20

¡Oh! ¡Dios! ¡Mío! El sonido del timbre me pareció como una alarma contra incendios. Erik se apartó de mí, y toda la clase estalló en aclamaciones y en un coro de «¡Uauuu!» y «¡Caliente, caliente!» al estilo okie. Yo me habría desmayado de no haberme agarrado Erik de la mano.

—Inclínate —dijo él en susurros—. Sonríe.

Yo hice lo que me decía. De alguna manera conseguí inclinarme, y me esforcé por sonreír como si mi mundo no acabara de estallar en pedazos. Mientras los chicos iban saliendo, Erik les habló otra vez con su voz de profesor.

—Muy bien, acordaos de echarle un vistazo a Julio César. Mañana vamos a improvisar a partir de esa obra. Hoy habéis hecho un buen trabajo.

Cuando el último chico salió por la puerta, yo dije:

—Erik, tenemos que hablar.

Él me soltó la mano como si la mía le quemara.

—Será mejor que te marches. No querrás llegar tarde también a tu próxima clase, ¿verdad?

Entonces se dio la vuelta, se dirigió al despacho del profesor de teatro y cerró la puerta con un portazo.

Yo me mordí el labio para evitar romper a llorar y salí de la clase de teatro. El rostro me ardía de pura humillación. ¿Qué demonios acababa de ocurrir? Bueno, al menos sabía una cosa con seguridad, aunque solo fuera una: Erik Night seguía interesado en mí. Aunque quizá su interés se basara más que nada en un profundo deseo de estrangularme. Pero aun así. Al menos no era ni tan maduro, ni tan indiferente, ni tan seguro de sí mismo como pretendía ante mí. Me picaban los labios después de esos besos tan apasionados. Alcé una mano y me rocé suavemente el inferior con un dedo.

Eché a caminar sin mirar a los iniciados que pasaban de camino a sus clases y sin prestar verdadera atención al lugar adonde iba hasta que oí el graznido de un cuervo, posado sobre una de las ramas del árbol que había junto a la acera.

Me estremecí, me detuve bruscamente y alcé la vista hacia el árbol negro. Mientras lo observaba, la noche pareció titubear y venirse abajo como la cera que cae gota a gota de una vela negra. Había algo… algo en lo que fuera que hubiera en ese árbol, que hizo que mis rodillas flojearan y mi estómago se revolviera.

¿Desde cuándo me había convertido en una víctima, en una niña pequeña y asustada?

—¿Quién eres? —le grité a la noche—. ¿Qué es lo que quieres?

Enderecé los hombros: decidí que estaba harta de tanto jugar al escondite con un fantasma como una idiota. Puede que tuviera el corazón roto por Heath y que estuviera confusa por lo de Stark; y puede que no pudiera hacer nada por arreglar el lío que había montado con Erik, pero sí podía hacer algo con respecto a ese asunto. Así que iba a encaminarme a esos árboles y a invocar al viento para que sacudiera lo que fuera que hubiera allí, vigilándome, y así poder darle una patada en el culo. Estaba harta de sentirme extraña y atemorizada y por completo fuera de mí misma y…

Pero antes de que pudiera dar un paso fuera de la acera, Darius pareció materializarse a mi lado. ¡Jolines!, para ser un chico tan grande, sabía moverse increíblemente deprisa y en silencio.

—Zoey, tienes que venir conmigo —dijo él.

—¿Qué pasa?

—Es Aphrodite.

El estómago se me agarrotó de tal modo que creí que iba a vomitar.

—No se estará muriendo, ¿verdad?

—No, pero te necesita. Ahora.

Darius no necesitó decirme nada más. La tensión de su rostro y la tremenda seriedad de su voz lo decían todo. Aphrodite no se estaba muriendo, así que debía de estar teniendo una visión.

—Muy bien, ya voy.

Eché a correr en dirección a la residencia de chicas, tratando de mantener el paso de Darius.

