19

Me despierto postrada en una cama de hospital. Callie está a mi lado. No hay nadie más. Cuando le miro a la cara, lo comprendo todo.

—Tú lo sabías.

—Sí, cariño —responde—. Lo sabía.

Vuelvo la cabeza. No me había sentido tan apática, tan agotada, desde que me desperté en el hospital después de la noche con Sands.

—¿Por qué no me lo dijiste? —No sé si mi voz denota ira. Ni me importa.

—El doctor Hillstead me pidió que no te lo dijera. Creía que aún no estabas preparada. Yo estaba de acuerdo. Y sigo pensando lo mismo.

—¿De veras? ¿Acaso crees saberlo todo sobre mí? —pregunto con tono seco. La ira es palpable, una ira ardiente, venenosa.

Callie no se inmuta.

—Lo único que sé es que estás viva. No te metiste el cañón de la pistola en la boca y apretaste el gatillo. No me arrepiento de nada, cielo. —Prosigue en voz baja—: Lo cual no significa que no me doliera, Smoky. Sabes que quería mucho a Alexa.

Me vuelvo de nuevo hacia ella y la miro. Mi ira se desvanece en el acto.

—No te culpo. Ni a él. Quizá tuviera razón.

—¿Por qué lo dices, cielo?

Me encojo de hombros. Estoy muy cansada.

—Porque ahora lo recuerdo todo. Pero no quiero morir. —Me estremezco al sentir un dolor que me recorre todo el cuerpo—. Me siento como si los hubiera traicionado, Callie. Tengo la sensación de que si deseo seguir viviendo significa que no les quería tanto como pensaba.

La miro y observo el efecto que le han producido mis palabras. Mi Callie, mi despreocupada y valiente reina… parece como si yo le hubiera asestado un puñetazo en la cara. O en el corazón.

—Eso no es cierto —contesta al cabo de unos minutos—. El hecho de que tú sigas viviendo y ellos hayan muerto no significa que no les quisieras. Sólo significa que ellos murieron y tú sobreviviste.

Tomo nota de esa frase tan profunda para reflexionar sobre ella más tarde. Me doy cuenta de que vale la pena.

—Es curioso —digo—. Siempre he conseguido dar en la diana con una pistola. Siempre he tenido esa facilidad. Recuerdo que le apunté a la cabeza, pero Sands se movió con una rapidez pasmosa. Jamás he visto a nadie moverse con esa rapidez. Arrancó a Alexa de la cama e hizo que ella recibiera el impacto de la bala. Ella me miró a los ojos cuando sucedió. —Tuerzo el gesto—. Sands parecía casi sorprendido. Después de todo lo que había hecho, seguía mostrando esa expresión, como si durante un instante temiera haber ido demasiado lejos. Luego lo maté de un tiro.

—¿Recuerdas esa parte, Smoky?

—¿A qué te refieres? —pregunto arrugando el ceño.

Callie sonríe. Es una sonrisa triste.

—No le mataste de un tiro, cielo. Le acribillaste a balazos. Vaciaste cuatro cartuchos sobre él y te disponías a recargar la pistola cuando yo te lo impedí.

En ese momento siento como si hubiera regresado a esa fatídica noche y lo recuerdo todo.

Sands me había violado, me había herido con una navaja. Matt estaba muerto. Tenía la sensación de deslizarme sobre unas olas de un dolor indecible, como si practicara surf, perdiendo y recobrando el conocimiento. Todo me parecía un tanto surrealista, como si estuviera drogada. O como si estuviera amodorrada tras hacer una siesta demasiado prolongada.

Tenía una sensación de urgencia. Pero remota, como si la percibiera a través de una gasa. Era como si tuviera que vadear un charco de almíbar para alcanzarla.

Sands se inclinó sobre mí, acercando su rostro al mío. Sentí su aliento, insólitamente caliente, en mi mejilla. Luego noté algo pegajoso y me di cuenta de que era su saliva, que se secaba sobre mi pecho. Un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Un escalofrío largo y convulso.

