Todos presentan el mismo aspecto que yo. Leo es quien tiene peor cara.
—¿No se fue a dormir a casa? —le pregunto.
Él me mira con ojos legañosos y masculla algo entre dientes.
—Bueno, es cosa suya. Escuchad —digo dirigiéndome a todos—: Callie y Alan, quiero que os reunáis conmigo en el aparcamiento. Leo y James, seguid con lo que estáis haciendo.
Todos asienten con la cabeza.
—Andando, pues.
El técnico en explosivos me muestra su placa.
—Reggie Gantz. —Aparenta veintitantos años, casi treinta. Muestra una expresión aburrida y una mirada alerta.
—Soy la agente especial Barrett. Enséñeme lo que tiene.
Gantz me conduce hasta la parte posterior de la furgoneta de la brigada de explosivos y la abre. Toma un ordenador portátil y un aparato que parece una voluminosa cámara de cine.
—Lo primero es esto. Un aparato de rayos X digital portátil. Muestra el contenido del paquete en la pantalla del ordenador portátil. Como usted ha dicho que el paquete será entregado por una tercera persona, no debemos preocuparnos de que se active mediante el movimiento. El asesino no querrá que estalle de camino aquí.
—Es lógico.
—Con este aparato sacaré una imagen de rayos X. Luego usaré el detector de explosivos. Frotaré el paquete con unos trapos de algodón y los introduciré en el detector para comprobar si hay residuos. Con ambos procedimientos, podremos averiguar con bastante certeza si se trata de una bomba o no.
Asiento con la cabeza.
—No sabemos cuándo llegará el paquete, de modo que más vale tomárselo con paciencia.
Reggie saluda tocándose la frente con las yemas de los dedos y regresa junto a su furgoneta sin decir otra palabra. Don Lacónico.
Aprovecho para repasarlo todo mentalmente. El conductor llegará para entregar el paquete y le tomaremos las huellas dactilares. Reggie examinará el paquete, y cuando nos confirme que no se trata de una bomba, Alan, Callie y yo lo llevaremos apresuradamente al laboratorio de la policía para que lo analicen. Examinarán todo el contenido en busca de huellas y utilizarán un aspirador para recoger cualquier residuo. Tomarán fotografías. Luego nos devolverán el contenido del paquete.
Esta insistencia en analizarlo todo minuciosamente representa una de nuestras ventajas y una de nuestras desventajas. La fechoría que un criminal comete en unos minutos o unas horas, nosotros tardamos a veces varios días en analizarla. Siempre somos más lentos que él. Pero siempre encontramos todo lo que el criminal deja tras de sí, hasta niveles microscópicos. Nuestra capacidad para interpretar hoy en día hasta la prueba más minúscula es impresionante. Los criminales tendrían que utilizar un traje espacial para asegurarse de no dejar nada que pueda delatarles. Aun así, probablemente deduciríamos que habían utilizado un traje espacial.
Incluso la ausencia de pruebas es reveladora. Nos indica que el criminal posee ciertos conocimientos sobre la policía y los procedimientos forenses. Nos permite deducir la metodología y psicología del asesino. ¿Es una persona inteligente, tranquila y paciente, o atolondrada, apasionada y desequilibrada? Tanto las pruebas como la ausencia de las mismas nos cuentan una historia.
—Mira —dice Alan señalando—, ahí viene.
Al volverme veo una furgoneta de mensajería avanzando hacia nosotros. El vehículo se detiene frente al edificio. Veo al conductor, un joven de pelo rubio con una incipiente barba, observándonos con aire preocupado. No se lo reprocho. Probablemente no está acostumbrado a ver a un contingente de personas con cara seria y expresión un tanto inquietante esperándole. Me acerco a la puerta del conductor y le indico que baje la ventanilla.
—FBI —digo mostrándole mi carné de agente del FBI—. ¿Trae un paquete a estas señas?
—Sí. Está en la parte posterior. ¿A qué viene todo esto?
—Ese paquete contiene unas pruebas, señor…
—¿Qué? Ah, Jed. Jedediah Patterson.
—Haga el favor de apearse de la furgoneta, señor Patterson. Ese paquete lo envía un criminal al que perseguimos.
El joven me mira boquiabierto.
—¿En serio?
—Sí. Tenemos que tomarle las huellas dactilares, señor Patterson. Haga el favor de descender de la furgoneta.
—¿Por qué tienen que tomarme las huellas dactilares?
Trato de tomármelo con paciencia.
—Vamos analizar el paquete en busca de huellas. Tenemos que saber cuáles son suyas y cuáles del asesino.
