Por el camino desde la residencia de chicas hasta el edificio principal de la escuela decidí que no sería inteligente ir a ver a Shekinah tan tensa y estresada, así que respiré profundamente varias veces el aire purificador para calmarme, ordené mis pensamientos y traté de relajarme y de disfrutar de la bella y cálida noche, impropia del tiempo en el que estábamos. Las luces de gas de las farolas creaban bonitas sombras contra los árboles invernales y los setos, y soplaba un suave viento que me traía el olor de la tierra y de las hojas del árbol de la canela que alfombraban el suelo. Grupos de chicos iban y venían de un edificio a otro de la escuela, pero en su mayor parte se dirigían a las residencias o al extremo de la escuela donde estaba la cafetería. Hablaban y reían. Muchos de ellos me gritaron «hola», y unos cuantos me saludaron respetuosamente. A pesar de los problemas a los que me enfrentaba, me daba cuenta de que me sentía optimista. No estaba sola. Mis amigos estaban conmigo y, por primera vez en mucho tiempo, lo sabían todo. Yo no estaba mintiéndoles ni evitándolos. Les decía la verdad, y estaba realmente muy, muy contenta de hacerlo.
Nala surgió de la oscuridad y vino en mi dirección con su «miauff» y su mirada repleta de reproches. En apenas unos segundos se abalanzó sobre mí y se subió a mis brazos, y yo tuve que ingeniármelas para agarrarla.
—¡Eh!, podías avisar, ¿sabes? —dije yo, que acabé de todos modos besándole la mancha blanca de la nariz y acariciándole las orejas.
Caminamos por la oscura acera. Nos apartábamos de la zona del campus repleta de chicos para internarnos en la sección donde estaba la biblioteca y, al final del todo, la sala de profesores. La noche era realmente bella, y el cielo de Oklahoma estaba repleto de brillantes estrellas. Nala metió la cabeza en mi hombro; ronroneaba contenta cuando de pronto sentí todo su cuerpo ponerse tenso.
—¡Nala!, ¿qué pasa…?
Y entonces lo oí. El graznar de un único cuervo que sonó tan cerca, que hubiera debido de verlo entre las sombras de los árboles que tenía más cerca. A ese primer graznido siguió otro, y luego otro, y luego otro. Era un sonido simple, y sin embargo aterrador. Comprendí porqué los llamaban los cuervos del escarnio porque, aunque era fácil confundirlos con un pájaro cualquiera, cuando uno escuchaba con más cuidado podía oír en su grito sospechosamente mundano el eco de la muerte, del miedo y de la locura. La brisa, que antes era cálida y dulce, de pronto se tornó en un aire vacío y helado, como si yo acabara de entrar en un mausoleo. Se me heló la sangre.
Nala siseó larga y amenazadoramente mientras miraba por encima de mi hombro hacia la oscuridad que rodeaba los enormes y viejos robles que, por lo general, nos resultaban siempre tan familiares y agradables. No así esa noche. Esa noche albergaba monstruos. Automáticamente eché a caminar más deprisa, buscando por allí con desesperación a los chicos que, instantes antes, parecían andar por todas partes. Pero Nala y yo habíamos girado en una esquina, y estábamos completamente solas en medio de la oscuridad y de todo lo que ocultaba.
Los cuervos volvieron a graznar. El ruido me puso los pelos de punta tanto de los brazos como de la nuca. Nala gruñó en voz baja y volvió a sisear. Revoloteaban alas a mi alrededor, tan cerca que podía sentir el aire helado que desplazaban. Y entonces los olí. Apestaban a carne podrida y a pus. Era un olor que resultaba mortal, asquerosamente dulce. Saboreé la bilis del miedo en lo más hondo de mi boca.
