Miro a Bonnie antes de apearnos del coche.
—¿Estás bien, tesoro?
Ella me mira con esos ojos sabios y asiente con la cabeza.
—Bien —contesto revolviéndole el pelo—. Elaina es una buena y vieja amiga mía. Es la esposa de Alan. ¿Te acuerdas de Alan? Lo conociste en el avión.
Bonnie asiente.
—Creo que te caerá muy bien. Pero si no quieres quedarte con ella, dímelo y buscaremos otra solución.
Me observa con la cabeza ladeada. Como si sopesara la verdad de mis palabras. Luego sonríe y asiente de nuevo.
—Estupendo —digo sonriendo también.
Miro por el retrovisor. Keenan y Shantz están aparcados frente a la casa, omnipresentes. Saben que voy a dejar a Bonnie con Elaina y no se moverán de donde están. Lo cual hace que me sienta casi segura de dejarla aquí. Casi.
—Vamos, cariño.
Bonnie y yo descendemos del coche, nos encaminamos hacia la casa y llamamos al timbre. Al cabo de unos momentos Alan abre la puerta. Tiene mejor aspecto que el que tenía en el avión, pero parece muy cansado.
—Hola, Smoky. Hola, Bonnie.
Ella alza la vista y le examina mirándole a los ojos. Alan lo encaja con la paciencia del gigante bondadoso que personifica, hasta que Bonnie sonríe indicándole que ha pasado la prueba.
Él le devuelve la sonrisa.
—Pasad. Elaina está en la cocina.
Entramos y la mujer de Alan asoma la cabeza por una esquina. Al verme sus ojos se iluminan de alegría y siento un pellizco en el corazón. Ésta es Elaina. Exhala bondad por todos los poros de su cuerpo.
—¡Smoky! —exclama apresurándose hacia mí. Dejo que me abrace y le devuelvo el abrazo.
Elaina retrocede unos pasos y ambas nos miramos. No es tan baja como yo, pero con su metro cincuenta y ocho de estatura parece una enana en comparación con Alan. Es increíblemente hermosa. No posee una belleza impactante, como Callie, sino que la suya es una combinación del aspecto físico y la personalidad. Es una de esas mujeres cuya profundidad y bondad impregna toda su presencia, haciendo que desees permanecer a su lado. Alan lo describió en cierta ocasión con una sola frase: «Elaina es la Madre por antonomasia».
—Hola, Elaina —la saludo sonriendo—. ¿Cómo estás?
Sus ojos reflejan durante unos instantes un atisbo de tristeza, pero enseguida desaparece.
—Mucho mejor, Smoky —responde besándome en la mejilla—. Te echábamos de menos.
—Yo también —contesto—. Me refiero a que os he echado de menos a Alan y a ti.
Elaina me dirige una mirada cargada de significado y asiente con la cabeza.
—Mucho mejor —dice. Sé que se refiere a mí. Luego se vuelve hacia Bonnie y se agacha para mirarla a los ojos—. Tú debes ser Bonnie —dice.
La niña la mira y todos aguardamos con el alma en vilo. Elaina permanece acuclillada frente a Bonnie, exudando amor de forma silenciosa e inconsciente. Es una fuerza de la naturaleza, un poder que poseen las personas como ella. Un ser creado para derribar las barreras que el dolor erige alrededor de su corazón. Bonnie la mira fijamente. Su cuerpo tiembla y una expresión indefinida cruza su rostro. Tardo unos momentos en descifrar esa expresión, y al hacerlo siento un dolor semejante a una descarga eléctrica. Es una expresión de sufrimiento y anhelo, profundo, sombrío y conmovedor. Elaina transmite un amor muy potente. Puro y elemental. Un amor sin concesiones, sin reservas. Un amor que ha traspasado a Bonnie como un cuchillo, como un afilado rayo de sol, clavándose en lo más profundo de su ser y poniendo al descubierto el dolor que oculta. Todo ello en un instante. Sin más. Observo la lucha interna de Bonnie, su rostro que se crispa sin querer, y unas lágrimas que empiezan a rodar por sus mejillas.
