeo del asesinato. Es la segunda mujer que ha matado de esa forma, que nosotros sepamos.

—No tenemos la hora oficial de la muerte, pero calculo que hace al menos tres días que la asesinaron. El cadáver está bastante descompuesto.

—Eso encaja con el esquema.

Barry da otra calada profunda y me mira con gesto pensativo.

—¿De qué se trata esta vez, Smoky?

—De lo de siempre, Barry. Un psicópata que goza con el dolor y el horror. —Me froto los ojos. Estoy cansada—. Es un asesino que ataca a mujeres que tienen páginas web para adultos en Internet. Él… —Dudo unos instantes antes de proseguir—. Esto tiene que permanecer de momento entre tú y yo, Barry. No quiero hacer aún declaraciones a la prensa.

—No hay ningún problema.

—En primer lugar, son dos asesinos, no uno. Creemos que uno es el elemento principal, dominante. Están obsesionados conmigo y mi equipo. La primera víctima era una amiga mía del instituto. Mi mejor amiga. Un detalle que ellos sabían.

Barry me mira asombrado.

—Caray, Smoky.

—Lo que has descrito parece ser su modus operandi. Mataron a mi amiga rebanándole el cuello, lo cual es distinto de este caso, pero también le extirparon los órganos, que parece ser su rúbrica. El que creemos que es el elemento dominante asegura ser un descendiente de Jack el Destripador.

—Qué gilipollez —dice Barry con expresión despectiva.

Yo asiento con la cabeza.

—Sí. Tenemos prueba de ello.

—¿Qué piensas hacer?

—Quiero examinar el escenario del crimen sola. Y luego quiero que Gene y Callie lleven a cabo un examen forense inicial. Después vuestro laboratorio puede analizar a fondo las pruebas recogidas. Pero necesito que lo hagan rápidamente, y necesito una copia de los resultados.

—De acuerdo. —Barry sale a la calle para apagar el cigarrillo. Para no contaminar la escena del crimen. Luego regresa junto a mí y señala la puerta—. ¿Quieres entrar a verla ahora?

—Sí. —Miro a Alan, a Callie y a Gene—. Vete a tu casa, Alan. No es necesario que te quedes aquí.

Él duda unos momentos, pero al final asiente con la cabeza.

—Gracias. —Tras lo cual da media vuelta y se marcha.

—Tardaré unos veinte o treinta minutos, Callie. Cuando haya terminado, podéis entrar vosotros.

—No hay ningún problema, cielo. Tómate el tiempo necesario.

Me acerco a la puerta y me detengo unos instantes, aguzando el oído de mi mente. Al cabo de unos segundos oigo al tren resoplando y traqueteando. Siento una frialdad que hace presa en mí, y la distancia que me rodea se ensancha hasta convertirse en un campo abierto, sobre el que no sopla un atisbo de brisa. Oigo acercarse al tren funesto, y estoy preparada para verlo. Sólo necesito toparme de nuevo con él. Analizar su recorrido a través de este lugar.

Entro en la casa. No es elegante, pero es sencilla y limpia. Da la impresión de haber sido ocupada por una persona que se había esforzado en aparentar lo que no era, y al fin se había cansado de fingir. Es una sensación tenue, triste. El desengaño aún no constituía una forma de vida, pero ese día no estaba lejos.

Ese día ha llegado, pienso.

El lugar está saturado de un olor a muerte. Es como una capa de putrefacción que se ha instalado sobre el condominio debido al abandono. Aquí no huele a perfume, sino a asesinato, puro y duro. Si las almas tienen olor, la de Jack Jr. debe oler así.

Miro a la derecha del cuarto de estar y veo la cocina. Una puerta corredera se abre a un patio trasero y al frescor de la noche. Me acerco y examino la cerradura. Es una cerradura corriente, barata. Pero no está forzada.

«Tú y tu amigo llamasteis tranquilamente a la puerta, ¿no es así? —pienso—. Como la otra vez. ¿Se ocultó tu amigo a un lado mientras tú llamabas a la puerta? ¿Dispuesto a entrar violentamente y reducirla cuando esa desgraciada menos se lo esperaba?».

