Bonnie se despierta por la noche gritando.
No son los gritos de una niña. Son los alaridos de una persona encerrada en una habitación infernal. Enciendo rápidamente la luz junto a la cama. Me sorprende comprobar que tiene los ojos cerrados. Yo siempre me despierto cuando me pongo a gritar. Bonnie grita en sueños. Está atrapada en sus sueños, capaz de dar voz a sus temores, pero incapaz de despertarse de la horrible pesadilla.
La abrazo y la zarandeo con fuerza. Los gritos remiten, abre los ojos y se calla. Sigo oyendo sus gritos en mi mente y noto que está temblando. La estrecho contra mí, sin decir nada, acariciándole el pelo. Bonnie se aferra a mí como a un salvavidas. Al cabo de unos minutos deja de temblar. Poco después vuelve a quedarse dormida.
La suelto y la acuesto de nuevo junto a mí con la máxima delicadeza. La niña presenta ahora un aspecto sereno. Me duermo observándola. Y por primera vez en los seis últimos meses sueño con Alexa.
—Hola, mamá —dice Alexa sonriendo.
—¿Qué pasa, culito de pollo? —pregunto. La primera vez que dije eso Alexa se rio tanto que le dio dolor de cabeza, lo cual la hizo llorar. Desde entonces se lo decía continuamente.
Alexa me mira muy seria, una expresión que encajaba y no encajaba con ella. No encajaba porque era demasiado joven, y encajaba porque en el fondo era una niña muy seria. Me mira con sus ojos dulces y castaños, como los de su padre, con esa carita que es una mezcla de los genes de Matt y los míos, pero con unos hoyuelos que no ha heredado de nadie y que le dan un toque de duendecillo.
—Estoy preocupada por ti, mamá.
—¿Por qué, cariño?
Alexa me mira con tristeza. Una tristeza excesiva para una cría de su edad, que no concuerda con sus hoyuelos.
—Porque me echas mucho en falta.
Miro a Bonnie y luego a Alexa.
—¿Y esta niña, cariño? ¿Te parece bien que la haya adoptado?
Me despierto antes de que Alexa me responda. Tengo los ojos secos, pero siento una opresión en el pecho que me impide respirar con normalidad. Al cabo de unos momentos, se me pasa. Vuelvo la cabeza y observo que Bonnie tiene los ojos cerrados y muestra una expresión de serenidad.
Vuelvo a dormirme observándola, pero esta vez no tengo ningún sueño.
Ha amanecido. Me miro en el espejo mientras Bonnie me observa. Me pongo mi mejor traje pantalón negro. Matt decía que era mi «traje de ejecutiva agresiva».
Hace meses que no me ocupo de mi pelo. Cuando me esmeraba en peinarme, era para tratar de ocultar mis cicatrices con mi melena. Antes solía llevarlo suelto. Ahora me lo he recogido en una cola de caballo, con ayuda de Bonnie. En lugar de ocultar mis cicatrices al mundo, las muestro sin reparo.
Es curioso, pienso cuando miro mis ojos en el espejo. No tengo un aspecto tan horrible. Tengo la cara desfigurada, sin duda, y mis cicatrices son impactantes. Pero, bien mirado, no parezco un fenómeno de feria. Me pregunto por qué no había reparado en eso hasta ahora, por qué mis cicatrices me parecían tan horrorosas. Supongo que se debía al horror que llevaba acumulado en mi interior.
Me gusta mi aspecto. Tengo un aspecto enérgico, de persona con carácter. Lo cual concuerda con mi forma de enfocar la vida actualmente.
—¿Qué te parece? —pregunto volviéndome hacia Bonnie—. ¿Te gusta?
Bonnie asiente con la cabeza sonriendo.
—Pues andando, tesoro. Tenemos que hacer unas cuantas visitas.
Bonnie toma mi mano y salimos del apartamento.
En primer lugar nos dirigimos a la consulta del doctor Hillstead. Le he llamado hace un rato y nos está esperando. Cuando llegamos, convenzo a Bonnie para que se quede con Imelda, la recepcionista del doctor. Es una mujer suramericana que te trata sin remilgos pero con afecto. Bonnie responde favorablemente a esta mezcla de calidez y brusquedad. Lo comprendo. Los que arrastramos un profundo dolor detestamos la compasión. Nos gusta que nos traten con normalidad.
