Aphrodite me agarró del brazo, tiró de mí hasta ponerme en pie y me arrastró hasta la puerta del Charlie’s Chicken. Yo no dije nada. Darius salió del coche en un nanosegundo, nada más echarnos un vistazo.
—¿Dónde está el peligro? —preguntó él a toda prisa.
Aphrodite sacudió la cabeza.
—No se trata de ningún peligro; Zoey ha vivido un drama con su ex novio. Sácanos de aquí.
Darius soltó una especie de gruñido y volvió al coche. Aphrodite me empujó al asiento de atrás. Yo no supe que estaba llorando hasta que ella, haciendo malabarismos con Maléfica, la gruñona, consiguió pasarme un clínex por encima del asiento.
—Suénate los mocos. Y te advierto que se te está corriendo todo el maquillaje —dijo Aphrodite.
—Gracias —musité yo que, inmediatamente, me soné la nariz.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Darius mientras me echaba un vistazo a través del espejo retrovisor.
—Se pondrá bien. Por lo general estas historias con los ex novios dan asco. Pero lo que acaba de ocurrir ahí dentro es que no es normal, así que da el doble de asco.
—No hables de mí como si no estuviera presente —dije yo, sorbiéndome los mocos y limpiándome los ojos.
—Entonces, ¿te vas a poner bien? —repitió Darius la pregunta, dirigiéndose hacia mí en esa ocasión.
—Si dice que no, ¿darás la vuelta y matarás a ese chico? —preguntó entonces Aphrodite.
Una pequeña carcajada escapó de mis labios. Me sorprendió la broma.
—No quiero que lo mate, así que sí, me voy a poner bien.
—Como tú prefieras, pero yo creo que ese chico se merece la muerte —dijo Aphrodite, al tiempo que se encogía de hombros. Luego se agarró al brazo de Darius y señaló los comercios en hilera a los que nos estábamos acercando—. Cariño, ¿te importaría parar ahí un momento, delante del RadioShack? Se me ha estropeado el iPod Touch, y quiero comprarme otro nuevo.
—¿Te parece bien a ti? —me preguntó a mí Darius.
—Sí. No me vendría mal esperar un rato antes de volver a la escuela. Pero… eh… ¿te importa quedarte en el coche conmigo?
—Por supuesto, sacerdotisa —contestó Darius con una amable sonrisa que vi a través del espejo retrovisor y que me hizo sentirme culpable.
—Vuelvo en dos segundos. Cuidad de Maléfica por mí —dijo Aphrodite, que arrojó la gata en brazos de Darius y después salió prácticamente corriendo hacia el RadioShack.
Tras acomodar confortablemente a la bestia bufadora de Aphrodite, Darius me miró por encima del asiento delantero.
—Si quieres, yo puedo hablar con ese chico.
—No, pero gracias —contesté yo. Volví a sonarme la nariz y a limpiarme las lágrimas de la cara—. Tiene todo el derecho a estar cabreado. Soy yo quien lo fastidió todo.
—Los humanos que se involucran con vampiros pueden ser excesivamente sensibles —dijo Darius que, sin duda, elegía las palabras con mucho cuidado—. Ser el consorte humano de un vampiro, y especialmente de una poderosa alta sacerdotisa, puede ser difícil.
—Yo no soy ni un vampiro, ni una alta sacerdotisa —contesté yo, que estaba abatida por completo—. Solo soy una iniciada.
Darius vaciló: sin duda se preguntaba hasta qué punto debía decirme nada. Una vez que Aphrodite volvió al coche, aferrada a la falsa caja del iPod Touch nuevo, él finalmente habló:
—Zoey, deberías tener siempre presente que una alta sacerdotisa no se hace de la noche a la mañana. Nacen cuando no son más que iniciadas. Sus poderes se forman pronto. Tu poder se está formando, sacerdotisa. Estás lejos de ser una simple iniciada, y jamás lo serás. Así que tus acciones tendrán la capacidad de afectar profundamente a los demás.
