26

De nuevo escuché mi instinto y, en lugar de deshacerme de mi espíritu de ocultación justo delante de la puerta de la sala del Consejo, recorrí el pasillo rápidamente y volví sobre mis pasos hasta llegar al pie de la escalera. Entonces levanté la ocultación, le di las gracias al espíritu y comencé a subir de nuevo de forma por completo visible mientras me decía a mí misma que tuviera calma, que debía comportarme con normalidad y que Neferet era una mentirosa, pero que Shekinah era muy, muy sabia…

Al llegar ante la puerta de la sala del Consejo, llamé dos veces.

—¡Puedes entrar, Zoey! —dijo Shekinah, levantando la voz.

Traté de no preguntarme si ella sabía que yo había estado fuera escuchando. Esbocé mi mejor sonrisa y entré en la sala. Cerré el puño sobre el pecho e incliné la cabeza respetuosamente.

—Feliz encuentro, Shekinah.

—Feliz encuentro, Zoey Redbird —contestó ella. Yo no noté nada extraño en su voz—. Bien, ¿qué tal ha ido tu visita a las damas de Street Cats?

Yo sonreí.

—¿Sabías que Street Cats lo dirigen las monjas benedictinas?

Ella me devolvió la sonrisa.

—No, pero sí esperaba que lo dirigieran mujeres. Las mujeres siempre han estado unidas a los gatos. Desde siempre. ¿Les pareció bien a las buenas hermanas que te presentaras voluntaria para trabajar?

—Sin duda. Fueron muy amables. ¡Ah!, y Aphrodite adoptó a una gata mientras estábamos allí, aunque no sé si es más correcto decir que Maléfica la adoptó a ella.

—¿Maléfica? ¡Qué nombre tan poco común!

—Sí, pero le pega. Todo ese ruido de ahí fuera… —añadí yo, ladeando la cabeza en dirección al pasillo y a los terrenos delanteros de la escuela. Las dos escuchamos, y aún se oía al perro ladrar, al gato maullar y a los chicos gritar—. Creo que al final se descubrirá que ha sido Maléfica la que lo ha comenzado todo.

—¿Así que lo que quieres decir es que las monjas tienen dos buenas razones para estar agradecidas: primero por vuestro trabajo voluntario, y segundo por librarlas de un felino difícil?

—Sí, eso es lo que digo. ¡Ah!, y la hermana Mary Angela me ha pedido que te pregunte qué día te viene bien para poner el mercadillo. Ella se acomodará a la fecha que le digamos. Y además van a cerrar más tarde los sábados por la noche para que podamos hacer nuestro trabajo voluntario una vez a la semana.

—Todo eso suena estupendo. Le preguntaré a Neferet qué fecha le conviene más a la escuela —contestó Shekinah, que hizo una breve pausa y enseguida añadió—: Zoey, Neferet es tu mentora, ¿verdad?

Yo oí campanas de advertencia dentro de mi cabeza, pero me esforcé por relajarme. Contestaría a cada una de las preguntas que me hiciera Shekinah tan sinceramente como pudiera. Al fin y al cabo, yo no había hecho nada malo.

—Sí. Neferet es mi mentora.

—¿Y te sientes muy unida a ella?

—Antes sí. Cuando vine aquí por primera vez estábamos muy unidas. De hecho, mi madre y yo llevábamos bastantes años un poco lejos la una de la otra, y de alguna manera yo sentía como si Neferet fuera la madre que habría deseado tener —dije con toda sinceridad.

—Pero eso, ¿ha cambiado? —preguntó ella amablemente.

—Sí.

—Y eso, ¿por qué?

Yo vacilé y decidí elegir las palabras con mucho cuidado. Quería contarle a Shekinah todo lo que me atreviera a contarle de la verdad, y por un instante consideré la posibilidad de decírselo absolutamente todo: la verdad acerca de Stevie Rae y de la profecía, y lo que nos temíamos que ocurriría mis amigos y yo. Pero mi instinto me dijo que no se lo revelara todo en ese momento. Shekinah conocería la verdad al día siguiente. Hasta entonces, Neferet no debía de tener ningún indicio de lo que iba a ocurrir: del hecho de que iba a tener que enfrentarse a lo que había hecho, a aquello en lo que se estaba convirtiendo.

—No estoy muy segura —dije yo.

—¿Pero qué es lo que crees?

