Parecía como si toda la escuela estuviera allí esperándonos. Al colocar las enormes velas con anticipación, las gemelas de hecho habían situado el escenario, así que los iniciados y los vampiros se habían reunido alrededor utilizando el enorme roble como punto central y cabeza visible del círculo que estábamos a punto de invocar.
Me alegré de ver allí a todos los Hijos de Érebo. Los guerreros se habían situado a lo largo del perímetro exterior del círculo, pero también habían tomado posiciones en lo alto del enorme muro de piedra y ladrillo que rodeaba la escuela. Yo sabía que probablemente no serían más que un maldito engorro para Stevie Rae y los iniciados rojos a la hora de entrar, pero entre los cuervos del escarnio, Kalona y quien quiera que hubiese matado a los vampiros, su presencia me hacía sentirme más segura.
Jack y yo nos quedamos a un lado mientras Damien, las gemelas y Aphrodite se colocaban en sus puestos, mirando hacia el interior del círculo, con las velas de colores en las manos, representando cada uno a su elemento. Desde donde yo estaba solo podía distinguir la mesa de festejos de Nyx que a veces colocábamos en el centro del círculo, y eso poniéndome de puntillas. Supuse que aquella noche tendría frutos secos y conservas en vinagre, como correspondía a un mes de duro invierno, junto con la copa ritual de vino y cosas así. También me pareció ver a alguien de pie junto a la mesa, pero había demasiada gente en medio como para estar segura.
—¡Feliz encuentro! —me saludó Shekinah.
—Feliz encuentro —la saludé yo con una sonrisa.
—¿Qué tal está tu abuela?
—Estable —dije yo.
—Consideré la posibilidad de cancelar el ritual o, al menos, posponerlo, pero Neferet se mostró muy firme, diciendo que todo debía seguir tal y como estaba previsto. Parecía creer que eso era importante para ti.
Yo traté de demostrar interés y al mismo tiempo neutralidad por lo que Neferet había dicho.
—Bueno, yo creo que el ritual es importante, y no me gustaría que se cancelara por mi culpa —dije yo.
Miré a mi alrededor. Era extraño que Neferet no anduviese por allí cerca, dispuesta a pincharme. Estaba convencida de que la única razón por la que había insistido en celebrar el ritual aquella noche era porque sabía que yo estaba distraída a causa del accidente de mi abuela.
—¿Dónde está Neferet?
Shekinah miró detrás de sí, y entonces yo la vi fruncir el ceño y echar un rápido vistazo hacia la gente reunida.
—Estaba justo detrás de mí. Es extraño, pero ahora mismo no la encuentro…
—Probablemente habrá formado parte ya del círculo —dije yo.
Esperaba que mi rostro no delatara el temor que comenzaba a invadirme conforme oía sonar las campanas de advertencia en mi cabeza. Alcé la vista hacia donde estaba Jack, trajinando con el equipo de audio.
—Bueno, creo que debería de empezar.
—¡Ah!, casi se me olvida decírtelo. De hecho, esperaba que te lo dijera Neferet —dijo Shekinah, que hizo una pausa para buscar nuevamente a Neferet—. No importa, lo que tengo que contarte es fácil. Neferet me ha dicho que tú no habías realizado jamás ningún ritual de purificación tan largo y que, como eres una iniciada tan joven, es posible que no sepas que durante un ritual de este tipo tienes que mezclar la sangre de un vampiro con el vino del sacrificio que vas a ofrecerle a los elementos.
—¿Qué?
Era imposible que la hubiera oído bien.
—Sí, de hecho es una cosa muy sencilla. Erik Night se ha ofrecido voluntario no solo para llamarte al círculo, ocupando el lugar del pobre Loren Blake, sino también para interpretar el papel tradicional del consorte de la sacerdotisa y ofrecerte su sangre en sacrificio. He oído decir que es un actor excelente, así que esta noche lo hará muy bien. Tú solo tienes que hacer tu papel cuando él te de la señal.
—¡Esa era la sorpresa de la que te hablaba! —exclamó Jack, que apareció de pronto al lado de Shekinah—. Bueno, lo de que Erik iba a llamarte al círculo, quiero decir. Lo de la sangre es otra historia —dijo el chico, que aún era un iniciado demasiado joven como para sentirse afectado por la sangre. No como otros, como por ejemplo yo—. ¿No es guay que Erik se presentara voluntario?
—¡Oh, sí, muy guay! —contesté yo, sarcástica.
