33

A mis pies, la tierra, empapada con la sangre de Stevie Rae, comenzó a temblar y a ondularse como si hubiera dejado de ser tierra firme y se hubiera convertido en agua. Oí la voz de Aphrodite por encima de los alaridos de pánico de la multitud, tan tranquila como si solo les estuviera gritando a Damien y a las gemelas a propósito de lo tontos que eran al elegir las prendas de última moda.

—¡Ven hacia nosotros, pero no rompas el círculo!

—¡Zoey! —me llamó Stevie Rae entre jadeos. Alzó la vista y me miró. Sus ojos estaban repletos de dolor—. Escucha a Aphrodite. No rompas el círculo. ¡Pase lo que pase!

—Pero tú…

—¡No! No me estoy muriendo. Te lo prometo. Él solo me ha arrebatado la sangre, no la vida. ¡No rompas el círculo! —insistió Stevie Rae.

Yo asentí y me puse en pie. Erik y Venus eran quienes estaban más cerca de mí.

—Agarradla cada uno por un lado. Sostenedla. Ayudadla a sujetar la vela y, pase lo que pase, no dejéis que la vela se apague y se rompa el círculo —les ordené yo.

Venus parecía nerviosa, pero a pesar de todo asintió y se acercó a Stevie Rae. Erik, con el rostro pálido del susto, simplemente se quedó mirándome.

—Decídete. Elige —le dije yo—. O estás con nosotros, o estás con Neferet y el resto.

Erik no vaciló.

—Elegí en el momento en el que me presenté voluntario para ser tu consorte esta noche. Estoy contigo.

Entonces se apresuró a ayudar a Venus y a sostener a Stevie Rae.

Yo caminé tambaleándome sobre la tierra ondulante y llegué hasta la mesa de Nyx justo a tiempo para recoger la vela púrpura del espíritu antes de que se volcara y se apagara. La sostuve con fuerza cerca de mí y me volví hacia Damien y las gemelas. Todos seguían las serenas instrucciones de Aphrodite y, en medio del caos de gritos que se producían fuera del círculo, caminaban juntos y lentamente, estrechando la circunferencia y el hilo de plata en dirección a Stevie Rae hasta que todos nosotros, es decir Damien, las gemelas, Aphrodite, Erik, los iniciados rojos y yo nos quedamos apiñados alrededor de Stevie Rae.

—Comenzad a apartarla del árbol —ordenó Aphrodite—. Todos juntos, sin romper el círculo. Tenemos que dirigirnos hacia la puerta oculta que hay en el muro. ¡Ahora!

Yo miré a Aphrodite, y ella asintió con solemnidad y añadió:

—Sé lo que va a ocurrir ahora, y no va a ser nada agradable.

—Entonces vámonos de aquí —respondí yo.

Comenzamos a movernos todos juntos. Dábamos pasitos cortos sobre la ondulante tierra, prestando especial atención a Stevie Rae, a las velas y al círculo, que tan importante parecía mantener encendido. Cualquiera habría creído que tanto iniciados como vampiros se interpondrían en nuestro camino o que al menos Shekinah nos diría algo pero, sin embargo, nuestro círculo solo parecía existir como una pequeña burbuja de serenidad en medio de un mundo de pronto inundado por la sangre, el pánico y el caos. Seguimos alejándonos del árbol, caminando pegados al muro, moviéndonos muy poco a poco y con mucha prudencia. Yo me di cuenta de que la hierba a nuestros pies por fin era más suave y estaba completamente seca, no empapada de la sangre de Stevie Rae, pero entonces oí las terribles carcajadas de Neferet, que me llegaron flotando y atravesaron el círculo.

Entonces, con un terrible ruido como de desgarro, el viejo roble se dividió en dos. Yo había estado caminando de espaldas y hacia atrás, ayudando a sostener a Stevie Rae de frente, así que tuve una clara visión del árbol cuando se partió en dos. De debajo de él, por el mismo centro del roble destrozado, surgió una criatura. Al principio no vi más que unas enormes alas negras que lo envolvían todo. Luego la criatura salió del roble partido, estiró su potente cuerpo y desenrolló sus alas del color de la noche.

—¡Oh, diosa mía!

