27

Naturalmente, todo el mundo entró y abarrotó mi dormitorio.

—¡Abuela Redbird! —gritó Damien, lanzándose a sus brazos.

Después se produjo una enorme avalancha cuando él le presentó a Jack, las gemelas entraron a saludar y, por último, Aphrodite, que parecía incómoda y al mismo tiempo encantada, recibió un abrazo muy fuerte y muy emotivo de mi abuela. Y durante todo el encuentro, Damien y las gemelas me dejaron a mí en un rincón.

—Z, ¿estás bien? —preguntó Damien en voz baja.

—Sí, estábamos preocupados —dijo Shaunee.

—Ha ocurrido algo asqueroso y aterrador —añadió Erin.

—Estoy bien —dije yo, lanzándole una mirada furtiva a Jack, que le susurraba algo a mi abuela acerca de cuánto le gustaba la lavanda—. Gracias a vuestra ayuda, estoy bien.

—Nosotros te apoyamos, Z. No estás sola en esto —dijo Damien.

—Lo mismo digo —dijeron las gemelas al unísono.

—Zoey, ¿eso es un perro?

Mi abuela acababa de darse cuenta de que el bulto de pelo rubio que había estirado sobre los pies de mi cama se había movido, provocando el siseo instantáneo de todos los gatos al mismo tiempo.

—Sí, abuela. Es una perra. Y es una larga historia.

—¿De quién es? —preguntó la abuela, acariciándole a tientas la cabeza.

—Bueno, digamos que es mía. Al menos temporalmente —dijo Jack.

—Quizá este sea un buen momento para explicarle a tu abuela lo de Stevie Rae y los demás —sugirió Aphrodite.

—¿Stevie Rae? ¡Oh, cariño! ¿Todavía estás triste por la pérdida de tu amiguita?

—No exactamente, abuela —dije yo despacio—. En realidad hay mucho que explicar.

—Pues entonces empieza cuanto antes. Algo me dice que estamos a punto de que se nos acabe el tiempo, y no podemos permitirnos ese lujo —dijo la abuela.

—Primero, quiero que sepas que no te lo había contado todo porque Neferet está implicada en esto… de la peor manera. Y ella es una gran adivina. De modo que ella puede sacar de tu mente cualquier cosa que yo te cuente, y eso no es bueno —dije yo.

La abuela reflexionó sobre lo que yo acababa de decirle mientras sacaba la silla de mi mesa de estudio y se ponía cómoda.

—Jack, cariño, me gustaría tomar un vaso de agua fría. ¿Crees que podrías traerme uno?

—Yo tengo Fiji en la nevera de mi habitación —ofreció Aphrodite.

—Eso sería estupendo —dijo la abuela.

—Ve y tráela. ¡Pero no toques nada más! —dijo Aphrodite.

—Ni siquiera tu…

—Ni siquiera.

Jack hizo un puchero, pero corrió a traerle el vaso de agua a la abuela.

—Entonces, supongo que todos los demás estáis al día en relación a todo lo que va a contarme Zoey, ¿no es eso? —preguntó la abuela a todo el grupo en general, en cuanto volvió Jack.

Todos asintieron con los ojos bien abiertos y cierto aire inocente.

—¿Y cómo evitáis todos vosotros que Neferet saque nada de vuestras mentes?

—Bueno, de momento solo es una teoría, pero hemos pensado que si nos concentramos en cosas superficiales y tontas, en cosas de adolescentes… —explicó Damien.

—Como zapatos o cosas así —añadió Erin.

—Sí, y con cosas así nos referimos a chicos monos o al estrés de las tareas de clase —dijo Shaunee.

—Entonces ella no mirará más a fondo —terminé yo la frase—. Pero es que a nosotros Neferet nos subestima. Y no creo que cometa el mismo error contigo, abuela. Ella sabe que tú sigues la senda de los cheroqui; que estás en contacto con el espíritu de la tierra. Puede que mire más profundamente en tu mente, sea lo que sea lo que haya en la parte más superficial.