—Ah —responde el joven captando lo que está en juego—. Vale, ya lo entiendo.
—¿Quiere hacer el favor de bajar de la furgoneta? —Mi paciencia se está agotando. Rápidamente. El joven debe intuirlo, porque abre la puerta y se apea.
—Gracias, señor Patterson. Haga el favor de acompañar al agente Washington, que le tomará las huellas dactilares.
Señalo a Alan y observo que Jed Patterson le mira con cierto recelo.
—No se preocupe —digo sonriendo—. Reconozco que impone un poco, pero sólo es peligroso para los criminales.
El joven se humedece los labios sin apartar la vista del hombre-montaña.
—Si usted lo dice…
Jed se acerca a Alan, que le conduce al interior de la comisaría para tomarle las huellas dactilares.
Luego me centro en el paquete. Reggie Gantz se ha acercado a la furgoneta de mensajería con su equipo. Sigue mostrando una expresión de aburrimiento.
—¿Preparada? —me pregunta.
—Adelante —contesto.
Reggie se dirige a la parte posterior del vehículo y abre la puerta. Estamos de suerte; sólo hay tres paquetes. Reggie localiza de inmediato el que esperamos. Está dirigido a mí.
Yo le observo mientras pone en marcha su ordenador portátil y el aparato de rayos X también portátil. Al cabo de unos momentos contemplamos el contenido del paquete en la pantalla del ordenador.
—Parece que hay una botella que contiene un líquido… Y quizás una carta… También hay otro objeto, plano y circular. Podría ser un cedé. Eso es todo. Tengo que encender el detector y asegurarme de que ese líquido no es peligroso.
—¿Cree que es probable?
—No. Prácticamente todos los explosivos líquidos son inestables. El paquete seguramente habría estallado de camino aquí. —Reggie se encoge de hombros—. Pero los técnicos en explosivos nunca damos nada por sentado.
Me alegro de que Reggie esté presente, pero creo que está loco por realizar ese trabajo.
—Vamos allá —digo.
Reggie saca unos trapos de algodón y frota el paquete con ellos. Yo le observo introducirlos en el detector. Acto seguido el aparato de espectrometría comienza a analizarlos. Al cabo de unos minutos, me mira y dice:
—Creo que todo está en orden, que podemos abrir el paquete.
—Gracias, Reggie.
—De nada —responde bostezando.
Le observo perpleja dirigirse de nuevo a su vehículo con su equipo. De todo hay en la viña del Señor.
Me quedo sola con el paquete. Lo miro. No es muy grande. Lo suficiente para que contenga algo del tamaño de un frasco de mermelada, una carta y un cedé. Probablemente sea un cedé. Estoy impaciente por abrirlo.
Me dirijo de nuevo hacia la parte delantera de la furgoneta. Alan regresa con Jed Patterson, que tiene las yemas de los dedos manchadas de tinta negra. Indico a Alan que se acerque.
—El paquete no contiene ninguna sustancia peligrosa —digo—. Llevémoslo al laboratorio.
—Menos mal —comenta Callie.
Todos están impacientes por ver por fin el contenido del paquete.
Gene Sykes dirige el laboratorio de pruebas, y al vernos aparecer adopta una expresión de resignación.
—Hola, Smoky. ¿Cuánto tiempo me das para analizar eso?
—Vamos, Gene —contesto sonriendo—. No hace tanto que no nos vemos.
—O sea que era para ayer.
—Exacto.
Gene suspira.
—Dame los detalles.
—Es un paquete enviado a través de un servicio de mensajería por nuestro asesino. Hemos hecho que un técnico en explosivos lo examinara, lo que significa que ha limpiado la parte externa del paquete. También hemos tomado las huellas dactilares del conductor de la furgoneta para eliminarlas.
—¿Sabes qué contiene el paquete?
—El técnico tomó una imagen de rayos X. Al parecer dentro hay un frasco de algo, una carta y quizás un cedé. Como no hemos abierto el paquete, no estamos completamente seguros.
—¿Cómo sabes que es del asesino?
—Porque nos dijo que iba a enviarlo.
—Todo un detalle por su parte. —Gene reflexiona durante unos momentos sobre la información que le he dado—. ¿Habéis analizado ya el escenario del crimen relacionado con ese tipo?
—Sí.
—¿Habéis averiguado algo?
Informo a Gene de las huellas dactilares que hallamos en la cama de Annie.
Él se rasca la cabeza, pensando. Empieza a perderse en el problema.