El grito salió roto de mi garganta nada más ver por primera vez a Kalona. Era la cosa más bella que hubiera visto jamás en la vida. Su piel era lisa y sin tacha, y resplandecía con lo que parecía el beso de los amorosos rayos del sol. Su cabello era tan negro como las alas, y le caía suelto y abundante alrededor de los hombros, haciéndole parecer un guerrero de otros tiempos. Su rostro… ¿cómo podría describir jamás de un modo aproximado su bellísimo rostro? Era como una escultura que cobrara vida, y a su lado incluso el mortal más bello, ya fuera humano o vampiro, no habría parecido sino un lánguido e inútil esfuerzo por imitar su gloria. Sus ojos eran del color del ámbar y tan perfectos, que parecían casi de oro. De pronto me encontré a mí misma deseando perderme en él. Aquellos ojos me llamaban… me llamaban…

Tropecé y me detuve, y juro que habría roto el círculo en ese mismo instante para volver sobre mis pasos y arrojarme a sus pies de no haber alzado él los preciosos brazos y de no haber gritado con una voz grave, intensa y pletórica de poder:

—¡Levantaos conmigo, hijos!

Del hueco abierto en la tierra surgieron entonces tantos cuervos del escarnio que abarrotaron el cielo, pero fue el terror que me invadió al contemplar sus cuerpos terriblemente deformes lo que rompió el hechizo en el que me había envuelto la belleza de Kalona. Los cuervos chillaban y rodeaban a su padre, que reía a carcajadas y alzaba muy alto los brazos, de modo que las alas de sus hijos lo acariciaran.

—¡Tenemos que salir de aquí! —siseó Aphrodite.

—¡Sí, y ahora! ¡Aprisa! —añadí yo, que por fin había vuelto completamente en mí.

La tierra había dejado de temblar, de modo que podíamos acelerar el paso. Yo seguía caminando de espaldas y pude observar, fascinada y horrorizada al mismo tiempo, como Neferet se acercaba al ángel recién liberado. Se detuvo ante él e hizo una profunda y elegante reverencia.

Él inclinó la cabeza con la dignidad de un rey. Sus ojos brillaban de lujurioso deseo al contemplarla.

—Mi reina —dijo él.

—Mi consorte —contestó Neferet.

Entonces ella se dio la vuelta hacia la multitud, que había dejado de arremolinarse y de correr, muerta del pánico, y contemplaba fascinada a Kalona.

—Este es Érebo, que por fin ha vuelto a la tierra —proclamó Neferet—. Inclinaos ante el consorte de Nyx y ante vuestro nuevo Señor en la tierra.

Muchos de los que estaban allí, sobre todo los iniciados, cayeron inmediatamente de rodillas. Yo busqué a Stark con la mirada, pero no lo vi por ninguna parte. Sí vi en cambio a Shekinah, que echó a caminar a grandes zancadas hacia delante, abriéndose paso por entre los iniciados que rendían culto al nuevo dios. Su sabio rostro expresaba cautela y tenía el ceño permanentemente fruncido. Muchos Hijos de Érebo se unieron a ella al verla. Parecían mantenerse alerta, pero no pude adivinar si ponían en cuestión la identidad de Kalona, como era evidente que hacía Shekinah, o si lo que querían era protegerlo a él de la alta sacerdotisa. Pero antes de que Shekinah pudiera abrirse camino entre la multitud y encararse al ángel resucitado, Neferet alzó una mano y la sacudió muy ligeramente. Fue un gesto tan leve e insignificante, que de no haberlo estado esperando sin duda no lo habría visto.

Shekinah abrió inmensamente los ojos, soltó un grito ahogado, se llevó una mano al cuello y cayó redonda al suelo. Los Hijos de Érebo corrieron hacia su cuerpo.

Y fue en ese momento cuando yo me saqué el móvil del bolsillo y marqué el número de la hermana Mary Angela.

—¿Zoey? —me respondió la hermana al primer timbrazo.

—Salga de ahí. ¡Ahora mismo! —dije yo.

—Comprendo —contestó ella con la más profunda calma.

—¡Llévese a mi abuela! ¡Tiene que llevarse a mi abuela con usted!

