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En cuanto entro, marco el número del móvil de Leo. El teléfono suena y suena sin que nadie responda.

—¡Maldita sea, Leo, cójalo!

Por fin responde. Su voz suena cansada e inexpresiva. El corazón me da un vuelco.

—¿Dónde estás, Leo?

—Estoy en el veterinario con mi perro, Smoky.

La normalidad de su respuesta me anima un poco durante unos instantes.

—Alguien le amputó las cuatro patas. Tengo que sacrificarlo. —Me quedo helada. Perpleja. A Leo se le quiebra la voz, emite un chasquido seco como un plato de porcelana al estrellarse contra un ladrillo—. ¿Quién puede ser capaz de hacer una atrocidad así, Smoky? Cuando llegué a casa me lo encontré tendido en el cuarto de estar, tratando de… tratando de… —El dolor de Leo hace que parezca como si se atragantara mientras trata de buscar las palabras adecuadas—. Tratando de arrastrarse hacia mí. Todo estaba cubierto de sangre y mi perro emitía unos quejidos angustiosos, como… un bebé. Me miraba con unos ojos como si… como si temiera haber hecho algo malo. Como si me preguntara: «¿Qué he hecho mal? Trataré de enmendarlo, pero debes decírmelo. ¿Lo ves? Soy un buen perro».

Por mis mejillas ruedan unos gruesos lagrimones.

—¿Quién pudo haber hecho algo así?

Si Leo se parara a pensar, adivinaría enseguida quién lo había hecho. Lo que trata de decir es que no debería existir nadie capaz de semejante salvajada.

—Jack Jr. y su amigo. Lo hicieron ellos.

Le oigo sofocar una exclamación llena de dolor.

—¿Qué?

—O lo hicieron ellos o encargaron a alguien que lo hiciera. Pero fueron ellos.

Deduzco que Leo está tratando de asimilarlo.

—En el correo electrónico decían que…

—Sí. —Sí, Leo, pienso, ese tipo de personas existe, y lo que le hicieron a tu perro no significa nada para ellos.

Se produce un silencio tenso y prolongado. Imagino lo que está pensando Leo. Han torturado a mi perro por ser yo quien soy. Imagino que siente unos remordimientos que le corroen, espantosos. Luego carraspea para aclararse la garganta, un sonido angustioso.

—¿Quién más, Smoky?

Respiro hondo y se lo digo. Le explico lo de Elaina y James, omitiendo los pormenores de la enfermedad de Elaina. Cuando termino, él guarda silencio unos momentos. Yo espero a que diga algo.

—Ya lo superaré. —Es una frase corta y llena de mentiras. Pero quiere darme a entender que lo comprende.

Yo repito la frase que estoy empezando a odiar.

—Llámeme si me necesita.

—Vale.

Cuelgo y permanezco unos instantes en mi cocina, con una mano apoyada en la frente. No consigo desterrar esa imagen de mi mente. Esos ojos implorantes: «¿Qué es lo que he hecho mal?». La respuesta es terrible, sobre todo porque el perro nunca sabrá la verdad.

Nada. No has hecho nada malo.

—De modo que están subiendo el volumen —comenta Callie.

—Sí. Quería que lo supieras. Ten cuidado.

—Tú también, cielo.

—Descuida.

Después de colgar, me siento a la mesa de la cocina y apoyo la cabeza en las manos. Éste ha sido el peor día en mucho tiempo. Estoy hecha polvo y me siento triste y vacía. Y sola.

Callie tenía a su hija, Alan tenía a Elaina. ¿A quién tengo yo?

Me echo a llorar. Hace que me sienta ridícula y débil, pero lo hago porque no puedo remediarlo. Mi llanto se prolonga hasta que me enfurezco y me seco la cara con las manos, tratando de superar ese momento de debilidad.

«Deja de compadecerte —me digo—. Tú tienes la culpa, reconócelo. No dejaste que vinieran a verte cuando estabas mal, de modo que si quieres culpar a alguien por lo ocurrido, cúlpate a ti misma».

Mi furia va en aumento, pero no trato de contenerla. Hace que se me sequen los ojos. Jack Jr. y su amigo están atormentando a mi familia. Invadiendo sus vidas y lastimándolas en sus puntos más íntimos.

—Esos tipos están muertos —digo a la casa vacía. Lo cual me hace sonreír. A pesar de los meses transcurridos sigo estando como una chota, hablando conmigo misma para animarme.