Más y más cuervos graznaron hasta saturar la noche, y de pronto pude ver sombras dentro de las sombras de la vibrante oscuridad. Vislumbré momentáneamente algo afilado y picudo, volando. Si solo eran espíritus, ¿cómo podían tener picos que brillaban a la suave luz de las lámparas de gas?, ¿cómo podían los espíritus oler a muerte y a decadencia? Y si ya no eran solo espíritus, ¿qué eran, entonces?
Me detuve, sin saber si correr o volver atrás. Y mientras estaba ahí, bloqueada por el pánico y la indecisión, la negrura del árbol más cercano vibró y se lanzó sobre mí. Mi corazón martilleaba dolorosamente; estaba a punto de caer en un estado de pánico que iba a dejarme muda, entumecida y paralizada de miedo. Solo podía jadear de puro terror al verlo acercarse. Sus horribles alas desplazaban aire helado y pútrido; venía hacia mí. Yo podía verlo; podía ver los ojos del hombre dentro del pájaro mutante… y los brazos… los brazos de un hombre con las manos retorcidas, grotescamente levantadas con la forma de andrajosas y sucias garras. La criatura abrió el pico curvo y me chilló, y luego extendió la lengua en forma de horca.
—¡No! —grité yo, revolviéndome ante él y sujetando con fuerza a la gata, que no dejaba de sisear—. ¡Apártate!
Me giré y corrí.
Y entonces me atrapó. Sentí sus manos, horriblemente frías, al engancharme por los hombros. Grité y solté a Nala, que se agazapó a mis pies, gruñendo y mirando para arriba, hacia la criatura. Sus horrorosas alas se desplegaron a ambos lados de mí, manteniéndome inmóvil. Sentí cómo se inclinaba sobre mi espalda en una esperpéntica burla de abrazo. Estiraba la cabeza por encima de mi hombro para poder enganchar el pico alrededor de mi cuello, descansándolo sobre el punto en el que mi pulso golpeaba frenéticamente en la garganta. Y ahí se quedó, con el pico abierto lo justo como para sacar la lengua roja en forma de horca y saborear mi cuello, como si quisiera probarme antes de devorarme.
Yo estaba absolutamente paralizada por el miedo. Sabía que iba a cortarme el cuello. La visión de Aphrodite iba a hacerse realidad, solo que era un demonio quien iba a matarme en lugar de Neferet. ¡No! ¡Oh, diosa, no!, gritaba mi mente. ¡Espíritu! ¡Encuentra a alguien que pueda ayudarme!
—¿Zoey?
De pronto la voz de Damien giraba a mi alrededor, traída por un viento inquisitivo.
—¡Damien, ayúdame…! —conseguí decir con un susurro roto.
—¡Salvad a Zoey! —gritó Damien.
Una violenta ráfaga de viento tiró a la criatura de donde estaba, a mi espalda. Sin embargo aquella cosa aún podía deslizar el pico por mi garganta. Me llevé la mano al dolorido cuello mientras caía de rodillas al suelo, esperando sentir cómo surgía la humedad de mi sangre vital, caliente y espesa. Pero no salió nada; solo una línea abierta que me dolía infernalmente.
El sonido de las alas, batiendo y reagrupándose detrás de mí, me hizo saltar y girar en redondo. Pero en esa ocasión el viento que soplaba suavemente contra mi rostro no estaba helado ni rancio por el hedor de la muerte. Era un viento que me resultaba familiar, pletórico con la fuerza de la amistad de Damien. El simple hecho de saber que no estaba sola, que mis amigos no me habían abandonado, rasgó la niebla paralizante del pánico que había nublado mis pensamientos como la espada vengadora de una diosa, y mi mente helada comenzó a funcionar otra vez. Espíritus, pájaros monstruosos o lacayos al servicio de los retorcidos deseos de Neferet; daba igual. Yo conocía un medio de acabar con todos ellos.
Me orienté rápidamente, me coloqué frente a la dirección que yo sabía que era el este. Alcé ambos brazos, cerré los ojos y borré de mi mente la malévola burla de los horribles gritos de los pájaros.