—Por supuesto que me la llevaré. Tú ocúpate de ti y de tu gente. Yo cuidaré de ella.

—La llamaré en cuanto pueda.

Colgué. Al alzar la vista vi que Neferet volvía la atención entonces sobre nosotros.

—¡Ya estamos! —exclamó Aphrodite—. ¡Abre la puerta!

—Está abierta —contestó una voz que me resultó familiar.

Yo miré para atrás, hacia el muro, y vi a Darius de pie, junto a la rendija de la puerta abierta que parecía surgir mágicamente en medio del muro de piedra y ladrillo. Y, con un enorme sentimiento de alivio, vi también a Jack de pie, al lado del guerrero, con los ojos como platos pero de una pieza, y con Duchess pegadita a su lado.

—Si estás con nosotros, entonces es que estás contra ellos —le dije a Darius, al tiempo que ladeaba la barbilla hacia la Casa de la Noche y hacia los Hijos de Érebo que abarrotaban los terrenos de la escuela y que no hacían ni un solo movimiento en contra de Kalona.

—He hecho mi elección —contestó el guerrero.

—¿Podemos salir de aquí, por favor? ¡Ahora nos está mirando a nosotros! —exclamó Jack.

—¡Zoey! Necesitamos más tiempo —dijo Aphrodite—. Utiliza los elementos… todos juntos. ¡Protégenos!

Yo asentí y cerré los ojos para concentrarme. Vagamente, en lo más profundo de mi mente, sabía que Aphrodite les estaba ordenando a los iniciados rojos que permanecieran unidos y que no salieran del círculo a pesar de que, mientras nos apretujábamos para salir por la puerta trampa, la circunferencia estaba por completo aplastada y no tenía en absoluto la forma de una circunferencia. Pero yo estaba allí solo en parte. El resto de mí le estaba ordenando al viento, al fuego, al agua, a la tierra y al espíritu que nos protegieran, que nos ocultaran de la vista de Neferet. Y mientras los elementos se apresuraban a obedecerme, sentí como si me vaciara de energía como jamás en la vida me había vaciado. Por supuesto, tampoco nunca jamás había intentado gobernar a los cinco elementos de una sola vez para que hicieran un trabajo tan importante para mí; sentía como si mi mente y mi voluntad estuvieran en el esprín final de una maratón.

Apreté los dientes y aguanté. Los elementos formaron una nube a nuestro alrededor. Oí soplar al viento y olí la sal del océano; juntos formaron una fuerte brisa que giraba muy espesa a nuestro alrededor. Entonces se oyó un trueno en el cielo, repentinamente nublado, y con un terrible crac se produjo un destello de luz que cayó sobre un árbol a unos pocos metros, delante de nosotros. El árbol pareció expandirse al aumentar la tierra sus proporciones, así que yo pude abrir los ojos mientras seguía caminando de espaldas. Uno de los iniciados rojos me guiaba por la puerta trampa hacia nuestro grupito, completamente protegido por la furia de los elementos. Oí un maravilloso «miauff» en medio del caos, y al mirar a través de la puerta trampa vi a Nala sentada en el suelo, fuera de la escuela, en medio de un grupo de gatos entre los que se incluía la horrible y despeinada Maléfica, que estaba junto al odioso gato de las gemelas, Belcebú.

Dirigí la vista una última vez hacia Neferet, que nos buscaba furiosamente a su alrededor. Resultaba evidente que no estaba dispuesta a admitir que, de un modo u otro, habíamos huido. Entonces la puerta trampa se cerró y nos apartó de la Casa de Noche.

—¡Bien, formad otra vez el círculo! ¡Estrechadlo! ¡Gemelas, estáis demasiado juntas! Deformáis la circunferencia. ¡Gatos! ¡Dejad ya de bufarle a Duchess! ¡Ahora no tenemos tiempo para eso! —gritó Aphrodite, que daba órdenes a diestro y siniestro igual que un sargento de instrucción.

—Los túneles —dijo entonces la débil voz de Stevie Rae, que pareció penetrar la noche.

Yo la miré. Apenas podía tenerse en pie. Erik la llevaba en brazos y la sostenía como a un bebé, con cuidado de no rozar la flecha que le salía por la espalda. Tenía el rostro blanco como la tiza, a excepción del tatuaje rojo.

