18

Darius se ofreció voluntario para quedarse en el coche y cuidar de Maléfica mientras Aphrodite y yo salíamos a comer algo, lo cual, según mi parecer, estaba más allá de su deber.

—Es demasiado bueno para ti —le dije yo a Aphrodite.

Charlie’s Chicken estaba abarrotado para la hora que era, y además parecían todos una manada de borregos. Nos abrimos paso entre la manada y finalmente nos pusimos a la cola, detrás de una mujer gorda, con unos dientes horribles, y un tipo calvo al que le olían los pies.

—Claro que es demasiado bueno para mí —dijo Aphrodite.

Yo parpadeé sorprendida y pregunté:

—¿Cómo dices? No es posible que te haya oído bien.

Aphrodite bufó.

—¿Crees que no sé que soy horrible con mis novios? ¡Por favor! Soy egoísta, no estúpida. Darius probablemente se hartará de mi mierda en un par de meses. Le daré la patada justo antes de que él me la de a mí, pero para entonces me lo habré pasado bien.

—¿Y no se te ha ocurrido nunca portarte bien y no ser lo cerda que eres siempre?

Aphrodite me miró a los ojos.

—Pues en realidad he estado pensando en ello precisamente, y puede que reconsidere el asunto y cambie las cosas con Darius —contestó Aphrodite. Hizo una pausa y luego añadió—: Ella me eligió.

—¿Quién?

Maléfica.

—Bueno, sí, ella te eligió. Es tu gata. Igual que Nala me eligió a mí y la gata de Darius lo eligió a él, sea cual sea su nombre… eh…

Nefertiti —dijo Aphrodite.

—Sí, eso, Nefertiti. Nefertiti lo eligió a él. ¿Y qué? Ocurre todo el tiempo. Los gatos eligen a los iniciados o, a veces, a los vampiros. Casi todos los vampiros tienen un gato antes o después y…

Y de pronto me di cuenta de porqué el hecho de que la gata la hubiera elegido había provocado en ella un impacto tan fuerte.

—Eso quiere decir que todavía pertenezco al grupo —dijo Aphrodite en voz baja—. De algún modo, todavía formo parte de ese todo… —Aphrodite hizo una pausa. Hablaba en voz tan baja, que yo tuve que inclinarme para oírla—. Todavía formo parte del grupo de los vampiros. Significa que no soy una completa extraña.

—Tú jamás podrías ser una completa extraña —susurré yo—. Formas parte de las Hijas Oscuras, de la escuela. Y lo más importante de todo, formas parte de Nyx.

—Pero desde que ocurrió esto —Aphrodite se tocó la frente, en la que no tenía ninguna marca que ocultar con maquillaje—, desde entonces, no he sentido realmente que formara parte de nada. Y ahora Maléfica ha cambiado eso.

—Ya.

Yo estaba más que conmovida ante la sinceridad de Aphrodite.

Pero entonces ella se estremeció, se encogió de hombros y, adoptando la actitud de siempre que todos conocemos y que nadie soporta, añadió:

—Bueno, lo que sea. Mi vida aún es un asco. Y después de comerme esta asquerosa mierda grasienta contigo, probablemente estallaré.

—¡Eh!, que un poco de grasa es buena para el pelo y las uñas. Es un poco como la vitamina E —comenté yo, golpeándola hombro con hombro—. Yo pediré por ti.

—¿Puedo pedir algo bajo en calorías?

—¡Por favor! En Charlie’s no tienen nada bajo en calorías.

—Tienen refrescos sin azúcar —dijo ella.

Yo bajé la vista con desprecio hacia su cuerpo perfecto de la talla 38 y dije:

—Para ti no.

Como era un sitio de comida realmente rápida no nos costó mucho pedir, y luego Aphrodite y yo encontramos una mesa medio limpia y empezamos a zamparnos grasientos trozos de pollo frito y de patatas untadas en kétchup. Pero no me interpretéis mal. A pesar de estar engullendo el pollo y las patatas porque teníamos que volver a la escuela y era de mala educación quedarnos mucho tiempo mientras Darius cuidaba de la gata de Aphrodite, yo saboreé cada bocado. Quiero decir que, después de un par de meses de la excelente y nutritiva comida de la cafetería de la Casa de la Noche, mis papilas gustativas necesitaban una dosis de la asquerosamente deliciosa comida mala para la salud. ¡Mmmm! ¡En serio!