—Bueno, creo que ella ha cambiado últimamente, pero no estoy segura de porqué. En parte puede ser por cierto asunto personal que ocurrió entre ella y yo. Pero preferiría no hablar de eso, si a ti no te importa.

—Por supuesto. Comprendo que tienes asuntos privados que quieres mantener en la intimidad. Pero, Zoey, debes saber que si necesitas venir a hablar conmigo, yo estoy aquí para eso. Aún recuerdo bien lo que era ser una poderosa iniciada, y sentir que tienes tantas responsabilidades que a veces el peso es casi insoportable.

—Sí —confirmé yo, luchando de pronto por retener las lágrimas—. Así es exactamente como me siento a veces.

Su mirada franca me resultó cálida y amable.

—Pero después todo mejora. Eso te lo prometo.

—Eso espero, de verdad —dije yo—. ¡Ah!, y hablando de mejorar las cosas, a mi abuela le gustaría venir a hacerme una corta visita. Ella y yo estamos muy unidas. Yo iba a ir a verla durante las vacaciones de invierno pero, bueno, al final se suspendieron. Por eso mi abuela me dijo que le gustaría venir a pasar unos días conmigo. ¿Te parece bien que se quede en la escuela?

Shekinah me observó atentamente.

—Hay habitaciones de invitados en el edificio de profesores, pero creo que entre mi visita y la presencia de los Hijos de Érebo, están todas llenas.

—Entonces, ¿podría quedarse en mi habitación conmigo? Mi compañera de cuarto, Stevie Rae, murió el mes pasado, y no tengo ninguna nueva, así que hay una cama vacía.

—No veo nada malo en ello. Si a tu abuela no le importa estar rodeada de iniciadas.

Yo sonreí.

—A mi abuela le gustan los jóvenes. Además, conoce a unos cuantos de mis amigos de aquí, y a ellos también les gusta ella.

—Entonces les diré a los Hijos de Érebo y a Neferet que tienes permiso para que venga tu abuela de visita y para que se quede en tu habitación. Pero, Zoey, tú sabes que pedir favores especiales no siempre es inteligente, ni siquiera aunque tengas habilidades especiales.

Yo miré a Shekinah a los ojos con calma.

—Este es el primer favor que pido desde que llegué a la Casa de la Noche —dije yo, seria. Entonces lo pensé por un segundo y me corregí—. No, espera. Es el segundo. El primero que pedí fue poder guardar algunas cosas de mi compañera de habitación después de que ella muriera.

Shekinah asintió despacio, y yo esperé con toda mi alma que me creyera. Quería gritar: «¡Pregúntale a los otros profesores!». Pero no podía decir nada que indujera a Shekinah a pensar que yo había oído su conversación con Neferet.

—Bueno, bien. Entonces ya has echado a andar por el camino correcto. Los dones de nuestra diosa no son privilegios: significan más bien responsabilidades.

—Eso lo comprendo —dije yo con firmeza.

—Sí, creo que sí —dijo ella—. Y ahora, estoy segura de que tienes tareas que hacer para ponerte al día, además de preparar el ritual de mañana, así que te doy las buenas noches y bendita seas.

—Bendita seas —la saludé yo con formalidad otra vez.

Me incliné ante ella y abandoné la sala.

Las cosas no habían salido tan mal. Por supuesto, Neferet mentía acerca de mí para salvar el culo y se portaba claramente como una zorra malévola, pero eso yo ya lo sabía. Shekinah no era una estúpida, y desde luego no iba a convertirse en el pelele de Neferet (como lo había sido Loren, me susurró mi mente). La abuela estaba de camino a la escuela, e iba a quedarse conmigo durante todo el tiempo que tardáramos en descifrar el asunto de la profecía. Por fin mis amigos lo sabían todo, así que yo no tenía que andar inventándome excusas y evitándolos, y además me apoyaban, aunque a pesar de todo solo de pensar en los cuervos de escarnio me moría de miedo. Sin embargo yo podía soportar ese terror si tenía a mis amigos a mi lado. Y al día siguiente todo el mundo sabría de la existencia de Stevie Rae y de los iniciados rojos, y Neferet perdería el poder del secreto. Entonces quizá Stark no estuviera realmente muerto y regresara como él mismo. ¡Las cosas se estaban arreglando realmente! Abrí la puerta del edificio principal de la escuela, sonriendo como una boba, y entonces me tropecé con Erik.

