Tardamos una eternidad en regresar. Partimos a primera hora de la tarde y la hora punta comienza temprano en el sur de California. Cuando llegamos al despacho, todos se ponen de pie, mirándonos con expresión inquisitiva.
—No preguntéis, cielos —dice Callie alzando una mano—. En estos momentos no tengo nada que decir. —Su móvil empieza a sonar y se vuelve para atender la llamada.
El telón ha vuelto a caer sobre ella, ocultando sus emociones. Me siento aliviada, y observo que los otros también. Significa que no le ocurre nada. Todos nos afanaríamos en apoyarla, pero nos disgusta ver el lado vulnerable de Callie. Me pregunto si eso ha influido para que ella se haya encerrado de nuevo en sí misma. Quizá lo ha hecho más por nosotros que por ella.
Alan rompe el silencio.
—Quiero revisar de nuevo el expediente del caso de Annie. Hay algo que no me cuadra. Pero no estoy seguro de qué es.
Yo asiento con la cabeza, pero estoy distraída. O quizá simplemente cansada. Miro mi reloj y me asombra comprobar que es casi hora de marcharnos a casa.
Los límites de nuestro horario son puramente teóricos. Nuestro trabajo exige flexibilidad en ese aspecto, hay demasiado en juego. Siempre he pensado que debe ser lo mismo en una guerra. Cuando las balas vuelan a tu alrededor, no tienes más remedio que disparar contra el enemigo, sea la hora que sea. Y si tienes la oportunidad de avanzar sobre él, la aprovechas tanto si son las cuatro de la mañana como si son las cuatro de la tarde. El otro paralelismo es que aprovechas los tiempos de silencio, las oportunidades de descansar, porque no sabes cuándo volverán a presentarse.
Parece que ésta es una de esas oportunidades, de modo que tomo la decisión que tomaría cualquier buen general.
—Quiero que os vayáis todos a casa —digo—. Es posible que las cosas se compliquen mañana. Más de lo que están. Así es que iros a descansar.
James se me acerca y dice en tono quedo:
—No vendré hasta la hora de comer. Mañana tengo que hacer una cosa.
Tardo unos momentos en comprender lo que me ha dicho.
—¡Ah! —contesto esbozando una mueca—. Lo siento, James. Lo había olvidado. Saluda a tu madre de mi parte.
Él da media vuelta y se marcha sin responder.
—Yo también lo había olvidado, cielo —murmura Callie—. Probablemente porque confiere a Damien una vertiente humana.
—¿Qué es lo que habéis olvidado? —pregunta Leo.
—Mañana es el aniversario de la muerte de la hermana de James —contesto—. La asesinaron. Todos los años él y su madre van al cementerio para visitar su tumba.
—Ah —dice Leo torciendo el gesto—. ¡Joder!
Lo dice con una pasión y vehemencia que me sorprende.
—Lo siento —dice Leo tratando de restarle importancia—. Es que… esta mierda está empezando a afectarme.
—Bienvenido al club, cielo —dice Callie con tono afable.
—Sí, ya. —Él respira hondo y expele el aire. Luego se pasa la mano por el pelo—. Nos vemos mañana.
Leo se marcha tras hacer un vago ademán de despedida. Callie le observa con gesto pensativo.
—El primer caso siempre es duro. Y éste es especialmente duro.
—Sí. Pero lo superará.
—Yo también lo creo, cielo. Al principio no estaba segura de cómo reaccionaría, pero nuestro pequeño Leo se está portando muy bien. —Callie se vuelve hacia mí y pregunta—: ¿Qué vas a hacer esta noche?
—Smoky viene a cenar a casa —dice Alan, mirándome—. Elaina insiste en que vengas.
—No sé…
—Debes ir, Smoky. Te hará bien —dice Callie dirigiéndome una mirada cargada de significado—. Y también le hará bien a Bonnie. —Se acerca a su mesa y coge su bolso—. Además, eso es justamente lo que voy a hacer yo.
