Naturalmente, entonces se desató un infierno. Los Hijos de Érebo comenzaron a vociferar y a acercarse al centro del círculo. Los vampiros gritaron del puro susto, y juro que algunas niñas llegaron a berrear.
—¡Oh, oh! —oí murmurar a Stevie Rae—. Será mejor que arregles esto, Z.
Yo me giré para mirar a Stevie Rae. No tenía tiempo para tonterías, así que comencé:
—¡Tierra, ven a mí!
Por un segundo quise enloquecer al ver que no tenía mechero y, por supuesto, Stevie Rae tampoco. Pero, tan imperturbable como siempre, Aphrodite se inclinó, encendió el mechero que sostenía y prendió la vela. De inmediato nos rodearon las fragancias y los sonidos de una pradera en verano.
—Toma, bebe un trago —dije yo mientras alzaba la copa.
Stevie Rae le dio un buen sorbo. Yo la miré con el ceño fruncido.
—¿Qué? —susurró ella—. Erik está bueno.
Yo giré los ojos en las órbitas y volví al centro del círculo, desde donde Erik miraba a Stevie Rae con la boca abierta. Alcé un brazo por encima de la cabeza y dije:
—¡Espíritu, ven a mí!
Lo llamé sin más preámbulos. Y así, acelerada, tomé el mechero ceremonial de la mesa de Nyx y encendí la vela púrpura del espíritu que había sobre la misma mesa. Y luego yo también di un gran trago del vino mezclado con sangre.
¡Eso sí que fue un arrebato alucinante! Stevie Rae tenía razón, Erik estaba bueno, pero eso yo ya lo sabía. Embriagada de euforia con el vino, la sangre y el espíritu, me separé de la mesa. No podía estar más orgullosa de mis amigos. Mantenían sus posiciones y elevaban cada uno su vela sin perder el control de los elementos, de modo que el círculo permanecía fuerte e inquebrantable. Caminé por el interior de la luminosa circunferencia que formaba el hilo circular que yo misma había invocado, elevé la voz y comencé a gritar por encima del pandemónium que nos rodeaba.
—¡Casa de la Noche, escuchadme!
Todo el mundo se calló al oír que el poder de la diosa magnificaba mi voz. Hasta yo misma estuve a punto de callarme, atónita. Pero me aclaré la garganta y comencé de nuevo, y en esa ocasión no hizo falta el grito de una diosa sobre los chillidos de la multitud.
—Stevie Rae no murió. Atravesó otro tipo de cambio. Fue duro para ella y casi le costó su humanidad, pero lo superó y ahora es un nuevo tipo de vampiro.
Caminé lentamente por el interior del círculo mientras daba explicaciones, procurando mirar a los ojos a cuantas personas podía.
—Sin embargo Nyx jamás la abandonó. Como veis, sigue teniendo afinidad por la tierra; un don que le fue concedido en una ocasión, y que ahora Nyx le ha devuelto.
—No comprendo. ¿Esa chica es una iniciada que murió, y que ahora ha resucitado? —preguntó Shekinah, que dio un paso adelante y se quedó de pie junto a Stevie Rae, a la que miró con severidad.
Antes de que yo pudiera responder, Stevie Rae se me adelantó:
—Sí, señora. Es cierto que estuve muerta. Pero después regresé, aunque ya no volví a ser la misma. Me perdí a mí misma o, al menos, la mayor parte de mi ser, pero Zoey, Damien, Shaunee, Erin y sobre todo Aphrodite me ayudaron a reencontrarme conmigo misma, y en ese momento descubrí que me había transformado en un tipo de vampiro distinto —dijo Stevie Rae al tiempo que señalaba su precioso tatuaje rojo.
Aphrodite dio un paso adelante y entró dentro del círculo de plata brillante. Yo esperaba verla salir volando, verla salir despedida hacia atrás o algo peor, pero en lugar de eso el hilo le cedió el paso y le permitió llegar hasta mí. Al llegar a mi lado vi que toda su silueta estaba perfilada por esa misma luz plateada que formaba el hilo de nuestro círculo.
—Cuando Stevie Rae cambió, yo también cambié —dijo Aphrodite, que alzó una mano y, restregándose rápidamente el perfil de la luna creciente azul, se lo borró. Oí gritos ahogados, pero ella continuó—. Nyx me convirtió en humana, pero soy un nuevo tipo de humana, igual que Stevie Rae es un nuevo tipo de vampiro. Soy una humana bendecida por Nyx. Sigo teniendo el don de las visiones que Nyx me concedió cuando era una iniciada. La diosa no me ha vuelto la espalda.