—Entonces tendré que despejar mi mente y practicar las técnicas de meditación que he estado utilizando desde niña —sonrió la abuela con confianza—. Ella no podrá entrar en mi mente por la fuerza; no si yo la bloqueo primero.

—¿Y si ella es la reina de las tsi sgili?

La sonrisa de la abuela se desvaneció.

—¿De verdad crees que puede serlo, u-we-tsi-a-ge-ya?

—Todos nosotros creemos que puede serlo —contesté yo.

—Entonces estamos todos en un gravísimo peligro. Tenéis que contármelo todo.

Y eso hice. Con la ayuda de Aphrodite, Damien, las gemelas y Jack, pusimos a mi abuela al día de todo, aunque admito que pasamos por alto el tema de que Stevie Rae no era por completo ella misma. Aphrodite me lanzó una miradita durante el relato de ese trozo, pero no dijo nada.

Mientras escuchaba, el rostro avejentado de mi abuela se puso cada vez más y más serio. También les conté a todos los detalles del último ataque del cuervo del escarnio. Y al final, yo terminé explicándole a mi abuela que la muerte de Stark quizá no fuera permanente, y que Stevie Rae, Aphrodite y yo habíamos decidido que, por morboso e inquietante que pareciera, teníamos que mantener vigilado su… bueno, su cuerpo.

—Y por eso Jack tenía que instalar hoy una cámara oculta en la morgue —dije yo—. ¿La has instalado, Jack? He visto parte de vuestras tácticas de distracción.

Yo le sonreí a Duchess y le acaricié las orejas. La perra ladró suavemente y me lamió la cara. Maléfica y Belcebú, que estaban acurrucados juntos cerca de la puerta (aparentemente, los gatos odiosos se atraen, menuda sorpresa) levantaron las cabezas y sisearon al unísono. Nala, que estaba durmiendo sobre mi almohada, apenas abrió los ojos.

—¡Ah, sí!, con tanto alboroto, casi se me olvida —contestó Jack.

Jack se puso en pie de un salto y se dirigió hacia donde había dejado su bolso de hombre o «cartera», como le gustaba llamarla a él: en el suelo, junto a la puerta. La trajo hacia donde estaba yo y sacó de ella una extraña y diminuta máquina con un monitor de televisión. Jugó con unos cuantos botones y, con una sonrisa de victoria, me la tendió, diciendo:

—¡Voilà! Ya puedes ver a tu chico durmiente. Esperemos.

Todo el mundo se apelotonó a mi alrededor y miró por encima de mi hombro. Yo me preparé mentalmente y apreté el botón «on». La pantallita mostró una imagen en blanco y negro de una pequeña habitación con una cosa enorme que parecía un horno en un extremo, un grupo de estantes de metal alineados a lo largo de todas las paredes visibles, y una única mesa de metal (del tamaño de un cuerpo), sobre la cual yacía una silueta humana cubierta con una sábana.

—¡Qué desagradable! —exclamaron las gemelas.

—Sí, no es agradable —confirmó Aphrodite.

—Quizá deberíamos apagarlo mientras la p-e-r-r-a está aquí —sugirió Jack.

Yo estaba dispuesta a hacerlo y a girar el botón del «off»; no me gustaba la sensación de estar espiando a un muerto.

—¿Ese es el cuerpo del chico? —preguntó la abuela, que estaba un tanto pálida.

Jack asintió.

—Sí. Tuve que mirar debajo de la sábana para estar seguro.

Sus ojos se volvieron tristes, y enseguida comenzó a acariciar a Duchess con cierto nerviosismo. La enorme labradora apoyó la cabeza sobre su regazo y suspiró, lo cual pareció calmarlo porque entonces Jack también suspiró y abrazó a la perra, diciendo:

—Yo… fingí que estaba simplemente durmiendo, ¿sabéis?