—Bueno, pues —dije yo entre bocado y bocado—, he hablado con Stevie Rae.

—Sí, me pareció oír su acento desde la otra sala —contestó Aphrodite, que cogió delicadamente un muslo de pollo y arrugó la nariz al ver que yo le añadía sal a las patatas, ya saladas de por sí—. Vas a hincharte como un pez muerto.

—Si me hincho, me pondré solo sudaderas hasta que lo suelte todo haciendo pis —sonreí yo, sosteniendo en alto un enorme trozo de pollo.

Aphrodite se estremeció.

—Eres grosera. No puedo creer que seamos amigas, lo cual me demuestra que estoy en medio de una crisis personal. Bueno, ¿y qué pasa con Stevie Rae y su zoo de animalitos?

—Pues la verdad es que no hablamos mucho ni de ella, ni de los otros chicos —contesté yo, poco dispuesta a contarle que Stevie Rae admitía no ser la de siempre.

—Entonces, si no hablasteis de los locos, hablaríais de Stark, digo yo.

—Sí, pero nada bueno.

—Bueno, claro. El chico está muerto. O es posible que esté no muerto. Ninguna de las dos cosas es buena. ¿Cuánto tiempo te dijo Stevie Rae que se tardaba en regresar? ¿O es que tenemos que esperar a que apeste y entonces figurarnos que es que no va a volver?

—¡No hables de él así!

—Perdona, se me olvidaba que sentías algo por él. ¿Qué te dijo Stevie Rae?

—Por desgracia, no pudo decirme nada en concreto. Sus recuerdos acerca de todo lo que pasó antes del cambio completo son muy imprecisos. Me aconsejó que robara el cuerpo y esperara a ver si despertaba. Y si despierta, dice que habrá que alimentarlo de inmediato.

—¿Alimentarlo? ¿Te refieres a una hamburguesa con patatas, o a abrirse las venas?

—Me temo que a lo segundo.

—¡Ah, puaj! Ya sé que tú estás muy metida en eso de chupar sangre y todo eso, pero a mí aún me da de todo.

—A mí también me da de todo, pero no se puede negar que es algo muy poderoso —admití yo, incómoda.

Aphrodite me observó durante un buen rato.

—En el libro de sociología pone que se parece mucho al sexo. Incluso que es mejor.

Yo me encogí de hombros.

—Vas a tener que explicarme algo más. Quiero detalles.

—Vale. Sí, es muy parecido al sexo.

—¿Y es bueno? —siguió preguntando Aphrodite con los ojos como platos.

—Sí, pero lo que ocurre por su causa no siempre es bueno —contesté yo. Pensé en Heath, y decidí que había llegado el momento de cambiar de tema de conversación—. De todos modos, tengo que encontrar el modo de hacerme con el cuerpo de Stark, que con toda probabilidad estará solo temporalmente muerto, y esconderlo en algún sitio en el que, en teoría, podamos vigilarlo para ver si se despierta. Y si se despierta, alimentarlo…

—¡Eh!, querrás decir que tú vas a alimentarlo, ¿no? Porque yo no quiero tener nada que ver con ese chico cuando tenga ganas de arrearme un mordisco.

—Sí, eso es lo que quería decir, yo lo alimentaré —convine yo. Cosa que me resultaba más que ligeramente atractiva, aunque no iba a hablar de ese asunto con Aphrodite—. Pero no tengo ni idea de cómo robar su cuerpo ni de dónde esconderlo.

—Bueno, será difícil trasladarlo, sobre todo porque supongo que Neferet no le quitará el ojo de encima.

—Supones bien. O, al menos, eso mismo dice Stevie Rae.

Yo di un largo sorbo de mi burbujeante refresco de cola.

—Creo que lo que tú necesitas es una cámara oculta —dijo ella.

—¿Cómo?