—¡Viento! ¡Sopla firme, sopla fuerte, sopla sinceramente, y demuéstrale a estas criaturas qué significa atacar a alguien amado de la diosa!
Alargué las manos hacia las criaturas que habían tomado posesión de la noche. Vi cómo el temporal pillaba primero a la más cercana de ellas, a la que había tratado de cortarme el cuello. El viento la levantó, la arrojó lejos y la lanzó contra el muro de piedra que rodeaba los terrenos de la escuela. Se desplomó y, al instante, pareció disolverse en la tierra; desapareció por completo.
—¡A todas ellas! —grité yo. Mi miedo le otorgaba más poder y más urgencia a mi voz—. ¡Échalas a todas!
Arrojé las manos hacia ellas otra vez y me sentí muy complacida cuando los gritos de escarnio de las criaturas que acechaban en los árboles se convirtieron en alaridos de pánico y, por último, murieron por completo. Al ver que todas se habían ido, dejé caer los brazos trémulos a los lados.
—En nombre de la diosa, Nyx, yo te doy las gracias, viento. Te libero y, por favor, dile a Damien que ahora estoy bien. Estoy bien.
Pero antes de abandonarme, el viento buscó mi rostro y lo acarició brevemente, y entonces yo noté que estaba pletórico con algo más que con la presencia de Damien. En la brisa que aún quedaba de pronto sentí una inconfundible calidez que me recordó a Shaunee, con su toque ardiente y chisporroteante; y capté la esencia del agua fresca y primaveral, que era como un sí a la vida, y que yo sabía que me enviaba Erin. Los tres elementos de mis amigos habían soplado unidos, y por último ese viento se convirtió en una brisa sanadora que sopló alrededor de mi cuello y me curó la herida punzante que me había dejado el cuervo del escarnio. Cuando el dolor del cuello cesó por completo, el viento se alejó poco a poco y volvieron la paz de la noche y el silencio.
Alcé una mano y me acaricié la garganta con los dedos. Nada. No me quedaba ningún arañazo. Cerré los ojos y le envié una plegaria silenciosa a Nyx para darle las gracias por concederme a mis amigos. Con su ayuda, había superado una de las visiones de mi muerte de Aphrodite. Una menos… pero quedaba otra que vencer…
Recogí a Nala, la sostuve muy cerca de mí y corrí por la acera para tratar de detener el tembleque que seguía estremeciéndome.
Aún estaba trémula y me sentía ultrasensible, de modo que enseguida comprendí en mis entrañas que no debía dejar que nadie me viera así. Invoqué al espíritu a mí, entré en el silencioso edificio de la escuela y lo atravesé cubierta de silencio y de sombras. Y así me moví, sin ser vista, por la mayor parte de las salas desiertas de la escuela. Era extraño por mi parte hacer una cosa así dentro del edificio de nuestra escuela, y me hacía sentir distante; como si yo estuviera ocultando no solo mi cuerpo, sino también mis pensamientos. De camino a la sala del Consejo, poco a poco, las sensaciones de miedo y de triunfo que me invadían se aquietaron, y pude comenzar a respirar con más facilidad.
Aunque Neferet no había tratado de cortarme el cuello con sus propias manos, yo sabía en lo más hondo de mi corazón que lo que acababa de evitar había sido en realidad mi muerte o, al menos, el presagio de mi muerte. De haber seguido Damien enfadado conmigo, no creo que hubiera podido superar el terror que me producían los cuervos del escarnio para invocar la protección de los elementos. Y aunque no hubiera sido Neferet quien hubiera sujetado un cuchillo contra mi garganta, yo no podía evitar pensar que ella estaba de algún modo detrás de todo lo que estaba pasando.
¿Que si seguía asustada? ¡Por supuesto!