—¿Sabes?, acababa de comenzar a manejarme con eso de «Vaya, soy diferente», pero ahora, de repente, siento que me estoy hundiendo.
Aphrodite cogió a Maléfica para llevársela a su regazo y luego se giró para mirarme a los ojos.
—Sí, ser extraespecial no es tan fantástico como te habías imaginado que sería, ¿eh?
Esperaba que me soltara un sarcástico y malévolo «Ya te lo dije», acompañado de una de sus sonrisas socarronas, pero en lugar de ello vi los ojos de Aphrodite llenos de comprensión.
—Te estás portando realmente bien conmigo —dije yo.
—Eso es porque ejerces una mala influencia sobre mí —contestó ella—. Pero mira el lado positivo.
—¿El lado positivo?
—El lado positivo es que casi todo el mundo sigue pensando que soy una bruja del infierno —aclaró Aphrodite, sonriendo llena de felicidad mientras acariciaba a la gata.
—Pues yo creo que eres espectacular —dijo Darius, que alargó una mano para acariciar él también a la gata, que inmediatamente se puso a ronronear.
—Y tienes toda la razón —dijo Aphrodite.
Aphrodite se inclinó hacia Darius y, aplastando a la gata, que no dejó de quejarse, lo besó sonoramente en la mejilla.
Yo hice como que me atragantaba y fingí que vomitaba en mi bola de pañuelo de papel, pero sonreí al ver que Aphrodite me guiñaba un ojo y, sinceramente, me sentí un poquito mejor. Al menos todo había terminado, me dije. Erik me odiaba. Stark estaba muerto y, aunque regresara, yo solo iba a ayudarlo a poner los pies en la tierra de los no muertos. Eso era todo. Así que después de aquel horrible enfrentamiento con Heath, definitivamente había terminado con los asuntos de los novios por una buena temporada.
Naturalmente, llegué tarde a clase de teatro. Con el cambio de horario me habían puesto en una clase de teatro superior, lo cual estaba realmente bien. Yo cursaba teatro II en el instituto South Intermediate High School en el momento de ser marcada, y me gustaba el drama (el que hacíamos en escena, no fuera de escena). Cierto, eso no quería decir que yo fuera una actriz particularmente buena, pero al menos lo intentaba. Por supuesto, al haberme cambiado, la gente de clase era nueva para mí. Así que me quedé en el umbral de la puerta, pensando en dónde sentarme porque, además, de ningún modo quería interrumpir a Erik (¿al profesor Night?) en medio de su lección acerca del teatro de Shakespeare.
—Siéntate en cualquier parte, Zoey —dijo Erik sin mirar siquiera en mi dirección.
Su voz sonó enérgica y profesional, e incluso un poco aburrida. En otras palabras: sonaba exactamente como suena la voz de un profesor. No, no tengo ni idea de cómo sabía que yo estaba al acecho en el pasillo.
Entré rápidamente en la clase y me senté en la primera mesa libre que encontré. Por desgracia, fue en la fila de delante. Asentí en dirección a Becca Adams, que estaba sentada justo a mi derecha. Ella me devolvió el saludo, pero distraída. Era evidente que no podía apartar la vista de Erik. En realidad yo no conocía a Becca muy bien. Era rubia y mona: lo habitual entre las iniciadas de la Casa de la Noche, (donde siempre parecía haber cinco rubias por cada chica «normal»), y acababa de unirse a las Hijas Oscuras. Creía recordar haberla visto por ahí con un par de las antiguas amigas de Aphrodite, pero la verdad era que no tenía de ella ninguna opinión en particular. Aunque, por supuesto, su forma de estirar el cuello para evitarme y contemplar a Erik mientras se le caía la baba no me resultaba precisamente encantadora.
Pero no, me dije. Erik ya no era mi novio. No podía cabrearme cada vez que otra chica lo perseguía. Tenía que hacer caso omiso. Quizá incluso poner empeño en hacerme amiga suya para demostrarle a todo el mundo que había superado lo de Erik. Sí, me…
—¡Hola, Z!
