James entra y cierra la puerta tras él. Se sienta en una silla junto a mi cama. Está callado, y no consigo adivinar sus pensamientos. En cualquier caso, jamás lo he conseguido.
—Callie me ha dicho que querías hablar conmigo antes de decidir si vas chivarte a Jones.
Él no responde de inmediato. Me observa atentamente. Lo cual me pone nerviosa.
—¿Y bien?
Frunce los labios.
—Contrariamente a lo que quizá pienses, no me preocupa que te reincorpores al servicio, Smoky. Te lo aseguro. Eres una buena profesional y lo único que pido es que la gente sea competente.
—¿Entonces?
—Lo que me preocupa es que no te hayas recuperado del todo. Que estés así —dice señalándome postrada en la cama del hospital—. Eso hace que seas peligrosa, porque no podemos fiarnos de ti.
—Anda y que te den.
James no hace caso de mi comentario.
—Es cierto. Piénsalo. Cuando tú y yo estuvimos en el apartamento de Annie King, vi a la Smoky de siempre. A la profesional competente. Al igual que los demás. Callie y Alan se fiaban de tu criterio, te obedecían. Tú y yo hallamos unas pruebas que otros habían pasado por alto. Pero bastó con que leyeras esa carta para derrumbarte.
—Es algo más complicado que eso, James.
Él se encoge de hombros.
—No en el sentido al que me refiero. O estás recuperada del todo, o no lo estás. Porque si te reincorporas en ese estado, serás un problema para nosotros. Lo cual conduce a lo que estoy dispuesto a aceptar.
—¿Qué?
—O regresas recuperada, o te quedas en tu casa. Si pretendes reincorporarte al trabajo estando todavía tocada por lo ocurrido, iré a hablar con el director adjunto Jones, y seguiré ascendiendo en la jerarquía hasta que alguien me haga caso y te echen.
Sus palabras me enfurecen.
—Eres un cretino y un prepotente.
James no se inmuta.
—Lo tengo decidido, Smoky. Confío en ti. Si me das tu palabra, sé que la cumplirás. Esto es lo que quiero. Reincorpórate al trabajo si estás recuperada, de lo contrario no vuelvas por la oficina. No es negociable.
Miro a James. En sus ojos no veo reproche ni lástima.
No pide demasiado, me digo. Lo que dice es razonable.
Pero le odio.
—Te doy mi palabra. Ahora lárgate.
James se levanta y sale sin mirarme siquiera.