—Tenemos que llegar a los túneles. Allí estaremos a salvo —añadió Stevie Rae.

—Stevie Rae tiene razón. Él no nos seguirá allí. Ni Neferet tampoco seguirá persiguiéndonos —confirmó Aphrodite.

—¿Qué túneles? —preguntó entonces Darius.

—Los que están debajo de la ciudad, los escondites secretos de la época de la prohibición. La entrada está por la estación abandonada del centro de la ciudad —expliqué yo.

—La estación. Eso está a casi cinco kilómetros de aquí o así, y hay que atravesar todo el centro de la ciudad —dijo Darius—. ¿Cómo vamos a…?

Sus palabras se desvanecieron cuando oímos chillidos horribles que resonaron por todas partes a nuestro alrededor, desde el exterior de la Casa de la Noche. Entonces comenzaron a estallar en el cielo ardientes bolas de fuego que eran como flores mortales terribles que florecieran.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Jack, acercándose más a Damien.

—Son los cuervos del escarnio. Están recuperando sus cuerpos, y están hambrientos. Se alimentan de humanos —contestó Aphrodite.

—¿Pueden utilizar el fuego? —preguntó Shaunee, que se mostró absolutamente cabreada.

—Pueden —respondió Aphrodite.

—¡Y una mierda! —exclamó Shaunee, que inmediatamente alzó los brazos.

Yo sentí que comenzaba crearse y a girar el calor en el aire a nuestro alrededor.

—¡No! —gritó Aphrodite—. Ahora no debes llamar la atención sobre nosotros. Esta noche no. Si lo haces, estamos perdidos.

—¿Es que has visto esto? —le pregunté entonces yo.

Aphrodite asintió.

—Esto y más. Aquellos que no se oculten bajo tierra serán sus presas.

—Entonces vámonos a los túneles de Stevie Rae —dije yo.

—¿Cómo? —preguntó una iniciada a la que yo no reconocí.

Parecía joven y estaba muy asustada.

Yo traté de prepararme mentalmente, a pesar de estar por completo exhausta por el hecho de tener que manipular los cinco elementos al mismo tiempo. No quería que los demás se dieran cuenta de lo agotadora que me resultaba esa tarea. Quería que creyeran que era fuerte y que estaba segura de mí misma; que controlaba la situación. Así que respiré hondo.

—Tranquilos. Yo sé cómo podemos movernos sin ser vistos. Lo he hecho antes —dije yo, sonriendo con cansancio en dirección a Stevie Rae y luego en dirección a Aphrodite—. Lo hemos hecho antes, ¿verdad que sí?

Stevie Rae asintió débilmente.

—Sí, así es —confirmó Aphrodite.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —preguntó Damien.

—Sí, vamos a ponerlo en marcha —afirmó Erin.

—Lo mismo digo. Me están dando calambres de tanto apretujarme contra todo el mundo —musitó Shaunee que, evidentemente, seguía muy enfadada por el hecho de no poder luchar con fuego contra el fuego.

—El plan es este —propuse yo—. Nos convertimos en niebla y sombra, noche y oscuridad. No existimos. Nadie nos ve. Somos noche, y la noche somos nosotros.

Sentí un escalofrío, ya familiar para mí, recorrer todo mi cuerpo mientras lo explicaba, y luego vi a un iniciado rojo quedarse boquiabierto. Y entonces supe que no veían más que la niebla cubierta de oscuridad, rebosante de misterio. Pensé en lo extraño que era que me resultara más fácil confundirme con la noche en ese momento, mientras estaba agotada. Era como si sencillamente pudiera desvanecerme y dormir por fin…

—¡Zoey!

La voz de Erik me estremeció y me despertó de mi peligroso trance.

—¡Estoy bien! ¡Estoy bien! —me apresuré a exclamar—. Y ahora vosotros, chicos. Concentraos. No es muy diferente de cuando os escapáis de la Casa de la Noche para encontraros con vuestros amigos o para ir a un ritual fuera del campus, solo que en esta ocasión tenéis que concentraros más. Podéis hacerlo. Sois niebla y sombra. Nadie puede veros. Nadie puede oíros. Aquí solo está la noche, y vosotros sois parte de la noche.