—Voy a desatarte las manos y los pies, mi dulce Smoky —murmura Sands en mi oído—. Quiero que me toques la cara antes de morir.

Le miro brevemente y pierdo de nuevo el conocimiento. Pierdo la noción del tiempo. Cuando por fin me despierto, siento que Sands me está desatando las manos. Me sumerjo de nuevo en la oscuridad. Cuando vuelvo en mí, siento que Sands me está desatando los pies. Paso sin más de la sombra a la luz.

Recupero de nuevo el conocimiento y siento a Sands abrazado a mí. Está desnudo y siento su miembro duro. Me agarra del pelo con la mano izquierda y me obliga a inclinar la cabeza hacia atrás. La derecha, con la que sostiene la navaja, está apoyada sobre mi vientre. Siento de nuevo su aliento, acre y caliente.

—Ha llegado el momento de despedirte —murmura—. Sé lo cansada que estás. Sólo tienes que hacer una cosa más antes de dormirte. —Su respiración se acelera. Noto su miembro erecto moviéndose contra mi cadera—. Tócame la cara.

Sands tiene razón. Estoy rendida. Hecha polvo. Sólo deseo sumirme en la oscuridad, que todo acabe cuanto antes. Extiendo la mano hacia su cara, para hacer lo último que me ha pedido, y de pronto oigo gritar a Alexa.

—¡Mamá!

Es un grito lleno de terror.

Siento como si alguien me hubiera propinado un violento bofetón.

—Sands nos dijo que Alexa estaba muerta, Callie —murmuro en la habitación del hospital—. Dijo que la había matado. Al oírla gritar comprendí que me había mentido y supe con toda certeza que iría a por ella cuando hubiera terminado conmigo. —Al recordarlo crispo la mano en un puño y me estremezco de nuevo de furia y de terror.

Era como si alguien hubiera detonado una bomba dentro de mí. No sólo recobré el conocimiento, sino que estallé. El dragón salió de mi vientre rugiendo de furia.

Golpeé a Sands en la cara y sentí su nariz al partirse debido al impacto. Él lanzó un alarido y yo aproveché para saltar de la cama y acercarme a la mesita de noche donde guardaba mi pistola. Pero Sands reaccionó con la agilidad de una bestia salvaje. Sin titubeos. Saltó al suelo y echó a correr hacia la puerta del dormitorio. Oí sus pasos sobre el parquet del pasillo, dirigiéndose hacia el cuarto de Alexa. Me puse a gritar. Sentía como si me abrasara, como si todo estuviera ardiendo, como si la adrenalina me quemara con una intensidad lacerante. El tiempo había cambiado; no se había detenido, sino a la inversa. Se había acelerado. Discurría con mayor rapidez que el pensamiento.

Tomé mi pistola y eché a correr por el pasillo hacia el cuarto de Alexa como teletransportada, como a través de unos fogonazos en lugar de sobre mis pies. Debí correr a toda velocidad, porque alcancé a Sands cuando se disponía a entrar en el cuarto de mi hija. Entonces la vi, postrada en la cama, tras conseguir aflojar la mordaza con que éste le había tapado la boca. Recuerdo que pensé: «¡Buena chica!».

—¡Mamá! —gritó Alexa de nuevo, con los ojos desmesuradamente abiertos, con las mejillas rojas, sobre las que rodaban unos torrentes de lágrimas. En esos momentos yo era la bestia feroz. Alcé la pistola sin titubeos y la apunté a la cabeza de Sands…

Entonces se produjo el horror. Un horror permanente, incesante, como si se hubiera desatado el infierno en la Tierra.

En ese instante me pongo a gritar. Unos gritos continuos, incesantes, como si se hubiera desatado el infierno en la Tierra. Disparo contra Sands una y otra vez, decidida a tirotearlo hasta que me quede sin munición, y de pronto…

—¡Dios mío, Callie! —exclamo con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Dios, Dios, Dios, cuánto lo siento!

Callie me toma de la mano y sacude una vez la cabeza.

