Como siempre que la abuela me decía algo, yo obedecí.
—Muy bien, sí. Ya voy. Tengo un palito de purificación en mi habitación. Voy corriendo a por él.
Miré a Aphrodite, que asintió y me despidió con un meneo de la mano en dirección a la puerta.
—¿De qué hierbas? —preguntó la abuela.
—De salvia blanca y lavanda. Lo tengo en el cajón de las camisetas.
—Bien, bien. Eso está bien. Es personal, pero aún no ha liberado su magia. Bien.
Enseguida corrí de vuelta a la habitación de Aphrodite, que en ese momento decía:
—Yo tengo un cuenco.
Aphrodite me tendió un cuenco de color lavanda, decorado con uvas en tres dimensiones y con una vid que se enrollaba toda alrededor. Era absolutamente precioso y parecía antiguo y muy caro. Me miró, se encogió de hombros y comentó.
—Sí, es caro.
Puse los ojos en blanco.
—Vale, ya tengo el cuenco, abuela.
—¿Tienes una pluma? Tiene que ser de un pájaro pacífico como la paloma, o un pájaro protector como el halcón o el águila. Eso sería lo mejor.
—Eh, pues no, abuela. No tengo ninguna pluma.
Yo miré inquisitivamente a Aphrodite.
—Yo tampoco tengo plumas —dijo ella.
—No importa, de todos modos puede funcionar. ¿Estás preparada, Zoeybird?
Yo sacudí la pequeña varita de hierbas secas prensadas hasta que se apagó el fuego y comenzó a salir el humo lentamente. Entonces la dejé sobre el cuenco de color púrpura que coloqué en medio, entre Aphrodite y yo.
—Estoy lista. El humo sale despacio.
—Abanica el humo a tu alrededor. Chicas, las dos, tenéis que concentraros en los espíritus positivos y de protección. Pensad en vuestra diosa y en cuánto os quiere.
Las dos hicimos lo que nos pidió la abuela. Las dos abanicamos el humo despacio a nuestro alrededor con las manos y lo inhalamos poco a poco.
Maléfica estornudó, gruñó y saltó de la cama para desaparecer en el baño de Aphrodite. Yo no puedo decir que lamentara perderla de vista.
—Y ahora mantened el cuenco cerca mientras escucháis con cuidado lo que os voy a decir —dijo la abuela. Yo la oí inhalar profundamente tres veces el humo de la purificación antes de comenzar—. Para empezar, debéis saber que las tsi sgili son brujas cheroquis, solo que no debéis dejaros engañar por el nombre de «bruja». No siguen los preciosos senderos de paz de la wicca; no son las sabias sacerdotisas que vosotras conocéis y a las que respetáis, seguidoras de Nyx. Una tsi sgili vive marginada, separada de la tribu. Son el mal puro, de la cabeza a los pies. Disfrutan matando; se deleitan con la muerte. Tienen poderes mágicos, que se les conceden a través del miedo y del dolor de sus víctimas. Se alimentan de muerte. Pueden torturar y matar con el ane li sgi.
—No sé lo que significa eso, abuela.
—Quiere decir que son poderosas adivinas y que pueden matar con la mente.
Aphrodite alzó la vista hacia mí. Nuestras miradas se encontraron y yo comprendí que estábamos pensando lo mismo: Neferet era una poderosa adivina.
—¿Quién es esa reina de la que habla el poema? —preguntó Aphrodite.
—Yo no conozco a ninguna reina tsi sgili. Son seres solitarios y no tienen jerarquía. Aunque, la verdad, yo tampoco soy ninguna experta en ellas.
—Entonces, ¿Kalona es una de esas tsi sgili? —pregunté yo.
—No. Kalona es peor. Mucho peor. Las tsi sgili son el mal y son peligrosas, pero son humanas y uno puede enfrentarse a ellas como a cualquier otro humano.
La abuela hizo una pausa. Yo oí que aspiraba otras tres veces el humo purificador. Cuando comenzó a hablar de nuevo, lo hizo en susurros como si le preocupara que alguien la oyera. No parecía exactamente asustada; más bien precavida. Precavida y muy, muy seria.
—Kalona era el padre de los cuervos del escarnio, y no era humano. A él y a sus retorcidos retoños los llamábamos demonios pero, para ser exactos, no lo eran. Supongo que la mejor manera de describir a Kalona sería decir que es un ángel.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando mi abuela pronunció las palabras «cuervos del escarnio»; entonces caí en la cuenta de la otra cosa que había dicho, y parpadeé sorprendida.
—¿Un ángel?, ¿como en la Biblia?
—¿Pero no se supone que los ángeles son buenos? —preguntó a su vez Aphrodite.