—¿Parecía muerto? —tuve que preguntar yo.

Jack volvió a asentir. Apretó los labios, pero no dijo nada.

—Estás haciendo lo correcto —declaró firmemente mi abuela—. El poder de Neferet tiene mucho que ver con el secretismo. Ahora es considerada como una poderosa sacerdotisa de Nyx, una poderosa fuerza del bien. Se ha ocultado detrás de esa fachada durante un tiempo, y eso le ha permitido tener libertad para cometer ciertos actos que, si tenéis razón acerca de ella, son atroces.

—¿Así que estás de acuerdo en que sacar a Stevie Rae y a los iniciados rojos a la luz y traerlos aquí mañana es lo correcto? —pregunté yo.

—Estoy de acuerdo. Si el secretismo es el aliado del mal, entonces vamos a romper esa alianza.

—¡Bien! —dije yo.

—¡Bien! —repicaron los demás.

Y entonces Jack bostezó.

—¡Uuups! Lo siento. No es que esté aburrido ni nada de eso —se disculpó Jack.

—Por supuesto que no, pero está a punto de amanecer. Habéis tenido un día agotador —dijo mi abuela—. ¿No deberíamos dormir todos un poco? Además, ¿no ha pasado ya el toque de queda, y no deberíais de haberos marchado los chicos de la residencia de las chicas?

—¡Oh, oh! Se nos había olvidado. ¡Solo nos hacía falta ahora una mierda de castigo, como si no tuviéramos nada de lo que preocuparnos! —exclamó Jack. Luego, con aspecto de estar avergonzado, añadió—: Lo siento, abuela. No quería decir «mierda».

La abuela le sonrió y le dio unas palmaditas en la mejilla.

—No pasa nada, cariño. Y ahora, ¡a la cama!

Naturalmente, todos respondimos al instante a la orden maternal de la abuela. Jack y Damien salieron del dormitorio arrastrando los pies, con Duchess pisándoles los talones.

—¡Eh! —los llamé yo justo antes de que salieran por la puerta—. No se metería Duchess en ningún lío gordo por hacer el papel principal de la táctica de distracción, ¿verdad?

Damien sacudió la cabeza.

—No. Le echamos la culpa a Maléfica, y como se estaba portando como una verdadera loca, a nadie se le ocurrió sospechar siquiera.

—¡Mi gata no está loca! —exclamó Aphrodite—. Simplemente es muy buena actriz.

Las gemelas salieron a continuación, después de darle un abrazo a mi abuela y de recoger a Belcebú, que estaba durmiendo.

—Nos vemos en el desayuno —gritaron ambas.

Entonces nos quedamos solas la abuela, Aphrodite, Maléfica, Nala, que estaba completamente dormida, y yo.

—Bueno, supongo que yo también debería irme —dijo Aphrodite—. Mañana va a ser un día muy importante.

—Puedes quedarte a dormir aquí esta noche —le dije yo.

Aphrodite alzó una ceja perfectamente rubia y le lanzó a las camas gemelas una mirada de desdén.

Yo giré los ojos en las órbitas.

—Eres una consentida. Puedes dormir en mi cama. Yo dormiré en un saco en el suelo.

—¿Se ha quedado Aphrodite en tu habitación alguna vez antes? —preguntó la abuela.

Aphrodite soltó un bufido.

—Nunca. Si vieras mi habitación, abuela, comprenderías porqué prefiero irme allí —dijo Aphrodite.

—Además Aphrodite tiene reputación de ser una bruja odiosa. Jamás duerme fuera de su habitación —añadí yo.

No mencioné el hecho de que era posible que a veces sí lo hiciese, aunque solo para dormir en el cuarto de alguien del sexo opuesto: definitivamente, eso habría sido demasiada información para mi abuela.

—Gracias —dijo Aphrodite.