Se me ocurre que la hora que eligieron cuando atacaron a Annie, las siete de la tarde, quizá se basara en algo más que simple arrogancia. Es una hora en que las personas o regresan a casa o acaban de hacerlo, o bien se están poniendo cómodas después de haber llegado a casa hace poco rato. Cuando todos se sienten cansados y no quieren saber nada del mundo exterior.

«¿Es eso lo que hicisteis también en este caso? ¿Vinisteis aquí, alegres y risueños, y llamasteis a la puerta? ¿Quizá caminabais con las manos en los bolsillos, despreocupadamente?».

Porque es lo que intuyo en ellos. Es una sensación muy potente. Oigo al tren funesto acercarse resoplando.

Siento la arrogancia de esos tipos.

Es a última hora de la tarde y aparcan frente a la casa de la puta. ¿Por qué no van a hacerlo? No tiene nada de extraño que aparquen junto al bordillo. Se apean del coche y echan un vistazo a su alrededor. Todo está tranquilo, pero no en silencio; vacío, pero no quieto. Ha oscurecido y en la urbanización se percibe vida y animación, ocultas detrás de los muros de otras viviendas. Hormigas en sus hormigueros.

Jack Jr. y su amigo se acercan a la puerta. Saben que la puta está en casa. Lo saben todo sobre ella. Echan otro vistazo a su alrededor para cerciorarse de que nadie les observa y Jack Jr. llama a la puerta. Al cabo de unos momentos la joven abre…

¿Y luego qué? Me vuelvo para mirar la puerta de entrada. No veo cartas en el suelo, ninguna señal de forcejeo. Pero percibo de nuevo la arrogancia de esos asesinos.

Lo hicieron del modo más sencillo: entraron en la casa, obligaron a la joven a retroceder y cerraron la puerta. Sabían que ella no se lo impediría. La mayoría de nosotros no reaccionamos de buenas a primeras con agresividad, sino que buscamos razones, tratamos de comprender lo que ocurre. Y en ese instante de vacilación y sorpresa, el cazador toma la iniciativa.

Quizá la joven reaccionó con rapidez, quizás abrió la boca para gritar cuando sus asaltantes cerraron la puerta. Pero estaban preparados para esto. ¿Con qué? ¿Un cuchillo? No. Esta vez no tenían que tomar a una niña como rehén. No existía un peligro inminente. ¿Una pistola? Sí. No hay nada como el oscuro túnel del cañón de una pistola para obligarle a uno a cerrar la boca.

«Cállate o te mato», debió decir uno de ellos. Lo diría con calma, con frialdad. Lo cual debió hacer que todo resultara más terrorífico. Más creíble. La mujer debió presentir que se enfrentaba a alguien capaz de disparar contra ella sin inmutarse.

Me dirijo al dormitorio. El hedor es más intenso. Reconozco esta habitación por haberla visto en el vídeo. Está decorada en tonos rosas, suaves, con buen gusto. Indica juventud. Una despreocupada alegría.

En este ambiente suave y refinado veo lo más duro.

La mujer. Muerta, atada a la cama; su cadáver ha comenzado a descomponerse.

Murió con los ojos abiertos. Tiene las piernas separadas. La dejaron en esa postura adrede, estoy convencida de ello. Para ufanarse ante nosotros. «Yo la he poseído —dicen—, no es nadie. Una puta barata. Ha sido NUESTRA».

Veo las bolsas junto a la cama. Aunque el cadáver de la joven constituye una escena de violencia, caos y depravación, las bolsas presentan un aspecto diametralmente opuesto. Parecen haber sido dispuestas una junto a otra en una línea casi recta. Ordenada y pulcramente. Los asesinos también se ufanan de eso ante nosotros: «Mirad lo ordenados y hábiles que somos», dicen. O quizá se expresan en una lengua que sólo ellos comprenden, escribiendo por medio de unas cruentas pictografías que no alcanzamos a descifrar.