Nada más terminar, Aphrodite alzó orgullosamente la cabeza hacia la Casa de la Noche como si quisiera retar a cualquiera que se atreviera a volver a hablar mal de ella.
—Así que tenemos un nuevo tipo de vampiro y un nuevo tipo de humano —concluí entonces yo. Miré a Stevie Rae y ella sonrió y asintió—. Y también tenemos un nuevo tipo de iniciado.
Nada más terminar de decirlo, pareció como si llovieran iniciados del roble. Tomé nota mentalmente para preguntarle después a Stevie Rae cómo diablos se las había apañado para esconder a tantos chicos allí arriba, porque fácilmente conté media docena o así. Reconocí a Venus, que sabía que había sido la antigua compañera de habitación de Aphrodite, y por un momento me pregunté si ellas dos habrían hablado. También vi al detestable Elliot, quien juro que seguía sin gustarme. Estaban todos ahí de pie, dentro del círculo, desplegados a los lados de Stevie Rae y con aspecto de estar muy nerviosos, con sus lunas crecientes rojas brillantes, bien visibles en la frente.
Pude oír cómo algunos de los chicos de fuera del círculo lloraban y llamaban por su nombre a los iniciados rojos a los que reconocían como amigos o compañeros de habitación muertos, y lo lamenté por ellos. Sabía qué se sentía cuando uno creía que un amigo estaba muerto y luego lo veía caminar, hablar y respirar otra vez.
—No están muertos —afirmé yo enérgicamente—. Son un nuevo tipo de iniciados, un nuevo tipo de personas. Pero son nuestra gente, y ya es hora de que les encontremos un lugar a nuestro lado y de que sepamos por qué Nyx los ha puesto entre nosotros.
—¡Mentira!
Más que un grito, esa palabra sonó como un alarido, pero tan alto que casi pude sentir cómo me taladraba los tímpanos. Se produjo un murmullo entre la multitud, y entonces la gente que estaba en el lado sur del círculo se dividió para dejar paso a Neferet.
Su aspecto era el de una diosa vengadora, y hasta yo me quedé sin habla ante su belleza natural. Llevaba un vestido negro que se le ajustaba a la grácil silueta y que le dejaba los suaves hombros blancos desnudos. El abundante cabello castaño caía suelto, haciendo ondas alrededor de su estrecha cintura. Sus ojos verdes brillaban, y sus labios eran del rojo intenso de la sangre fresca.
—¿Nos pides que aceptemos una perversión de la naturaleza como producto de la diosa? —preguntó Neferet con su voz grave y bellamente modulada—. ¡Esas criaturas estaban muertas! ¡Y deberían seguir muertas!
Pero la ira que bullía en mi interior rompió con su magnetismo.
—Tú sí que deberías saber más acerca de estas criaturas, como tú las llamas —contesté yo, enderezando los hombros y encarándome directamente con ella. Puede que yo no tuviera ni su voz, tan bien entrenada, ni su increíble belleza, pero tenía de mi parte la verdad y a mi diosa—. Tú trataste de utilizarlas. Trataste de deformarlas. Fuiste tú quien las mantuvo prisioneras hasta que Nyx las sanó y las liberó a través de nosotros.
Neferet abrió los ojos en una expresión de perfecta sorpresa.
—¿Me culpas de estas monstruosidades?
—¡Eh, que mis amigos y yo no somos monstruosidades! —exclamó Stevie Rae desde detrás de mí.
—¡Silencio, bestia! —ordenó Neferet—. ¡Ya basta! —añadió, al tiempo que se giraba para barrer con la mirada a toda la multitud presente—. Esta noche he descubierto a otra de las criaturas que Zoey y su gente han despertado de la muerte.
Neferet se inclinó para recoger algo que había en el suelo, a sus pies, y lo arrojó al centro del círculo. Yo reconocí la cartera de Jack, que al caer al suelo se abrió, desparramando todo su contenido: el monitor y la misma cámara oculta (que habría debido de estar bien escondida y a salvo en la morgue). Entonces Neferet escrutó a la multitud hasta que dio con él, y nada más verlo, gritó:
—¡Jack! ¿Niegas que Zoey te obligó a poner esto en la morgue, donde encerrasteis el cuerpo del recientemente fallecido James Stark, de modo que ella pudiera ver en qué momento lo resucitaba su hechizo?
—No. Sí. ¡No fue así! —gritó Jack.
Duchess, que se apretaba contra las piernas del chico, aulló lastimosamente.