Cuando entro en la consulta, el doctor Hillstead se acerca para saludarme. Me mira consternado.
—Quiero que sepa que lamento mucho lo ocurrido. No quería que se enterara de esa forma.
Yo me encojo de hombros.
—Ya. El asesino ha estado en mi casa. Me ha observado mientras estaba acostada, durmiendo. Supongo vigila todos mis movimientos. Usted no pudo haberlo previsto.
—¿El asesino ha estado en su casa? —pregunta el doctor Hillstead asombrado.
—Sí. —No rectifico el hecho de que el doctor y yo nos refiramos a un solo asesino. El hecho de que sean dos sólo lo sabemos mi equipo y yo; es nuestra mejor baza.
El doctor Hillstead se pasa la mano por el pelo. Parece sentirse turbado.
—Es desconcertante, Smoky. Por lo general me entero de ese tipo de cosas de segunda mano, ésta es la primera vez que lo vivo en persona.
—Son cosas que ocurren.
Quizá sea mi tino sereno lo que le llama la atención. Por primera vez desde que he entrado en su consulta, me mira a los ojos. Al observar el cambio asume de nuevo su talante de médico.
—Siéntese.
Me siento en una de las butacas de cuero frente a su mesa.
El doctor Hillstead me mira con gesto pensativo.
—¿Está disgustada conmigo por haberle ocultado el informe de balística?
—No —respondo meneando la cabeza—. Mejor dicho, lo estaba. Pero comprendo por qué lo hizo y creo que actuó correctamente.
—No quise decírselo hasta que estuviera preparada para afrontarlo.
Le miro sonriendo débilmente.
—No sé si estaba preparada para afrontarlo. Pero procuré encajarlo con dignidad.
El doctor Hillstead asiente con la cabeza.
—Sí, observo un cambio en usted. Hábleme de ello.
—No hay mucho que decir —respondo encogiéndome de hombros—. Fue un golpe tremendo. Durante unos momentos me negué a creerlo. Pero luego lo recordé todo. Recordé haber disparado contra Alexa, haber tratado de disparar contra Callie. Fue como si de pronto tuviera que asimilar todo el dolor que he sentido durante los seis últimos meses. Perdí el conocimiento.
—Me lo dijo Callie.
—Cuando me desperté, comprendí que no quería morir. Eso hizo que me sintiera fatal en cierto aspecto. Culpable. Pero era cierto. No quería morir.
—Eso es bueno, Smoky —responde el doctor Hillstead con tono quedo.
—Y no sólo eso. Usted tenía razón sobre mi equipo. Son mi familia. Y tienen sus problemas. La esposa de Alan tiene cáncer. Callie tiene un problema que no quiere comentar con nadie. Entonces comprendí que no podía ignorar eso. Siento un gran cariño por ellos. Tengo que estar ahí para ofrecerles todo mi apoyo si me necesitan. ¿Comprende?
El doctor Hillstead asiente.
—Por supuesto. Confieso que confiaba en que se diera cuenta de ello. Aunque lamento que los miembros de su equipo estén pasando por una mala racha. Pero usted ha estado viviendo en una burbuja. Yo confiaba en que al ponerse de nuevo en contacto con ellos recordaría una de las cosas que yo sabía que le daría una razón para seguir viviendo.
—¿A qué se refiere?
—El deber. Es su fuerza motriz. Tiene un deber para con ellos. Y para con las víctimas.
Esa idea me pilla desprevenida. Porque comprendo que no tengo opción. Quizá no me recupere del todo. Quizá me despierte gritando de noche hasta el día que me muera. Pero en tanto mis amigos me necesiten, en tanto los monstruos sigan asesinando, tengo que cumplir con mi deber. No hay vuelta de hoja.
—Ha funcionado —digo.
El doctor Hillstead sonríe afectuosamente.
—Me alegro.
—Ya —respondo suspirando—. Durante el viaje de regreso desde San Francisco tuve mucho tiempo para reflexionar. Sabía que tenía que intentar una cosa. Si era incapaz de hacerlo, estaba hundida. Esta mañana habría presentado mi dimisión.