—Ya sabes, una de esas cámaras ocultas que usan las madres ricas para vigilar a sus preciosos bebés cuando se van al club de campo a tomar unos Martinis a las once de la mañana.

—Aphrodite, creo que eres de otro mundo.

—Gracias —contestó ella—. Pero, en serio, la cámara oculta te podría servir en este caso. Yo podría comprar una en RadioShack. A ese chico, Jack, se le da bien la electrónica, ¿no?

—Sí.

—Podría instalártela en la morgue, y tú podrías tener el monitor en tu habitación. ¡Demonios!, si incluso podría comprar una de esas que vienen con un monitor portátil, de modo que podrías llevártelo contigo de un lado para otro.

—¿Lo dices en serio?

—Completamente en serio.

—¡Eso sería excelente! Porque eso de meter a Stark en mi armario me estaba asustando más de lo que te puedas imaginar.

—¡Aj, qué asco! —exclamó Aphrodite, que masticó contenta por un rato y enseguida añadió—: Bueno, ¿y qué más te dijo la paleta?

—Pues la verdad es que hablamos de ti —dije yo con aires de suficiencia.

—¿De mí? —repitió Aphrodite, entrecerrando los ojos.

—Bueno, sinceramente, de ti hablamos muy poco. En realidad hablamos más de que ella podría ocupar la posición de la tierra durante el ritual de purificación de mañana.

—¿Te refieres a que se esconda detrás de mí y a que yo trate de fingir que soy quien invoca a la tierra, cuando en realidad será ella?

—Pues no. No exactamente. Me refiero a que tú des un paso a un lado y dejes que Stevie Rae ocupe tu puesto en el círculo.

—¿Delante de todo el mundo?

—Sí.

—¡Estás de guasa!, ¿no?

—No.

—Pero ella no lo va a hacer, ¿no?

—Sí —afirmé yo, poniendo en ello mucha más confianza de la que sentía.

Aphrodite masticó en silencio durante un rato, y después asintió despacio.

—Está bien, ya lo pillo. Cuentas con que Shekinah te salve el culo.

—Cuento con que nos salve el culo a todos, en realidad. Lo cual te incluye a ti, a Stevie Rae, a los iniciados rojos y a Stark, si es que está no muerto. He pensado que si todo el mundo sabe de su existencia, a Neferet le resultará mucho más difícil utilizarlos para sus malévolos fines.

—Suena a película de serie B.

—Puede que suene a película mala, pero no es un mal plan. Te estoy hablando muy en serio. Y más vale que todos nos lo tomemos en serio. Neferet tiene miedo. Ha tratado de iniciar una guerra contra los humanos, y no creo que se haya dado por vencida. Además —añadí yo, vacilante—, tengo un mal presentimiento.

—¡Mierda! ¿Qué tipo de mal presentimiento?

—Bueno, sinceramente, hasta ahora no he querido hacerle caso, pero tengo un mal presentimiento con relación a Neferet desde que se nos apareció Nyx.

—Zoey, vamos a hablar en serio. Hace meses que tienes un sentimiento negativo hacia Neferet.

Yo sacudí la cabeza.

—No como este. Esto es diferente. Es peor. Y Stevie Rae también ha presentido algo —expliqué yo, que volví a vacilar un momento y por fin añadí—: Y desde que ayer algo saltó sobre mí, le tengo miedo a la noche; me asusta.

—¿La noche?

—Sí, la noche —repetí yo.

—Zoey, somos criaturas de la noche. ¿Cómo puede asustarte la noche?

—¡No lo sé! Yo lo único que sé es que hay algo ahí fuera que me vigila. ¿Qué sientes tú?

—¿Acerca de qué? —preguntó Aphrodite tras soltar un suspiro.

—¡Acerca de la noche o de Neferet o de lo que sea! Tú dime si has notado vibraciones negativas nuevas.

—No lo sé. Últimamente no he estado pensando en vibraciones ni en cosas de esas. He estado ocupada con mis cosas.

Yo mantuve las manos ocupadas con el pollo y las patatas, tratando de evitar que se me escaparan y la estrangulara.