—¡Déjalo en paz! —gritó entonces Damien desde su posición en el círculo.
Entonces Neferet se giró en redondo hacia él.
—¿De modo que sigues cegado por ella? ¿Prefieres seguirla a ella antes que a Nyx?
Antes de que Damien pudiera responder intervino Aphrodite, que estaba justo a mi lado.
—¡Eh, Neferet!, ¿dónde está la insignia de tu diosa?
Neferet miró alternativamente a Damien y luego a Aphrodite. Fruncía el ceño con ira. Pero en ese momento todo el mundo la observaba y advertía que Aphrodite tenía razón: su exquisito vestido negro no llevaba la insignia de Nyx sobre el pecho. Y entonces yo noté otra cosa. Neferet llevaba un colgante que yo no había visto jamás. Parpadeé; no estaba segura de haberlo visto bien. Pero sí, me dije, sabía lo que era. Llevaba dos alas colgando de una cadena de oro del cuello: dos alas negras grandes de cuervo, talladas en ónice.
—¿Qué llevas colgado al cuello? —pregunté entonces yo.
Neferet se llevó automáticamente las manos al cuello para acariciar las alas negras que le caían entre los pechos.
—Las alas de Érebo, el consorte de Nyx.
—¡Eh…!, disculpa, pero no. Esas no son las alas de Érebo —negó Damien—. Las alas de Érebo son de oro. Jamás son negras. Tú misma me lo enseñaste en clase de sociología vampírica.
—¡Ya he soportado bastante esta cháchara sin sentido! —soltó entonces Neferet—. ¡Ha llegado la hora de terminar con esta farsa!
—¿Sabes?, me parece una buena idea —dije yo.
No había hecho más que comenzar a mirar a mi alrededor, buscando a Shekinah con la vista, cuando Neferet dio un paso, se echó a un lado y torció un dedo hacia una sombra que, en ese mismo momento, pareció materializarse a su lado.
—¡Ven a mí, y enséñales esta noche qué es lo que han creado!
El aullido de agonía de Duchess y sus conmovedores gemidos quedarán para siempre grabados en mi mente junto con la primera imagen del nuevo Stark. Caminaba como si fuera un fantasma. Su piel era misteriosamente pálida y sus ojos rojos, del color de la sangre corrompida. La luna creciente de su frente también era roja, igual que la de los iniciados que estaban en el interior del círculo. Pero él era distinto. La cosa en la que Stark se había convertido se fue acercando hasta quedarse de pie junto a Neferet, mirándonos con los ojos brillantes de un loco. Al verlo, yo sentí que iba a vomitar.
—¡Stark! —lo llamé yo.
Mi intención había sido llamarlo por su nombre en voz alta y fuerte, pero lo que salió de mi boca fue poco más que un murmullo roto.
A pesar de todo él giró la cara hacia mí. Vi cómo el rojo de sus ojos se apagaba, y por un momento creí atisbar al chico al que yo había conocido. Pero fue solo un instante.
—¡Zzzzoey…!
Pronunció mi nombre medio silbándolo, y eso me dio esperanzas por un segundo.
Di un paso a tientas hacia él.
—¡Sí, Stark, soy yo! —dije, tratando por todos los medios de no echarme a llorar.
—Ttttte dije que volvería a por ti —murmuró él.
Sonreí. Las lágrimas se iban agolpando en mis ojos mientras me acercaba paso a paso hacia él, que permanecía de pie, justo fuera del círculo. Yo había abierto la boca para decirle que todo saldría bien, que ya encontraríamos el modo de arreglarlo todo. Pero de pronto Aphrodite se acercó a mi lado. Me agarró de la muñeca y tiró de mí hacia atrás para apartarme del borde del círculo.
—¡No te acerques a él! —me susurró Aphrodite—. Es una trampa de Neferet.
Yo quería soltarme la mano. Sobre todo al oír la voz de Shekinah, procedente del otro extremo del círculo, que decía:
—Lo que le han hecho a ese pobre chico es horrible, Zoey. Tengo que insistir en que acabes con el ritual por esta noche. Nos llevaremos a los iniciados adentro y nos pondremos en contacto con el Consejo de Nyx para que vengan todos a juzgar estos acontecimientos.
Sentí cómo los iniciados rojos se revolvían nerviosos a mi espalda, tratando de llamar mi atención, que entonces aparté de Stark. Me giré y miré a los ojos a Stevie Rae.
—Todo irá bien. Es Shekinah. Ella conoce la diferencia entre la verdad y la mentira.
