37

Regresamos a la oficina.

—Tengo noticias buenas y malas —digo.

—¿Cuál es la buena noticia? —pregunta Alan.

Les resumo el contenido de la carta, rematando el relato con lo que Gene había encontrado en el frasco. Leo y Alan me miran muy sorprendidos. James tiene una expresión ausente en la mirada. Casi me parece sentir los pensamientos que bullen en su mente.

—De modo —dice James—, que alguien le ha adoctrinado en la materia. Y quien o quienes lo hayan hecho creen que es cierto, o quieren que Jack Jr. crea que es cierto.

—Quizá fue él quien creó esa fantasía —tercia Leo—. ¿Por qué tiene que haber otras personas implicadas?

—Porque el nivel de engaño desde el que Jack tendría que operar para que eso fuera cierto excluye el nivel de organización y competencia que ha alcanzado. Piensa en ello.

Callie asiente con la cabeza.

—Coincido contigo, cielo. Para crear esas convicciones y luego olvidar que las había fabricado él… No creo que Jack pudiera obrar con eficacia, estaría completamente chiflado.

Reflexiono unos instantes sobre eso.

—Es un dato importante —digo—. Otro vínculo. Ahora no sólo lo buscamos a él, sino a quienquiera que consiguió que se tragara esas patrañas. —Me vuelvo hacia Alan—. Llama al doctor Child ahora mismo. Explícale lo que hemos averiguado. Si no está en su consulta, llámalo a su casa. Dile que necesito verlo mañana por la mañana. En esta ocasión nos vendrá muy bien tener un perfil del asesino.

—De acuerdo.

—Jack está empezando a meter la pata —digo—. Aparte de lo que hemos descubierto, la ha pifiado al revelarme que me está siguiendo.

—¿Qué? —pregunta Alan alarmado.

—Lo dice en la carta. Cuando regresamos de San Francisco fui a entrenarme en un campo de tiro. Jack dice que me ha visto dirigirme allí. Lo cual ha sido una torpeza por su parte.

—Ten mucho cuidado, cielo.

—No te preocupes, Callie —contesto sonriendo—. Voy a recurrir a un viejo amigo para que me ayude. Un ex agente del servicio secreto. Le pediré que me siga.

Callie asiente con la cabeza.

—Mientras te sigue, podrá detectar a cualquiera que te siga a ti.

—Exacto. Mi amigo es un excelente profesional. De paso podrá comprobar si alguien ha instalado en mi coche algún artilugio para seguir mis pasos. Le pediré también que registre mi casa. Si mi amigo encuentra micrófonos o cámaras ocultas, le diré que no los retire. Nosotros sabremos dónde están esos artilugios, pero Jack no sabrá que lo hemos averiguado.

—¿Te das cuenta de que te refieres siempre a Jack en singular en lugar de a él y su compinche? —me pregunta James.

Yo le miro sorprendida. No me había dado cuenta.

—Supongo que se debe a que cada vez estoy más convencida de que existe un elemento principal. Existe un Jack Jr. El otro es fortuito. Lo presiento. Tomemos el caso de Ronnie Barnes. Jack lo utilizó y luego se deshizo de él. En su carta dice claramente que busca otros asesinos en potencia para entrenarlos.

—Eso nos lleva a la cuestión sobre el criminal número dos que estuvo en el apartamento de Annie —dice James—. ¿Sigue vivo? ¿O ha muerto como Barnes?

—Es imposible saberlo con certeza, pero creo que aún está vivo.

—Estoy de acuerdo —contesta Alan—. Piensa en ello. Jack Jr. inició algo con Annie, algo que llevaba planeando desde hacía tiempo. No creo que esté dispuesto a modificar sus planes a estas alturas para entrenar a otro colega asesino.

Miro a todos mis compañeros.

—Nos estamos acercando —digo.

James me observa atentamente.

—Dejémonos de darnos palmaditas en la espalda —dice—. ¿Cuál es la mala noticia?

Les muestro el cedé.

—Jack nos ha enviado también esto. Ha matado a otra persona.

Todos los presentes enmudecen. Leo se levanta y extiende la mano para que le entregue el cedé.

—Acabemos con esto cuanto antes.

—Adelante —respondo entregándole el cedé.

Su ordenador portátil está encendido. Leo coloca el cedé en la bandeja. Al cabo de unos momentos comienza el vídeo.

En la pantalla aparece el título del vídeo, en letras blancas sobre un fondo negro: «Esta muerte está patrocinada por http://www.putamorena.com».

—Tome nota de eso —digo a Leo.