—¿Vas a cenar a casa de Alan?
—No, tonta. Esa llamada era de mi hija. —Callie se detiene antes de proseguir—: Qué raro, ¿no? Bueno, el caso es que esta noche voy a cenar con ella y, me estremezco de pensarlo…, mi nieto.
—¡Eso es estupendo, Callie! —exclamo sonriendo—. ¿O debo llamarte abuela?
—No si quieres seguir siendo mi amiga, cielo —replica ella alegremente. Se encamina hacia la puerta del despacho, se detiene y se vuelve hacia mí—. Ve a cenar a casa de Alan. Haz algo normal, con otras personas.
—¿Y bien? —pregunta él—. ¿Vas a venir o quieres que Elaina se enfade conmigo?
—¡Anda ya! De acuerdo.
Alan sonríe.
—Vale. Nos veremos en casa.
Alan y Callie se marchan y me quedo sola en nuestro despacho. He decidido seguir el consejo de Callie. Lo que me ha convencido ha sido su comentario sobre Bonnie. Le hará bien. En cualquier caso, es mejor que regresar a mi… ¿Cómo lo llamó ese tipo?, ¿buque fantasma?
Pero me apetece quedarme aquí unos momentos. Todo ha sucedido a una velocidad increíble, tanto en lo que se refiere a los acontecimientos como a las emociones. Me siento al mismo tiempo estimulada y hecha polvo. Repaso mentalmente los últimos días. He pasado de pensar en suicidarme a desear vivir. He perdido a la mejor amiga que tenía en el mundo. He recuperado a una amiga más antigua, mi pistola. He adoptado a una hija muda, que quizá no se recupere nunca. He recordado que maté a mi hija. He averiguado que Callie no sólo tiene una hija, sino un nieto. He sabido que una mujer a la que estimo profundamente, Elaina, padece cáncer y quizá muera. He tenido que familiarizarme con el negocio de la pornografía más allá de lo que quería.
Sí, han volado muchas balas a mi alrededor.
Pero en estos momentos el tiroteo ha cesado y se ha impuesto el silencio. Debo aprovechar este silencio, como cualquier soldado que se precie. Me levanto, salgo de la oficina, cerrando la puerta a mi espalda, y me encamino hacia los ascensores.
Mientras bajo en el ascensor, pienso que mi silencio es distinto del silencio de una persona normal y corriente, corriente y normal. Es una oportunidad para descansar, cierto. Pero es un silencio saturado de tensión y espera. Porque nunca se sabe en qué instante comenzará de nuevo el tiroteo.
Me pregunto si Jack Jr. y su compinche estarán haciendo lo mismo en estos momentos. Descansando antes de cometer su próximo asesinato.
Cuando Alan abre la puerta, le miro preocupada. Parece disgustado, furioso. Da la sensación de estar tratando de reprimir las lágrimas y el deseo de asesinar a alguien.
—¡Maldito hijoputa! —murmura entre dientes.
—¿Qué? —pregunto, alarmada, entrando apresuradamente en la casa—. ¿Les ha ocurrido algo a Elaina o a Bonnie?
—Están bien, pero ese cabrón… —Alan permanece inmóvil unos momentos, crispando las manos en unos puños. Si no fuera mi amigo, estaría aterrorizada. Se dirige rápidamente hacia una mesita, toma un voluminoso sobre y me lo entrega.
Miro el sobre. Está dirigido a «Elaina Washington, RIP». Me quedo helada.
—Mira dentro del sobre —dice Alan con aspereza.
Lo abro y veo una nota escrita a máquina, grapada a unos folios. Cuando echo un vistazo a los folios, lo comprendo todo.
—Mierda…
—Es el historial médico de Elaina —dice Alan paseándose arriba y abajo—. Contiene todos los pormenores sobre el tumor, las notas del médico. —Me arrebata los folios y me muestra uno de ellos—. ¡Lee el pasaje que ese cabrón ha subrayado para Elaina!