La escena indica claramente un ritual. Esto es lo que habría hecho Jack el Destripador, piensan los asesinos, y es lo que hacen ellos. También me intriga la fijación de los asesinos. Sólo les interesaba la joven. No han tocado ni dañado ningún objeto en la habitación. Su necesidad de apoderarse de la mujer no se extiende a su entorno. Les bastaba con apoderarse de ella.

Entro en la habitación y miro a mi alrededor. Hay muchos libros, manoseados y dispuestos de forma aleatoria. No sirven tan sólo para llenar un espacio, sino que demuestran que la joven era aficionada a la lectura. Me acerco para mirar los títulos al tiempo que me invade una mezcla de pena, ironía y sentido del humor amargo. Veo unas novelas de misterio basadas en casos reales, muchas de ellas sobre asesinos en serie.

—Qué desbarajuste —murmuro.

Me vuelvo hacia la cama. Achico los ojos al observar la ropa de la joven en una pila en el suelo. Me acerco y me agacho para examinarla sin tocar nada. La tira del sujetador está rota, al igual que sus bragas. La muchacha no se quitó ella misma la ropa. La desnudaron a la fuerza.

Me incorporo y contemplo su rostro exánime, que expresa un grito eterno.

—¿Te resististe a ellos, Charlotte? —le pregunto—. Cuando te ordenaron que te desnudaras, ¿les dijiste que se fueran a tomar por saco?

Charlotte está de pie junto a su cama, vestida sólo con la ropa interior, temblando debido al torrente de adrenalina provocado por el temor.

Uno de los asesinos la apunta con la pistola.

—Quítatelo todo —dice—. ¡Ahora mismo!

Charlotte le mira, y luego mira al otro. A diferencia de Annie, lo comprende todo antes de que la aten a la cama.

Esos ojos vacíos.

Sabe lo que le espera.

—¡Que os den por culo! —grita abalanzándose sobre él, agitando los brazos y dando patadas—. ¡Socorro! ¡Socorro!

Contemplo de nuevo su cadáver. Veo unos moratones en su rostro y alrededor de los ojos. ¿Causados después de que la ataran a la cama o antes? Nunca lo sabré con certeza. Pienso que fue antes. En realidad no tiene importancia. Pero prefiero pensar que fue antes.

Jack Jr. está furioso porque esa puta se ha atrevido a ponerle las manos encima. Y durante unos instantes siente miedo. Es preciso que deje de gritar. Asesta a Charlotte un puñetazo en el estómago, dejándola sin aliento y haciendo que se doble hacia delante.

—Sujétale los brazos por detrás —dice Jack al otro con tono tenso y enfurecido.

Charlotte boquea y jadea mientras el ayudante de Jack le sujeta los brazos por los codos, inmovilizándolos.

—Necesitas una lección, so puta —dice el que empuña la pistola. Alza la mano, abierta, y le propina un bofetón en la mejilla. Una vez. Dos. Tres. La abofetea con tal furia que hace que Charlotte vuelva la cara de un lado a otro. Luego le arranca el sujetador con una fuerza bruta que sólo poseen los desequilibrados. Acto seguido también le arranca las bragas. Ella trata de volver a gritar, pero el asesino le asesta un puñetazo en el plexo solar y vuelve a abofetearla. Charlotte está desnuda, aturdida, los ojos le lagrimean, siente un zumbido en los oídos y está mareada. Sus rodillas ceden cuando trata de conservar el equilibrio.

Esta víctima también es fácil de controlar.

Esto calma al asesino.

Deduzco que Jack amordazaría luego a Charlotte. Observo sus manos y sus pies, esposados a la cama. Me fijo en su mano izquierda. Me acerco a la cabecera de la cama y la examino atentamente. Charlotte llevaba uñas postizas. Pero la uña del índice derecho se ha desprendido. Echo un vistazo a los otros dedos. Todos lucen uñas postizas. Me muerdo el labio mientras reflexiono.

De pronto se me ocurre una idea y salgo de nuevo al porche delantero.

—¿Tienes una linterna? —pregunto a Barry.