Aparece una mujer atada que se debate para soltarse. Está desnuda y sujeta a una cama, como Annie. Calculo que debe tener unos veinticinco años. Tiene un aspecto muy natural. Me refiero a que no se ha hecho aumentar los pechos, a menos que se los haya hecho aumentar para utilizar una copa B, cosa que dudo. Conserva el cuerpo perfecto de una joven, que los rigores de un embarazo no han estropeado todavía. Tiene el pelo largo, espeso y negro. Otra morena, como las prefiere Jack. Sus ojos expresan todo lo que siente, pánico, terror, desesperación, elevado a un nivel insoportable.

Jack Jr. aparece ante la cámara, con el mismo atuendo que lucía cuando asesinó a Annie. Saluda a la cámara y deduzco de nuevo que está sonriendo. Sonríe para nosotros: disfruta cometiendo un asesinato que quedará grabado, esencialmente para mostrárnoslo a nosotros, sin facilitar ninguna pista sobre su identidad. De pronto desaparece. Al cabo de unos momentos empieza a sonar la música. A todo volumen, casi ensordecedora.

«Me gustaría que todas las chicas fueran de California…».

Jack se acerca a la mujer, ladeando la cabeza a la derecha y a la izquierda mientras la observa. Luego empuña su arma. Esta vez no se trata de un cuchillo, sino de un bate de béisbol. Empieza a brincar y bailar, agitando el bate, escenificando su crimen al ritmo de la canción. Agita el bate frente a la mujer, para aterrorizarla más. Ella le mira con los ojos desorbitados, sofocada debido a los esfuerzos de gritar a través de su mordaza.

Entonces, al igual que en el vídeo de Annie, comienza el montaje. Todo lo que hace Jack es de una brutalidad sin límites. Sus movimientos no son metódicos ni calculados. Cuando se dispone a golpear a la mujer con el bate, lo alza por encima de su cabeza y cuando descarga el golpe, lo hace con todas sus fuerzas. No se limita a partirle los huesos, que hace polvo con el bate. Cada vez que la joven se desmaya, él se detiene y la abofetea hasta que ella recobra el conocimiento. Jack quiere que permanezca despierta, consciente de lo que le está haciendo. Sintiendo cada minuto de su suplicio.

Jack deja el bate, se coloca a horcajadas sobre la joven y empieza a violarla. Lo hace de forma brutal, calculada para infligirle el máximo dolor. Quiere triturarle los huesos que le ha partido, quiere que mientras la folla la joven sienta el dolor más atroz que ha experimentado en su vida. De nuevo, cada vez que la chica se desmaya, él la abofetea para que recobre el conocimiento. Imagino que debe ser como despertarse cada vez a una pesadilla.

La violación concluye y Jack saca el bisturí. Se lo muestra a la joven. Ésta sigue con los ojos los movimientos del bisturí mientras se desliza hacia su vientre. Observo que la joven empieza a enloquecer cuando Jack se pone a despedazarla estando aún viva. Miro a Leo. Tiene un color ceniciento y su rostro expresa un horror indecible. Pero se domina. Se ha endurecido, se ha convertido en una persona que ya nunca dejará de ser.

Después de matar y mutilar a su víctima, Jack Jr. se incorpora. La contempla durante largo rato. La mujer presenta un aspecto como si alguien la hubiera obligado a tragarse una bomba y luego la hubiera detonado. Jack se vuelve hacia la cámara y alza el pulgar en señal de victoria. El vídeo termina.

—Te crees muy gracioso —musito furiosa—. Sigue sonriendo, cabrón.

Mis palabras reflejan la impotencia que siento.

No obstante, una parte de mí sabe que Jack nunca sonríe realmente. No tiene ningún motivo para sonreír.

Los otros guardan silencio, intentando asimilar las imágenes que acabamos de ver. Analizándolas por separado.

Tratando de superar el horror que sienten.

—Compruebe la dirección de esa página web, Leo. Quiero averiguar quién era esa mujer.

—Estoy en ello —responde él con voz queda. Tras una pausa pregunta—: ¿Cómo es posible que alguien cometa semejante salvajada?

Es una pregunta sincera. Leo me mira a los ojos, implorando una respuesta. Reflexiono unos momentos antes de responder, midiendo bien mis palabras.

—Porque les encanta lo que hacen. Para ellos es un acto sexual, y sienten una necesidad de hacerlo más imperiosa que la necesidad de un yonqui de drogarse. Existen multitud de razones que les llevan a convertirse en lo que son. Pero la principal es que les encanta lo que hacen. Les apasiona. —Miro a James—. ¿Cómo les llamas?

—Carnívoros sexuales.