El guerrero se detuvo un instante y me lanzó una mirada tan intensa y penetrante, que sentí como si mi cuerpo quisiera retorcerse.

—¿Confías en mí? —preguntó él bruscamente.

Yo asentí.

—Entonces relájate y confía en que estarás a salvo conmigo.

—Bien.

Yo no tenía ni idea de qué estaba hablando, pero tampoco protesté cuando me agarró de la mano.

—Recuerda, relájate —dijo él.

Abrí la boca para repetirle que me parecía bien (y quizá también poner los ojos en blanco), y entonces, al explotar Darius hacia delante llevándome de algún modo con él, sentí como si me sacaran todo el aire de los pulmones. Era la cosa más extraña que yo había experimentado jamás, lo cual es decir bastante, porque durante el último par de meses había tenido experiencias de lo más estrafalarias. Pero esto era como ir por una de esas pasarelas móviles del aeropuerto, solo que la pasarela era el aura de Darius, y el movimiento era tan rápido que el mundo a nuestro alrededor pareció convertirse en una enorme neblina.

Estuvimos frente a la residencia de las chicas en un par de segundos, y no estoy exagerando.

—¡Maldita sea! ¿Cómo has hecho eso?

Yo jadeaba un poco, y en cuanto él me soltó el brazo comencé a apartarme frenéticamente el pelo de la cara. Era como si acabara de hacer un viaje supersónico en una Harley.

—Los Hijos de Érebo somos poderosos guerreros con grandes habilidades —dijo él enigmáticamente.

—¿En serio?

Yo iba a decir que además hubieran debido de salir en la película El señor de los Anillos, pero al final no quise ser maleducada y me callé.

—Aphrodite está en su habitación —dijo él, medio empujándome escaleras arriba para que entrara en la residencia. Luego me adelantó y me abrió la puerta—. Me dijo que te trajera y que entraras directamente.

—Bueno, y es lo que has hecho —contesté yo por encima del hombro—. ¡Ah!, ¿te importaría ir a buscar a Lenobia y explicarle por qué no voy a clase?

—Por supuesto, sacerdotisa —dijo él.

Y de nuevo volvió a desaparecer. ¡Jolines! Yo me apresuré a entrar en la residencia a pesar de sentirme exhausta. El salón principal estaba vacío: todo el mundo estaba en clase (excepto Aphrodite y yo), así que pude correr escaleras arriba hasta su dormitorio sin tener que responder a un montón de preguntas de chicas excesivamente curiosas. Llamé dos veces a la puerta del dormitorio de Aphrodite antes de abrir.

En la habitación solo había encendida una pequeña vela. Aphrodite estaba sentada sobre la cama con las rodillas dobladas y levantadas hacia el pecho, descansando los codos encima y con la cara enterrada en las manos. Maléfica estaba acurrucada a su lado, hecha una bola de pelo blanco. La gata alzó la vista para mirarme al entrar en la habitación y me gruñó débilmente.

—¡Eh!, ¿te encuentras bien? —pregunté yo.

El cuerpo de Aphrodite se estremeció. Era evidente que le costaba un gran esfuerzo levantar la cabeza y abrir los ojos.

—¡Oh, Dios mío! ¿Qué ha ocurrido?

Corrí a su lado y encendí la lámpara Tiffany que había sobre la mesilla. Maléfica se estiró y comenzó a sisear en tono de advertencia hacia mí, y entonces yo le dije a la bestia:

—Inténtalo, y te tiro por la ventana e invoco a la lluvia para que te empape de arriba abajo.

Maléfica, no pasa nada. Zoey es odiosa, pero no va a hacerme daño —añadió Aphrodite con cansancio.

La gata me gruñó otra vez, pero se calmó y volvió a hacerse un ovillo. Yo me volví hacia Aphrodite. Tenía los ojos completamente inyectados en sangre; tanto, que el blanco de los ojos lo tenía completamente rojo. No rosa e hinchado, como si fuera alérgica al polen y acabara de dar un paseo por el campo. Lo tenía rojo. Rojo sangre. Como si tuviera las cuencas de los ojos llenas de sangre y esa sangre se lo hubiera teñido de rojo.