—Bueno, ¿y por qué no te ocupas ahora un ratito de ese asunto? Quiero decir que la cosa tiene cierta importancia —dije yo, sarcástica. Bajé la voz, a pesar de que todo el mundo estaba muy ocupado comiendo, y añadí—: Tú tuviste esas visiones mías en las que me asesinaban. Dos visiones, y al menos en una de ellas Neferet estaba implicada.

—Sí, y eso podría explicar tu «mal presentimiento» acerca de ella —contestó Aphrodite, que no dijo en voz alta las palabras «mal presentimiento», sino que solo las pronunció en silencio—. Y el hecho de que te contara que vi tu muerte podría explicar el miedo.

—Pues a mí me parece que hay algo más, aparte de eso. Durante los últimos dos meses me han pasado muchas cosas, pero no he empezado a tener miedo hasta el otro día. Me refiero a miedo de verdad, a miedo auténtico, a tener ganas de gritar. Yo…

De pronto me interrumpí al oír una risa que me resultó familiar y que me hizo alzar la vista hacia la entrada del comedor. Sentí repentinamente como si me quedara sin aliento, como si alguien me hubiera dado un puñetazo en el estómago.

Él llevaba una bandeja repleta con su plato combinado favorito (el número tres, con patatas fritas extralargas) y un menú infantil. Ya sabes: uno de esos que piden las chicas cuando tienen una cita y quieren aparentar que comen poco, pero luego, cuando llegan a casa, se zampan la nevera entera. La chica que iba con él no llevaba nada, pero le iba metiendo la mano en el bolsillo delantero del pantalón (¡el bolsillo delantero!), tratando en broma de guardarle un fajo de billetes. Yo sé que él tiene muchas cosquillas, y por eso es por lo que, aunque estaba más pálido de lo normal y tenía grandes bolsas oscuras bajo los ojos, se estaba riendo como un bobo mientras ella lo miraba y esbozaba una sonrisa coqueta.

—¿Qué ocurre? —preguntó Aphrodite.

Al ver que yo me quedaba ahí sentada y sin poder articular palabra, Aphrodite se dio la vuelta para ver qué era lo que miraba con la boca abierta.

—¡Eh!, ¿no es ese…?, ¿cómo se llama?, ¿tu antiguo novio humano?

—Heath —dije yo, apenas capaz de susurrar el nombre.

Debería de haber sido absolutamente imposible. Nosotras estábamos en el extremo opuesto del restaurante, y no había forma de que él pudiera oírme. Pero en el momento en el que su nombre salió de mis labios, él alzó la cabeza y sus ojos me encontraron al instante. Vi morir la risa en su rostro. Su cuerpo se estremeció: se estremeció literalmente, como si verme por primera vez le causara una sacudida de dolor que necesariamente tuviera que traspasarle. La chica que iba a su lado dejó de juguetear con su bolsillo. Siguió la dirección en la que él miraba, me vio, y abrió inmensamente los ojos. Heath apartó rápidamente la vista de mí para mirarla a ella, y yo vi, más que oírle cómo le decía:

—Tengo que hablar con ella.

La chica asintió con solemnidad, le cogió la bandeja y se marchó a la mesa más alejada de la mía que pudo encontrar. Entonces Heath caminó lentamente hacia mí.

—Hola, Zoey —dijo con una voz tan tensa que más bien parecía un extraño.

—Hola —contesté yo.

Mis labios parecieron quedarse helados, y el rostro parecía arderme y quedárseme helado al mismo tiempo.

—Entonces ¿estás bien? ¿No estás herida ni nada de eso? —preguntó con una serena intensidad que le hizo parecer mucho más mayor de dieciocho años.

—Estoy bien —conseguí decir yo.

Él resopló con fuerza como si llevara días conteniendo el aliento, apartó la vista de mí y se quedó mirando en la distancia, como si no pudiera soportar verme. Pero enseguida pareció controlarse y se giró de nuevo hacia mí.

—La otra noche ocurrió algo… —comenzó a decir, pero entonces se interrumpió y apartó la vista de mí para mirar significativamente a Aphrodite.