—Necesito que analices esto a fondo. Pero necesito que lo hagas cuanto antes.
—De acuerdo. Lo examinaré pieza por pieza. Sacaré la caja, el contenido, y los analizaré por separado. Dices que es un tipo cauteloso, de modo que dudo que obtengamos huellas plásticas o visibles. Pero a veces nos llevamos una sorpresa.
En el escenario de un crimen podemos hallar tres tipos de huellas: plásticas, visibles y latentes. Las huellas plásticas y visibles son nuestras favoritas. Las huellas plásticas se producen cuando el criminal deja una huella en una superficie blanda, como cera, masilla o jabón. Las huellas visibles se producen cuando el criminal toca algo —por ejemplo, sangre— y luego toca otras superficies, dejando unas huellas claramente visibles. Las más frecuentes son las huellas latentes, o invisibles, que debemos esforzarnos en hallar, y la tecnología empleada en ello constituye todo un arte.
Gene es un artista. Si existe alguna huella, seguro que da con ella.
—Ni que decir tiene, Gene, que si el paquete contiene un cedé necesito examinar su contenido antes de que hagas algo que pueda dañarlo.
Para obtener unas huellas latentes hay que utilizar a veces sustancias químicas y calor. Cualquiera de ambas cosas podría dañar el cedé, impidiéndonos contemplar o escuchar su contenido.
Gene me mira con una expresión entre ofendida y rencorosa.
—Por favor, Smoky. ¿Por quién me tomas?
—Disculpa —contesto sonriendo. Le entrego otras dos bolsas de plástico que contienen los últimos envíos y las cartas de Jack Jr.—. Analiza esto también. Lo ha enviado el mismo criminal.
Gene me mira con cara de pocos amigos.
—¿Algo más? —pregunta con tono irónico.
—Obtendrás el beneficio de mi ayuda y pericia, cielo —dice Callie.
Gene la mira enojado.
—El tiempo apremia. El criminal nos ha informado de que volverá a asesinar.
Él se pone serio.
—De acuerdo —contesta.
Al entrar en el despacho compruebo que Alan está hablando por teléfono. Habla apresuradamente. Está alterado por algo. Sostiene el expediente del caso de Annie en una mano.
—Tengo que confirmarlo, Jenny. Quiero estar totalmente seguro. De acuerdo. —Mientras espera Alan se pone a dar unos golpecitos en el suelo con el pie—. ¿De veras? Perfecto, gracias. —Cuelga el teléfono, se levanta de la silla y se acerca a mí—. ¿Recuerdas que te dije que había algo que no me cuadraba?
—Sí.
—Era el inventario de los objetos que retiramos del apartamento de Annie. —Alan abre el expediente, busca la página y la señala—. El recibo de una inspección de un servicio de exterminio de plagas realizado en su casa cinco días antes de que la asesinaran.
—¿Y?
—En la mayoría de edificios como el edificio en el que vivía Annie se ocupan de realizar esos servicios para todos los inquilinos.
—Eso no demuestra nada. Pero sigue.
—Sí, es posible que yo también lo hubiera pasado por alto. Pero cuando estuvimos en su apartamento vi el albarán, y había algo en él que me ha preocupado desde entonces.
—Ve al grano, Alan.
—Sí, lo siento. Se trata de una anotación en el albarán. —Toma un bloc de notas de su mesa y lee: «Tu prima estudia prosa». ¿Qué coño quiere decir eso? Luego el tipo firmó como «Asensio Yutos».
—Qué nombre más raro.
—Son anagramas, ¿no?
Alan mira a James, sorprendido.
—Sí. ¿Cómo lo has…? Deja, no importa. —Luego se vuelve hacia mí y me muestra el bloc de notas—. ¿Ves? Escribí… Si cambias el orden de las letras pone: «Morirás, estúpida puta».
El corazón me da un vuelco.
—Y firma «Asensio Yutos». Si cambias las letras de sitio pone… —Alan vuelve a mostrarme el bloc de notas.
«Soy tu asesino».
—La última ofensa —murmura James—. El asesino le dice en sus narices que va a morir y que él va a matarla. Y Annie no sospechó nada.
Pienso que debería enfurecerme ante esto, pero no es así. Los juegos de esos asesinos ya no me impresionan.
—Te felicito por haberlo resuelto —digo a Alan.
Él se encoge de hombros.
—Siempre me han gustado los anagramas. Y los detalles que me intrigan.
—Sí, tío, eres increíble —dice James—. La cuestión es: ¿qué significa y cómo podemos utilizarlo?
—Dímelo tú, listo —contesta Alan.