—¡Ah, lo siento, no estaba mirando…! —comenzó a decir. Automáticamente alargó una mano para sujetarme antes de darse cuenta de que era a mí a quien casi había tirado—. ¡Ah!, eres tú —repitió, esa vez con un tono de voz mucho menos amable.

Yo aparté el brazo de él y di un paso atrás, y luego me retiré el pelo de la cara. Alzar la vista hacia sus congelados ojos azules era como lanzarse a un tanque de agua helada, y él ya me había salpicado suficiente agua helada en la cara.

—Escucha, tengo algo que decirte —dije yo mientras me ponía delante de él para bloquearle la entrada al edificio.

—Pues dilo.

—Hoy te ha gustado besarme. Te ha gustado mucho.

Su sonrisa era burlona y estaba muy bien ensayada.

—Sí, ¿y qué? Yo jamás he dicho que no me gustara besarte. El problema es que hay demasiados chicos a los que les gusta besarte.

Yo sentí que me ardía la cara.

—¡No te atrevas a hablarme así!

—¿Por qué no? Es la verdad. Besabas a tu novio humano. Me besabas a mí. Y besabas a Blake. Por lo que a mí respecta, son muchos chicos.

—¿Desde cuánto te has convertido en un idiota? Tú sabías lo de Heath. Jamás traté de ocultártelo. Sabías lo difícil que era para mí mantener una conexión con él y salir contigo al mismo tiempo.

—Sí, pero ¿y Blake? Explícame eso.

—¡Loren fue un error! —grité yo, traspasando por fin la línea del autocontrol. Estaba harta de que Erik me juzgara por algo por lo que yo misma me había dado de cabezazos más veces de las que podía contar—. Tenías razón. Él me estaba utilizando. Solo que no por el sexo; ese solo fue su modo de hacerme creer que me quería. Tú oíste la escena que tuvo lugar entre Neferet y yo. Y sabes que aquí hay más cosas en juego de las que piensa la gente. Neferet mandó a Loren, a su amante, a seducirme; a hacerme creer que me quería porque yo era especial —expliqué yo. Hice una pausa y, con un gesto de enfado, me enjugué las lágrimas que, de alguna manera, resbalaban de mis ojos—. Pero en realidad solo iba detrás de mí para conseguir que mis amigos se cabrearan conmigo y yo me quedara sola y estuviera distraída, de modo que mis poderes ya no significaran nada. Y habría funcionado, de no haber sido por Aphrodite, que permaneció a mi lado. Tú, en cambio, no te lo pensaste ni un segundo; no me diste ni una oportunidad de explicarme.

Erik se pasó una mano por el espeso y oscuro cabello.

—Le vi haciéndote el amor.

—¿Sabes lo que viste, Erik? Le viste utilizándome. Me viste cometiendo el mayor error de mi vida. Al menos hasta ahora. Eso es lo que viste.

—Me hiciste daño —dijo él en voz baja, ya sin asomo de enfado ni de estupidez.

—Lo sé, y lo siento. Aunque supongo que si tú y yo somos incapaces de perdonarnos el uno al otro por lo ocurrido, es que en realidad no había nada importante entre tú y yo.

—¿Es que crees que tú tienes que perdonarme?

De nuevo volvía a hablar como un estúpido. Y yo, definitivamente, estaba más que harta del estúpido Erik. Entrecerré los ojos y solté:

—¡Por supuesto que tengo que perdonarte, Erik! Decías que me querías, pero me llamaste puta. Me avergonzaste delante de todos mis amigos. Me has avergonzado delante de toda una clase. ¡Y todo porque tenías solo una parte de la historia! ¡Así que no, tú tampoco estás libre de pecado!

Erik parpadeó sorprendido ante mi estallido de ira.

—No sabía que solo tuviera parte de la historia.

—Quizá, la próxima vez, debas pensártelo mejor antes de ventilarlo todo sin saber la historia completa.

—Entonces, ¿ahora me odias? —preguntó él.

—No. No te odio. Te echo de menos.

Nos miramos el uno al otro, pero ninguno de los dos sabía qué hacer a partir de ese momento.

—Yo también te echo de menos —dijo él al fin.

Mi corazón se saltó un latido.

—Quizá podamos volver a hablarnos otra vez —dije yo—. Quiero decir sin gritar.

Él me miró durante mucho, mucho rato. Yo traté de interpretar la expresión de sus ojos, pero solo reflejaban mi propia confusión.

Entonces sonó mi móvil, y yo me lo saqué del bolsillo. Era la abuela.