—Esta sí que ha sido horrorosa —dijo Aphrodite. Su voz sonó horrible, trémula, y su rostro estaba aterradoramente pálido—. ¿P… puedes traerme una botella de agua Fiji de la nevera?

Corrí a la mininevera y saqué la botella de agua. Pero luego decidí pasar por el baño, de donde cogí una toallita con letras bordadas con hilo de oro. (¡Jolines, esa chica era endiabladamente rica!). Rocié rápidamente la toallita con un poco de agua fría antes de volver corriendo a su lado.

—Bebe un poco de esto, y luego cierra los ojos y ponte esto en la cara.

—Tengo un aspecto terrible, ¿verdad?

—Sí.

Aphrodite dio unos cuantos tragos largos de la botella de Fiji como si estuviera muerta de sed, se puso la toalla mojada encima de los ojos y se reclinó hacia atrás contra la montaña de almohadas de diseño, soltando un suspiro. Mientras tanto, Maléfica no dejó de observarme con sus malévolos ojos medio cerrados, como ranuras, a los que yo no hice ni caso.

—¿Te había pasado eso en los ojos antes?

—¿Te refieres a que me dolieran a rabiar?

Yo vacilé antes de decidirme a decirle la verdad. No era propio de Aphrodite evitar los espejos. Antes o después, acabaría por mirarse.

—Me refiero a que se te han puesto de un rojo brillante como la sangre.

Noté la sacudida de su cuerpo, producto del sobresalto. Aphrodite alargó una mano para quitarse la toalla, pero luego se detuvo, se dejó caer de nuevo sobre la cama y relajó los hombros.

—No es de extrañar que Darius se asustara y saliera corriendo a buscarte como si los jodidos sabuesos del infierno lo persiguieran.

—Estoy convencida de que se te pasará. Probablemente deberías mantener los ojos cerrados durante un rato.

Aphrodite suspiró con exageración.

—Me voy a cabrear de verdad como estas condenadas visiones empiecen a ponerme fea.

—Aphrodite —dije yo, tratando de reprimir la risa para que ella no me la notara en la voz—, eres demasiado guapa como para ponerte fea. O, al menos, eso es lo que tú nos has dicho miles de veces.

—Tienes razón. Incluso con los ojos rojos soy mucho más guapa que las demás. Gracias por recordármelo. Eso demuestra hasta qué punto me estresa la chorrada esta de tener visiones, que incluso he llegado a preocuparme por una cosa así.

—Y hablando de la tontuna esta de las visiones, ¿te importaría contarme esta última?

—¿Sabes? No vas a derretirte ni nada por el estilo por decir un par de palabrotas de vez en cuando. ¡Dios mío!, eso de la «tontuna» es increíblemente malo.

—¿Quieres, por favor, ceñirte al asunto?

—Bien. Pero luego no me eches la culpa cuando la gente te diga que eres una cursi y una aburrida. Coge ese trozo de papel de allí, encima de mi mesa. Es un poema. ¿Lo ves?

Yo me acerqué a la carísima mesa tocador. Allí, sobre la brillante madera, yacía una única hoja de papel. La cogí.

—La veo.

—Bien. Pues ahora se supone que tienes que leerla, y espero que entiendas lo que diablos signifique. Yo jamás he comprendido la poesía. Es una mierda muy aburrida.

Aphrodite enfatizó lo de «mierda». Yo no le hice caso. Me concentré en el poema. Nada más echarle el primer vistazo, comencé a sentir un hormigueo en la piel y a notar que se me ponía la carne de gallina en los brazos como si soplara un fuerte viento sobre mí.

—¿Has escrito tú esto?

—¡Sí, seguro, solo me faltaba! Ni siquiera me gustaba el poeta Dr. Seuss cuando era pequeña. ¡Pues claro que no lo he escrito yo!