—Exacto.

Leo se estremece.

—Eso no es lo que había imaginado.

—Lo sé, créeme. Algunos piensan que es emocionante perseguir a asesinos en serie, a violadores de bebés y demás monstruos. Pero no es emocionante. Es agotador. No te despiertas por la mañana pensando «Qué ganas tengo de atrapar a ese tío». Te despiertas y te miras en el espejo tratando de no sentirte culpable por no haberlo atrapado todavía. Tratas de no pensar en el hecho de que ese monstruo podría estar asesinando a otra persona porque aún no lo has cogido. —Me reclino en la silla, meneando la cabeza—. No tiene nada de emocionante. Lo haces porque te sientes culpable cuando mueren otras personas.

Leo me mira unos instantes, y luego hace lo que ha aprendido a hacer frente al horror: se vuelve hacia su ordenador y se pone a trabajar. Al cabo de unos minutos, consigue lo que le he pedido.

—Tengo la dirección del propietario de putamorena.com. Es un apartamento en Woodland Hills.

—¿Tiene un nombre?

—No, lo siento. Está registrado como un negocio. Probablemente sólo existe un dueño.

—Alan, llama al departamento de policía de esa zona. Diles que vayan a esa dirección. Si encuentran allí el cadáver de la mujer, quiero que acordonen el escenario del crimen y se pongan en contacto con nosotros. Nadie debe entrar ni salir de allí.

—De acuerdo.

—En el vídeo no queda claro —comenta James—. Al menos para mí.

—¿A qué te refieres? —le pregunto frunciendo el ceño.

—Que había dos asesinos en lugar de uno.

Le miro sorprendida y asiento con la cabeza. James tiene razón. El hecho de que yo le haya preguntado a qué se refería confirma que su observación es acertada. Si Jack Jr. no estaba solo, en esta ocasión en el vídeo no queda claro.

—Pero estaban presentes los dos —dice James—. Lo intuyo.

Le miro de nuevo y vuelvo a asentir con la cabeza. El tren funesto sigue avanzando, resoplando y traqueteando, y James y yo permanecemos a bordo del mismo.

Me vuelvo hacia Leo.

—Quiero echar un vistazo a la página web de esa mujer —digo.

Callie observa con gesto divertido, o al menos lo intenta.

—Nunca supuse que tendría que navegar por las páginas web de porno blando, Smoky. Ésta es la segunda vez.

—¿Sólo lo haces en casa?

—Muy graciosa.

Es un pobre intento de hacer un chiste macabro, que fracasa estrepitosamente. Las imágenes están aún muy vivas.

—Aquí está —dice Leo.

Acercamos nuestras sillas para contemplar la página web que aparece en el monitor. La gama de color es tostado. Veo una fotografía de la mujer que vimos cómo destrozaba Jack Jr., vestida sólo con unas braguitas. Está de espaldas a nosotros, con el culo alzado en una pose erótica. La mujer vuelve la cara hacia la cámara, sonriendo tímidamente e indicando con el dedo que nos acerquemos. Parece una profesional del porno. Pero también ofrece una imagen atractiva, viva, humana. Que no merece lo que acabamos de ver.

En la parte superior de la pantalla aparece un logo: «Soy una puta morena». A la derecha de la fotografía de la mujer hay otras fotos más reducidas. Aunque sólo insinúan el contenido sexual, el mensaje es claro. Esto no va de poses eróticas o fotos seductoras. Son unas fotos estratégicamente censuradas de sexo oral, sexo anal, sexo con otras mujeres, sexo en grupo. Unas letras más pequeñas lo confirman: «Me encanta chupar pollas y devorar coños, adoro el sexo en grupo y que me follen por el culo, y ME CHIFLA comer COÑOS».

—Una joven muy versátil —comenta Callie.

Asiento con la cabeza.

—Desde luego.

Otras imágenes nos dicen que la chica monta espectáculos en vivo ante la cámara y que organiza fiestas de sexo para sus admiradores y admiradoras. Sólo para miembros, por supuesto.

Leo nos muestra otras dos páginas, que conducen al destino final de la página para registrarse como suscriptor.

—¿Y ahora qué? —pregunto—. No voy a utilizar mi tarjeta de crédito para eso.

—No creo que sea necesario —contesta Leo—. Tengo una corazonada.

Hace clic sobre el enlace de «registro de suscriptores» y en la pantalla aparece una casilla solicitando el nombre y la contraseña del usuario.