—No le des más vueltas, Smoky —dice apretándome la mano con tal fuerza que casi me hace daño—. Lo digo en serio. No estabas en tus cabales.

Recuerdo haber oído a Callie irrumpir violentamente en mi apartamento y verla aparecer empuñando la pistola. Recuerdo que avanzó hacia mí con exagerada cautela, diciéndome que soltara el arma. Al verla acercarse a mí grité. Sabía que quería arrebatarme la pistola y no podía dejar que lo hiciera. Quería apoyarla en mi sien y saltarme la tapa de los sesos, matarme. Merecía morir por haber matado a mi hija. De modo que hice lo único que me pareció que tenía sentido. Apunté a Callie con la pistola y disparé.

Por suerte el cargador estaba vacío. Recuerdo ahora que ella no se detuvo, sino que siguió avanzando hacia mí hasta aproximarse lo bastante para quitarme la pistola, que arrojó a un lado. A partir de ahí apenas recuerdo nada.

—Pude haberte matado —murmuro.

—Qué va —replica sonriendo de nuevo. Es una sonrisa un tanto triste, pero deja entrever a la Callie bromista que conocemos—. Me apuntabas a la pierna.

—Callie —digo con tono de reprimenda, aunque suavemente—. Lo recuerdo bien. No te apuntaba a la pierna, sino al corazón.

Ella se inclina hacia delante y me mira a los ojos.

—Me fío de ti más que de ninguna persona en el mundo, Smoky. Y eso no ha cambiado. No sé qué más puedo decirte. Salvo que no volveré a hablar de esto contigo.

Cierro los ojos.

—¿Quién más lo sabe? —pregunto.

Silencio.

—Yo. El equipo. El director adjunto Jones. El doctor Hillstead. Nadie más. Jones no quiere que trascienda.

Pero yo no me lo creo. Los otros también lo saben.

Intuyo que Callie tiene algo más que decirme.

—¿Qué ocurre?

—En fin, creo que debes saberlo: el doctor Hillstead es la única persona que sabe cómo reaccionaste al averiguar hoy lo ocurrido. Aparte de Jenny y el resto del equipo.

—¿No se lo has dicho al director adjunto Jones?

—No —responde Callie meneando la cabeza.

—¿Por qué?

Me suelta la mano. Parece turbada, lo cual no es frecuente en ella. Se levanta y comienza a pasearse por la habitación.

—Me temo, todos nos tememos, que si se lo decimos no permitirá que te reincorpores al trabajo. Nunca más. Sabemos que eres tú quien debe decidirlo, pero queríamos que tuvieras otras opciones.

—¿Todos accedieron a ello?

Callie duda unos instantes.

—Todos menos James. Dice que quiere hablar primeramente contigo.

Yo cierro los ojos. En estos momentos, James es la última persona con quien deseo hablar. Sin la menor duda, la última.

—De acuerdo —digo con un suspiro de resignación—. Dile que pase. Aún no sé qué decisión tomar, Callie. Sólo sé que quiero volver a casa. Quiero ir a recoger a Bonnie, marcharme a casa y tratar de resolver esto. Necesito poner en orden mis ideas de una vez por todas, de lo contrario estoy acabada. Tú y los otros podéis seguir cotejando las huellas en AFIS y todo lo demás. Yo necesito irme a casa.

Callie fija la vista en el suelo y luego la alza para mirarme.

—Lo entiendo. Lo pondré todo en marcha.

Acto seguido se encamina hacia la puerta, pero cuando la alcanza, se detiene y se vuelve hacia mí.

—Creo que debes tener en cuenta una cosa, cielo. No conozco a nadie que sepa manejar una pistola como tú. Es posible que cuando me apuntaste con la tuya apretaras el gatillo porque sabías que el cargador estaba vacío. —Con esto Callie me guiña el ojo y sale de la habitación.

—Es posible —repito.

Pero no lo creo.

Creo que apreté el gatillo porque en esos momentos deseaba que muriera todo el mundo.