EL DÍA DE SAN JOSÉ

A primeras horas de la mañana entraba el hermano Benno en el desnudo despacho de la Oficina de los Peregrinos, situada en los soportales del Vaticano. Quería hablar con el papa. El religioso que estaba detrás de la ventanilla le dijo que volviese el miércoles, pues en ese día tenía lugar la audiencia general, pero le advirtió que en esa audiencia pública no era posible hablar personalmente con el santo padre, y que no, que ni para religiosos en general ni para frailes en particular podía hacerse ningún tipo de excepción.

—¡Pero debo hablar con su santidad! —exclamó el hermano Benno, indignado—. El asunto es de la mayor importancia.

—¡En tal caso presente su causa por escrito!

—¿Por escrito? ¡Eso es imposible! —replicó el hermano Benno—. ¡El asunto solamente lo puede conocer el papa!

El clérigo midió a su interlocutor de los pies a la cabeza, pero antes de que le diese tiempo de decir algo, explicó el hermano Benno:

—Se trata del hallazgo en la Capilla Sixtina.

—Eso es de la competencia del catedrático Pavanetto, director general de la Secretaría general de monumentos, museos y galerías pontificias, o también del cardenal Jellinek, pues él dirige las investigaciones.

—¡Escúcheme bien! —comenzó a decir de nuevo el hermano Benno—, tengo que hablar con su santidad el papa sobre algo de la mayor importancia. Hace muchos años que pude hablar sin ninguna dificultad con el papa Juan Pablo I, y para eso el único requerimiento fue una simple llamada telefónica, ¿y hoy en día ha de ser esto un problema tan grande?

—Le anunciaré en la secretaría de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Quizá esté dispuesto el cardenal Jellinek a recibirle, entonces podrá exponer ante él sus deseos.

—¿Deseos? —replicó el hermano Benno, riéndose amargamente.

El secretario del cardenal consoló al hermano Benno, prometiéndole que le daría cita para la semana próxima. Ésa era la fecha más temprana en la que se podía hablar con el cardenal.

Benno insistió en la gran importancia de su información.

—¡Ay, si usted supiera! —le espetó el secretario—. En estos días hay una legión de historiadores del arte solicitando audiencia, y todos creen tener la solución en el bolsillo, pero al final ninguno cuenta nada nuevo. La mayoría quiere destacar con sus teorías, hacer que se mencionen sus nombres. No me tome a mal la honradez de mis palabras, hermano Benno. Y en cuanto a la cita…, la semana que viene…, quizá.

El hermano Benno dio las gracias con toda amabilidad y salió del Santo Oficio por el mismo camino por el que había entrado.