—¡Ah, eh, Heath, esta es mi… eh… mi amiga de… de… eh… de la Casa de la Noche, Aphrodite! —tartamudeé yo, que apenas era capaz de hablar.

Heath apartó la vista de Aphrodite y me miró inquisitivamente.

Al ver que yo no decía nada, Aphrodite suspiró y, con su habitual tono sarcástico y de suficiencia, dijo:

—Lo que Zoey quiere decir es que sí, que puedes hablar de la conexión y de ese tipo de cosas delante de mí. —Aphrodite hizo una pausa y me miró, alzando las cejas. Entonces, al ver que yo seguía sin decir nada, soltó—: Él puede hablar delante de mí, ¿no es así, Zoey? —Pero yo seguía sin poder pronunciar palabra, así que ella se encogió de hombros y añadió—: A menos que quieras hablar con él a solas. Por mí no hay problema. Te espero en el coche…

—¡No! Puedes quedarte. Heath, puedes hablar delante de Aphrodite —dije yo, que al fin logré romper el nudo de palabras que el dolor había formado en mi garganta.

Heath asintió y apartó rápidamente la vista de mí, pero a mí me dio tiempo a ver antes un destello de dolor y de desilusión nublar sus ojos marrones.

Vale, yo sabía que él quería hablar a solas conmigo.

Pero no podía consentirlo. No podía quedarme a solas con él y sus sentimientos heridos. Aún no. No tan pronto, después de haber perdido a Loren, a Erik y a Stark. No habría podido soportar oírle decirme cuánto me odiaba y cuánto sentía el hecho de haber salido conmigo. Pero él no me diría nada de eso delante de Aphrodite. Yo conocía a Heath. Sí, él rompería conmigo, pero (a diferencia de Erik), no me insultaría en público ni provocaría ninguna escena. Porque su madre y su padre lo habían educado bien. Era un caballero de la cabeza a los pies, y siempre lo sería.

Cuando volvió la vista hacia mí, su expresión estaba cuidadosamente en blanco.

—Está bien. Como te iba diciendo, la otra noche ocurrió algo. Creo que la conexión entre nosotros se ha roto.

Yo conseguí asentir.

—Entonces ¿se ha roto de verdad?

—Sí. De verdad.

—¿Cómo? —preguntó él.

Yo respiré hondo y contesté:

—Se rompió cuando establecí una conexión con otra persona.

Él había estado inclinando la cabeza ligeramente hacia abajo, hacia mí, pero al comenzar a hablar yo, la alzó como si le hubiera dado una bofetada.

—¿Estuviste con otro humano?

—¡No!

Heath apretó la mandíbula y la soltó para decir:

—Entonces, ¿estuviste con ese iniciado del que me hablaste?, ¿ese tal Erik?

—No —negué yo en voz baja.

En esa ocasión él no apartó la vista. Tampoco hizo ningún esfuerzo por ocultar el dolor que había en sus ojos y en su voz.

—¿Hay alguien más? ¿Alguien aparte de ese chico del que me hablaste?

Yo abrí la boca para decirle que había habido alguien más, pero que ya no lo había y que todo había sido un tremendo error, pero él no me dejó hablar.

—Lo hiciste con él.

Heath no lo había dicho en tono de pregunta, pero aun así yo asentí. En realidad él ya lo sabía; tenía que saberlo. Nuestra conexión había sido fuerte, y aunque él no hubiera adivinado exactamente lo que sucedía entre Loren y yo, tenía que figurarse que se trataba de algo lo suficientemente importante como para romper el lazo que nos unía.

—¿Cómo has podido, Zo? ¿Cómo has podido hacerme esto? ¿Cómo has podido hacérnoslo a los dos?

—Lo siento, Heath. No pretendía hacerte daño. Solo…

—¡No! —negó él, levantando la mano como si con ese gesto pudiera parar mis palabras—. Eso de «No pretendía hacerte daño» es una tontería. Te quiero desde que estábamos en el colegio. El hecho de que estés con otro me hace daño. Es imposible que no me lo haga.

—Tú estás con otra esta noche.

Las frías palabras de Aphrodite parecieron cortar el aire entre los tres.

