Nota de la autora

Es ésta una obra de imaginación. Ninguno de los personajes que aparecen en ella ha existido realmente (con la excepción de uno: Bernard de Simorre, que fue el obispo cátaro de Carcasona a principios del siglo XIII. La autora se ha esforzado por respetar el espíritu de la religión cátara, basándose en los pocos datos que se han conservado. De aquellas gentes, que fueron sobre todo grandes predicadores, no ha llegado a nosotros discurso ni escrito alguno). Los hechos descritos se ajustan a la realidad histórica.

No se trata de una crónica ni de un fresco histórico. La acción transcurre al margen de la historia, que le sirve de telón de fondo, y los acontecimientos históricos propiamente dichos se dejan voluntariamente en sombra (a parte de la entrada del conde en Tolosa). Importa muy poco que el lector los conozca. La lucha llevada a cabo por los personajes se sitúa fuera del tiempo.

Esta novela describe la resistencia de los cátaros a la persecución de la cual fueron objeto durante y después de la cruzada de los albigenses. No toda la resistencia, sino algunos de sus aspectos.

Más en concreto, cuenta la historia de Ricord y de Arsen, de Aicart y de Renaud, de Gentiane y de Bérenger.

Combatientes anónimos, miembros de una Iglesia muerta hoy y que a sus ojos era la única verdadera. No nos corresponde discutir el valor de esta religión, ni sus posibilidades de supervivencia, etcétera; basta con saber que hubo gente que creyó en ella con toda su alma, y que sus sacerdotes (salvo unas cuatro o cinco excepciones, si se busca a fondo) prefirieron todos el martirio a la abjuración.

Esta novela es un martirologio. De ahí su carácter unilateral. En otra novela contaré las miserias y las esperanzas de otros combatientes: los que sólo pedían vivir. Para los candidatos a la hoguera, la ruta está trazada por adelantado, para ellos no hay más que un solo Bien y un solo Mal. Para tratar de comprender lo que fue su vida, hay que aceptar de antemano el universo en el cual vivieron. En el inextricable conflicto de lealtades y de intereses contradictorios de la guerra de los albigenses, los quemados son los que nunca pueden escoger. No son los vencedores de una causa perdida: no luchan por una «causa», sino por lo que, a sus ojos, nunca puede ser vencido.

Son vencedores. La otra parte del díptico tratará de la historia de los vencidos.

Z. Oldenbourg.