—Voy a ocupar mi puesto —dijo Shekinah—. Bendita seas.
Yo musité un «Bendita seas» en respuesta y me giré de nuevo hacia Jack.
—¡Jack! —susurré con agresividad—, ¡el hecho de que Erik tome el puesto de Loren no es una buena sorpresa!
Jack frunció el ceño.
—Damien y yo creímos que lo sería. Demuestra que quizá podáis volver a hablar el uno con el otro.
—¡Pero no delante de toda la escuela!
—¡Ah! Mmm… no se me ocurrió pensar eso —contestó Jack, cuyos labios comenzaron a temblar—. ¡Lo siento! De haber sabido que ibas a enfadarte, te lo habría dicho de inmediato.
Yo me pasé una mano por la frente y me retiré el pelo de la cara. Solo faltaba que Jack rompiera a llorar en ese momento. No, solo me faltaba tener que enfrentarme a un Erik más sexi que nunca y a su deliciosa sangre delante de toda la escuela. Bien, de acuerdo, me dije. Solo tenía que seguir respirando. Había salido airosa de situaciones más difíciles que aquella.
—¿Zoey? —me llamó Jack medio llorando.
—Jack, no pasa nada. En serio. Estaba… bueno, sorprendida. Que es de lo que se trata con las sorpresas, ¿no? Pero ahora ya estoy bien.
—Va-vale. ¿Seguro? ¿Estás lista?
—Sí, y sí —dije antes de que me arrepintiera y saliera corriendo en la dirección opuesta—. Pon la música.
—¡Déjalos de piedra, Z! —exclamó Jack, que corrió hacia el equipo de audio para encenderlo y que empezara la música.
Yo cerré los ojos para comenzar la lenta y profunda respiración que me ayudaría a despejar la mente y prepararme para invocar a los elementos y formar el círculo. Pero por culpa de la sorpresa de Erik, se me olvidó por completo decirle a Jack que le echara un vistazo de vez en cuando a la cámara oculta.
Como siempre, yo no era más que un manojo de nervios hasta el momento de dirigirme al círculo y dejarme llevar por la música. Aquella noche la banda sonora de Memorias de una geisha resultó evocadora y muy bella. Alcé los brazos y dejé que mi cuerpo se moviera graciosamente hacia la orquesta. Entonces la voz de Erik se unió a la música y a la noche, creando magia.
Bajo las estrellas doradas,
bajo la luna resplandeciente,
la noche cura las heridas
del mediodía ardiente…
Las palabras del poema captaron mi atención; pronto me sentí transportada por la marea de la voz de Erik. Eché atrás la cabeza y dejé que mi pelo cayera por la espalda mientras iba entrando lentamente en el círculo, sorteando las olas de las palabras con la música, la danza y la magia.
… y por eso te digo
una vez acabe la lid
si tu corazón está colmado de odio
déjalo partir…
Me moví alrededor del círculo. Me encantaba el poema que estaba recitando Erik: era perfecto para la ocasión. Ahora sabía que antes, cuando Loren me había llamado al círculo, había aprovechado la oportunidad para seducirme y confundirme. Él no había reflexionado sobre lo que debía significar el ritual para mí o para el resto de los iniciados. Ni siquiera para Nyx. Los motivos de Loren siempre habían sido egoístas. En ese momento lo veía tan claramente que me pregunté cómo podía haberme engañado de aquel modo. Erik, en cambio, era completamente distinto. Comparar a Loren con Erik era como comparar la noche y el día. El poema que había elegido Erik era sobre el perdón y la curación, y aunque habría sido bonito pensar que en parte él se refería a mí, yo sabía que su primer pensamiento había sido para la escuela y para los chicos, que estaban tratando de superar la muerte de dos profesores.
El día de la afrenta
ya pasó.
Fuera cual fuera la ofensa
se acabó.
Olvida, perdona las faltas,
y el sueño hallarás
bajo las estrellas doradas
y la luna plateada.
El poema terminó y yo me uní a Erik en el centro del círculo, ante la mesa de Nyx. Alcé la vista hacia él. Era alto y estaba impresionantemente guapo, todo vestido de negro; intensificaba el color negro de su pelo y resaltaba el azul de sus ojos.
—Hola, sacerdotisa —dijo él en voz baja.
—Hola, consorte —contesté yo.