James no se inmuta. Asiente con la cabeza, pensando.
—No creo que ese tipo fuera al apartamento para divertirse, sino para examinarlo. Para familiarizarse con él.
—O para verificar unos datos que ya conocía —tercio yo—. Quizás había estado anteriormente en el apartamento y quería comprobar que no había cambiado nada.
—Fue a echar un vistazo —dice Alan—. Sí, tiene sentido. Esos tipos son listos, precavidos. Lo planean todo.
—Quizá sea su modus operandi —digo. Empiezo a sentir la emoción de la caza—. Si pudiéramos averiguar algo sobre la próxima víctima de esos asesinos, por insignificante que fuera, quizá lograríamos atrapar al tipo que se encarga de verificar el lugar del crimen. ¿Cómo van sus pesquisas? —pregunto volviéndome hacia Leo.
—Me temo que no puedo darle una buena noticia —responde él torciendo el gesto—. La dirección IP no era estática. Conseguimos averiguar desde dónde la utilizaba, pero era un callejón sin salida.
—¿A qué se refiere?
—El tipo utilizaba un cibercafé. Una cafetería donde puedes conectarte a Internet de forma anónima.
—Maldita sea. ¿Algo más?
—No.
—Pues poneos las pilas. Lo digo en serio.
Ahora suena el teléfono. Alan lo coge, dice unas frases y luego cuelga.
—Te esperan en el laboratorio —me dice.
Tomo el ascensor y bajo cuatro plantas. Cuando llego al laboratorio me encuentro a Gene charlando con Callie, que le observa divertida.
—Ojo —digo a Callie—, que te liará.
Gene se vuelve hacia mí.
—Estaba explicando a la agente Thorne los últimos adelantos en la identificación del ADN mitocondrial.
—Un tema muy interesante —observa ella con tono seco.
—No te hagas la antipática, Callie —replica Gene enojado—. Te conozco bien. Eras una de mis mejores alumnas.
Ella sonríe y me guiña un ojo.
Yo alzo mi taza de café en un brindis.
—Siempre he elogiado tus dotes, Gene. Ya puestos, ¿tienes algo para mí?
Él mira de nuevo a Callie con cara de pocos amigos. Ella le saca la lengua. Gene se vuelve hacia mí con un suspiro de resignación.
—No hemos hallado pruebas físicas inmediatas. Me refiero a huellas dactilares, fibras, pelo, fragmentos de piel y demás. Pero he encontrado algo muy pero que muy interesante. Nos indica algo sobre el asesino que ni él mismo sabe.
Eso me anima.
—¿De qué se trata?
—Un poco de paciencia, Smoky. Para comprenderlo, antes tienes que leer la carta —dice Gene entregándomela—. Anda, léela.
No me gustan los enigmas. Pero Gene es uno de los mejores científicos forenses del país. Puede que del mundo. Y Callie me mira moviendo la cabeza en sentido afirmativo.
—Merece la pena esperar un poco, cielo.
Tomo la carta y la leo.
Saludos, agente Barrett:
Me muero de ganas de saber si le ha gustado la historia de Ronnie Barnes. No era una lumbrera, pero era perfecto para ilustrar un argumento. Supongo que se pregunta cuántos Ronnies pululan por ahí. Lo siento, pero prefiero que siga preguntándoselo.
A propósito, la vi dirigirse al campo de tiro cuando regresó de San Francisco. Debo decir que me llevé una alegría. Siempre es agradable cuando una estrategia da tan buen resultado. Ahora mi adversaria está armada y lista para lo que haga falta. Lo cual hace que la sangre me arda en las venas. ¿Siente usted lo mismo? ¿Nota que el corazón le late aceleradamente? ¿Que sus sentidos se han agudizado?
—Te está siguiendo, cielo.
—Sí. Vamos a tener que resolver ese problema.
Tiene usted otro aspecto, agente Barrett. Parece más peligrosa. Ya no se escuda detrás de las cicatrices de las que se sentía avergonzada.
Me alegro por usted. Y por mí. Porque ahora podemos quitarnos los guantes de seda. Ahora podemos hacer que este juego resulte más interesante.
Le adjunto dos cosas. Una de ellas, el contenido del frasco, requiere una explicación para que lo comprenda.
Hablemos sobre Annie Chapman. Conocida también como Annie la Tenebrosa. ¿No le dice nada ese nombre, agente Barrett? Seguro que sí. Fue la segunda víctima de mi antepasado.