—Entonces, si se queda en tu habitación, sobre todo ahora que supongo que Shekinah le ha contado a Neferet que estoy aquí, ¿no sería un comportamiento poco habitual?

—Sí —admití yo de mala gana.

—No solo sería poco habitual, sino muy raro —añadió Aphrodite.

—Entonces tienes que volver a tu habitación: no podemos darle motivos a Neferet para que nos examine más de cerca de lo que de hecho piensa hacerlo —dijo la abuela—. Pero tranquila, que no vas a dormir sin protección.

La abuela se levantó con cierta dificultad y se acercó al montón de bolsas de equipaje. Comenzó a rebuscar por una azul muy bonita a la que le gustaba llamar su bolsa de viaje.

Primero sacó un atrapasueños. Era un círculo de piel con tiras de color lavanda formando el dibujo de una tela de araña. En el centro tenía cosida una piedra turquesa muy suave al tacto, de un color azul cielo impresionante. Las plumas que sobresalían por los lados formando tres filas eran de color gris, como las de las palomas. La abuela le tendió el atrapasueños a Aphrodite.

—¡Es precioso! —dijo Aphrodite—. En serio. ¡Es absolutamente adorable!

—Me alegro de que te guste, niña. Sé que mucha gente cree que los atrapasueños no sirven más que para filtrar los buenos sueños, y a veces ni siquiera para eso. Últimamente he confeccionado unos cuantos, y mientras les cosía las turquesas protectoras del centro a cada uno de ellos, no hacía más que pensar en la necesidad de filtrar algo más que los malos sueños en nuestras vidas. Toma este y cuélgalo de tu ventana. Que su espíritu proteja a tu alma de todo mal mientras duermes.

—¡Gracias, abuela! —exclamó Aphrodite con sinceridad.

—Y una cosa más —añadió la abuela, que se volvió otra vez hacia la bolsa para seguir rebuscando. Entonces sacó una vela ancha de color marfil y dijo—: Pon esta vela en tu mesilla y enciéndela mientras duermes. Estuve a su lado, pronunciando palabras protectoras y dejando que los rayos de luz de la luna la bañaran durante toda la noche la última noche de luna llena.

—Últimamente has estado un poco obsesionada con eso de la protección, ¿no, abuela? —pregunté yo con una sonrisa.

Después de diecisiete años, estaba acostumbrada al extraño modo en que mi abuela adivinaba con antelación cosas que no podía saber como, por ejemplo, cuándo iban a presentarse invitados, cuándo iba a soplar un tornado (mucho antes de que se inventara el Doppler 8) o, en este caso, cuándo íbamos a necesitar protección.

—De sabios es ser prudente, u-we-tsi-a-ge-ya —contestó la abuela, que tomó el rostro de Aphrodite con ambas manos y la besó en la frente—. Que duermas bien, hijita, y que tengas atrapasueños.

Observé a Aphrodite parpadear con fuerza, y supe que estaba tratando de reprimir las lágrimas.

—Buenas noches —dijo Aphrodite a duras penas.

Sacudió la mano en dirección a mí y se apresuró a salir de la habitación.

La abuela se quedó callada durante un rato; simplemente se quedó mirando la puerta, pensativa. Y finalmente dijo:

—Creo que esa chica no ha conocido jamás el cariño de una madre.

—Otra vez tienes razón, abuela —dije yo—. Antes era tan antipática que nadie la soportaba. Y menos yo. Pero creo que era todo teatro. Y no es que sea perfecta. Más que nada es una niña consentida y superficial, y a veces puede llegar a ser realmente odiosa, pero es…

Hice una pausa, tratando de buscar la palabra que pudiera describir a Aphrodite.

—Es tu amiga. —La abuela terminó la frase por mí.

—¿Sabes? Tú sí que eres tan perfecta que resulta casi perturbador —le dije yo.

La abuela esbozó una sonrisa pícara.