Él me saludó formalmente: inclinó bastante la cabeza y cerró el puño contra el corazón. Luego se giró hacia la mesa y, por último, volvió hacia mí con la copa de plata profusamente decorada de Nyx en una mano y el cuchillo ceremonial en la otra. Bueno, cuando digo «ceremonial» no me refiero a que fuera de juguete. Estaba afilado, y bastante, pero además era bonito y estaba tallado con las palabras y los símbolos sagrados de Nyx.
—Necesitarás esto —dijo él, tendiéndome el cuchillo.
Yo lo cogí. Me alteraba la forma en que la luz de la luna se reflejaba sobre la hoja del cuchillo. No tenía ni idea de qué hacer a continuación. Por suerte, la música seguía sonando y la muchedumbre de gente que nos observaba se balanceaba suavemente al son de la hipnótica melodía de la geisha. En otras palabras: nos observaban, pero relajadamente y sin prisas, y mientras nosotros habláramos en voz baja, no podrían oírnos. Desvié la vista hacia Damien, y él alzó ambas cejas varias veces y me guiñó un ojo. Rápidamente miré a otro lado.
—¿Zoey?, ¿estás bien? —susurró Erik—. Sabes que apenas vas a hacerme daño, ¿verdad?
—¿No?
—No habías hecho esto nunca, ¿cierto?
Yo sacudí la cabeza ligeramente.
Él rozó mi mejilla por un segundo.
—Siempre se me olvida lo nuevo que es todo esto para ti. Bueno, es fácil. Yo levanto la mano derecha, con la palma hacia arriba, justo por encima de la copa —explicó Erik mientras alzaba la copa, que se había cambiado de mano previamente. Pude oler el vino tinto que casi la llenaba—. Tú alzas la daga por encima de la cabeza, saludas en las cuatro direcciones, y después me rajas la palma de la mano.
—¡Rajar! —exclamé yo, e inmediatamente tragué.
Él sonrió.
—Cortar, rajar, como quieras llamarlo. Simplemente recorre todo a lo largo la parte más carnosa de la mano, bajo el pulgar, con la daga. Está muy afilada, así que basta con eso. Yo giraré la mano, y mientras tú me das las gracias en nombre de Nyx por mi sacrificio, la sangre irá cayendo en la copa y mezclándose con el vino. Después de un rato cerraré el puño, y entonces tú le llevarás la copa a Damien y podrás comenzar a invocar el círculo. Esta noche le darás un trago de vino a cada uno de los representantes de los elementos. De esa forma purificarás ritualmente los elementos antes de purificar la escuela. ¿Entendido?
—Sí —contesté yo con voz trémula.
—Entonces, adelante. No te preocupes. Lo harás bien —dijo él.
Yo asentí y alcé la daga por encima de la cabeza.
—¡Viento! ¡Fuego! ¡Agua! ¡Tierra! ¡Yo os saludo! —exclamé yo, girando la daga del este al sur, al oeste y al norte, y llamando a cada uno de los elementos por orden.
Comencé a notar que mis nervios se relajaban al sentir como crecía el poder de los elementos a mi alrededor; parecían ansiosos por acudir a mi llamada. Bajé la daga mientras resonaba aún el eco de mi saludo. Apreté la punta contra la base del pulgar de Erik, que él sostuvo inmóvil, y después, con un solo y rápido movimiento, deslicé la cuchilla, mortalmente afilada, hasta atravesar la palma de la mano tal y como él me había dicho.
La fragancia de su sangre me embriagó de inmediato, cálida y oscura e increíblemente deliciosa. Hechizada, observé brillar las gotas como si fueran rubíes, y entonces Erik giró la mano de modo que cayeran sobre la copa de vino. Yo alcé la vista hacia sus claros ojos azules.
—En nombre de Nyx, te doy las gracias por tu sacrificio de esta noche y por tu amor y tu lealtad. Nyx te bendice y te ama a través de su sacerdotisa.
Entonces me incliné y le besé el dorso de la mano herida.
Al encontrarse de nuevo nuestras miradas, yo vi que sus ojos brillaban más que de costumbre y pensé que su rostro expresaba más ternura y que su gesto era más íntimo. Pero no supe descifrar si estaba solo interpretando su papel como consorte de Nyx, o si realmente estaba experimentando los sentimientos que mostraba su semblante. Erik cerró el puño y volvió a saludarme formalmente, diciendo:
—Ahora soy, y siempre seré, leal a Nyx y a su alta sacerdotisa.
