—¿La letra de tu abuela? —repitió Aphrodite—. ¿Estás segura?
—Absolutamente.
—Pero eso es imposible. Yo misma acabo de escribirlo hace unos minutos.
—Escucha, Darius prácticamente me ha teletransportado aquí, y eso debería ser imposible, pero te aseguro que lo ha hecho.
—No, so friki, porque Star Trek no existe.
—Pues si sabes a qué me refiero con lo del teletransporte, es que tú también eres una friki —contesté yo.
—No, yo solamente cargo con unos amigos lerdos.
—Escucha, estoy absolutamente segura de que esta es la letra de mi abuela, pero espera. Tengo una carta suya en mi habitación. Iré a por ella. Quizá tengas tú razón… —dije yo, que acto seguido alcé las cejas y añadí—: Para variar. Puede que simplemente me recuerde a su letra.
Eché a caminar a toda prisa hacia mi habitación, pero luego, pensándolo mejor, me detuve, le enseñé el papel con el poema a Aphrodite, y le pregunté:
—¿Es esta tu letra de siempre?
Ella me quitó el papel y parpadeó varias veces para enfocar mejor. Vi una expresión de susto atravesar su rostro y supe qué me iba a contestar antes de que hablara.
—¡Vaya, mierda! Desde luego que esta no es mi letra.
—Vuelvo enseguida.
Traté de no darle vueltas a lo que estaba pasando mientras corría por el pasillo hacia mi habitación y abría la puerta. Nala me saludó con su «miauff» de siempre, mostrando su desagrado y su sorpresa por el hecho de que interrumpiera su siesta.
Tardé solo un segundo en recoger la última tarjeta que me había mandado la abuela. La tenía encima de la mesa (una mesa que era mucho más barata que la de la habitación de Aphrodite). La tarjeta tenía por delante una foto de tres monjas con caras severas (¡monjas!). En el pie de foto ponía «La buena noticia es que ellas rezan por ti». Dentro de la tarjeta había otra frase: «La mala noticia es que solo quedan tres». De nuevo volví a echarme a reír sofocadamente, aunque solo durante un momento, mientras corría de vuelta a la habitación de Aphrodite, a pesar de que iba preguntándome si la hermana Mary Angela la encontraría divertida o insultante. Apostaba a que ella también se echaría a reír, así que tomé nota mentalmente de acordarme de preguntarle.
Aphrodite alargaba una mano cuando yo entré en la habitación.
—Vale, déjame que lo compruebe.
Yo le di la tarjeta. Aphrodite la abrió y yo observé con ella la letra de la breve nota de mi abuela. Luego ella sujetó el papel en el que había escrito el poema justo al lado, y las dos observamos alternativamente uno y otro, comparando la escritura de ambos.
—¡Esto es terriblemente extraño! —exclamó Aphrodite, que no dejaba de sacudir la cabeza ante la similitud de la escritura—. Te juro que yo escribí este poema hace cinco minutos, pero desde luego la letra es de tu abuela, no mía.
Aphrodite alzó la cabeza para mirarme. Su rostro estaba ultrapálido en comparación con el horrible color rojo de sus ojos.
—Será mejor que la llames.
—Sí, eso es lo que voy a hacer. Pero primero quiero saber todo lo que recuerdes de esa visión.
—Vale pero ¿te importa que cierre los ojos y me ponga otra vez la toalla en la cara mientras hablamos?
—No, incluso te mojaré la toalla con agua fresca. Y hablando de agua, ¿quieres beber un poco más de esa botella? Tienes un aspecto… bueno, bastante malo.
—No me extraña. Me siento fatal.
Aphrodite se tragó lo que quedaba de la botella de agua Fiji mientras yo volvía a empapar la toalla. La doblé y se la di, y ella se la puso encima de los ojos y se reclinó de nuevo sobre las almohadas. Inmediatamente comenzó a acariciar a Maléfica con la mente ausente y sin darse cuenta siquiera.
—Ojalá supiera de qué va todo esto —dijo ella.
—Creo que yo sí lo sé.
—¿En serio? ¿Es que has interpretado el poema?
—No, no me refería exactamente a eso, sino a que creo que todo esto tiene relación con ese mal presentimiento que hemos tenido Stevie Rae y yo acerca de Neferet. Está tramando algo; algo peor de lo que suele tramar. Y sea lo que sea, creo que el trabajo le ha salido bordado ahora que han asesinado a Loren.
—No me sorprendería que tuvieras razón, pero tengo que advertirte que Neferet no aparecía en mi visión.
—Bueno, explícamela.