Pero también seguía respirando y, más o menos, estaba de una sola pieza. (Vale, de hecho en ese momento era invisible, pero aun así). ¿Que si habría podido vencer a los cuervos del escarnio otra vez? En su estado actual, en parte espíritu, en parte cuerpo, sí; con la ayuda de mis amigos y de los elementos, claro.
Pero ¿podría vencerlos una vez formados completamente y con todo su poder?
Me eché a temblar. Solo de pensarlo me moría de miedo.
Así que hice lo que toda chica razonable habría hecho: decidí pensar en ello más tarde. Entonces surgió en mi memoria un pedacito de una cita: «Bástenle a cada día sus propios problemas», y mientras buceaba profundamente por la dulce Tierra de la Negación, mantuve la mente ocupada, tratando de averiguar dónde había leído esa frase.
Subí flotando por las escaleras, sin hacer ruido, hasta la sala del Consejo, frente a la biblioteca, donde creí que encontraría a Shekinah. Había llegado ya al pasillo, junto a la puerta de la sala, cuando oí una voz que me resultó muy familiar, y entonces me sentí muy, muy contenta de haber seguido mi instinto y haberme ocultado.
—Entonces, ¿admites haberlo sentido tú también?, ¿sientes como si algo no anduviera bien?
—Sí, Neferet. No tengo ningún problema en admitir que siento que algo anda mal en esta escuela, pero por si no lo recuerdas, yo me opuse firmemente a la compra de este campus a los monjes de Cascia Hall hace cinco años.
—Necesitábamos una Casa de la Noche en esta parte del país —insistió Neferet.
—Sí, y ese fue el argumento que convenció al Consejo de comprar y abrir esta Casa de la Noche. Pero yo no estuve de acuerdo entonces, y sigo sin estar de acuerdo ahora. Y creo que las recientes muertes sencillamente vienen a demostrar que no deberíamos estar aquí.
—¡Precisamente lo que demuestran las recientes muertes es que tenemos que tener más presencia aquí y en todo el mundo! —soltó Neferet. Yo la oí respirar hondo, como si le costara verdadero trabajo controlarse a sí misma. Al volver a hablar, su voz sonó mucho más sumisa—. Ese mal sentimiento del que estábamos hablando… no tiene nada que ver con el hecho de mostrarse o no reticente acerca de abrir una escuela aquí. Es diferente, es más malévolo, y en los últimos meses ha crecido y se ha hecho peor.
Hubo una larga pausa antes de que Shekinah le contestara.
—Siento una presencia malévola aquí, pero no puedo ponerle nombre. Parece oculta, envuelta en algo que no me resulta familiar.
—Creo que yo sí puedo ponerle un nombre —dijo Neferet.
—¿Qué es lo que sospechas?
—He llegado a creer que se trata de un demonio oculto, envuelto bajo el aspecto de un crío, y por eso es por lo que va a resultar tan duro sacarlo a la luz —dijo Neferet.
—No entiendo lo que quieres decir, Neferet. ¿Estás diciendo que uno de los iniciados es un demonio disfrazado?
—No quiero decirlo, pero estoy llegando a creerlo.
La voz de Neferet estaba llena de tristeza; como si lo que estuviera diciendo fuera tan difícil de admitir, que estuviera a punto de llorar.
Pero yo sabía absolutamente, sin lugar a dudas, que estaba actuando.
—Te lo preguntaré una vez más, ¿qué es lo que sospechas?
—No se trata de qué, sino de quién. Shekinah, hermana, me apena decirlo, pero el profundo mal que he estado sintiendo, que tú has sentido también, comenzó a crearse y a intensificarse con la entrada de una estudiante a esta Casa de la Noche —dijo Neferet, que hizo una pausa. Aunque yo sabía lo que iba a decir, lo cierto es que oírlo en voz alta fue para mí una conmoción—. Me temo que Zoey Redbird esconde un terrible secreto.