—Ah, disculpa. Es mi abuela —le dije a Erik. Abrí el teléfono—. Hola, abuelita, ¿ya estás aquí? —pregunté. Asentí mientras ella me contaba que acababa de dejar el coche en el aparcamiento—. Muy bien, nos vemos allí en unos minutos. ¡Estoy ansiosa por verte! ¡Adiós!

—¿Tu abuela está aquí? —preguntó Erik.

—Sí —contesté yo, que seguía sonriendo—. Ha venido a quedarse unos días. Ya sabes, con eso de que las vacaciones de invierno han quedado canceladas y tal, pues…

—Ah, sí. Ahora comprendo. Vale, bien, supongo que nos veremos por aquí.

—Eh… ¿quieres acompañarme al aparcamiento? La abuela dijo que se traería pocas cosas pero, o bien se ha traído una bolsa enorme, o bien se ha traído por lo menos diez bolsas pequeñas, así que no creo que nos venga mal la ayuda de un vampiro grande… ya que yo soy más bien una iniciada pequeñita.

Contuve el aliento, pensando que había vuelto a estropearlo todo (otra vez), y que me había apresurado y había ido demasiado lejos. Y, por supuesto, él volvió a mirarme con mucha cautela.

Fue entonces exactamente cuando un vampiro con el uniforme de los Hijos de Érebo salió por la puerta del edificio principal, desde detrás de mí.

—Disculpa —le dijo Erik—. Esta es Zoey Redbird. Acaba de llegar una invitada suya. ¿Estás libre para ayudarla a cargar con el equipaje?

El guerrero me saludó respetuosamente.

—Soy Stephan, y es un placer ayudarte, joven sacerdotisa.

Yo me esforcé por sonreírle y le di las gracias. Miré a Erik.

—Bien, ¿nos vemos más tarde? —pregunté yo.

—Claro. Estás en mi clase.

Erik me saludó y entró en el edificio.

El aparcamiento estaba nada más dar la vuelta al edificio principal así que, por suerte, no tuve que caminar mucho en silencio, acompañada del guerrero. La abuela me saludó con la mano desde el centro del aparcamiento, que estaba abarrotado. Yo sacudí la mano a mi vez, y Stephan y yo nos dirigimos hacia ella.

—¡Vaya!, hay una tonelada de vampiros aquí —dije yo mientras contemplaba tanto coche.

—Han llamado a muchos Hijos de Érebo a esta Casa de la Noche —explicó Stephan.

Yo asentí, pensativa.

Podía sentir sus ojos clavados en mí.

—Sacerdotisa, no tienes nada que temer en cuanto a tu seguridad —añadió él con calma y autoridad.

Yo le sonreí. Si él supiera, pensé. Pero, por supuesto, no le dije nada.

—¡Zoey! ¡Oh, cariño! ¡Aquí estás! —exclamó la abuela mientras me envolvía en sus brazos y yo la estrechaba con fuerza y respiraba ese aroma familiar a lavanda y a hogar.

—¡Abuela, estoy tan contenta de que estés aquí!

—¡Y yo, cariño! ¡Y yo! —contestó ella, estrechándome con fuerza.

Stephan se inclinó respetuosamente ante la abuela antes de recoger su montaña de equipaje.

—Abuela, ¿es que piensas quedarte un año? —le pregunté, echando un vistazo por encima del hombro y riéndome ante lo abultado de su equipo.

—Bueno, cariño, una tiene que estar siempre preparada para cualquier contingencia —contestó la abuela Redbird, enlazando un brazo alrededor del mío.

Las dos echamos a caminar por la acera en dirección a la residencia de chicas, con Stephan pisándonos los talones.

Enseguida ella ladeó la cabeza hacia mí y susurró:

—La escuela está completamente rodeada.

Yo sentí un chisporroteo de miedo.

—¿Rodeada de qué?

—De cuervos —dijo ella como si la palabra le dejara un mal sabor de boca—. Están por todo el límite de la escuela, pero ninguno se ha atrevido a traspasar el muro.

—Eso es porque yo les he echado fuera —dije yo.

—¿En serio? —susurró mi abuela—. ¡Bien hecho, Zoeybird!

—Me asustaron, abuela —susurré entonces yo—. Creo que están recuperando los cuerpos.

—Lo sé, cariño, ya lo sé.

Las dos nos apresuramos, trémulas y bien agarradas la una a la otra, a mi habitación. La noche pareció observarnos.