16

Jenny me condujo al hospital a toda velocidad, utilizando la sirena para pasar con los semáforos en rojo. Ni ella ni yo despegamos los labios en todo el trayecto.

En estos momentos estoy junto a la cama de Bonnie, mirándola al tiempo que ella me mira a mí. De nuevo me sorprende el gran parecido que guarda con su madre. Es increíble. Acabo de contemplar el vídeo de la muerte de Annie pero ahora mismo me está mirando, viva a través de su hija.

—Me han dicho que querías verme, tesoro —digo sonriendo a Bonnie.

La niña asiente, pero no dice nada. Comprendo que ahora mismo no dirá nada. La mirada ausente y conmocionada ha desaparecido de sus ojos, pero ahora reflejan otra expresión no menos profunda. Una expresión distante, impotente, intensa.

—Tengo que hacerte dos preguntas, tesoro. ¿Te parece bien?

Bonnie me mira con recelo, aprensiva, pero asiente con la cabeza.

—Había dos hombres malos, ¿no es así?

Bonnie me mira asustada. Le tiembla el labio. Pero asiente de nuevo.

Sí.

—Muy bien, tesoro. Una última pregunta y no volveremos a hablar de ello de momento. ¿Viste la cara de alguno de ellos?

Bonnie cierra los ojos. Traga saliva. Abre los ojos y niega con la cabeza.

No.

Suspiro. No me sorprende, pero me siento frustrada. Ya volveré sobre ello más tarde. Tomo la mano de Bonnie.

—Lo siento, cariño. Querías verme. No tienes que decirme lo que quieres si no puedes hablar. Pero ¿puedes indicármelo?

Bonnie sigue mirándome. Parece buscar algo en mis ojos, algo que la tranquilice. No puedo adivinar por su expresión si lo ha encontrado o no. Pero asiente con la cabeza.

Luego alarga el brazo y toma mi mano. Espero unos momentos, pero ella no hace nada más. Entonces lo comprendo.

—¿Quieres venir conmigo?

Bonnie asiente de nuevo.

En mi mente se agolpa un millar de pensamientos. Sobre que no estoy capacitada para cuidar de mí misma y menos de una niña. Que en estos momentos estoy ocupada en un caso y no puedo ocuparme de ella. Por más que pienso en esas cosas, ninguna tiene importancia. Sonrío y le aprieto la mano.

—Tengo que hacer unas cosas, pero en cuanto esté lista para marcharme de San Francisco vendré a recogerte.

Bonnie sigue mirándome a los ojos. Al parecer ha encontrado lo que buscaba en ellos. Me aprieta la mano y luego la suelta, vuelve la cabeza sobre la almohada y cierra los ojos. Yo la observo durante unos instantes.

Salgo de esa habitación sabiendo que ha ocurrido algo que ha cambiado mi vida. Me pregunto si es positivo o negativo, pero sé que ahora mismo eso es lo de menos. No se trata de si es positivo o negativo, sino de sobrevivir. Eso es lo que nos importa en estos momentos a Bonnie y a mí.

Jenny y yo nos dirigimos de nuevo al cuartel general de la policía de San Francisco. En el coche reina un denso silencio.

—¿De modo que vas a llevártela? —me pregunta al cabo de un rato, rompiendo el silencio.

—Sólo me tiene a mí. Quizás ella sea todo lo que tengo yo.

Jenny reflexiona sobre mis palabras. Esboza una pequeña sonrisa.

—Eso es bueno, Smoky. Muy bueno. No puedes dar a esa niña en adopción. Es demasiado mayor. Nadie la adoptaría.

Me vuelvo para mirarla. Intuyo algo oculto en sus palabras, un trasfondo que no logro adivinar. Arrugo el ceño. Jenny me dirige una mirada tensa. Luego se relaja y suspira.

—Yo era huérfana. Mis padres murieron cuando tenía cuatro años y me crie en un orfanato. En aquel entonces nadie quería adoptar a una niña china.

La miro sorprendida y asombrada.

—No tenía ni idea.

Ella se encoge de hombros.

—No es algo que comparta con mucha gente. No voy por ahí diciendo «Hola, me llamo Jenny Chang y soy huérfana». No me gusta hablar de ello. —Me mira, poniendo de relieve que este momento no es una excepción—. Pero te diré que has hecho bien. Muy bien.

Pienso en eso y comprendo que Jenny tiene razón.

—Sí, tengo la sensación de haber hecho lo que debía. Me dijeron que Annie dejaba a la niña bajo mi custodia. Aún no he visto su testamento. ¿Es cierto que el asesino lo dejó junto a su cadáver?

—Sí. Está en el expediente.

—¿Lo has leído?

—Sí. —Jenny hace otra pausa. Otra de esas pausas prolongadas y meditabundas—. Lo ha dejado todo en tus manos, Smoky. La auténtica beneficiaria es su hija, pero te ha nombrado albacea testamentaria y administradora de sus bienes. Debisteis ser muy amigas.

Esa verdad me hiere profundamente.

—Annie era mi mejor amiga —respondo—. Desde el instituto.

Jenny calla durante unos momentos. Cuando vuelve a abrir la boca es para decir dos únicas palabras, pero que contienen todo lo que quiere transmitirme:

—Qué mierda.

Qué mierda este puto mundo, la puta injusticia y lo que te ocurrió a ti, el asesinato de tu hija, el asesinato de tantos niños, que se vaya todo a la mierda hasta que esté muerto y enterrado y se convierta en polvo y desaparezca para siempre. Eso es lo que dice Jenny.

—Gracias —respondo agradecida.