Nos hallamos en el interior de la casa. Callie está sentada en el cuarto de estar, con la cabeza apoyada en las manos. Yo estoy en la cocina, hablando por el móvil con Alan.
—Aquí no hay nada —digo—. El asesino pretendía intimidar a Callie.
—James y yo podemos estar allí en unos diez minutos. ¿Quieres que vayamos?
Dirijo la vista hacia el cuarto de estar y miro a Callie y a su hija. El ambiente es tenso, saturado de temor, cansancio y la típica resaca después de un subidón de adrenalina.
—No. Creo que cuantas menos personas haya aquí mejor. Volved a la oficina. Ya te llamaré.
—De acuerdo.
Alan cuelga. Respiro hondo y me encamino hacia el ciclón emocional. La hija de Callie, que se llama Marilyn Gale, se pasea frenéticamente por la habitación, dando unas palmaditas en la espalda al bebé al tiempo que se detiene y echa a andar de nuevo, una y otra vez. Pienso que las palmaditas están más destinadas a reconfortarse a ella misma que al bebé.
Es igualita que Callie, aunque la joven no parece haberse percatado todavía de ese detalle. Es algo más baja, un poco más rellenita y tiene unas facciones más suaves. Pero el pelo rojo es idéntico. Y el rostro y el cuerpo poseen la misma belleza, como la de una modelo. Los ojos son distintos. Supongo que los ha heredado de Billy Hamilton. Lo que más me recuerda a Callie es la ira de Marilyn. Está muy cabreada, siente la furia que suele desencadenar un súbito temor.
—¿Quieren hacer el favor de explicarme a qué viene todo esto? —pregunta con tono estridente—. ¿Por qué motivo dos agentes del FBI se presentan inopinadamente en mi casa empuñando sus pistolas?
Callie no responde. Sigue con la cabeza apoyada en las manos. Parece agotada.
Tendré que ser yo quien aclare las cosas.
—Siéntese, señora Gale. Se lo explicaré todo, pero creo que en primer lugar debe relajarse.
Marilyn se detiene y me mira enojada. Casi basta para convencerme de que la genética desempeña cierto papel en la personalidad. En los ojos furibundos de la joven observo el carácter enérgico de Callie.
Yo la miro sonriendo tímidamente. Ella se sienta. Callie aún no ha levantado la cabeza de las manos.
—Soy la agente especial Smoky Barrett, señora Gale, y…
—Señorita, no señora —me interrumpe Marilyn—. ¿Barrett? ¿La agente a la que un tipo atacó hace seis meses? ¿La que perdió a su marido y su hija?
Siento que el corazón se me encoge. Pero asiento con la cabeza.
—Sí.
Eso parece disipar el temor de Marilyn. Sigue enojada, pero su enojo está teñido de compasión. El ciclón remite. Sólo se vislumbra algún que otro rayo a lo lejos.
—Lo siento —dice, y parece fijarse por primera vez en mis cicatrices. Las contempla con una expresión mesurada y cautelosa, pero no con repulsión. Me mira a los ojos y veo en ellos algo que me sorprende. No una expresión de lástima, sino de respeto.
—Gracias —respondo. Respiro hondo y prosigo—: Estoy a cargo del grupo del FBI en Los Ángeles que se ocupa de los crímenes violentos. De los asesinatos en serie. Perseguimos a un hombre que ya ha matado a una mujer. Ese hombre envió un correo electrónico a la agente Thorne indicando que usted era su próximo objetivo.
Marilyn palidece y estrecha al bebé contra su pecho.
—¿Qué? ¿Yo? ¿Por qué yo?
Callie alza por fin la vista. Apenas la reconozco. Está pálida, demudada.
—Ese asesino persigue a mujeres que tienen páginas pornográficas en la Red. Nos envió un enlace con su página web.
El temor da paso a la perplejidad en el rostro de Marilyn. No sólo perplejidad, sino pavor.
—¿Cómo? ¡Cielo santo! Pero si yo no tengo una página web. Y menos una página pornográfica. Estudio en la universidad, aunque ahora estoy de baja por maternidad. Ésta es la segunda residencia de mis padres; me la han prestado para que me aloje durante un tiempo.
Silencio. Callie la mira, calibrando la confusión de la joven. Comprendiendo, como yo, que es imposible fingir esa expresión de desconcierto. Marilyn dice la verdad.