—Sí —responde él entregándome una pequeña Maglite.

La tomo y regreso al dormitorio de Charlotte. Me arrodillo junto a la cama e ilumino el suelo debajo de ésta con la linterna.

Al cabo de unos instantes la veo.

Una uña, sobre la moqueta cerca de la cabecera de la cama. Achico los ojos y veo una manchita de sangre en la punta.

Me incorporo y contemplo a Charlotte con profunda tristeza. Me invade un intenso sentimiento de pesar. Todo debido a esa uña. Un último desafío, un último acto de rebeldía desde la tumba.

Otros dirían que fue un accidente, pero yo prefiero creer que no. Pienso en los libros sobre asesinos en serie que solía leer Charlotte, su fascinación por lo misterioso, la ciencia forense y el asesinato. Y veo a una joven que era una luchadora y sabía que iba a morir.

—Sujeta a esa puta a la cama —dice el que empuña la pistola.

El otro coloca las esposas a Charlotte, que está aturdida, asiéndola por las muñecas y…

—¡Ay! ¡Puta asquerosa! —grita el tipo—. ¡Esta guarra me ha arañado!

El tipo le propina otro puñetazo en el estómago y le esposa una muñeca a la cama. Luego la otra.

Quizá lo hizo Charlotte mientras el asesino le sujetaba las piernas a la cama. O quizás al cabo de un rato, quizá pensó en ello mientras la torturaban y violaban. Trato de imaginarlo.

Todo es dolor, temor y aturdimiento. Van a matarla. Charlotte lo sabe. Ha leído sobre estas cosas. Pero precisamente porque las ha leído, sabe lo del ADN. Sabe que lo tiene debajo de la uña.

Charlotte levanta la uña con el pulgar, con fuerza, un poco más, rogando que los asesinos no se percaten, hasta que…

La uña se desprende, de forma indolora. Charlotte no la oye caer sobre la moqueta. Pero una parte de su ser se lamenta de haberla perdido. En cierto modo, la uña sobrevivirá. Ella no.

Charlotte mira al tipo que empuña la pistola y sonríe.

Cierra los ojos, rompiendo a llorar y pensando en la uña.

Sabe que no volverá a verla jamás.

Me enderezo, sintiendo como si un viento gélido hubiera soplado sobre mí. Miro a Charlotte.

—La he encontrado —murmuro—. Donde la dejaste para que yo la encontrara.

—Las mismas salvajadas de siempre —masculla Barry—. No consigo acostumbrarme.

—Probablemente sea mejor así —digo volviéndome hacia él.

Él me mira y esboza una pequeña sonrisa.

—Sí.

Callie y Gene están preparados para entrar. Les he contado a todos lo de la uña.

—No tardarán, de modo que di a tus hombres de la Unidad del Escenario del Crimen que vengan, Barry. Mételes prisa y consígueme ese informe. Te devolveré el favor. Estoy segura de que esos tipos son de aquí. Procuraré que estés presente cuando los atrapemos.

Barry niega con la cabeza.

—Te lo agradezco, Smoky, pero no te preocupes. Este caso es de los que no te importa quién los atrape, sino que los atrapen cuanto antes.

—¿Qué te parece si nos comprometemos a mantenernos mutuamente informados y lo dejamos así?

—Me parece bien.

—¿Qué es exactamente lo que quieres que hagamos aquí?

El rostro de Gene muestra una mezcla de impaciencia, euforia y enojo. Está eufórico porque por primera vez en mucho tiempo está realizando una labor de campo, pero le enoja que este escenario del crimen no le pertenezca por completo. No puede reivindicar su pertenencia.

—Quiero cualquier cosa que contribuya a atrapar a esos tipos. La Unidad del Escenario del Crimen de la policía de Los Ángeles es muy competente. Ellos se encargarán de la parte más engorrosa. Quiero que vosotros echéis una ojeada en busca de algo que pueda ayudarnos.

—¿Quieres que recojamos la uña? —pregunta Callie.

Dudo unos instantes.