Cole Clifton, el chico superrubio, supermono y superalto que en ese momento salía con Shaunee (lo cual quería decir que también era valiente), me saludó muy animado pero en susurros, interrumpiendo mi cháchara interior.
—Hola —dije yo con una enorme sonrisa.
—¡Ah!, bien, estupendo. Gracias por presentarte voluntaria, Zoey.
—¿Cómo? —pregunté yo sin dejar de parpadear, mirando a Erik.
Su sonrisa era fría. Sus ojos eran de un azul helado.
—Estabas hablando, así que supongo que eso significa que te presentas voluntaria para leer frente a mí en la improvisación de Shakespeare.
Yo tragué saliva.
—¡Ah! Bueno, yo…
Iba a comenzar a rogarle que me permitiera no hacer la endiablada improvisación de Shakespeare que fuera, pero al ver que su fría mirada se convertía en una burla, como si hubiera estado esperando ansiosamente a que yo me acobardara como una completa boba, cambié de opinión. Erik Night no iba ni a ponerme violenta, ni a burlarse de mí durante todo el semestre. Así que me aclaré la garganta, me enderecé en el asiento y contesté:
—Claro, me encanta presentarme voluntaria.
La instantánea expresión de sorpresa que por un segundo abrió inmensamente aquellos preciosos ojos azules me produjo un sentimiento de suficiencia. Pero se evaporó al instante al contestar él:
—Bien. Entonces ven aquí y tráete tu ejemplar a escena.
¡Oh, mierda, mierda, mierda!
—Muy bien —continuó Erik. Él y yo estábamos subidos al escenario frente a la clase—. Tal y como estaba explicando antes de que Zoey llegara tarde y me interrumpiera, la improvisación de Shakespeare es una forma estupenda de ejercitar vuestra habilidad de caracterización. Es poco habitual, sí, porque a Shakespeare no se le suele improvisar. Los actores suelen interpretarlo literalmente al pie de la letra, y por eso precisamente puede ser tan interesante cambiar escenas famosas —dijo Erik, que entonces señaló el corto guión que yo sostenía nerviosamente en mi sudorosa mano—. Ese es el comienzo de la escena entre Otelo y Desdémona…
—¿Estamos interpretando Otelo? —grité yo.
Mi estómago se hizo un nudo de pronto, estaba a punto de vomitar. Era el mismo monólogo de Otelo que Erik me había recitado con los ojos y la voz inundados de amor delante de toda la escuela.
—Sí —contestó él, mirándome a los ojos—. ¿Algún problema?
¡Sí!
—No —mentí yo—. Era solo una pregunta, nada más.
¡Oh, Dios! ¿Iba a obligarme a improvisar una de las escenas de amor de Otelo? Yo no sabía si sentía cada vez más ganas de vomitar porque quería interpretarla o porque no quería interpretarla.
—Bien, entonces, conoces la trama de la obra, ¿verdad?
Yo asentí. Por supuesto que la conocía. Otelo, el moro (alias «el tipo moreno»), se casa con Desdémona (una chica extremadamente pálida). Los dos viven profundamente enamorados hasta que Yago, un tipo asqueroso que está celoso de Otelo, decide montar una farsa para que parezca que Desdémona ha engañado a Otelo. Otelo acaba estrangulando a Desdémona. Hasta matarla.
¡Oh, mierda!
—Bien —repitió Erik—. Así que la escena que estamos improvisando está al final de la obra. Otelo se enfrenta a Desdémona. Empezaremos por leer las frases reales. Os las he copiado en el guión. Cuando te pregunte si has rezado, esa será tu señal para empezar a improvisar. Trata de mantenerte fiel a la trama, pero procura que funcione con un lenguaje actual. ¿De acuerdo?
Por desgracia, yo tuve que contestar con un:
—Sí.
—Muy bien. Comencemos.