—Bien, fue corta y muy clara para lo que suelen ser mis visiones últimamente. Era un bonito día de verano. Había una mujer, aunque no sé quién era, sentada en medio del campo o, mejor dicho, en medio de una pradera o algo así. No demasiado lejos había un pequeño acantilado, y se podía oír el agua de un arroyo o de un río cercano. Sea como sea, la mujer estaba sentada sobre un enorme edredón blanco. Recuerdo que pensé que no era muy inteligente por su parte sacar un edredón blanco y extenderlo así en la pradera, porque se iba a manchar todo de verde.
—No se mancha —dije yo. De nuevo tenía los labios entumecidos y fríos—. Es de algodón, y se lava muy fácilmente.
—Entonces, ¿sabes qué es lo que estoy describiendo?
—Es el edredón de mi abuela.
—Pues entonces debe de ser tu abuela la que sujetaba el poema. No vi su rostro. De hecho, no vi gran cosa de ella. Estaba sentada con las piernas cruzadas, y era como si yo estuviera de pie detrás de ella, asomando la cabeza por encima de su hombro. Solo que, una vez que vi el poema, todo lo demás desapareció de mi visión y solo pude concentrarme en el papel.
—¿Por qué lo copiaste?
Aphrodite se encogió de hombros antes de contestar:
—No lo sé, la verdad. Tenía que hacerlo, no sé porqué. Así que lo escribí mientras lo veía. Luego salí de la visión, vi a Darius, le dije que fuera a buscarte y entonces creo que me desmayé.
—¿Y eso es todo?
—¿Qué más quieres? ¡Copié el maldito poema entero!
—Pero tus visiones suelen ser advertencias acerca de cosas importantes y malas que están a punto de ocurrir. ¿Dónde está aquí el aviso?
—No había ninguno. De hecho, ni siquiera tuve malos presentimientos. Solo vi el poema. La pradera era realmente bonita; para ser el campo, quiero decir. Ya te lo he dicho: era un precioso día de verano. Todo iba de maravilla hasta que salí de la visión y empezaron a dolerme la cabeza y los ojos a rabiar.
—Bueno, ya tengo yo bastante mal presentimiento por las dos —dije yo.
Saqué el móvil del bolso. Miré la hora. Eran casi las tres de la madrugada. ¡Mierda! La abuela estaría profundamente dormida. También me di cuenta de que ese día iba a perderme todas las clases excepto la de teatro, en la que había montado una escena en público con Erik. Estupendo. Solté un profundo suspiro. Yo sabía que la abuela lo comprendería. Solo esperaba que los profesores también lo comprendieran.
La abuela contestó al teléfono nada más sonar el primer timbre.
—¡Oh, Zoeybird! ¡Me alegro tanto de que hayas llamado!
—Abuela, lamento llamarte tan tarde. Sé que a estas horas estás durmiendo, y no me gusta despertarte —dije yo.
—No, u-we-tsi-a-ge-ya, no estaba durmiendo. Me desperté hace horas, después de tener un sueño en el que salías tú, y desde entonces estoy rezando.
El hecho de que me llamara «hija» en cheroqui, como siempre, me hizo sentirme querida y a salvo, y de pronto deseé ardientemente que la granja de lavanda de la abuela no estuviera a las afueras de Tulsa, a una hora y media de camino. Deseé poder ir a verla en ese mismo instante; que me abrazara, que me dijera que todo saldría bien como hacía siempre cuando era niña y me quedaba en su casa, después de que mi madre se casara con el perdedor de mi padrastro y se convirtiera en la versión ultrareligiosa de la esposa perfecta, sumisa y sin cerebro.
Pero yo ya no era una niña pequeña, y la abuela no podía solucionar mis problemas con un abrazo. Me estaba convirtiendo en una alta sacerdotisa, y había gente que dependía de mí. Nyx me había elegido, y yo tenía que aprender a ser fuerte.
—¡Nena! ¿Qué te pasa? ¿Qué ha ocurrido?
—No pasa nada, abuela. Estoy bien —me apresuré a asegurarle. Notaba por su tono de voz que estaba preocupaba, y eso no me gustaba—. Es solo que Aphrodite ha tenido otra visión, y tiene relación contigo.
—¿Otra vez estoy en peligro?
No pude evitar sonreír. Se preocupaba y se alteraba cuando creía que podía pasarme algo malo a mí, pero cuando era ella la que podía estar en peligro, entonces era fuerte y estaba preparada para enfrentarse al mundo entero. ¡Cuánto la quería!
—No, esta vez no lo creo —dije yo.
—Yo tampoco —añadió Aphrodite.