—¿Obtendremos los resultados del ADN más rápidamente de esa forma?

—Sí.

—Entonces recogedla. Pero tendréis que quedaros aquí hasta que lleguen los de la Unidad del Escenario del Crimen y lo anoten en el informe. No vayamos a fastidiarla e impedir que condenen a esos tipos por haber cometido un error en la cadena de pruebas.

—¿Qué prefieres, utilizar la cámara o la luz UVA? —pregunta Gene a Callie.

—Prefiero la cámara.

Callie fotografiará el escenario del crimen, especialmente todo lo que toquen o retiren, antes de hacerlo. Gene utilizará un pequeño emisor de rayos UVA. Es una versión más reducida del telescopio de rayos UVA que Callie empleó en el apartamento de Annie, que contribuirá a mostrar restos de sangre, semen, pelo y otros fluidos.

—Andando.

Ambos entran en la casa y yo les sigo. Se mueven en una especie de danza que me recuerda a James y a mí, ignorando mi presencia.

—¿Qué opinas, cielo? —pregunta Callie olfateando el aire—. ¿Lleva unos tres días muerta?

—Aproximadamente.

Callie toma fotografías del cadáver, incluyendo las bolsas que contienen los órganos.

Gene se acerca a las bolsas y pasa la vara de rayos UVA por encima y alrededor de ellas.

—No hay rastro de huellas dactilares —dice mirándome—. Aunque es un examen somero, no definitivo.

Ambos se acercan al cadáver. Callie toma más fotografías. Gene se inclina para inspeccionar la mano derecha de Charlotte.

—¿Ves la zona de la que se desprendió la uña? —pregunta a Callie.

Ella responde tomando varias fotografías.

—La uña está sobre la moqueta, entre la cama y la pared —les informo.

Callie se agacha y toma unas fotografías de la uña.

—Parece que tiene adheridos restos de sangre y tejidos, Gene —dice tomando más fotografías.

Él se arrodilla y pasa la vara por debajo de la cama.

—Aquí hay muchas partículas de material —dice—. No quiero tocar nada aparte de la uña… —Gene entrega a Callie la vara de rayos UVA y saca del bolsillo unas pinzas y una pequeña bolsa para depositar pruebas. Le observo estirarse, procurando tocar la moqueta lo menos posible mientras recoge la uña. Al cabo de unos momentos se incorpora, sosteniendo en alto la bolsa de pruebas—. Esto podría contener una muestra de ADN.

—¿Cuánto tardarás en analizarlo? —pregunto.

Se encoge de hombros.

—Veinticuatro horas. —Cuando abro la boca para protestar, Gene alza la mano para impedírmelo—. Eso es superrápido, Smoky. Veinticuatro horas.

—De acuerdo —contesto emitiendo un suspiro de resignación.

Gene toma de nuevo la vara de rayos UVA de manos de Callie y la pasa sobre Charlotte, empezando por la cabeza y deslizándola sobre el cuello, la cavidad torácica abierta y las piernas.

—No veo ningún resto de semen en el cuerpo. Aunque está lleno de sangre, lógicamente. Es imposible sacar ninguna conclusión al respecto a simple vista.

Callie sigue tomando fotografías.

—Creo que nuestra pista más inmediata y fiable es la muestra de ADN en la uña —dice Gene volviéndose hacia mí—. Y como parece que se produjo un forcejeo, diré a los de la Unidad del Escenario del Crimen de la policía de Los Ángeles que vayan con cuidado al recoger cualquier tipo de pruebas, especialmente con el sujetador y las bragas.

—¿Eso es todo?

—De momento, cielo —responde Callie—. Pero la uña promete, ¿no crees?

—Sí. —Miro mi reloj. Son casi las once de la noche—. Debo irme, Callie. He quedado con el especialista en seguridad en mi casa. Vosotros quedaros para esperar a los de la Unidad del Escenario del Crimen. Por favor, Gene, ponte enseguida con lo del ADN.

—Tan pronto como pueda.

Gene mira a Charlotte, que ha soltado una carcajada.