—Sí, se supone que son buenos. Pero tened en cuenta que, según la tradición cristiana, aunque Lucifer era el más brillante y el más bello de todos los ángeles, cayó.
—Es verdad, se me había olvidado —dijo Aphrodite—. ¿Así que ese Kalona era un ángel que cayó y se convirtió en malo?
—En cierto sentido. En los tiempos antiguos, los ángeles caminaban sobre la tierra y se apareaban con los humanos. Muchos pueblos tienen historias que describen esos tiempos. La Biblia los llamaba «nefilim». Los griegos y los romanos los llamaban «dioses del Olimpo». Pero los llamaran como los llamaran, todas las historias que hablan de esos seres coinciden en dos cosas: primero, en que eran bellos y poderosos, y segundo, en que se apareaban con los humanos.
—Tiene sentido —dijo Aphrodite—. Si de verdad eran tan sexis, es natural que las mujeres quisieran estar con ellos.
—Bueno, eran seres excepcionales. Los cheroquis hablan de un ángel en particular, incomparablemente bello. Tenía alas del color de la noche, y podía cambiar de forma y convertirse en una criatura que parecía un enorme cuervo. Al principio nuestra gente le dio la bienvenida como a un dios que estuviera de visita. Le cantamos canciones y bailamos para él. Nuestras cosechas prosperaron. Nuestras mujeres eran fértiles.
»Pero poco a poco todo fue cambiando. En realidad no sé porqué. Son leyendas antiguas. Muchas de ellas se han perdido con el tiempo. Me imagino que, sencillamente, es difícil vivir cerca de un dios, por bello que sea.
»Recuerdo que mi abuela cantaba una canción en la que se contaba que Kalona empezó a cambiar cuando comenzó a yacer con las doncellas de la tribu. Según cuenta la historia, después de acostarse por primera vez con una doncella se obsesionó. Tenía que poseer a las mujeres; sentía deseos constantes, pero al mismo tiempo las detestaba por provocarle esa lujuria y esa necesidad.
Aphrodite soltó un bufido.
—Apuesto a que era él el que sentía ese deseo constante, no ellas. Nadie desea a un tipo que no se dedica a otra cosa, por muy sexi que sea.
—Tienes razón, Aphrodite. La canción de mi abuela contaba que las doncellas le dieron la espalda, y que fue entonces cuando se convirtió en un monstruo. Usaba su poder divino para gobernar a nuestros hombres mientras profanaba a nuestras mujeres. Y mientras tanto, su odio por las mujeres crecía con una intensidad que resultaba tanto más aterradora por cuanto que se debía a su obsesión por poseerlas. Una vez oí decir a una anciana sabia que las mujeres cheroqui eran para Kalona como el agua, el aire y la comida; como su misma vida, por mucho que a él le pesara.
La abuela hizo una pausa, y a mí no me costó nada imaginarme la expresión de indignación que tendría en ese momento su rostro, similar a la indignación que se reflejaba en su tono de voz.
—Las mujeres a las que violaba se quedaban embarazadas, pero la mayor parte de ellas solo daban a luz a engendros muertos, imposibles de reconocer como bebés de ninguna especie. Sin embargo, de vez en cuando, uno de esos retoños sobrevivía, aunque evidentemente no era humano. Las historias cuentan que los hijos de Kalona eran cuervos con los ojos y los miembros de un hombre.
—¡Puaaaaj!, ¿el cuerpo de un cuervo y las piernas y los ojos de un hombre? ¡Eso es asqueroso! —exclamó Aphrodite.
Yo sentí un escalofrío recorrerme.
—Últimamente he estado oyendo a cuervos, a muchos cuervos. Creo que uno de ellos trató de atacarme. Yo le di un golpe, y él me arañó la mano.
—¿Cómo?, ¿cuándo? —preguntó la abuela, muy nerviosa.
—Los he oído de noche. Pensé que era extraño que hicieran tanto ruido. Y… y luego, anoche, algo se agitó a mi alrededor aunque realmente no pude verlo, era como un asqueroso pájaro invisible. Lo golpeé, corrí a entrar en la escuela e invoqué al fuego para que se llevara el frío que ese pájaro traía consigo.
—¿Y funcionó?, ¿el fuego lo echó? —preguntó la abuela.
—Sí, pero desde entonces siento como si unos ojos me vigilaran.
—¡Los cuervos del escarnio! —afirmó la abuela con una voz dura como el acero—. Has estado enfrentándote a los espíritus de los demonios de los hijos de Kalona.
—Yo también los he oído —dijo entonces Aphrodite, que volvió a ponerse pálida—. De hecho, llevo tiempo pensando en lo molestos que se están poniendo últimamente por la noche.