—No me refería a si lo habías compuesto tú. Me refería a si lo habías escrito tú físicamente en este papel.

—¿Te has vuelto tonta, o qué? Sí, Zoey. Yo he escrito el poema que he visto en mi horrible y dolorosísima visión. Pero no, no lo he compuesto yo. Lo he copiado. ¿Satisfecha?

Yo la observé, reclinada sobre los almohadones en medio de una cama de lujo con dosel, con la toallita bordada con hilo de oro sobre la cara, acariciando con una mano a la horrible gata. No puede evitar sacudir la cabeza llena de irritación. Su aspecto era, al cien por cien, el de una gran diva hija de puta.

—¿Sabes? Podría perfectamente asfixiarte con tu propia almohada y nadie te echaría de menos. Para cuando te encontraran, esa odiosa gata se habría comido toda evidencia del crimen.

Maléfica jamás me comería. Al contrario: te comería a ti si intentaras hacer una tontería. Además, Darius sí que me echaría de menos. Tú lee el poema y dime qué significa.

—Tú eres la chica visionaria. Se supone que eres tú la que sabe lo que significan tus visiones.

Yo dirigí de nuevo la atención hacia el poema. ¿Qué era lo que tenía esa letra que me hacía sentirme tan extraña?

—Exacto, yo tengo la visión. Pero no interpreto. Solo soy el atractivo oráculo. Tú eres la alta sacerdotisa en período de preparación, ¿no te acuerdas? Así que adivínalo tú.

—Muy bien, muy bien. Deja que lo lea en voz alta. A veces oír un poema ayuda a comprenderlo.

—Lo que tú digas. Pero interprétalo.

Yo me aclaré la garganta y comencé la lectura.

Resurgir quiere aquel que desde antaño dormita.

El poder de la tierra deberá sangrar de un rojo sagrado,

para que la marca se haga realidad, tal y como la reina tsi sgili imagina.

Cuando él de su lecho de ultratumba sea izado.

Él será libre a través de la mano de los fallecidos.

Terrible belleza, monstruoso panorama.

De nuevo serán regidos,

y ante este oscuro poder se arrodillarán las damas.

Dulce suena la canción de Kalona

mientras masacramos con gélido calor.

Al terminar hice una pausa, tratando de comprender qué significaba y por qué me asustaba tanto.

—Da miedo, ¿verdad? —dijo Aphrodite—. Quiero decir que, desde luego, no habla de amor y de rosas y de finales felices.

—No, desde luego que no habla de eso. Bueno, vamos a ver. ¿Cuál es el poder de la tierra, y cuándo sangra rojo púrpura?

—No tengo ni la menor idea.

Mmm —musité yo, mordiéndome el carrillo por dentro y reflexionando—. Bueno, la tierra podría parecer que sangra cuando algo es asesinado y su sangre gotea al suelo. Y quizá el poder provenga de eso que muere, sea lo que sea. Como por ejemplo una persona poderosa.

—O un vampiro poderoso. Es como cuando encontré el cuerpo de la profesora Nolan —dijo Aphrodite. La fuerza del recuerdo me hizo olvidar su voz de sabihonda—. En ese momento a mí me pareció como si la tierra estuviera sangrando.

—Sí, tienes razón. Así que puede que tenga que ver con esta reina tsi sgili que muere o que es asesinada, porque sin duda una reina es una persona muy poderosa.

—¿Quién diablos es la reina tsi loquesea?

—Me suena. Parece un nombre cheroqui. Me pregunto si podría…

Interrumpí mis palabras y solté un grito al comprender de pronto porqué la letra me producía esa sensación tan extraña.

—¿Qué? —preguntó Aphrodite al tiempo que se incorporaba en la cama y se retiraba la toallita de la cara para mirarme con los ojos entreabiertos—. ¿Qué pasa?

—La letra —dije yo. De pronto yo tenía los labios tensos y helados—. Es la letra de mi abuela.