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Ya es la mañana y he dado a mi equipo una versión abreviada del correo electrónico de Jack Jr. Les observo atentamente, como si pasara revista a mis tropas.

Todos tienen un aspecto horroroso. Pero todos muestran una expresión furiosa. Ninguno quiere hablar de lo ocurrido. Quieren cazar a esos tipos. Y esperan pacientemente a que yo les indique lo que deben hacer.

Es curioso. La responsabilidad es una chaqueta que te pones con toda facilidad, pero es muy difícil despojarte de ella. Hace tan sólo una semana pensé en saltarme la tapa de los sesos de un tiro. Ahora todos quieren que les diga lo que deben hacer.

—Bien —digo—, al menos sabemos algo con toda certeza.

—¿A qué te refieres? —pregunta Alan.

—A que Jack Jr. y su colega son unos cabrones.

Tras un breve silencio, todos rompen a reír. Todos excepto James. Las risas disipan en parte la tensión que reina en la habitación.

Pero sólo en parte.

—Escuchad —digo—. El primer asalto lo han ganado ellos, sin duda. Pero han cometido un grave error. Querían estimular nuestro deseo de atraparlos, y lo han conseguido. —Hago una pausa para calibrar la reacción de los otros—. Creen que nos sacan mucha ventaja. Los asesinos siempre creen eso. Pero tenemos las huellas dactilares de uno de ellos y sabemos que son dos. Hemos empezado a acortar distancias. ¿De acuerdo? —Todos asienten con la cabeza—. Bien. Pues manos a la obra. Perdona, Callie, no prestaba atención, repíteme lo que el doctor Child ha comentado sobre el perfil de nuestros asesinos.

El doctor Kenneth Child es uno de los pocos expertos en perfiles de criminales cuya opinión respeto. Yo había pedido a Callie que le entregara una copia de todos los datos sobre Jack Jr. que habíamos recabado para que nos diera su opinión lo antes posible.

—Me dijo que te dijera que había leído la carta y había sacado algunas conclusiones, pero que quiere esperar a ver qué contiene el paquete. El que se supone que llegará el día veinte. —Callie se encoge de hombros—. Se mostró muy firme al respecto.

Yo no le doy importancia. El doctor Child nunca me ha negado ningún favor que le he pedido. Tendré que fiarme de su intuición.

—¿Habéis conseguido la orden judicial para examinar la lista de suscriptores de Annie? —pregunto volviéndome entonces hacia Alan y Leo.

—Calculo que la tendremos dentro de una hora —responde Leo.

—Bien. Seguid con ello —digo chasqueando los dedos—. ¿Van a enviar a alguien de la brigada de explosivos de la policía de Los Ángeles?

Alan asiente con la cabeza.

—Sí. Traerán un detector de explosivos.

El «detector de explosivos» es el nombre de un aparato que utiliza el sistema de espectrometría de iones móviles. Dicho de otro modo, puede detectar restos de moléculas ionizadas que contienen los materiales explosivos.

Hemos tenido un amplio debate sobre cómo prepararnos para el día veinte. El director adjunto Jones quería que enviaran a un equipo SWAT, por si Jack Jr. o su amigo decidían entregarnos ese paquete en persona. Yo me había opuesto a esa idea.

—Hasta la fecha no han operado de ese modo —dije—. Y no creo que empiecen a hacerlo ahora. Elegirán un método más sencillo. Lo enviarán por mensajería.

Después de protestar un poco, Jones se había mostrado de acuerdo. Yo le había comentado más tarde que hacer que viniera un equipo SWAT atraería sin duda a los medios informativos. No obstante, Jones y yo habíamos coincidido en que convenía que acudiera un experto en explosivos. Habría sido una imprudencia no tomar las debidas precauciones.

—Hay algo en el expediente de Annie que me preocupa —dice Alan a James—. Deberíamos pedir la opinión de otra persona.

—Échale una mano, James.

Él asiente con la cabeza. No ha despegado los labios en toda la mañana.

—Hay otra cuestión que exige una respuesta, cielo —murmura Callie—. ¿Cómo consiguen esos tíos toda la información? Hemos descubierto micrófonos ocultos en la consulta del doctor Hillstead, pero ¿cómo obtuvieron el historial médico de Elaina, las señas de mi hija…?

—No es difícil —tercia Leo. Todos nos volvemos hacia él—. No es tan difícil obtener ese tipo de información como cree la gente. ¿Cómo obtuvieron el historial médico de Elaina? —Se encoge de hombros—. Basta con que te pongas una bata blanca y te hagas pasar por médico para colarte en cualquier sección de un hospital. Si encima posees ciertos conocimientos informáticos, puedes meterte en los servidores de los hospitales. Puedes comprar información, robar información, piratear información… —Leo vuelve a encogerse de hombros—. Les asombraría comprobar lo fácil que es. Yo lo he visto, debido a mi trabajo en Delitos Informáticos. Un buen hacker o unos ladrones de identidades pueden conseguir lo que se propongan. —Mira a Callie—. Déme una semana y conseguiré todos los datos sobre usted. Desde el tope de su tarjeta de crédito hasta los medicamentos que toma. —Leo nos mira a todos—. Entiendo que los datos que ha obtenido hasta ahora nuestro asesino son inquietantes. Pero no se necesita ser un ingeniero astronáutico para conseguirlos.

Observo a Leo unos instantes mientras asimilo sus palabras, al igual que todos. Por fin, asiento con la cabeza.

—Gracias, Leo. ¿Sabéis todos lo que tenéis que hacer? —pregunto mirando a los miembros de mi equipo—. Perfecto.

Entonces se abre la puerta del despacho, rompiendo el momento. Al volverme para ver de quién se trata siento una punzada de temor.

Marilyn Gale está en el umbral, con expresión preocupada. Junto a ella hay un policía uniformado, que sostiene un paquete.