Elaina extiende los brazos y la pequeña se arroja en ellos. La mujer de Alan la toma en brazos y se levanta, estrechándola contra sí, acariciándole el pelo y murmurando unas frases tranquilizadoras en esa mezcla de inglés y español que recuerdo bien.
No salgo de mi estupor. Siento un nudo en la garganta y estoy a punto de romper a llorar. Me esfuerzo en reprimir las lágrimas. Miro a Alan. Él también trata de reprimir su emoción. Sus motivos son los mismos que los míos. No se trata sólo del dolor de Bonnie, sino de la bondad de Elaina y el hecho de que la niña haya comprendido que sus brazos son el lugar más seguro en el que refugiarse cuando uno sufre.
Así es Elaina. La Madre por antonomasia.
El momento parece prolongarse eternamente.
Bonnie se aparta, enjugándose la cara con las manos.
—¿Te sientes mejor? —le pregunta Elaina.
La pequeña la mira y responde con una sonrisa cansina. No es sólo su sonrisa la que expresa cansancio. Acaba de descargar una parte del dolor que invade su alma a través de las lágrimas y está exhausta.
Elaina le acaricia la mejilla con una mano.
—¿Tienes sueño, cariño?
Bonnie asiente con la cabeza, pestañeando. Me doy cuenta de que está rendida. Elaina la toma en brazos sin decir palabra. Bonnie apoya la cabeza en su hombro y se queda dormida al instante.
Ha sido un momento mágico. Elaina ha conseguido extraer el dolor que Bonnie tenía clavado en el corazón y la niña se ha dormido apaciblemente. Yo pude dormir en el hospital después de que ella viniera a visitarme. Era la primera noche que lograba conciliar el sueño.
El hecho de ver a Bonnie dormir apaciblemente en sus brazos me alarma. Me odio por ser tan egoísta, pero no puedo por menos de sentir temor. ¿Y si Bonnie se encariñara con esta maravillosa mujer y yo la perdiera también a ella? La posibilidad me aterroriza, como cualquier madre que teme perder a un hijo.
Elaina me mira achicando los ojos, sonriendo.
—No pienso moverme de aquí, Smoky. —Elaina siempre ha tenido el don de la empatía. Me siento avergonzada. Pero sonríe de nuevo, disipando mi sensación de vergüenza—. Creo que estaremos perfectamente. Alan y tú podéis regresar al trabajo.
—Gracias —murmuro tratando de controlar el nudo que tengo en la garganta.
—Si quieres darme las gracias, ven a cenar esta noche, Smoky. —Elaina se acerca y me toca la cara, el lado de las cicatrices—. Mejor —dice. Luego repite con firmeza—: Decididamente mejor.
Le da un beso a Alan y se aleja, dejando una estela de ese amor y bondad tan elementales. Por el mero hecho de ser como es, Elaina transforma todo lo que toca.
Alan y yo salimos unos momentos al porche de su casa. Conmovidos, aturdidos y nerviosos.
Él rompe el silencio con actos en lugar de palabras. Se lleva esas manos grandes como el guante de un receptor de béisbol a la cara con un gesto fluido y desesperado. Sus lágrimas son silenciosas como las de Bonnie, y siento la misma angustia al contemplarlas. El bondadoso gigante tiembla de pies a cabeza. Sé que son unas lágrimas principalmente de temor. Lo entiendo perfectamente. Estar casado con Elaina debe ser como estar casado con el sol. Alan teme perderla, sumirse en la oscuridad para siempre. Yo podría decirle que la vida sigue, bla-bla-bla.
Pero me abstengo de hacerlo.
Apoyo una mano en su hombro y dejo que llore. No soy Elaina. Pero sé que Alan jamás permitirá que su esposa vea su temor y preocupación por ella. Hago lo que puedo. Sé por experiencia que no es suficiente, pero más vale eso que nada.
La tormenta pasa con la misma rapidez con que estalló.
Alan ha dejado de llorar, lo cual no me sorprende. Así somos, pienso con tristeza.
Por más que a veces quisiéramos desmoronarnos, acabamos encajando todos los golpes.