Tomo las hojas de sus manos y leo lo que me ha indicado.
La señora Washington padece un tumor canceroso en fase dos, casi tres. La perspectiva es buena, pero es preciso que la paciente entienda que es posible, aunque no probable, que alcance el tercer estadio.
—¡Lee su puta nota!
La miro y veo el comienzo de rigor.
Saludos, señora Washington:
No soy un amigo de su esposo, sino que nos conocemos por motivos profesionales. He pensado que a usted le gustaría saber la verdad sobre su estado actual.
¿Sabe cuál es el índice de supervivencia de los pacientes con un tumor en fase tres, querida? Cito textualmente: «Fase III: metástasis en los nódulos linfáticos alrededor del colon, una posibilidad de un 35 - 60 por ciento de supervivencia durante cinco años».
¡Caramba! Si yo fuera aficionado a las apuestas, me temo que tendría que apostar contra sus posibilidades de curación.
Le deseo suerte. ¡Seguiré sus progresos!
Desde el Infierno,
Jack Jr.
—¿Es eso cierto, Alan?
—No en los términos que lo expresa ese cabrón —me responde bruscamente—. He llamado al doctor. Me ha dicho que si se sintiera realmente preocupado por Elaina, me lo habría dicho. No me ha ocultado nada. Esa nota la escribió para acordarse de lo que debía decirnos cuando la visitara de nuevo.
—Pero Elaina la ha leído tal como está escrita, sin una explicación.
La tristeza que reflejan los ojos de Alan basta para responder a mi comentario.
Me vuelvo unos momentos, apoyando una mano en mi frente. De pronto hace presa en mí una furia inenarrable. De todas las personas a las que ese tipo podía lastimar, aparte de Bonnie, Elaina es quien menos lo merece. Recuerdo esta mañana, cuando su mera presencia logró derribar las barreras que había erigido la niña. Recuerdo cuando vino a visitarme al hospital. Siento deseos de matar a Jack Jr.
Ese tipo sigue invadiendo las áreas personales de nuestras vidas. Coloca unos micrófonos ocultos en la consulta del doctor Hillstead para llegar a mí. ¿Y ahora qué? ¿Sustrae del hospital el historial médico de Elaina? ¿Qué más sabe?
—¿Cómo está Elaina? —pregunto a Alan.
Él se sienta repentinamente en una butaca. Parece perdido.
—De entrada se llevó un susto de muerte. Luego se puso a llorar.
—¿Dónde está?
—En el dormitorio, con Bonnie. —Alan me mira con gesto cansino—. La niña no se aparta de ella un momento —dice apoyando la cabeza en las manos—. Maldita sea, Smoky, ¿por qué Elaina?
Suspiro, me acerco a él y apoyo una mano en su hombro.
—Porque esos tipos sabían que te dolería, Alan.
Él alza la cabeza y me mira con ojos centelleantes.
—Quiero cazar a esos cabrones.
—Lo sé. —Por supuesto que lo sé—. Escucha, aunque puede que esto no te consuele, no creo que Elaina corra peligro de ser atacada por Jack Jr. y compañía, al menos de momento. No creo que éste sea el propósito de la nota.
—¿Qué te hace pensarlo?
Meneo la cabeza, pensando en lo que Callie me ha dicho hoy.
—Esto forma parte de su plan. Quieren que vayamos a por ellos. Y quieren que nos pongamos las pilas. Que nos involucremos personalmente en el asunto.
—Pues lo están logrando —contesta Alan con expresión sombría.
—Desde luego —respondo asintiendo con la cabeza.
Se reclina en la butaca y suspira. Es un suspiro rebosante de tristeza. Luego alza la vista y me mira con gesto implorante.
—¿Te importa subir a verla?
—Por supuesto que no —contesto dándole una palmadita en el hombro.