Callie cierra los ojos. Su rostro muestra una expresión de alivio no exento de tristeza. Lo comprendo. Se siente aliviada de que su hija no se dedique a la pornografía. Pero sabe que ése es sólo uno de los motivos por los que Jack Jr. se ha fijado en Marilyn. Una profunda sensación de alivio mezclado con una intensa sensación de culpa, mi mezcla favorita.
—¿Están seguras de que ese hombre se refería a mí?
—Sí —responde Callie.
—Pero yo no tengo una página web pornográfica.
—El asesino tiene otros motivos —dice Callie mirando a la joven—. ¿Es usted adoptada, señorita Gale?
Marilyn frunce el ceño.
—Sí. ¿Por qué…?
La joven se detiene y mira a Callie atentamente por primera vez. De pronto abre los ojos como platos, estupefacta. La observo examinar el rostro de Callie, casi la oigo hacer unas comparaciones mentalmente. Veo en sus ojos el impacto de la revelación.
—Usted… usted es…
Callie esboza una sonrisa amarga.
—Sí.
Marilyn permanece muda, anonadada. Su rostro trasluce diversas emociones: asombro, incredulidad, dolor, indignación… Pero no puede encajarlas.
—Yo… no sé qué… —Marilyn se levanta bruscamente, estrechando con fuerza al bebé—. Voy a acostarlo en su cuna. Vuelvo enseguida. —Sale apresuradamente de la habitación y sube la escalera que conduce al segundo piso de la casa.
Callie se reclina hacia atrás en la butaca y cierra los ojos. Parece como si necesitara dormir durante un billón de años.
—Menos mal que todo ha ido bien, cielo.
Me vuelvo hacia ella. Su rostro refleja un profundo cansancio y temor. Está hecha polvo. ¿Qué puedo decirle?
—Está viva.
Callie asimila esa simple verdad. Una verdad profunda semejante a la que ella me ofreció en el hospital. Entonces abre los ojos y me mira.
—Eres una optimista —dice sonriendo. Detecto cierto nerviosismo en su voz, pero me siento más animada.
En ese momento oímos unos pasos bajando la escalera. Marilyn entra en el cuarto de estar. Parece haber recobrado la compostura. Parece recelosa, pensativa. Quizás un tanto intrigada.
Me maravilla lo rápidamente que se ha recuperado, pero luego recuerdo de quién es hija.
—¿Queréis tomar algo? ¿Un vaso de agua, un café?
—Un café —respondo.
—Yo prefiero un vaso de agua —dice Callie—. En estos momentos no necesito ingerir ningún estimulante.
Esa ocurrencia hace sonreír a Marilyn.
—Ahora mismo os lo traigo.
Se dirige a la cocina y regresa con una bandeja. Me pasa mi café y señala la jarrita de leche y el azucarero. Entrega a Callie su vaso de agua y toma la taza de café que se ha preparado para ella. Luego se sienta cómodamente, doblando las piernas y apoyándolas en el sofá, y mira a Callie mientras sostiene la taza de café con ambas manos.
Después del golpe inicial, observo en sus ojos una expresión de inteligencia. Y de fuerza. No la fuerza de Callie, ni su dureza. Es casi una mezcla de Elaina y Callie, de la Madre por antonomasia y el acero.
—De modo que eres mi madre —dice Marilyn sin rodeos. Típicamente Callie.
—No.
La joven la mira intrigada.
—Pero dijiste que…
Callie levanta una mano.
—Tu madre es la mujer que te ha criado. Yo soy la mujer que renunció a ti.
Tuerzo el gesto al detectar el dolor que expresa la voz de Callie, el desprecio que siente hacia sí misma.
Marilyn se relaja.
—De acuerdo. Eres mi madre biológica.
—Me declaro culpable de ese cargo.
—¿Cuántos años tienes?
—Treinta y ocho.
Marilyn asiente con la cabeza y desvía la vista, como si calculara.
—De modo que tenías quince años cuando yo nací. —Bebe un sorbo de café y añade—: Eras muy joven.
Callie no dice nada. Marilyn la mira. No observo ira en sus ojos, sólo curiosidad. Ojalá que Callie se percatara.
—Cuéntamelo.