—¡Zoey! ¡Pero si es la iniciada con más dones de la historia! No solo ninguna otra iniciada ha obtenido jamás el poder de los cinco elementos, sino que ninguna otra iniciada ha estado rodeada jamás de tantos iguales con tantos dones. Cada uno de sus mejores amigos manifiesta uno de los elementos. ¿Cómo podría estar tan bien dotada y ocultar al mismo tiempo un demonio? —preguntó Shekinah.
—¡No lo sé! —contestó Neferet con la voz rota. Entonces yo comprendí que estaba llorando—. Yo soy su mentora. ¿Te imaginas lo que me duele pensar siquiera estas cosas, y no digamos ya decirlas en voz alta?
—¿Qué pruebas tienes de tu sospecha? —preguntó Shekinah, que no pareció particularmente convencida de que Neferet hubiera dado en el clavo, lo cual me alegró.
—Un adolescente que era su amante estuvo a punto de ser asesinado por los espíritus que ella conjuró pocos días después de ser marcada.
Yo parpadeé completamente atónita. ¿Heath y yo amantes? ¡De ningún modo! Neferet lo sabía. Y no era yo quien había conjurado esos espíritus, sino Aphrodite. Sí, habían estado a punto de comerse a Heath. Bueno, y también a Erik. Pero con la ayuda de Stevie Rae, de Damien y de las gemelas, yo los había detenido.
—Entonces, menos de un mes después, otros dos adolescentes, también humanos que, por decirlo de algún modo, eran amigos íntimos de ella, fueron secuestrados y asesinados brutalmente. Les sacaron toda la sangre. Un tercer chico, otro humano cercano a ella, también fue secuestrado. Toda la comunidad se volvió loca, y fue entonces cuando Zoey rescató al chico.
¡Oh! ¡Dios! ¡Mío! ¡Neferet lo estaba retorciendo todo, mentía para salvar su culo! ¡Eran sus asquerosos chicos muertos no muertos quienes habían asesinado a los dos jugadores de la Union, con quienes yo no había mantenido en absoluto relaciones! Sí, yo había salvado a Heath (suspiros, otra vez), pero lo había salvado de sus desagradables lacayos chupasangre (aunque no es que eso de ser chupasangre tenga nada de malo).
—¿Qué más? —preguntó Shekinah.
Yo me alegré al oír que su voz permanecía serena y que no parecía muy convencida de que Neferet tuviera razón.
—Esto último es lo que más me cuesta admitir, pero Zoey era especial para Patricia Nolan. Pasó bastante tiempo con ella antes de ser asesinada.
La cabeza me dio vueltas. Por supuesto que me gustaba la profesora Nolan, y creo que yo también le gustaba a ella, pero desde luego jamás había sido especial para ella, ni tampoco había pasado conmigo más tiempo del estrictamente necesario.
Entonces comprendí de qué iba a acusarme a continuación, a pesar de que apenas podía creerlo.
—Y tengo razones para creer que Zoey se había convertido en la amante de Loren Blake justo antes de que él fuera asesinado también. De hecho, estoy segura de que ellos dos establecieron una conexión —dijo Neferet, que se interrumpió y comenzó a sollozar.
—¿Por qué no informaste de nada de esto al Consejo? —preguntó Shekinah con severidad.
—¿Y qué iba a decir?, ¿que creía que una iniciada, la más dotada de todas, se había aliado con el diablo? ¿Cómo podía acusar de semejante cargo a una joven sin más pruebas que una coincidencia, una suposición y un presentimiento?
Bueno, eso era exactamente lo que estaba haciendo Neferet en ese momento.
—Pero Neferet, si una iniciada entabla relaciones íntimas con un profesor, la labor de la alta sacerdotisa es ponerle fin e informar de ello al Consejo.
—¡Lo sé! —gritó Neferet, que seguía llorando—. Me equivoqué. Debí decir algo. Quizá, si lo hubiera hecho, habría podido evitar su muerte.