Pobre Annie Chapman. No fue siempre una asquerosa puta. Esperó a que su marido muriera para empezar a abrirse de piernas por dinero. Era una impresentable. Cuando mi antepasado la mató no hizo sino eliminar un furúnculo de la piel de la sociedad.
Fue la segunda víctima de mi estimado Jack, pero la primera que mutiló para quedarse con unos recuerdos de ella. Le extirpó el útero, la parte superior de la vagina y los dos tercios posteriores de la vejiga.
Por supuesto, se han barajado numerosas teorías al respecto. Y como es natural, todas equivocadas. Nadie tenía la visión para comprender el plan de mi antepasado. Quiero compartirlo ahora con usted, de modo que preste atención.
Jack sabía que su progenie, pasada y futura, era de una naturaleza excepcional. Descendía de los depredadores primigenios. Los primeros cazadores. Muy superiores al grueso de la humanidad. Sabía que tenía el deber de transmitir sus conocimientos y su poder a las generaciones futuras, explicarles nuestra sagrada misión.
De modo que hizo acopio de numerosos recuerdos. Tomó esas piezas de las putas y las guardó en unos frascos sellados, para preservarlas. Ordenó que fueran transmitidos de generación en generación, como un recordatorio de lo que él había iniciado.
Ya le dije que podía demostrar todo cuanto digo, agente Barrett. Soy un hombre de palabra. De modo que le ofrezco uno de esos recuerdos sacrosantos. El útero de Annie Chapman.
Impresionante, ¿no le parece? Mándelo analizar. Cuando lo haga, creo que le resultará más difícil conciliar el sueño por las noches. Pues sabrá que un descendiente del Hombre Sombra deambula por ahí.
—¿Es cierto lo que dice, Gene? ¿Ese frasco contiene un útero humano?
Él sonríe. Otra sonrisa críptica.
—Hablaremos sobre eso más tarde. Sigue leyendo la carta.
El Hombre Sombra. Aunque existe sólo un original, supongo que habrá conocido a muchos farsantes, ¿no es así, agente Barrett? Los que viven en las sombras, los que matan en las sombras. Mi antepasado nació en las sombras. El suyo fue un legado de oscuridad.
A Jack le fascinaban las sombras, y las sombras… le acogían con agrado. Era su hijo más puro.
Pero me he apartado del tema.
Incluyo otro cedé que he grabado especialmente para usted. He continuado con la misión de mi antepasado. He eliminado a otra puta, otro furúnculo, de la Tierra.
—Maldito seas —digo.
Disfrútelo. Me siento muy orgulloso de mi labor.
Esto es todo de momento, agente Barrett, pero tenga por seguro que seguiremos en contacto. Quizá de una forma más personal. Una semana. Tictac, tictac.
Desde el Infierno,
Jack Jr.
Dejo la carta y miro a Gene.
—Suéltalo.
Él se frota las manos.
—Después de leer esa carta, lo primero que hice fue analizar el contenido de ese frasco, y así fue como lo descubrí.
—¿A qué te refieres?
Gene hace una pausa para dar mayor dramatismo al momento.
—Ese tarro no contiene tejido humano, Smoky. En mi opinión, se trata de tejido bovino.
Estoy tan estupefacta que no puedo articular palabra.
—¡Hostia! —exclamo al cabo de unos momentos.
Gene sonríe.
—Sí. Nuestro chico cree que posee algo que fue transmitido por Jack el Destripador. Pero se equivoca. Tiene un trozo de carne de vaca preservada en un tarro. Todas sus creencias se basan en una mentira, aunque él no lo sepa.
No salgo de mi estupor.
—De modo que son meras patrañas. Unas patrañas que alguien le ha contado. Ese tipo no es un descendiente de Jack el Destripador. Es…
—Otro asesino, simplemente —tercia Callie completando la frase—. No está mal, ¿eh? —pregunta arqueando las cejas—. No tenemos unas pruebas físicas para identificar a esos tipos. Pero no deja de ser una característica que define a ese criminal.
—Habéis hecho un trabajo excelente. ¿Puedes clasificar todo esto e incluirlo en un informe?
—Desde luego. Lo haré esta tarde.
—Perfecto. Es impresionante —digo volviéndome hacia Callie—. Tenemos que compartir esto con el resto del equipo.
Ambas nos encaminamos hacia la puerta.
—Esto, Barrett…
Al volverme veo a Gene sosteniéndolo con una mano enguantada.
Mierda.
Debido a la emoción, me había olvidado durante unos instantes del cedé. Mi euforia se disipa en el acto.
Ha llegado el momento de visionar otro asesinato.