Callie desvía la mirada y bebe un trago de agua. Luego mira de nuevo a Marilyn. Yo guardo silencio, tratando de pasar inadvertida. Es curioso, pienso. Callie y yo nos presentamos aquí, pistolas en ristre, con una historia sobre un asesino en serie. Pero a Marilyn lo que le interesa es averiguar más detalles sobre su madre. Eso me choca, y me pregunto si indica algo positivo o ridículo sobre nosotros los seres humanos.
Callie empieza a hablar, al principio lentamente, y va adquiriendo velocidad a medida que relata la historia del encantador Billy Hamilton y los severos señor y señora Thorne. Marilyn la escucha, sin hacer preguntas, bebiéndose el café. Cuando Callie termina, la joven guarda silencio durante largo rato.
Luego emite un silbido de asombro.
—Caray, menuda historia.
Yo sonrío. Esta chica es calcada a Callie. Es la reina del eufemismo.
Callie guarda silencio. Es la viva imagen de una persona que espera que otra la juzgue.
Marilyn hace un ademán como para restar hierro al asunto.
—Tú no tuviste la culpa —dice encogiéndose de hombros—. Es una historia tremenda. Pero tenías quince años. No te culpo —añade Marilyn secamente. Callie fija la vista en la mesita de café—. De veras, no te culpo —prosigue mirándola—. A fin de cuentas, fui adoptada por unas personas fantásticas. Me quieren, yo los quiero a ellos. He tenido una vida agradable. Quizá debería darle mayor importancia, lo cual no quiere decir que no la tenga, pero no he pasado veintitrés años sintiéndome traicionada u odiándote. —Se encoge de hombros—. No sé. La vida no consiste tan sólo en líneas rectas y casillas cuadradas. Por lo que me has contado, tú lo has pasado peor que yo. —Marilyn calla durante unos instantes. Cuando retoma la palabra, lo hace tentativamente—. No te niego que a veces pensaba en ti. Y confieso que la verdad es mejor de lo que suponía. Casi un alivio.
—¿A qué te refieres? —pregunta Callie.
Marilyn sonríe.
—Podías haber sido una puta redomada. Podías haber renunciado a mí porque me odiabas. Podías estar muerta. La explicación que me has dado me resulta más fácil de digerir, te lo aseguro.
Esas palabras parecen tener un efecto casi mágico sobre Callie. Sus mejillas recuperan el color y sus ojos adquieren una expresión más animada. Se endereza en la butaca y dice:
—Te agradezco que digas eso. —Hace una pausa y fija de nuevo la vista en su regazo—. Lo siento. —Lo dice con un tono desconsolado. Yo siento deseos de abrazarla.
Marilyn la observa con ojos risueños.
—Deja de machacarte —dice con un matiz de reproche—. Además, resulta muy curioso.
—¿A qué te refieres? —pregunta Callie arrugando el ceño.
—Mírame. ¿Te has fijado en el niño? ¿Y en que soy la señorita, no la señora, Gale?
—¿Te refieres a que…? —pregunta Callie arqueando las cejas.
Marilyn asiente con la cabeza.
—Sí. Yo también conocí a un Billy Hamilton. —La joven vuelve a encogerse de hombros—. Pero no tiene importancia. Él se fue, pero tengo a Steven. He salido ganando con el cambio. Mis padres nos mantienen al niño y a mí y quieren que regrese a la universidad y termine mis estudios. —Marilyn sonríe—. Me gusta mi vida. Es estupenda. —La joven se inclina hacia delante para que Callie la mire—. Quiero que sepas que lo que hiciste no me ha destrozado, ¿comprendes?
Callie suspira y tamborilea con los dedos sobre la mesita de café. Mira a su alrededor mientras bebe un trago de agua. Reflexiona sobre lo último que le ha dicho Marilyn.
—Caray —dice sonriendo—, no supuse que iba a sentirme tan aliviada. —Tras vacilar unos instantes, abre su bolso—. ¿Quieres que te enseñe una cosa? —pregunta a Marilyn sacando la fotografía del bebé y entregándosela.
—¿Soy yo? —inquiere la joven examinando la foto.
—El día que naciste.
—Qué fea era. —Alza la vista de la fotografía y mira a Callie—. ¿La llevas encima desde entonces?
—Siempre.
Marilyn le devuelve la foto. Sus ojos muestran una expresión dulce. Lo que dice a continuación es típicamente Callie.
—Jo, es como uno de esos culebrones que ponen en la tele.
Callie y yo nos quedamos mudas, estupefactas. Luego rompemos a reír a carcajadas.
Presiento que todo va a salir bien.