—Lo sé. Es de familia. Y ahora, ayúdame a colgar nuestro atrapasueños y a encender nuestra vela lunar. Y después, tú a dormir.

—¿Es que tú no vas a dormir? Te llamé en medio de la noche, y me dijiste que llevabas horas despierta.

—Bueno, yo dormiré un rato, pero tengo planes. No vengo a la ciudad con la frecuencia que debería, así que mientras mi familia de vampiros duerme, voy a ir a hacer unas compras y a regalarme una encantadora comida en el Chalkboard.

—¡Mmmm! ¡No he estado allí desde que fuimos juntas tú y yo la última vez!

—Bueno, dormilona, ya te contaré si sigue todo tan rico como siempre, y quizá otro día, la próxima vez que llueva de verdad, volvamos las dos juntas.

—Entonces, ¿de verdad que solo vas a comer allí para ver si el restaurante no ha resbalado por la colina? —pregunté yo mientras arrastraba una silla hacia la ventana para buscar un lugar del que colgar el atrapasueños que me tendía la abuela.

—Exacto. Cariño, ¿qué quieres hacer con la cámara oculta?

La abuela sostuvo una de las diminutas pantallas. Lo hizo con mucho cuidado a pesar de que estaba apagada; como si fuera un artefacto explosivo.

Yo suspiré.

—Aphrodite me dijo que tiene sonido. ¿Ves el botón del sonido?

—Sí, creo que es este —dijo la abuela, que inmediatamente lo apretó. Se encendió una luz verde.

—Vale, bien. ¿Por qué no dejamos encendido el sonido, y apagado el vídeo? Lo pondré en mi mesilla. Así, si ocurre algo, lo oiré.

—Sí, mucho mejor que estar viendo al muerto toda la noche —comentó la abuela muy seria, mientras llevaba la pantalla a mi mesilla. Entonces alzó la vista hacia mí—. Cariño, ¿por qué no abres las cortinas un segundo para colgar el atrapasueños más cerca del cristal de la ventana? Tenemos que protegernos de lo que hay fuera, no de lo que hay dentro.

—¡Ah!, vale.

Levanté los brazos para separar las tupidas cortinas. Las abrí, y sentí una puñalada de puro terror al ver de frente la espantosa cara de un pájaro negro gigante con unos horribles ojos relucientes de forma humana. La criatura colgaba por fuera de la ventana, y tenía brazos y piernas humanas. Abría el peligroso pico negro en forma de gancho, y enseñaba una lengua roja bífida. Aquella cosa soltó un suave graznido que sonó aterrador y burlón al mismo tiempo.

No pude moverme. Me quedé paralizada ante sus ojos rojos de mutante, de forma humana, dentro de una cabeza de pájaro. Aquella criatura existía solo a causa de una violación y de un mal antiguos. Sentía zonas heladas en los hombros, allí donde una de esas criaturas se había aferrado a mí poco antes. Recordaba el contacto de su desagradable lengua y el punzante dolor que me había producido su pico al tratar de cortarme el cuello.

Nala comenzó a bufar y a maullar, y la abuela corrió a mi lado. Vi su reflejo en el oscuro cristal de la ventana.

—¡Invoca al viento, que venga a mí, Zoey! —me ordenó la abuela.

—¡Viento! ¡Ven a mí, mi abuela te necesita! —grité yo a pesar de seguir atrapada por la monstruosa mirada del cuervo del escarnio.

Sentí el viento soplar sin descanso a mi lado y por debajo de mí, donde estaba la abuela.

—¡U-no-le! —gritó la abuela—. ¡Llévate eso, con mi advertencia para la bestia!

Yo observé a mi abuela levantar los brazos y lanzar volando lo que tenía en las palmas de las manos, que fue a parar directamente hacia la criatura que se agazapaba al otro lado de la ventana.

—¡Ahiya’a A-s-gi-na!