Temo hacerlo, pero por supuesto que no me importa.
Llamo a la puerta del dormitorio, la abro y asomo la cabeza. Elaina está tendida de costado, de espaldas a mí. Bonnie está sentada junto a ella, acariciándole el pelo. Cuando entro la niña me mira y me detengo en seco. Sus ojos expresan una furia inaudita. Nos miramos unos instantes y asiento con la cabeza, para indicar que lo comprendo. Han herido a su Elaina y está furiosa.
Me acerco y me siento en el borde de la cama. El recuerdo del hospital me viene a la mente. Elaina está con los ojos abiertos, fijos en el infinito. Tiene la cara hinchada de llorar.
—Hola —digo.
Ella me mira y fija de nuevo la vista en el infinito. Bonnie sigue acariciándole el pelo.
—¿Sabes qué es lo que más me disgusta, Smoky? —pregunta Elaina rompiendo el silencio.
—No. Cuéntamelo.
—Que Alan y yo no tengamos hijos. Lo intentamos muchas veces, pero no lo conseguimos. Ahora soy demasiado vieja para tener hijos y me enfrento a un cáncer. —Cierra los ojos y vuelve a abrirlos—. Ese individuo ha invadido nuestras vidas. Se burla de nosotros. De mí. Tengo miedo.
—Eso es lo que pretende.
—Sí. Y lo ha logrado. —Silencio—. Habría sido una buena madre, ¿no crees, Smoky?
Tuerzo el gesto. La intensidad de su dolor me horroriza. Es Bonnie quien responde a su pregunta. Le da una palmadita en el hombro y ella se vuelve hacia la niña. Tras asegurarse de que Elaina la está mirando, Bonnie asiente con la cabeza.
Le está diciendo que habría sido una madre maravillosa.
Elaina la mira con dulzura. Alarga una mano para acariciar la cara de la niña.
—Gracias, cariño. —Silencio. Elaina me mira—. ¿Por qué hace ese hombre esto, Smoky?
¿Por qué lo ha hecho, por qué lo hace, por qué ha ocurrido esto? ¿Por qué mi hija, mi hijo, mi marido, mi esposa? Son las preguntas incesantes de las víctimas.
—Para responderte brevemente, lo hace porque quiere herirte. Ésa es su motivación más sencilla. El otro aspecto de la cuestión es que sabe que con ello atemoriza a Alan. Eso le hace sentirse poderoso. Lo cual le produce una inmensa satisfacción.
Por supuesto, sé que no existe una buena respuesta a la insistente pregunta: «¿Por qué yo? Soy un buen padre/madre/hermano/hija/hijo. Trabajo de lo lindo y hago lo que puedo. Sí, a veces miento, pero por lo general digo la verdad, y procuro querer a las personas lo mejor que puedo. Trato de hacer el bien en lugar del mal, y soy más feliz cuando veo sonrisas en lugar de dolor. No soy un héroe, sé que no pasaré a los anales de la historia. Pero estoy aquí, y mi presencia es importante. ¿Así que por qué yo?».
No puedo decirles lo que pienso. ¿Por qué? Porque respiras y andas, y porque existe el mal. Porque alguien lanzó unos dados cósmicos y perdiste la apuesta. Ese día Dios se olvidó de ti, o quizá lo que ocurre forma parte de sus designios, como prefieras. La verdad es que cada día pasa algo malo en alguna parte, y hoy te ha tocado a ti.
Algunos piensan que es un punto de vista desencantado y cínico. Yo creo que es lo que me permite conservar la cordura. De lo contrario, empezaría a pensar que los malos son más listos. Prefiero pensar: «No, no son más listos. La realidad pura y dura es que el mal aspira a derrotar al bien, y hoy el bien ha tenido un mal día». Lo cual conlleva una aceptación de la otra cara del argumento: que mañana quizá sea el mal el que se lleve la peor parte. Eso se llama esperanza.