—Desde que asesinaron a la profesora Nolan —añadí yo.
—Sí, creo que fue entonces cuando comencé yo también a oírlos —confirmó Aphrodite.
—¡Ohdiosmío, abuela! ¿Es posible que ellos hayan tenido relación con las muertes de la profesora Nolan y de Loren?
—No, no lo creo. Los cuervos del escarnio perdieron su forma física. Solo les queda el espíritu, y poco daño pueden hacer excepto a aquellos que son viejos y están muy cerca de la muerte. ¿Qué te hicieron exactamente en la mano, mi niña?
Yo bajé automáticamente la vista hacia mi mano, en donde no me quedaba ni rastro.
—Poca cosa. La herida desapareció en unos pocos minutos.
La abuela vaciló antes de decir:
—Jamás había oído decir que un cuervo del escarnio pudiera herir realmente a una persona joven y vital. Hacen diabluras; son espíritus ocultos que sienten placer molestando a los seres vivos y atormentando a aquellos que se encuentran en la encrucijada de la muerte. No creo que puedan causar la muerte de un vampiro sano, pero el asesinato de esos vampiros sí puede haberlos atraído hacia la Casa de la Noche y puede que, de alguna manera, se hayan hecho más fuertes a causa de esas muertes. Tened cuidado. Son criaturas terribles, y su presencia es siempre un mal presagio.
Mientras la abuela hablaba, mis ojos se habían desviado otra vez hacia el poema. Una y otra vez leía la línea que decía: «A través de la mano de la muerte él es libre».
—¿Qué le pasó a Kalona? —pregunté yo de pronto.
—Fue el insaciable deseo de mujeres lo que finalmente lo destruyó. Los guerreros de las tribus trataron de vencerlo durante años pero, sencillamente, no pudieron. Era una criatura mítica, mágica, y solo el mito y la magia podían derrotarlo.
—Y entonces, ¿qué pasó? —preguntó Aphrodite.
—La ghigua convocó un concilio secreto de mujeres sabias de todas las tribus.
—¿Qué es una ghigua? —pregunté yo.
—Es el nombre cheroqui por el que conocemos a nuestra «adorada mujer» de la tribu. Es una mujer sabia con dones, una diplomática, una persona que a menudo está muy cera del Gran Espíritu. Cada tribu elige a una, y ella sirve en un concilio de mujeres.
—¿Más o menos como las altas sacerdotisas? —pregunté yo.
—Sí, es una buena forma de describirla. Así que la ghigua convocó a las mujeres sabias, y se reunieron todas en secreto en el único lugar en el que Kalona no podría oírlas: en una cueva en lo más profundo de la tierra.
—¿Y por qué él no podía oírlas en una cueva? —preguntó Aphrodite.
—Kalona siente aversión por la tierra. Era una criatura de los cielos, y es allí adonde pertenece.
—Bueno, ¿y por qué el Gran Espíritu o quien fuera que lo creara no lo llevó de vuelta allí, adonde pertenecía? —pregunté entonces yo.
—Libertad —contestó la abuela—. Kalona era libre para elegir su camino, exactamente igual que tú y que Aphrodite sois libres de elegir los vuestros.
—¡A veces la libertad es un asco! —exclamé yo.
La abuela se echó a reír, y ese sonido tan agradable y tan familiar me hizo relajarme un poco.
—Es verdad, u-we-tsi-a-ge-ya. Pero en este caso, la libertad de las mujeres ghigua fue lo que salvó a nuestra gente.
—¿Qué hicieron? —preguntó Aphrodite.
—Utilizaron la magia de las mujeres para crear a una doncella tan bella que Kalona sería incapaz de resistirse.
—¿Crear a una chica? ¿Quieres decir que hicieron magia y transformaron el aspecto de alguien?
—No, u-we-tsi-a-ge-ya, quiero decir que crearon a una doncella. La ghigua más dotada para la alfarería creó el cuerpo de una doncella en barro y le pintó una cara que, para ella, era incomparablemente bella. La ghigua que mejor trenzaba de todas las tribus le hizo un cabello largo y negro que caía haciendo ondas alrededor de su estrecha cintura. La ghigua que tejía ropa creó para ella un vestido blanco con la luna llena, y todas las mujeres lo decoraron con conchas, abalorios y plumas. La ghigua que tenía los pies más ligeros formó sus piernas y le concedió velocidad. Y la ghigua conocida como la que tenía más talento para cantar de todas las tribus le susurró dulces y suaves palabras, concediéndole la más encantadora de las voces.