Observé a mi grupito producir un trémulo reflejo y comenzar a disolverse. El truco no era perfecto porque Duchess seguía siendo una sólida y enorme labradora rubia que, a diferencia de los gatos, era incapaz de confundirse con la noche, pero el chico al que se mantuvo pegada era poco más que una sombra.

—Y ahora adelante. Agarraos de las manos. No permitáis que nada se interponga en vuestra concentración. Darius, guíanos —dije yo.

Caminamos por lo que se había convertido en una pesadilla viviente de ciudad. Mucho después, yo me pregunté cómo habíamos logrado hacerlo, pero supe la respuesta en el momento mismo de hacerme la pregunta. Lo conseguimos porque la mano protectora de Nyx nos guió. Caminamos por su sombra. Nos transformamos en noche cubiertos bajo el manto de su poder, a pesar de que el resto de la noche se había convertido en una locura.

Había cuervos del escarnio por todas partes. Todo comenzó poco después de la medianoche de Nochevieja, de modo que aquellas horribles criaturas pudieron elegir a sus víctimas entre los achispados humanos que salían a borbotones de los locales, los restaurantes y las preciosas mansiones antiguas de los ricos propietarios del petróleo, porque al oír el crujido y los estallidos de fuego de los cuervos, creyendo que eran fuegos artificiales, todo el mundo salió a contemplar el espectáculo. Yo me pregunté con un extraño y distante sentimiento de horror cuántos de esos humanos alzarían la vista al cielo solo para ver la que sería su última visión: los terribles ojos rojos de unos hombres de rostros monstruosos, mirándolos desde arriba.

Antes de llegar a la mitad del camino, entre la calle Cincinnati y la Trece, comencé a oír las sirenas de la policía y del servicio de bomberos, además de disparos que me hicieron sonreír siniestramente. Al fin y al cabo estábamos en Oklahoma y a nosotros, los okies, nos encantan las armas. Sí, ponemos en práctica nuestra segunda enmienda con orgullo y con vigor. Ojalá supiera si las armas modernas son útiles contra las criaturas nacidas de la magia y el mito; de todos modos yo sabía que la pregunta no sería una incógnita por mucho tiempo. Pronto conoceríamos la respuesta.

Nada más llegar a la manzana en la que se hallaba la estación abandonada de Tulsa comenzó a caer una lluvia helada y a descender una horrible y húmeda niebla que nos caló hasta los huesos, pero que nos ayudó a ocultarnos aún más de las miradas penetrantes, ya fueran de humanos o de bestias.

Corrimos al sótano de la estación abandonada. No nos costó trabajo entrar: no tuvimos más que empujar una puerta batiente de barrotes de metal que parecía engañosamente bien cerrada. Nada más tragarnos la oscuridad del sótano, todo el grupo respiró aliviado.

—Bien, ahora ya podemos romper el círculo.

—Gracias, espíritu, puedes partir —comencé yo a decir. Me giré hacia Stevie Rae, que seguía en brazos de Erik—. Te estoy agradecida, tierra, puedes partir. —Erin estaba a mi izquierda. Le sonreí en medio de la oscuridad—. Agua, lo has hecho muy bien esta noche. Puedes partir. —Shaunee también estaba a mi izquierda, un poco más allá—. Fuego, gracias, por favor, parte ya —dije yo. Y por fin rompí el círculo con el elemento que lo había iniciado—. Viento, tienes mi gratitud, como siempre. Puedes partir.

Y con un pequeño estallido y chisporroteo, el hilo de plata que nos había unido y nos había salvado a todos se desvaneció.

Yo apreté los dientes para luchar contra el agotamiento que amenazaba con acabar conmigo, y creo que me habría caído redonda al suelo de no haberme agarrado Darius del brazo, porque me temblaban las rodillas.

—Bajemos. Aún no estamos completamente a salvo —dijo Aphrodite.