Nada de eso consuela a las víctimas cuando me preguntan por qué, de modo que respondo con una verdad menos cruda, como la que he dado a Elaina hace unos momentos. A veces alivia el dolor de las personas, otras no. Por lo general, no les alivia, porque si tienen que hacer esa pregunta, en realidad la respuesta les tiene sin cuidado.
Ella reflexiona sobre lo que le he dicho. Cuando me mira de nuevo, observo una expresión inédita en su rostro. Ira.
—Atrapa a ese hombre, Smoky. ¿Me oyes?
Trago saliva.
—Sí —respondo.
—Bien. Sé que lo harás. —Si Elaina me hubiera pedido que arrancara una estrella del cielo en estos momentos, habría intentado complacerla.
—Cuando bajes di a Alan que suba a verme. Le conozco. Seguro que se culpa por lo ocurrido. Dile que se deje de tonterías. Le necesito.
Conmocionada pero fuerte como siempre. De pronto caigo en la cuenta de algo que siempre he sabido. Siento un enorme cariño por esa mujer.
—De acuerdo —contesto. Luego me vuelvo hacia Bonnie y digo—: Vámonos, cariño.
Ella menea la cabeza. No. Da una palmadita a Elaina en el hombro y luego lo aferra con gesto posesivo.
—Tesoro —insisto frunciendo el ceño—, creo que debemos dejar a Elaina y a Alan solos esta noche.
Bonnie sacude de nuevo la cabeza, con energía. Es un no categórico.
—Por mí puede quedarse si quiere, si a ti no te importa. Es un encanto de niña.
Miro a Elaina estupefacta.
—¿Estás segura?
Elaina levanta la mano y acaricia el pelo de Bonnie.
—Segurísima.
—Bien, pues… de acuerdo. —Además, pienso, sólo un milagro sería capaz de separar a Bonnie de Elaina en estos momentos—. Entonces me marcho. Vendré a verte por la mañana, Bonnie, cariño.
La niña asiente con la cabeza. Me encamino hacia la puerta y me vuelvo al oír unos pasitos a mi espalda. Bonnie se ha levantado de la cama y me está mirando. Me tira del brazo para que me agache. Su rostro expresa preocupación.
—¿Qué ocurre, tesoro?
Bonnie se da una palmadita y luego me da una palmadita a mí. Vuelve a hacerlo, con insistencia. Su cara sigue expresando preocupación. Por fin comprendo lo que quiere decirme. Siento que me sonrojo y que se me saltan las lágrimas. Bonnie me dice: «Estoy contigo, sólo me quedo aquí para ayudar a Elaina. Pero estoy contigo». Quiere asegurarse de que lo comprendo. Sí, Elaina es una Madre. Pero yo estoy contigo.
No puedo articular palabra. Me limito a asentir con la cabeza y la abrazo antes de salir de la habitación.
Cuando bajo veo a Alan de pie junto a la ventana, contemplando el anochecer.
—Elaina está bien. Me ha pedido que te diga que debes dejar de culparte y que te necesita. Por cierto, Bonnie se queda aquí esta noche. Se niega a separarse de ella.
—¿En serio? —pregunta Alan, más animado.
—Sí. Se siente muy protectora de Elaina. —Le doy un golpecito en el pecho—. Sabes que te comprendo, Alan, pero tienes que subir y abrazar a tu mujer. —Sonrío—. En estos momentos Bonnie está ocupando tu lugar.
—Lo sé —responde él al cabo de unos segundos—. Tienes razón. Gracias.
—De nada. A propósito, si quieres, mañana puedes tomarte el día libre.
—De eso nada, Smoky —contesta Alan con gesto sombrío—. Esos hijoputas han conseguido lo que querían. Iré a por ellos hasta que logre atraparlos vivos o muertos. —Sonríe. Es una sonrisa capaz de helarte la sangre—. Sospecho que les va a salir el tiro por la culata.
—Tenlo por seguro —respondo.