—Aphrodite dice que no estás en peligro. Al menos en este preciso momento.
—Bueno, eso está bien —dijo la abuela como si tal cosa.
—Sí, está pero que muy bien. Pero, abuela, el asunto es que en esta ocasión no comprendemos la visión de Aphrodite. Por lo general, sus visiones suelen ser advertencias de un gran peligro que queda muy claro. Pero esta vez solo te ha visto a ti sujetando un papel en el que había un poema, y enseguida ha sentido la necesidad de copiarlo —expliqué yo. No mencioné que Aphrodite lo había copiado con la letra de mi abuela. Eso habría sonado demasiado raro dentro de una visión ya rara de por sí—. Así que lo copió, pero el poema no tiene ningún sentido ni significa nada para ninguna de las dos.
—Bueno, pues leédmelo. Puede que yo lo conozca.
—Sí, eso es lo que había pensado yo también. Vale, ahí va.
A ciegas, Aphrodite me pasó el papel con el poema. Yo lo cogí y comencé a leer:
Resurgir quiere aquel que desde antaño dormita.
El poder de la tierra deberá sangrar de un rojo sagrado,
para que la marca se haga realidad, tal y como la reina tsi sgili imagina.
Al llegar a esa palabra la abuela me interrumpió.
—Se pronuncia t-si s-gi-li —dijo, haciendo especial énfasis en la última palabra.
Su voz sonó tensa, y hablaba casi en susurros.
—¿Te encuentras bien, abuela?
—Sigue leyendo, u-we-tsi-a-ge-ya —ordenó la abuela, con una voz más parecida ya a la de siempre.
Yo seguí leyendo, y repetí la última línea pronunciando correctamente la palabra:
para que la marca se haga realidad, tal y como la reina tsi sgili imagina.
Cuando él de su lecho de ultratumba sea izado.
Él será libre a través de la mano de los fallecidos.
Terrible belleza, monstruoso panorama.
De nuevo serán regidos,
y ante este oscuro poder se arrodillarán las damas.
Dulce suena la canción de Kalona
mientras masacramos con gélido calor.
La abuela soltó un alarido y gritó.
—¡Oh, el Gran Espíritu nos proteja!
—¡Abuela!, ¿qué significa?
—Primero la tsi sgili, y luego Kalona. Esto es malo, Zoey. Muy, muy malo.
Era tan evidente por su voz que mi abuela tenía miedo, que me estaba asustando.
—¿Qué es una tsi sgili y quién es Kalona?, ¿por qué es tan malo?
—¿Conoce el poema? —preguntó Aphrodite, irguiéndose en la cama y quitándose la toalla de la cara.
Yo noté que sus ojos empezaban a tener un color más normal y que su rostro había recuperado en parte el tono.
—Abuela, ¿te importa si te pongo por el altavoz?
—Por supuesto que no, Zoeybird.
Yo apreté el botón del móvil y me fui a sentar en la cama junto a Aphrodite.
—Muy bien, ahora estás hablando por el altavoz, abuela. Estamos solas yo y Aphrodite.
—Aphrodite y yo —me corrigió la abuela automáticamente.
Yo hice aspavientos.
—Vale, lo siento, abuela, Aphrodite y yo.
—Señora Redbird, ¿conoce usted el poema? —preguntó Aphrodite.
—Preciosa, llámame abuela. Pero no, no lo conozco; no lo había leído nunca antes. Sin embargo he oído hablar de él o, al menos, he oído contar el mito, que ha ido pasando de generación en generación entre mi gente.
—¿Por qué te asusta tanto esa parte acerca de tsi sgili y de Kalona? —pregunté.
—Hay demonios cheroquis; espíritus oscuros de la peor clase —explicó la abuela. Vaciló, y yo pude oír un ruido de fondo, como si estuviera moviendo algo—. Zoey, voy a encender el cuenco de purificación antes de seguir hablando de esas criaturas. Voy a utilizar salvia y lavanda. Abanicaré el humo con la pluma de una paloma mientras hablamos. Zoeybird, te sugiero que hagas lo mismo.
Yo me asusté y me sorprendí mucho. Durante siglos, los cheroquis habían utilizado la purificación en sus rituales sobre todo cuando necesitaban limpiar, purificar o proteger algo. La abuela se purificaba y limpiaba con regularidad; yo había crecido creyendo que era simplemente una forma de hacer honor al Gran Espíritu y de mantener limpio su propio espíritu. Pero jamás en la vida la abuela había sentido la necesidad de purificarse solo por mencionar nada ni a nadie.
—Zoey, deberías hacerlo ya —repitió con dureza la abuela.