Y entonces, tal y como yo lo había visto hacer miles de veces antes, Erik dio un paso y se metió en otro personaje, se convirtió en otra persona. Y lo hizo hasta tal punto, que ni siquiera siguió mirándome mientras recitaba los párrafos de Otelo. Yo noté que había dejado caer el guión y que recitaba de memoria:
¡He ahí la causa! ¡He ahí la causa, alma mía!…
¡Permitidme que no la nombre ante vosotras, castas estrellas…!
¡He ahí la causa…! Sin embargo, no quiero verter su sangre;
ni desgarrar su piel, más blanca que la nieve…
Juro que él cambió físicamente y que yo pude apreciar su increíble talento a pesar de lo nerviosa y lo perturbada que estaba porque sabía que aquella iba a ser una escena pública y muy violenta.
Erik se giró hacia mí y me agarró por los hombros, y yo apenas pude pensar a causa de los fuertes latidos de mi corazón.
… no sé dónde está aquel fuego de Prometeo
que volviera a encender tu luz. Cuando haya arrancado tu rosa,
no podré darle de nuevo tu potencia vital.
Necesariamente habrá de marchitarse. ¡Quiero aspirarla en el tallo!
Y entonces, sorprendiéndome por completo, Erik se inclinó y me besó en los labios. Su beso fue brusco y tierno, apasionado y lleno de ira y de traición, y sin embargo pareció como si no quisiera apartar sus labios de los míos. Me dejó sin aliento, mareada. La cabeza me daba vueltas.
¡Deseaba tanto ser su novia otra vez!
Recuperé el control mientras él terminaba de recitar su párrafo, antes de dar pie al mío:
¡Fuerza es que llore!… Pero son lágrimas crueles…
¡Este dolor es celestial; hiere allí donde ama! ¡Se despierta!
—¿Quién anda ahí?, ¿Otelo?
Yo alcé la vista del papel hacia Erik y parpadeé, fingiendo que había sido el beso lo que me había despertado.
—Sí, Desdémona.
¡Oh, jopé! No podía creer lo que decían las siguientes líneas que tenía que leer. Tragué, y eso hizo que pareciera que estaba sin aliento.
—¿Quieres venir al lecho, mi señor?
—¿Habéis rezado esta noche, Desdémona?
El bello rostro de Erik estaba completamente tenso en ese momento, daba miedo, y juro que no me costó gran cosa aparentar que estaba asustada.
—Sí, mi señor —leí yo las últimas líneas de mi guión a toda prisa.
—Bien. ¡Porque necesitarás tener el alma pura para lo que va a ocurrirte esta noche! —improvisó él, aún con el aspecto del Otelo que se había vuelto loco de celos.
—¿Qué ocurre? No tengo ni idea de qué estás hablando.
Improvisar esa frase no me resultó tan difícil. Me olvidé de la clase y de todos los ojos que nos observaban. Solo veía a Erik en el papel de Otelo, y conocía el miedo y la desolación de Desdémona ante la idea de perderlo.
—¡Pues piénsalo mejor! —dijo él con severidad, con la mandíbula apretada—. Si hay algo de lo que te arrepientas, es el momento de pedir perdón. Porque nada volverá a ser igual para ti después de lo que va a ocurrir esta noche.
Erik me clavaba los dedos en los hombros con tanta fuerza que sabía que iba a dejarme un moratón pero, aun así, no vacilé ni un instante. Seguí mirándolo fijamente a aquellos ojos que conocía tan bien, tratando de encontrar en ellos al Erik al que yo esperaba seguir importándole. El guión se me cayó de las manos entumecidas.
—¡Pero es que yo no sé qué es lo que quieres que te diga! —grité mientras trataba de recordar que yo no era Desdémona.
Ella no había sido culpable de nada.
—¡La verdad! —soltó él enfurecido, con los ojos de un loco—. ¡Quiero que admitas hasta qué punto me traicionaste!
—¡Yo no te he traicionado! —exclamé yo, que sentí cómo comenzaban a escocerme las lágrimas en los ojos—. No te he traicionado en mi corazón. Jamás te he traicionado en mi corazón.