No tuve tiempo de seguir preguntándome si de verdad hablaba de mí o si sencillamente estaba interpretando su papel. Tenía cosas que hacer. Así que cogí la copa de vino mezclado con sangre y me dirigí hacia Damien. Me detuve ante él. Damien alzó la vela amarilla y me sonrió.
—Viento, me eres tan querido y te siento tan familiar como el mismo soplo de la vida. Esta noche necesito tu fuerza para purificar el aliento estancado de la muerte y del miedo y apartarlo de nosotros. ¡Te pido que vengas a mí, viento!
Aquel ritual era un tanto diferente de los de siempre, pero era evidente que Damien había sido más precavido que yo, porque tenía listo el mechero para encender la vela. Nada más encenderla, los dos nos vimos rodeados por un ligero y suave tornado de aire perfectamente controlado. Damien y yo nos sonreímos mutuamente, y entonces yo alcé la copa para que él diera un sorbo.
Me moví en el sentido de las agujas del reloj, hacia Shaunee, que sujetaba la vela roja y sonreía con entusiasmo.
—Fuego, tú calientas y purificas. Esta noche necesitamos tu poder de purificación para quemar la negrura de nuestros corazones. ¡Ven a mí, fuego!
Como siempre, no hizo falta que nadie tocara la vela de Shaunee con ningún mechero: la vela estalló en una gloriosa llama por sí sola, haciéndonos rebosar de calor y guiándonos con la luz del corazón del fuego. Yo alcé la copa para Shaunee, y ella dio un trago.
Del fuego pasé al agua y a Erin, que sujetaba la vela azul.
—Agua, nos acercamos a ti sucios y resurgimos de ti purificados. Esta noche te pido que nos liberes de cualquier mancha que haya podido quedar aferrada a nosotros. ¡Ven a mí, agua!
Erin encendió la vela, y juro que pude oír el rugido de las olas en la playa y sentir el frío del rocío contra mi piel. Alcé la copa para Erin, y después de beber, ella me susurró:
—¡Buena suerte, Z!
Yo asentí y caminé resuelta hacia Aphrodite, que estaba pálida y tensa, sosteniendo la vela verde que indudablemente saldría volando en cuanto invocáramos a la tierra.
—¿Dónde está? —le pregunté yo con un susurro, moviendo apenas los labios.
Aphrodite se encogió muy leve y nerviosamente de hombros.
Yo cerré los ojos y recé. Diosa, cuento contigo para que esto funcione. O, al menos, si hago el ridículo, espero que me saques de aquí de algún modo. Otra vez. Cuando abrí los ojos, ya había tomado una decisión. En realidad, el hecho de que Stevie Rae no apareciera no cambiaba nada en absoluto. De todos modos, yo iba a contarlo todo. Algunos me creerían aun sin pruebas. Otros no. Yo aprovecharía las oportunidades según se me fueran presentando. Sabría que estaba diciendo la verdad, igual que mis amigos.
Así que en lugar de comenzar por invocar a la tierra, le guiñé un ojo a Aphrodite y susurré:
—Bueno, allá vamos.
Entonces me giré hacia el interior del círculo y hacia la multitud de observadores, que me miró inquisitivamente.
—Ahora debería de invocar a la tierra. Todos lo sabemos. Pero hay un problema. Todos habéis visto que Nyx le concedió a Aphrodite la afinidad por la tierra. Y así fue, verdaderamente. Pero resulta que ese don fue solo una concesión temporal, porque Aphrodite tenía que guardarle ese elemento a la persona que realmente representa a la tierra: Stevie Rae.
Nada más decir su nombre, se produjo un revuelo en el enorme roble y en las oscuras ramas que se extendían sobre todas nuestras cabezas, y entonces Stevie Rae se dejó caer graciosamente desde la rama que había justo encima de Aphrodite y de mí.
—¡Jolines!, Z, sí que has tardado en llamarme —dijo Stevie Rae, que se acercó a Aphrodite y tomó la vela verde que ella le tendía—. Gracias por mantener calentito mi puesto.
—Me alegro de que hayas venido —contestó Aphrodite, que de inmediato se echó a un lado para que Stevie Rae pudiera ocupar su lugar.
Stevie Rae ocupó la posición de la tierra, se volvió hacia el interior del círculo, se retiró la melena rizada rubia de la cara y sonrió a todo el mundo mientras el intrincado tatuaje rojo de parras, pájaros y flores resplandecía con tanto brillo como su sonrisa.
—Bueno, ahora ya sí que puedes invocar a la tierra.