El viento, al que yo había invocado pero al que dirigía mi abuela, la mujer ghigua, levantó el polvo azul brillante que ella había echado a volar y lo hizo pasar rápidamente por las diminutas grietas entre los paneles de los cristales biselados. Luego formó un remolino con ese polvo alrededor del cuervo del escarnio, de modo que la criatura quedara atrapada en el vórtice mismo del polvo azul reluciente. La bestia abrió inmensamente los ojos demasiado humanos al sentir las motitas rodearlo y luego, mientras el viento lo azotaba con furia, presionando el polvo contra su cuerpo, soltó un terrible alarido y comenzó a agitar las alas con frenesí hasta desaparecer.

—Puedes despedir al viento, u-we-tsi-a-ge-ya —dijo la abuela, que inmediatamente me cogió de la mano para que no perdiera el equilibrio.

—G… gracias, viento. Te libero —dije yo con voz trémula.

—Gracias, u-no-le —murmuró la abuela. Y luego añadió—: El atrapasueños. Asegúrate de colgarlo bien.

Lo enganché con manos trémulas en la barra de la cortina por la parte de fuera, y luego me apresuré a echarlas. Entonces la abuela me ayudó a bajarme de la silla. Cogí a Nala en brazos y las tres nos abrazamos y temblamos, nos abrazamos y temblamos.

—Ya se ha ido… ya pasó… —murmuraba continuamente la abuela.

Yo no me di cuenta de que las dos habíamos estado llorando hasta que la abuela me dio el último achuchón y luego fue a buscar pañuelos de papel. Me dejé caer sobre la cama sin soltar a Nala.

—Gracias —le dije mientras me limpiaba la cara y me sonaba la nariz—. ¿Quieres que llame a los otros?

—Si los llamas, ¿se asustarán mucho?

—Se quedarán aterrados —contesté yo.

—Entonces será mejor que llames otra vez al viento. ¿Podrías lanzarlo alrededor de las dos residencias con mucha fuerza, de modo que si hay algo por ahí fuera se lo lleve todo de golpe?

—Sí, pero primero debería dejar de temblar de miedo.

La abuela sonrió y me retiró el pelo de la cara.

—Lo has hecho muy bien, u-we-tsi-a-ge-ya.

—¡Pero si me he quedado aterrada y paralizada, exactamente igual que la otra vez!

—No, has sostenido la mirada del demonio sin parpadear y te las has arreglado para invocar al viento y ordenarle que me obedeciera —dijo ella.

—Solo porque tú me lo has pedido.

—Pero la próxima vez no será porque yo te lo pida. La próxima vez serás más fuerte y harás lo que tengas que hacer tú sola y por tu cuenta.

—¿Qué era ese polvo azul que le has echado encima?

—Turquesa machacada. Te daré una bolsa llena. Es una piedra protectora muy poderosa.

—¿Tienes más, para darles también a los otros?

—No, pero lo añadiré a mi lista de la compra. Puedo comprar unas pocas turquesas y un mortero con su maza para molerlas. Así tendré algo que hacer mientras tú duermes.

—¿Qué es lo que le has dicho? —pregunté yo.

Ahiya’a A-s-gi-na significa «vete, demonio».

—Y u-no-le es «viento», ¿verdad?

—Sí, cariño.

—Abuela, ¿tenía forma física, o era solo un espíritu?

—Creo que es un poco de las dos cosas. Pero está muy cerca de alcanzar su forma física.

—Lo cual significa que Kalona debe de estar haciéndose fuerte —dije yo.

—Eso creo.

—Me da miedo, abuela.

La abuela me estrechó en sus brazos y me acarició la cabeza como cuando era pequeña.

—No tengas miedo, u-we-tsi-a-ge-ya. El padre de los demonios va a descubrir que las mujeres de hoy en día no son tan fáciles de someter como en otros tiempos.

—¡Le has dado una buena, abuela!

La abuela sonrió.

—Sí, hija, le hemos dado una buena.