Hubo una larga pausa, y entonces Shekinah dijo:
—Loren y tú erais amantes, ¿no es así?
—¡Sí! —lloró Neferet.
—¿Te das cuenta de que tu relación con Loren podría estar nublando tu juicio acerca de Zoey?
—Me doy cuenta —contestó Neferet. La oí tratar valientemente (¡puaf!) de calmarse—. Y esa es otra de las razones por las que dudé a la hora de contarle mis sospechas a nadie.
—¿Has mirado en el interior de su mente? —preguntó Shekinah.
Yo me eché a temblar mientras esperaba la respuesta de Neferet.
—Lo he intentado. No puedo leer su mente.
—¿Y qué me dices de sus amigos, de los otros iniciados con afinidades especiales?
¡Mierda, mierda, mierda!
—He mirado en sus mentes con regularidad. Pero no he encontrado nada perturbador. Aún.
Yo oí el suspiro de Shekinah.
—Me alegro de quedarme aquí el resto del trimestre. Yo también observaré y escucharé a Zoey y a los otros iniciados. Siempre cabe la posibilidad, y en gran medida, de que Zoey parezca estar en medio de todos estos acontecimientos precisamente porque es, en verdad, una joven muy poderosa y bien dotada. Puede que ella no esté causando estos acontecimientos, sino que Nyx la haya puesto aquí para ayudar a impedir un mal del que no es responsable.
—Espero sinceramente que sea eso —dijo Neferet.
¡Qué mentirosa era!
—Las dos la observaremos. De cerca —añadió Shekinah.
—Cuidado con los favores que te pide —advirtió entonces Neferet.
¿Cómo?, ¿qué favores? ¡Yo jamás le había pedido ningún favor a Neferet! Y entonces di un brinco al darme cuenta de lo que pretendía Neferet. Estaba liándolo todo para que yo no pudiera pedirle a Shekinah que mi abuela viniera de visita y se quedara en el campus. ¡Zorra!
Caer en la cuenta de cuál era su estratagema me produjo un terrible pavor. ¿Cómo sabía Neferet que mi abuela venía de visita?
De repente se produjo un enorme barullo fuera que ahogó la respuesta de Shekinah. Yo estaba escuchando desde el pasillo, así que me resultó fácil acercarme a una de las ventanas de largas cortinas. Como era de noche, las cortinas estaban abiertas y pude mirar hacia el terreno delantero de la escuela. Lo que vi me dejó tan atónita que me tapé la boca con la mano.
Duchess ladraba y corría detrás de la bola blanca de Maléfica, que no dejaba de gruñir, bufar y maullar. Aphrodite perseguía a la perra, gritándole cosas como: «¡Ven! ¡Quieta! ¡Sé buena, maldita sea!». Damien le pisaba los talones; corría y agitaba los brazos, gritando: «¡Duchess, ven!». De pronto el gato de las gemelas, el enorme y engreído Belcebú, se unió a la persecución, solo que perseguía a la perra.
—¡Ohdiosmío! ¡Belcebú! ¡Cariño! —gritó Shaunee a pleno pulmón, que en ese momento entró en mi campo de visión.
—¡Belcebú! ¡Duchess! ¡Parad! —chilló Erin, corriendo justo detrás de su gemela.
Darius apareció en el pasillo súbitamente, y yo di un paso atrás y me escondí detrás de las cortinas. No sabía si él detectaría o no que yo estaba allí. Aparentemente no notó ni mi presencia ni nada, porque entró corriendo en la sala del Consejo. Yo asomé la cabeza por entre las cortinas y pude oír cómo le contaba a Neferet que se requería su presencia en los jardines debido a un «altercado». Entonces Neferet salió de la sala y corrió por el pasillo tras él en pos de la locura del perro ladrador, el gato aullador y los chicos que daban gritos.
Yo advertí que, en medio de todo aquel barullo, no le había visto el pelo a Jack.
¡Excelente maniobra de distracción!