Todos juntos nos dirigimos hacia el fondo del sótano, donde se encontraba la entrada a las alcantarillas y donde yo sabía que se ocultaba un amplio sistema de túneles. Volver a entrar en aquellos túneles fue para mí una experiencia tan surrealista como la misma noche que acabábamos de vivir. La última vez que había estado allí había sido en medio de una tormenta de nieve. Yo luchaba por proteger a Heath de Stevie Rae y de un puñado de iniciados a los que en ese momento, sin embargo, pretendía salvar.

¡Heath!

—¡Zoey, vamos! —exclamó Erik al verme vacilar.

Erik le tendió a Stevie Rae a Darius, de modo que él y yo fuimos las dos últimas personas del grupo que quedamos al nivel de la calle.

—Primero tengo que hacer dos llamadas telefónicas. Allí abajo no hay cobertura.

—Pues date prisa —dijo Erik—. Les diré que enseguida vamos.

—Gracias —contesté yo con una sonrisa cansada—. Me daré toda la prisa que pueda.

Erik asintió tenso y desapareció por la escalera metálica que bajaba a los túneles.

Me sorprendió que Heath respondiera al teléfono al primer timbrazo.

—¿Qué es lo que quieres, Zoey?

—Escúchame, Heath. No tengo mucho tiempo. En la Casa de la Noche se ha liberado algo terrible. Va a ser un desastre, un completo desastre. No sé cuánto tiempo durará porque no sé cómo pararlo. Pero el único modo de estar a salvo es resguardarse bajo tierra. A esa cosa no le gusta estar bajo tierra. ¿Me comprendes?

—Sí —dijo él.

—¿Me crees?

—Sí —contestó él sin vacilar ni un instante.

Yo suspiré aliviada.

—Coge a toda tu familia y a todas las personas a las que quieras y llévalas bajo tierra. ¿No tenía la casa de tu abuelo un enorme sótano viejo?

—Sí, podemos ir allí.

—Bien, te llamaré otra vez en cuanto pueda.

—Zoey, ¿estás tú también a salvo?

El corazón se me encogió en el pecho.

—Sí, estoy a salvo.

—¿Dónde?

—Estoy en los viejos túneles bajo la estación —dije yo.

—¡Pero son peligrosos!

—No, no… ya no. No te preocupes. Tú mantente a salvo, ¿quieres?

—Vale —dijo él.

Colgué antes de poder decir algo que los dos habríamos lamentado después. Entonces marqué el segundo número al que tenía que llamar. Mi madre no contestó. Después de cinco timbrazos, saltó el buzón de voz. Su voz, excesivamente animada, respondió: «Esta es la residencia de los Heffer. Nuestra familia ama y teme a Dios y te desea que tengas un bendito día. Déjanos un mensaje. Amén». Puse los ojos en blanco y cuando oí el «bip» dije: «Mamá, vas a pensar que Satán se ha escapado del infierno y anda suelto por la tierra, y por una vez casi vas a acertar. La cosa anda mal, y el único modo de estar a salvo es meterse bajo tierra: en un sótano o en una cueva. Así que ve a la cripta de la iglesia y quédate allí, ¿vale? Te quiero, mamá. Ya me he asegurado de que la abuela esté a salvo también, está con las…». La comunicación se cortó. Suspiré y esperé que, por primera vez en mucho tiempo, mi madre me escuchara. Y después seguí a todos los demás y entré en los túneles.

El grupo me estaba esperando cerca de la entrada. Vi cómo parpadeaban las luces por el pasadizo que se prolongaba ante nosotros, oscuro y amenazador.

—He mandado a los iniciados rojos por delante para que vayan encendiendo las luces y todo eso —dijo Aphrodite, que entonces miró a Stevie Rae—. Y con lo de todo eso me refiero al ajetreo de conseguir mantas y ropa seca.

—Bien, eso está bien.

Me esforcé por pensar a pesar del agotamiento. Los chicos habían encendido unas cuantas lámparas de aceite de esas antiguas que uno lleva de la mano y que luego cuelga fácilmente de un gancho de la pared a la altura de la vista. Por eso me resultó sencillo ver la expresión de los rostros de mis amigos cuando me miraron. Todos los semblantes expresaban lo mismo. Incluso el de Aphrodite. Todos tenían miedo.

Por favor, Nyx, rogué yo en silencio, con fervor; dame fuerzas y ayúdame a expresar esto correctamente, porque el modo en que vivamos aquí dependerá del modo en que comencemos. Por favor, no dejes que lo fastidie todo.