—Estoy seguro de que Jack utilizó el mismo nombre y contraseña de usuario en esta página web que en la de su amiga. El nombre del usuario era «jackis» y la contraseña «delinfierno». —Leo teclea esas palabras mientras habla y pulsa el botón «OK». Aparece una página que dice «Bienvenido a mi zona caliente sólo para suscriptores»—. Voilà! —exclama.

—Ha acertado.

Leo desplaza el cursor hacia abajo, mostrando un menú de las prestaciones que se ofrecen en esta zona de la página web. Cosas como «fotos personales, mis videoclips, mis espectáculos en vivo, mis amigos aficionados». La que me llama la atención es «fotos de las fiestas de sexo para sus suscriptores».

—Me pregunto… —musito.

—¿Qué, cielo? —pregunta Callie.

—Esas fiestas de sexo para suscriptores… Pienso que es posible que Jack no se resistiera ante esa oportunidad. Me refiero a tener sexo con ella, sabiendo que no tardaría en asesinarla. Creo que encaja con él.

—Eso intensificaría su excitación, la sensación de poder que siente.

Es una característica común de los asesinos en serie. Seguir los movimientos de sus víctimas, espiarlas. La planificación de esos detalles puede ser casi tan embriagadora para ellos como el mismo desenlace.

—Es muy posible que sea así —dice James—. Podemos descargar todas las fotos. Extractar los rostros de todos los hombres y cotejarlos con bases de datos de reconocimiento facial. No es cien por cien fiable, pero vale la pena intentarlo.

Cualquiera que piense que ser policía es emocionante no comprende esta parte de nuestro trabajo. Nos gustaría avanzar a toda velocidad, pero estamos obligados a hacerlo metódicamente. Arrojamos nuestras redes y nuestros anzuelos, como pescadores. No una red, sino muchas, una y otra vez. Huellas dactilares, una red. Una orden judicial para conseguir una lista de suscriptores, otra red. Reconocimiento facial, otra. Y así sucesivamente, arrojamos y recogemos nuestras redes, que por lo general están vacías. No nos importa lo que pescamos. Un tiburón o un pececillo, lo que sea, con tal de que nos conduzca al asesino. Es una carrera de tortugas, medida en centímetros, no en metros.

—Adelante. Ocupaos Leo y tú.

Me acerco a Alan y le pregunto:

—¿Te has puesto en contacto con la policía de Los Ángeles?

—Sí, me reuniré con ellos allí.

—¿Y el doctor Child? ¿Has hablado con él?

—Sí. Al principio estuvo un poco hosco, pero cuando le expliqué brevemente lo que hemos encontrado hoy se mostró muy interesado. Quiere que le enviemos esta tarde por mensajería una copia del informe. Dijo que te recibirá mañana por la mañana.

—Muy bien. Callie, consigue ese informe de Gene y envíaselo al doctor Child.

Ella se dispone a llamar por teléfono mientras Alan sale del despacho. Yo me siento en mi mesa y rebusco en los cajones mi agenda de direcciones hasta que doy con ella. Busco un número de teléfono.

Tommy Aguilera. Un ex agente del servicio secreto que actualmente trabaja como consultor de seguridad. Nos conocimos durante el caso del hijo de un senador aficionado a violar y asesinar. Tommy tuvo que disparar contra él en el momento de la detención, y en la tormenta política que se organizó a raíz de ese incidente, mi testimonio fue lo único que evitó que Tommy perdiera su empleo. Cuando nos despedimos me dijo que no vacilara en ponerme en contacto con él si necesitaba algo, recalcando las palabras «lo que sea» y «cuando sea».

Marqué el número, pensando en Tommy. Es un tipo muy serio. Siempre tiene cara de póquer. Habla con tono suave, pero no con la suavidad de una persona tímida, sino con la suavidad de una serpiente segura de su capacidad de atacar.

Responde al cuarto tono.

—Tommy —dice. La voz es tal como la recuerdo.

—Hola. Soy Smoky Barrett.

Una pausa.

—Hola, Smoky. ¿Cómo estás?

Sé que Tommy está siendo cortés. No es que no le importe cómo esté yo. Pero no es el tipo de persona que pierda el tiempo con frases intrascendentes.

—Necesito tu ayuda, Tommy.

—Dime qué quieres que haga.

Se lo explico, contándole que Jack Jr. ha conseguido entrar en mi casa y todo indica que sigue mis movimientos.

—Es muy probable que te esté siguiendo electrónicamente.

—Eso es una parte del problema. En caso afirmativo, quiero saberlo. Pero no quiero que él lo sepa.

Se produce un silencio.

—Entiendo —dice Tommy—. Quieres que yo te siga.

—Exacto.

—¿Cuándo?