Me doy cuenta de que he cambiado. Soy otra, y confío en seguir así. Aún se agita el dragón en mi interior, aún soy capaz de ver el tren funesto y disparar mi pistola. Pero ya no estoy hecha de líneas rectas y certezas. Tropiezo y me caigo, y recibo unos golpes duros. He adquirido un nuevo rasgo: fragilidad. Es un rasgo que me es ajeno, que no me gusta, pero es la verdad.

Subo la escalera que conduce a mi habitación; estoy tan cansada que es como si arrastrara unas cadenas. Han sido demasiadas emociones.

Cuando paso junto al pequeño despacho que Matt había instalado para ambos, algo hace que me detenga y entre. Observo mi ordenador, cubierto de polvo y sin usar durante muchos meses. Me pregunto si tendré algún mensaje.

Me siento frente al ordenador y espero a que se inicie. ¿Sigo conectada a Internet? No lo recuerdo. Pero hago clic en un navegador y compruebo que sí. Me reclino unos momentos en la silla, contemplando en la pantalla el icono del programa de correos electrónicos. Pensando.

Hago un doble clic sobre el icono y éste se abre. Tras dudar unos instantes, hago clic en el botón para mirar mis correos electrónicos. Empiezan a descargarse todo tipo de mensajes y correos basura que se han ido acumulando durante estos meses. También veo lo que supuse que encontraría. El asunto es: «¿Cuánto vale el perrito del escaparate?».

El odio que siento por él en estos momentos me estimula.

Abro el mensaje y lo leo.

Querida Smoky:

A estas alturas supongo que ha comprobado que soy un hombre de palabra. Callie Thorne ha tenido que enfrentarse a su hija, la esposa de Alan Washington se pregunta si va a morirse. Pobre Leo, está tratando de superar la muerte del mejor amigo del hombre. En cuanto al joven James… En estos momentos estoy contemplando a Rosa. Está bastante estropeada, pero le asombraría comprobar la eficacia de los líquidos que inyectan a los cadáveres para preservarlos. No tiene ojos, pero sigue teniendo un pelo precioso. Haga el favor de comentárselo a James de mi parte.

Pienso que la venganza es el sistema más eficaz de afilar una espada, ¿no cree? Piense en ello. Si no había pensado nunca en ello, estoy seguro de que ahora lo hará. Imagino que todos ustedes ansían matarme. Quizás alguno incluso sueñe con ello. Usted me ve implorándole clemencia, que por supuesto me niega. Se ve a sí misma disparándome un tiro en la cabeza en lugar de encerrarme en la cárcel.

Pero esta moneda tiene dos caras, y quiero subir la apuesta. Dejar una cosa muy clara, por si aún no lo está: nada de lo que tiene valor para ustedes está seguro.

Procuren cazarme, porque mientras siga libre, mientras pueda seguir deambulando por el bosque situado en las lindes de la civilización, poco a poco les arrebataré todo lo que atesoran. Las cosas que he tocado y les he arrebatado hasta ahora les parecerán insignificantes.

Cada semana que transcurra sin que logren atraparme, les arrebataré algo a cada uno de ustedes. A Callie Thorne le arrebataré a la hija que había perdido y que ha recuperado, junto con su nieto. A Alan le arrebataré a su esposa. Mataré a la madre de James. Y así sucesivamente, hasta que todos vivan la vida que usted vive, Smoky. Hasta que hayan perdido todo lo que atesoran, hasta que sus casas estén vacías y sólo les quede una cosa: la terrible suposición de que todo se debe a quiénes son y lo que hacen.

Confío en que comprendan que hablo en serio. Y confío en que esa constante sensación de que les estoy apuntando a la sien con una pistola les proporcione el estímulo necesario para que agucen sus sentidos. Necesito que permanezcan alerta y centrados en el tema. Necesito que miren con los ojos de un asesino.

Afánense en cazarme. Les doy una semana. Durante ese tiempo las personas y cosas que aman estarán seguras. A partir de entonces, comenzaré a devorar sus mundos, y sus almas empezarán a morir.

¿No le parece excitante? A mí sí. Suerte.

Desde el Infierno,

Jack Jr.

P.D. Agente Thorne, quizá se pregunte si en realidad le he arrebatado algo. Quizá piense incluso que le he hecho un favor por error. En cierto sentido, es posible. Pero recapacite. Quizá le he recordado lo que ha perdido para siempre. ¿No lo adivina? ¿Qué es lo que ha perdido?

Observo esas palabras durante largo rato, sentada ante el ordenador en mi casa desierta. No estoy triste, ni siquiera furiosa. Siento lo que esos tipos desean que sienta.

Certeza.

Prefiero morir antes que permitir que un miembro de mi pequeña familia termine, como yo, hablando consigo mismo y llorando a solas.