No obtuve una respuesta en forma de palabras, pero sí sentí una ola de calor, de amor y de confianza que hizo que mi corazón latiera un poco erráticamente, y que me hizo sentirme pletórica otra vez.

—Sí, es horrible —comencé yo a decir—. Eso es innegable. Somos jóvenes. Estamos solos. Nos sentimos dolidos. Neferet y Kalona son poderosos y, por lo poco que sabemos, puede que tengan al resto de los iniciados y de los vampiros de su parte. Pero nosotros tenemos algo que ellos jamás tendrán. Tenemos el amor, la verdad, y nos tenemos los unos a los otros. Y también tenemos a Nyx. Ella nos ha marcado a cada uno de nosotros y nos ha elegido de una manera muy especial a cada uno. Jamás ha habido un grupo como el nuestro: somos algo completamente nuevo.

Hice una pausa para mirar a cada uno de mis amigos a los ojos y sonreírles con confianza. Entonces Darius aprovechó para intervenir.

—Sacerdotisa, este mal no se parece a nada que yo haya sentido jamás. A nada de lo que haya oído hablar jamás. Es algo indomable, rebosante de odio. Al surgir de la tierra, sentí como si el mal hubiera renacido.

—Pero tú supiste reconocerlo, Darius. Mientras que muchos otros guerreros no. Yo vi las reacciones que suscitó. Los otros no agarraron sus armas ni trataron de escapar de allí como hiciste tú.

—Quizá un guerrero más valiente se habría quedado —dijo Darius.

—¡Tonterías! —exclamó Aphrodite—. Solo un guerrero más estúpido se habría quedado. Tú estás aquí con nosotros, y ahora tienes una oportunidad para luchar. Por lo poco que sabemos, esos otros guerreros o bien han sido aniquilados por los malditos pájaros, o bien están bajo algún tipo de extraño hechizo como el resto de los iniciados.

—Sí —afirmó Jack—. Nosotros estamos aquí porque hay algo diferente en nosotros.

—Algo especial —añadió Damien.

—¡Y tan especial! —corroboró Shaunee.

—Yo estoy contigo, gemela —dijo Erin.

—Sí, somos tan especiales, que cuando vas al diccionario a buscar «retrasados mentales» sale una foto nuestra —bromeó Stevie Rae con voz débil, aunque viva al fin y al cabo.

—Vale. Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó Erik.

Todos me miraron a mí. Yo los miré a ellos.

—Bueno pues… idearemos un plan —propuse yo.

—¿Un plan? —repitió Erik—. ¿Y eso es todo?

—No. Idearemos un plan y después nos inventamos la forma de recuperar la escuela. Juntos —dije yo. Alargué la mano hacia el centro como si fuera una frívola jugadora de béisbol y pregunté—. ¿Estáis conmigo, chicos?

Aphrodite giró los ojos en las órbitas, pero la suya fue la primera mano que tapó la mía.

—Sí, yo estoy contigo —dijo ella.

—Y yo —dijo Damien.

—Yo también —dijo Jack.

—Lo mismo digo —dijeron las gemelas al unísono.

—Yo también —dijo Stevie Rae.

—No me lo perdería por nada del mundo —dijo Erik, que puso la mano encima de todos y me sonrió con los ojos.

—¡Entonces vamos! —los animé yo—. ¡A por ellos!

Y mientras todos gritaban como bobos, imitándome, yo sentí como se me iba extendiendo un maravilloso hormigueo desde las puntas de los dedos hasta las palmas. Entonces supe que cuando sacara la mano del montón, me encontraría con un nuevo e intrincado tatuaje; un tatuaje que decoraría el dorso de mis manos como si fuera una antigua y exótica sacerdotisa, marcada especialmente con henna por la diosa. Así que, aún en medio de aquella locura, de aquel agotamiento y de aquel caos que nos había cambiado la vida, me sentí rebosante de paz con el gozoso conocimiento de que caminaba por la senda que deseaba mi diosa.

No es que esa senda fuera fácil o que estuviera exenta de baches. Pero aun así era mi senda y, como yo, era única.