—Primero quiero que inspecciones mi coche y mi casa para comprobar si ha colocado micrófonos ocultos o artilugios para espiarme. Luego quiero que me sigas. Ésta podría ser la oportunidad para atraparlo. Quizá sea el único desliz que ha cometido. —Tras dudar unos segundos, digo—: A decir verdad, no se trata de uno, sino de dos individuos.

—¿Que trabajan juntos?

—Sí.

—¿Cuándo quieres que empiece? —pregunta Tommy sin titubeos.

—Esta noche estaré en casa alrededor de las once. ¿Podrías venir a verme a esa hora?

—De acuerdo. Nos veremos allí. No te preocupes si te retrasas un poco. Te esperaré.

—Gracias. Te lo agradezco mucho.

—Te debo un favor, Smoky. Nos veremos esta noche.

Cuelgo pensando que Tommy es un tipo que no se anda por las ramas.

Callie termina de hablar por teléfono y cuelga.

—¿Y bien? —le pregunto.

—He hablado con Gene, cielo. Enviará una copia de ese informe al doctor Child por mensajería.

—¿Cuánto te llevará reunir un kit para inspeccionar el escenario de un crimen, Callie?

Me mira sorprendida.

—Depende de si Gene tiene uno preparado. ¿Media hora?

—Ve a hablar con él y poneos en marcha. Si nos encontramos con un escenario de un crimen, quiero que él y tú efectuéis las pesquisas iniciales personalmente, antes de que lleguen los forenses de la policía de Los Ángeles. Ésta es nuestra oportunidad para examinarlo todo antes que nadie.

—De acuerdo, cielo —responde Callie dirigiéndose hacia la puerta.

De pronto se me ocurre algo. Una de mis intuiciones. No debería sorprenderme. Estoy en forma, con las pilas puestas y los sentidos aguzados al máximo.

—Escuchad, James y Leo —digo sintiéndome más animada—. Quiero saber vuestra opinión. —Me enderezo en la silla y ellos me prestan toda su atención—. Las dos veces que esos tipos han asesinado, se registraron para acceder a las áreas reservadas a los miembros de páginas web, ¿me seguís?

—Sí.

—Y en ambas ocasiones, eligieron la misma combinación de nombre de usuario y contraseña. De modo que…

Leo me mira abriendo mucho los ojos.

—¡Claro! Existe la posibilidad de que ya hayan elegido a su próxima víctima y se hayan registrado en su página web utilizando el mismo nombre de usuario y contraseña. O, si no la misma, una combinación parecida. El tema del Destripador.

—Exacto —respondo sonriendo—. Imagino que no debe haber muchas compañías que gestionen la suscripción a páginas web para adultos.

—Cierto, hay menos de una docena.

—Tenemos que ponernos en contacto con todas ellas, James. Encargaos tú y Leo. Debemos examinar sus listas, buscar esa combinación de nombre de usuario y contraseña, además de otras variantes. Luego la cotejaremos con las páginas web. Estoy hablando de despertar a la gente y obligarla a levantarse de la cama.

—Excelente idea —dice James mirándome, aunque a su pesar, con evidente admiración—. Excelente idea.

—Por eso soy la jefa y me pagan un dineral.

El hecho de que James no replique a mi comentario equivale a un elogio por parte de otra persona.

Hablo con Alan por el móvil.

—Tenemos un escenario, Smoky —dice Alan.

—¿Quién es el policía del departamento de Los Ángeles encargado de este caso?

—Barry Franklin. Quiere hablar contigo.

—Pásamelo.

Tras una pausa, oigo la voz de Barry. Parece disgustado.

—Hola, Smoky. ¿A qué viene que nos neguéis acceso a nuestro escenario del crimen?

—No es eso, Barry. Es nuestra primera oportunidad de examinar la escena del crimen después de que el tipo al que perseguimos haya cometido otro asesinato antes de que entréis vosotros. Debes comprenderlo.

Se produce una pausa, seguida por un suspiro.

—Vale. ¿Puedo entrar por lo menos? Te prometo que no tocaré nada.

—Por supuesto. Di a Alan que vuelva a ponerse.

—Muy bien.

—¿Así que ha accedido a dejarnos examinar el escenario del crimen? —me pregunta Alan.

—Sí. Salgo para allá dentro de cinco minutos con Callie y Gene. Nos veremos allí.

—Tengo el nombre de la chica, Smoky. Charlotte Ross.

—Gracias —respondo, y cuelgo.

Charlotte Ross. Promiscua, sin duda. De dudosa moralidad, es posible.

Pero ninguna de esas características la hace merecedora de ser torturada, violada y asesinada.