El Otelo de Erik lo borró todo de mi mundo: Heath, Stark, Loren. Estábamos solos él y yo y mi necesidad de hacerle comprender que yo jamás había querido traicionarlo; que seguía sin querer traicionarlo.
—Entonces tu corazón es algo negro y marchito, porque sé positivamente que sí me traicionaste.
Sus manos comenzaron a deslizarse hacia arriba, de mis hombros a mi cuello, y yo supe que él podía sentir mi pulso, latiendo acelerado como un pájaro que no dejara de aletear.
—¡No! ¡Todo lo que hice fue un error! ¡Rompí mi propio corazón, y no solo una vez, sino tres veces!
—Entonces, ¿ibas a romper mi corazón también, junto con el tuyo?
Él cerró la mano alrededor de mi cuello, y yo pude ver que en sus ojos también había lágrimas.
—No, mi señor —dije yo, tratando de mantenerme fiel en parte al papel de Desdémona—. Solo quiero que me perdones y…
—¡Perdonarte! —gritó él, interrumpiéndome—. ¿Y cómo se supone que voy a hacer eso? Yo te amaba, y tú me traicionaste con otro tipo.
Yo sacudí la cabeza al tiempo que decía:
—¡Fue todo una mentira!
—¿Admites que no hiciste otra cosa más que mentirme? —preguntó él, apretándome más el cuello.
Yo jadeé.
—¡No! ¡No es eso lo que he querido decir! Me has malinterpretado. Es lo que había entre él y yo lo que era una mentira. Él era una mentira. Tú tenías razón acerca de él desde el principio.
—Demasiado tarde —dijo él en un tono íntimo—. Te has dado cuenta demasiado tarde.
—No tiene porqué ser demasiado tarde. Perdóname y dame otra oportunidad. No dejes que lo nuestro termine así.
Yo observé diversas emociones cruzar el rostro de Erik. Fácilmente distinguí la ira e incluso el odio, pero también cierta tristeza y quizá, aunque solo quizá, algo que me pareció esperanza, arrinconada calladamente en lo más recóndito del cálido cielo azul de verano de sus ojos.
Pero de pronto la tristeza y la esperanza desaparecieron de su expresión.
—¡No! ¡Te comportaste como una puta, así que ahora vas a recibir el castigo de una puta!
Con una expresión de verdadero loco en los ojos, Erik pareció crecer y crecer hasta asemejarse a una torre ante mí. Se acercó y apartó una de las manos de mi cuello para estrecharme con fuerza contra sí. Con la otra, que era lo suficientemente grande, casi alcanzaba a agarrarme todo el cuello. Nuestros cuerpos estaban pegados el uno al otro mientras él me apretaba la garganta, y yo sentí el salvaje arrebato del candente deseo por él. Sabía que era un error. Sabía que era extraño, pero mi corazón latía con algo más que el puro miedo o los nervios. Lo miré a los ojos, sintiendo el terror de Desdémona junto con mi propia pasión, y supe por la dureza de su cuerpo que él estaba sintiendo exactamente lo mismo. Él era Otelo, estaba loco de celos y de ira; pero también era Erik, el chico que se había enamorado de mí y que se había sentido terriblemente herido al encontrarme con otro.
Tenía el rostro tan cerca del mío, que podía sentir su aliento sobre mi piel. Conocía bien su fragancia, y el hecho de que no me resultara extraña fue lo que me decidió. En lugar de apartarme de él o de continuar con la improvisación, «desmayándome» en sus brazos y fingiendo que estaba muerta, lo estreché con los brazos y lo atraje hacia mí, cruzando la escasa distancia que quedaba entre los dos.
Lo besé con toda mi alma. Puse en aquel beso todo el dolor, toda la pena, la pasión y el amor que sentía por él, y él abrió la boca bajo la mía, correspondiéndome pasión por pasión, dolor por dolor y amor por amor.
Y entonces sonó la estúpida campana.