—¿De qué se trata? —pregunta el doctor Hillstead. Creo que lo ha adivinado. Pero quiere que yo lo diga.
—Fui a un campo de tiro. Tomé una Glock para comprobar si aún era capaz de disparar, de empuñarla sin desmayarme.
—¿Y?
—Lo conseguí. Como si nunca hubiera perdido esa capacidad.
El doctor junta las yemas de los dedos de ambas manos y me mira.
—Hay algo más, ¿no es así? Hasta su aspecto ha cambiado.
Miro a los ojos de ese hombre que ha tratado de ayudarme durante estos meses. Entiendo que la habilidad que tiene para ayudar a personas como yo es un asombroso baile, una mezcla de caos y precisión. Sabe cuándo retirarse, cuándo hacer una finta, cuándo atacar. Con el propósito de recomponer una mente. Yo prefiero perseguir a asesinos en serie.
—Ya no soy una víctima, doctor Hillstead. No puedo expresarlo con más sencillez. No es algo que requiera muchas explicaciones. Es cierto y punto. —Me reclino en la butaca—. Usted tuvo mucho que ver en ello, y quiero darle las gracias. Si no fuera por usted quizás estaría muerta.
El doctor Hillstead sonríe al tiempo que niega con la cabeza.
—No, Smoky. No creo que estuviera muerta. Me satisface que crea que la he ayudado, pero es una superviviente nata. No creo que se hubiera suicidado.
Quizá sí, y quizá no, pienso.
—¿Qué piensa hacer ahora? ¿Me está diciendo que ya no necesita visitarme? —Es una pregunta sincera. No tengo la sensación de que el doctor Hillstead haya decidido cuál es la respuesta correcta.
—No, no digo esto —respondo sonriendo—. Es curioso, si hace un año me hubiera preguntado qué opinaba sobre ir a ver a un psiquiatra, le habría contestado con un comentario sarcástico y me habría sentido superior a las personas que creen que necesitan consultar con uno. Pero ya no pienso así —añado meneando la cabeza—. Aún tengo varias cosas que resolver. La muerte de mi amiga… —Miro al doctor Hillstead—. ¿Sabe que me he traído a su hija?
Él asiente con gesto sombrío.
—Callie me contó lo que le había sucedido. Me alegro de que se haya traído a la niña. Probablemente se siente muy sola en estos momentos.
—No habla. Sólo asiente con la cabeza. Anoche gritó en sueños.
El doctor Hillstead tuerce el gesto. Nadie en su sano juicio disfruta con el sufrimiento de un niño.
—Supongo que tardará mucho tiempo en recuperarse, Smoky. Quizá no hable durante varios años. Lo mejor que puede hacer por ella es lo que está haciendo, cuidarla y apoyarla. No trate de hablarle sobre lo ocurrido. La niña no está preparada todavía para eso. Dudo que sea capaz de hacerlo en muchos meses.
—¿Usted cree? —pregunto desalentada. El doctor me mira amablemente.
—Sí. Mire, lo que esa niña necesita en estos momentos es saber que está a salvo y que cuenta con usted. Que la vida prosigue. Su confianza en las cosas que son básicas para un niño, como la presencia de sus padres, un hogar que le ofrece seguridad, ha quedado destruida. De una forma muy personal y atroz. Le llevará un tiempo recuperar esa confianza. —El doctor Hillstead me dirige una mirada cargada de significado—. Usted lo sabe de sobra.
Trago saliva y asiento con la cabeza.
—De modo que le recomiendo que le conceda un tiempo. Obsérvela, apóyela. Usted misma se dará cuenta cuando la niña esté preparada para hablar de lo ocurrido. Cuando llegue ese momento… —El doctor Hillstead duda, pero sólo unos segundos—. Cuando llegue ese momento, dígamelo y le recomendaré a un terapeuta para que visite a la niña.
—Gracias. —Se me ocurre otra cosa—. ¿Y el tema del colegio?