—¡Yo conozco la diferencia entre la verdad y la mentira, y mi juicio vale más que el de un Consejo lejano! —oí yo gritar a Neferet.
De inmediato me giré hacia ella y grité:
—¡Te descubrirán! ¡Yo no le he hecho nada de esto ni a Stark, ni al resto de los iniciados rojos! ¡Fuiste tú, y ahora vas a tener que enfrentarte a lo que has originado!
La sonrisa que esbozó Neferet entonces fue más bien una carcajada.
—¡Y sin embargo es a ti a quien llama la criatura!
—¡Zzzzoey! —volvió a llamarme Stark.
Me quedé mirándolo, tratando de ver en aquel rostro atormentado al chico al que yo había conocido.
—Stark, lamento mucho que te haya ocurrido esto.
—¡Zoey Redbird! —exclamó la voz de Shekinah, que en esa ocasión sonó como un látigo—. ¡Rompe el círculo ya! Todos estos acontecimientos serán examinados por aquellos en cuyo juicio podemos confiar. Y, mientras tanto, yo cuidaré de ese pobre iniciado.
Por alguna razón, la orden de Shekinah hizo que Neferet se echara a reír.
—Esto me da mala espina —dijo entonces Aphrodite, al tiempo que tiraba de mí hacia el interior del círculo.
—A mí también —confirmó Stevie Rae desde su posición, al norte del círculo.
—No rompas con el círculo —aconsejó Aphrodite.
Entonces, en medio de aquel caos, la voz de Neferet atravesó el espacio del círculo y llegó hasta mí como un susurro: «Si no rompes el círculo, parecerás culpable. Pero si lo rompes, serás vulnerable. ¿Qué vas a elegir?».
Yo miré a Neferet a los ojos.
—Elijo el poder del círculo y de la verdad —afirmé yo.
Neferet esbozó una sonrisa victoriosa. Entonces se giró hacia Stark.
—Apunta hacia la marca verdadera: aquella que hará a la tierra sangrar. ¡Ahora! —le ordenó Neferet a Stark. Vi a Stark quedarse inmóvil, como si estuviera luchando consigo mismo—. Haz lo que te he dicho, y te concederé el deseo de tu corazón.
Neferet había susurrado esas últimas palabras en voz muy baja, para que las oyera solo Stark. Pero yo supe leer sus labios rojos como rubíes. Y el efecto que tuvieron sobre él fue instantáneo. Los ojos de Stark lanzaron un destello rojo y, con la rapidez de una serpiente, alzó el arco que sujetaba y que yo ni siquiera había visto, apuntó y disparó. La flecha trazó una línea mortal y fue a clavarse sobre el centro exacto del pecho de Stevie Rae con tal fuerza, que se hundió hasta quedar fuera solo el extremo final, decorado con plumas oscuras.
Stevie Rae soltó un grito ahogado y cayó al suelo; se desmoronó por completo. Yo grité y corrí hacia ella. Oí cómo Aphrodite les chillaba a Damien y a las gemelas para que no rompieran el círculo, y la bendije en silencio por mantener la cabeza fría en esos momentos. Al llegar hasta donde estaba Stevie Rae me dejé caer al suelo, a su lado. Ella respiraba con dificultad: inhalaba deprisa y poco profundamente, y tenía la cabeza inclinada.
—¡Stevie Rae! ¡Oh, mi diosa, no! ¡Stevie Rae!
Lentamente Stevie Rae alzó la cabeza y me miró. Le salía mucha sangre del pecho: más sangre de la que nunca creí que pudiera albergar el cuerpo de nadie. Empapaba con ella la tierra y formaba charcos entre las raíces del enorme roble. Ver la sangre me hechizó. Pero no por su dulzura ni por su fragancia embriagadora, sino porque me di cuenta de lo que parecía. Parecía como si la tierra estuviera sangrando al pie del enorme roble.
Me quedé mirando a Neferet por encima del hombro. Ella esbozaba una sonrisa triunfal. Estaba de pie, justo al borde del círculo pero fuera de él. Stark había caído de rodillas a su lado y me miraba, pero sus ojos ya no eran rojos; por el contrario, parecía estar horrorizado.
—¡Neferet, tú eres el monstruo, y no Stevie Rae! —chillé yo.
Mi nombre ya no es Neferet. A partir de esta noche llámame reina tsi sgili. Oí aquellas palabras en mi mente con tanta claridad como si Neferet hubiera estado a mi lado y me las hubiera susurrado al oído.
—¡No! —grité yo.
Y entonces la noche estalló.