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—Tienen razón —dice Leo mirándonos a James y a mí asombrado.

Ha terminado de examinar el vídeo.

—Esas imágenes están mal empalmadas.

Callie, Jenny y Charlie están presentes, agolpados alrededor del monitor. James y yo les hemos informado sobre la secuencia de los hechos que hemos visto, que culminan con este bombazo.

—Caray —exclama Jenny mirándome.

—¿Habíais visto anteriormente un caso semejante? —pregunta Charlie—. ¿A dos monstruos trabajando juntos?

Asiento con la cabeza.

—Una vez. Pero fue distinto. Era un equipo formado por un hombre y una mujer, el hombre era el elemento dominante. Es muy raro ver a dos hombres trabajando juntos. Lo que hacen es muy personal para ellos. Íntimo. A los hombres no les gusta compartir ese momento.

Todos se quedan callados, reflexionando sobre lo que acabo de decir. Callie rompe el silencio.

—Debemos comprobar si hay otras huellas, cielo.

—Debí pensar en ello —dice Jenny.

—Y que lo digas —apostilla James con un tono desagradable. Ha recuperado su personalidad de siempre.

Jenny le fulmina con la mirada. Él la ignora y se vuelve para observar a Callie.

Esta saca de su estuche un telescopio de rayos ultravioleta y sus accesorios. El telescopio utiliza una luz ultravioleta intensificada para detectar huellas dactilares. Emite una intensa luz del espectro ultravioleta. Esta luz se refleja de modo uniforme en las superficies planas. Cuando detecta una imperfección —como los surcos y las espirales de unas huellas dactilares—, la refleja también, realzándola sobre la superficie uniforme en la que se halla impresa. Con una cámara UVA se pueden obtener fotografías muy nítidas de esas imperfecciones, utilizables para cotejar e identificar huellas dactilares.

El telescopio incorpora en la parte superior un dispositivo que protege los ojos de los rayos UVA, un emisor de rayos UVA y una cámara sostenida manualmente de alta resolución de rayos UVA. El telescopio no siempre da resultado, pero la ventaja de probarlo es que no daña la superficie que examinas. Polvo, pegamento… Una vez aplicadas esas sustancias, no puedes eliminarlas. La luz las deja tal como las encontraste.

—Estoy lista —dice Callie. Parece un personaje de una película de ciencia ficción—. Apagad las luces.

Charlie le da al interruptor y observamos a Callie tumbarse de espaldas y meterse debajo de la cama. Vemos el resplandor del emisor de rayos UVA al pasar sobre la superficie de los pies de la cama. Tras una pausa, oímos unos clics. Más clics. La luz del emisor se apaga, Callie sale de debajo de la cama y se levanta. Charlie enciende las luces.

Ella sonríe.

—Tres estupendas huellas dactilares de la mano izquierda, dos de la derecha. Claras y nítidas, cielo.

Por primera vez desde que Callie me llamó para contarme lo de la muerte de Annie, siento otra cosa aparte de rabia, dolor y frialdad. Siento una excitación.

—Genial —digo mirándola y sonriendo.

Jenny se vuelve hacia mí.

—Reconozco que sois increíbles, Smoky —dice moviendo la cabeza con gesto de perplejidad.

Estamos montados en el tren funesto, Jenny, pienso, y éste nos conduce a los errores cometidos por los asesinos.

—Una pregunta —interviene Alan—. ¿Cómo es posible que nadie se quejara de la música? Estaba a todo volumen.

—Yo puedo responder a esa pregunta, cielo —contesta Callie—. Callad y escuchad.

Todos guardamos silencio y lo percibimos al instante. El ruido estrepitoso y grave de unos bajos mezclado con el sonido agudo de otros instrumentos, que proviene de diversos lugares en los pisos superiores e inferiores.

Callie se encoge de hombros.

—En este edificio viven personas jóvenes y parejas, y a algunos les gusta escuchar la música a todo volumen.

Alan asiente con la cabeza.

—Coincido contigo. Segundo punto —dice señalando la habitación—. Lo pusieron todo perdido. Es imposible que no salieran de aquí cubiertos de sangre. Antes tuvieron que limpiarse. El baño está intacto, por lo que deduzco que se lavaron aquí y luego lo limpiaron. —Alan se vuelve hacia Jenny y pregunta—: ¿Han examinado los de la Unidad del Escenario del Crimen las tuberías?

—Se lo preguntaré. —De pronto suena su móvil y ella contesta—: Chang. ¿De veras? —pregunta mirándome—. Se lo diré enseguida.

—¿Qué ocurre? —pregunto.

—Era el policía que he apostado en el hospital. Me ha dicho que Bonnie ha hablado. Tan sólo una frase, pero el hombre supuso que querrías saberlo.

—¿Qué ha dicho Bonnie?

—«Quiero que venga Smoky».