—Es preciso esperar. Lo principal es la salud mental de la niña. —El doctor hace una mueca y prosigue—: Es difícil afirmar qué ocurrirá en ese aspecto. Ya conoce el tópico, por otra parte cierto, de que los niños son muy resistentes. Es posible que la niña se recupere y esté preparada para afrontar la complejidad de la interacción social que ofrece la escuela, o… —el doctor Hillstead se encoge de hombros— quizá tenga que recibir clases en casa hasta que se gradúe. En cualquier caso, no se preocupe por eso. Lo cierto es que debe centrarse en que la niña se cure. Si cree que yo puedo ayudar, lo haré encantado.
Siento cierto alivio. Tengo un camino, y no he tenido que tomar yo misma esa decisión.
—Gracias. De corazón.
—¿Y usted? ¿Cómo se siente al haberse hecho cargo de la niña?
—Culpable. Feliz. Culpable por sentirme feliz. Feliz de sentirme culpable.
—¿Por qué se complica tanto la vida? —pregunta el doctor Hillstead suavemente.
No dice que es absurdo que me complique la vida. Dice: «Cuéntemelo».
Me paso la mano por la frente.
—Creo que «por qué no» sería una pregunta más pertinente, doctor. Estoy asustada. Echo de menos a Alexa. Me preocupaba meter la pata. Como ve, hay una amplia gama de razones.
Él se inclina hacia delante, observándome atentamente. Se ha centrado en algo y no está dispuesto a soltarlo.
—Destílelo, Smoky. Entiendo que hay varios factores, varias razones para que se sienta emocionalmente confusa. Pero desmenúcelo para poder analizarlo.
De pronto lo comprendo todo.
—Es porque esa niña es Alexa y al mismo tiempo no lo es —respondo.
Es eso, así de sencillo. Bonnie es mi segunda oportunidad de recuperar a Alexa, de tener una hija. Pero no es Alexa, porque Alexa ha muerto.
A primera vista, no todas las verdades son positivas. Algunas son dolorosas. Algunas constituyen el punto de partida para escalar una montaña, para realizar un esfuerzo sobrehumano. Esta verdad hace que me sienta vacía. Como una campana que suena en un campo sin viento.
Si logro resolver esta verdad, sé que las cosas cambiarán. Pero es una tarea ingente y desagradable y sé que va a lastimarme.
—Sí —digo con voz entrecortada. Me enderezo y trato de superar el dolor—. En cualquier caso, no tengo tiempo para ponerme a analizar ahora el tema. —Lo digo con tono brusco. Pero no me importa. Ahora mismo necesito echar mano de mi furia. De mi parte dura.
El doctor Hillstead no se muestra ofendido.
—Lo comprendo. Pero tenga presente que deberá hacerlo en algún momento.
Asiento con la cabeza.
El facultativo sonríe.
—Volvamos a mi pregunta original: ¿qué piensa hacer ahora?
—Ahora —respondo asumiendo una voz fría que coincide con la frialdad de mi corazón—, voy a regresar al trabajo. Y voy a encontrar al hombre que mató a Annie.
El doctor Hillstead me observa durante largo rato. Su mirada es como un rayo láser. Me está calibrando antes de decidir si está de acuerdo o no con mi decisión. Lo que decide es evidente cuando abre el cajón de su mesa y saca mi Glock. La pistola sigue guardada en la bolsa de plástico de las pruebas.
—Supuse que iba a decirme algo semejante, de modo que tenía esto preparado para usted. —Ladea la cabeza—. Éste es el verdadero motivo de que viniera a verme, ¿no es así?
—No —respondo sonriendo—, pero forma parte. —Tomo la pistola y la guardo en mi bolso. Me levanto y me despido del doctor Hillstead estrechándole la mano—. También quería que comprobara que tengo mejor aspecto.
Hillstead retiene mi mano durante unos momentos. Siento el espíritu bondadoso de este hombre, que se trasluce a través de sus ojos.
—Si necesita volver a hablar conmigo, aquí me tiene. Estoy a su disposición.
Noto sorprendida que se me saltan las lágrimas. Creí que lo de llorar era agua pasada. Quizá sea beneficioso. No quiero llegar nunca al extremo de que la bondad de la gente me deje fría, tanto si proviene de extraños como de amigos.