Heath se giró hacia ella en redondo con los ojos soltando chispas.

—He dejado que una amiga me convenciera para salir de casa por primera vez después de muchos días. Una amiga —repitió Heath. Entonces se volvió hacia mí y yo me di cuenta otra vez de lo pálido que estaba y de lo enfermizo que parecía—. Es Casey Young. ¿Te acuerdas de ella? Antes era amiga tuya también.

Yo miré hacia la mesa en la que Casey estaba sentada sola. Parecía muy incómoda. No me había dado cuenta de que era ella al verlos entrar en el comedor, pero de pronto reconocí su espeso cabello castaño, sus preciosos ojos del color de la miel y su rostro lleno de pecas. Heath tenía razón: ella había sido amiga mía. No tan amiga como Kayla, pero sí habíamos salido juntas alguna vez. Heath la había tratado siempre como a una hermanita pequeña. Ella estaba loca por él, pero yo jamás había sentido por su parte malas vibraciones del tipo «Voy a robarte a tu novio», como las que había sentido tantas veces con mi supuesta mejor amiga, Kayla. Casey vio que la miraba y, vacilante, alzó una mano y me saludó con tristeza. Yo le devolví el saludo.

—¿Sabes qué le ocurre a un humano cuando se rompe la conexión?

Las palabras de Heath reclamaron de nuevo mi atención. Él no se mostraba ya ni desapasionado, ni triste. Su voz sonaba dura: como si estuviera desgarrando cada palabra de su propia alma.

—Le… le produce dolor —dije yo.

—¿Dolor? Eso es un eufemismo. Zoey. Al principio creí que habías muerto. Y deseé morir yo también. Creo que parte de mí murió en ese momento.

—Heath. —Susurré su nombre totalmente horrorizada por lo que le había hecho—. Lo siento tanto…

Pero él no había terminado de hablar.

—Pero luego comprendí que no estabas muerta, porque pude sentir parte de lo que te estaba ocurriendo a ti —continuó Heath, haciendo una mueca—. Sentí algo de lo que él te hizo sentir. Y luego ya no supe nada más, excepto que mi alma tenía un agujero en el lugar en el que habías estado tú. Aún siento como si me faltara una parte. Una parte muy grande. Y me duele todo el tiempo. Todos los días —dijo Heath, que cerró los ojos para tratar de olvidar el dolor y sacudió la cabeza—. Ni siquiera me llamaste por teléfono.

—Quería llamarte —me defendí yo, a la desesperada.

—¡Ah, bueno, espera! Esta mañana me has puesto un mensaje de texto. Muchas gracias por el detalle —añadió él, sarcástico.

—Heath, yo quería hablar contigo, pero… sencillamente no pude. Estaba…

Entonces hice una pausa para buscar el modo de explicarle lo de Loren en pocas palabras. Pero no había modo de explicárselo. No así. No allí. Así que, en lugar de tratar de explicarme, solo dije:

—Cometí un error, lo siento.

Él volvió a sacudir la cabeza.

—No basta con decir lo siento, Zo. Esta vez no. No con algo así. ¿Te acuerdas de que tú siempre me decías que yo solo te quería y te deseaba a causa de la conexión?

—Sí.

Me preparé para escuchar la verdad: que él jamás me había querido ni me había deseado en realidad, y que se alegraba de haberse librado de mí y de mi dolorosa conexión.

—Cada vez que tú me decías eso, yo te decía que te equivocabas. Y sigues estando equivocada. Me enamoré de ti cuando estaba en tercero. Te quiero desde entonces. Te quiero y te deseo ahora, y probablemente te querré siempre —confesó Heath con los ojos brillantes, llenos de lágrimas—. Pero no quiero volver a verte nunca más. Amarte es demasiado doloroso, Zoey.

Heath volvió lentamente hacia la mesa de Casey. Al llegar a su lado ella le dijo algo en una voz tan baja, que yo no pude oírlo. Él asintió, Casey entrelazó el brazo con el de él y, sin volver la vista hacia mí, los dos salieron, dejando la bandeja de comida sin tocar encima de la mesa. Y de ese modo Heath desapareció de mi vida.