»Cada una de las ghigua se hizo un corte en la palma de la mano y usó su propia sangre como tinta para dibujar sobre el cuerpo de la doncella los siete símbolos del poder que representan a los siete elementos sagrados: norte, sur, este, oeste, arriba, abajo y espíritu. Luego unieron las manos alrededor de la figura de barro y, usando el poder combinado de todas ellas juntas, le insuflaron vida.
—¡Debes de estar de broma, abuela! ¿Esas mujeres le dieron vida a una muñeca? —exclamé yo.
—Eso es lo que dice la historia —contestó ella—. Jovencita, ¿por qué te resulta tan difícil de creer, cuando una niña tiene la habilidad de invocar a los cinco elementos?
—Ehhh… sí, supongo que tienes razón —dije yo, que sentí como mis mejillas ardían ante la pequeña regañina.
—Desde luego que tiene razón. Y ahora cállate y deja que termine el resto de la historia —dijo Aphrodite.
—Lo siento, abuela —musité yo.
—Tienes que recordar que la magia es real, Zoeybird —dijo la abuela—. Olvidarlo es muy peligroso.
—Lo recordaré —le aseguré, pensando en lo irónico que era que yo pudiera dudar del poder de la magia.
—Así que —continuó la abuela, que atrajo de nuevo mi atención hacia la historia—, las mujeres ghigua insuflaron vida y un propósito a esa mujer, a la que llamaron A-ya.
—¡Eh!, yo conozco esa palabra. Significa «yo» —dije.
—Muy bien, u-we-tsi-a-ge-ya. La llamaron A-ya porque, en su interior, tenía un pedacito de cada una de las mujeres ghigua: era, para cada una de ellas, «yo».
—Eso está muy guay —dijo Aphrodite.
—Las ghigua no le contaron a nadie lo de A-ya: ni a sus maridos, ni a sus hijas, ni a sus hijos, ni a sus padres. Al amanecer del día siguiente, la sacaron de la cueva y la llevaron a un lugar cerca de un riachuelo en el que Kalona solía bañarse todas las mañanas, y por el camino le iban susurrando lo que tenía que hacer.
»Así que ahí estaba, sentada en un pedacito de terreno donde daba la luz del sol, peinándose los cabellos y cantando una canción, cuando Kalona la vio y, tal y como las mujeres adivinaron que haría, se obsesionó al instante por poseerla. Entonces A-ya hizo aquello para lo que había sido creada: huyó de Kalona con su velocidad mágica. Kalona la siguió. Su deseo de ella era tan salvaje, que apenas vaciló a la entrada de la cueva por la que A-ya desapareció, y tampoco se fijó en las mujeres ghigua que lo siguieron ni oyó sus cánticos mágicos.
»Kalona atrapó a A-ya en lo más profundo de las entrañas de la tierra. Pero en lugar de gritar y de luchar contra él, esta doncella, la más bella entre todas, lo recibió con los brazos abiertos y con su cuerpo seductor. Sin embargo, en el instante en el que él la penetró, ese suave e invitador cuerpo volvió a transformarse en lo que había sido una vez: en tierra y en el espíritu de la mujer. Sus brazos y sus piernas se convirtieron en el barro que sujetó a Kalona, su espíritu en las arenas movedizas que lo atraparon, y el cántico de las mujeres ghigua, invocando a la madre tierra para sellar la cueva, atrapó a Kalona en el eterno abrazo de A-ya. Y allí sigue aún, sujeto firmemente al pecho de la Tierra.
Yo parpadeé como si acabara de salir a la superficie después de un largo paseo buceando bajo las aguas. Mis ojos de pronto estaban fijos sobre el poema que estaba encima de la cama, junto al cuenco de lavanda.
—Pero ¿y el poema?
—Bueno, el enterramiento de Kalona no fue el final de la historia. Nada más sellar la tumba de Kalona sus hijos, los terribles cuervos del escarnio, comenzaron a cantar con voz humana una canción que prometía que un día él volvería, y describía la horrible venganza que se tomaría sobre los seres humanos y, en particular, sobre las mujeres. Hoy en día los detalles de esa canción que cantaban los cuervos del escarnio se han perdido. Incluso mi abuela no conocía más que algunos trozos de lo que decía, y eso solo porque su abuela le había susurrado algunas palabras. Poca gente quería recordar esa canción. Pensaban que traía mala suerte hablar de semejantes horrores, aunque sí se ha conservado lo suficiente, que ha pasado de madres a hijas, y puedo decirte que hablaba de la tsi sgili, de la tierra sangrante y de cómo la terrible belleza de su padre renacería de nuevo.
La abuela vaciló y Aphrodite y yo miramos horrorizadas el poema. Por fin ella añadió:
—Me temo que el poema de vuestra visión es la canción que cantaban los cuervos del escarnio. Y creo que es una advertencia de que Kalona está a punto de volver.