Una cascada de molestas risitas sofocadas interrumpió nuestro gran abrazo. Evidentemente, todas eran de Aphrodite y todas fluían desde la sala donde viven los gatos, al otro lado del pasillo, hasta nosotras. Stevie Rae y yo pusimos los ojos en blanco al mismo tiempo.
—¿Qué es lo que has dicho que estaba haciendo Aphrodite allí, y con quién?
Yo suspiré antes de contestar:
—Solo nos dejan abandonar el campus por parejas si salimos escoltadas por un Hijo de Érebo, así que es un guerrero y se llama Darius…
—Pues debe de estar bueno, cuando Aphrodite monta todo ese escándalo por él.
—Sí, está bien bueno. Pero, de todos modos, Darius dijo que nos escoltaría a las dos, solo que Aphrodite me prometió que lo mantendría ocupado para que tú y yo pudiéramos hablar.
—Sin duda es un trabajo muy duro para ella —comentó Stevie Rae con sarcasmo.
—Por favor… todos sabemos que a veces la chica es un poco desagradable —dije yo.
—¿Un poco?
—Estoy tratando de ser amable.
—¡Ah!, vale. Bien. Entonces yo también seré amable. Así que está tratando de mantener ocupado a ese guerrero buenorro para que tú y yo podamos hablar.
—Sí, y…
La hermana Mary Angela dio dos golpes más en la ventana que separaba la tienda de la oficina, y Stevie Rae y yo volvimos la vista.
—¡Menos charla y más trabajo! —gritó la hermana con una voz lo suficientemente alta como para que la oyéramos a través del cristal.
Stevie Rae y yo asentimos deprisa y corriendo como si la monja nos tuviera aterradas. (¿Y quién no tiene miedo de las monjas?).
—Tú ve sacando todos los ratoncitos grises y rosas de lunares de la caja, los que están rellenos de menta, y me los vas pasando. Yo los iré inventariando en el ordenador —dije yo, alzando el extraño aparato en forma de pistola que me había enseñado a manejar la monja—. Hablaremos mientras cuento los juguetes.
—¡Mola! —contestó Stevie Rae, que enseguida se puso a rebuscar por la enorme caja de cartón marrón.
—Bueno, ¿y qué me contabas de no sé qué noticia? —pregunté yo, disparándole al ratón que me había dado Stevie Rae como si fuera la ganadora del premio al tiro de una de esas ferias antiguas.
—¡Ah, sí! ¡No te lo vas a creer! ¡Kenny Chesney va a venir a dar un concierto al nuevo auditorio BOK Arena!
Yo la miré sin decir nada. Y seguí mirándola un rato. Y otro rato más. Sin pronunciar palabra.
—¿Qué? Ya sabes que me encanta Kenny Chesney.
—Stevie Rae —dije yo al fin—, con todo lo que se está cociendo, no sé cómo es que tienes tiempo para obsesionarte con ese músico country hortera.
—Retira eso, Z. Kenny Chesney no es ningún hortera.
—Bien. Lo retiro. Tú eres la hortera.
—Vale —accedió Stevie Rae—, pero cuando descubra el modo de acceder a Internet desde los túneles para conseguir entradas por la red, no me pidas una.
Yo sacudí la cabeza.
—¿Ordenadores?, ¿abajo, en los túneles?
—¿Monjas?, ¿en Street Cats? —contraatacó ella.
Yo respiré hondo.
—Está bien, ya lo he captado. Ahora mismo las cosas están un poco raras. Comencemos otra vez. ¿Qué tal has estado? Te he echado de menos.
Inmediatamente Stevie Rae dejó de fruncir el ceño y esbozó una sonrisa. Se le formaron hoyuelos.
—He estado bien. ¿Y tú? ¡Ah, y te he echado de menos una barbaridad!
—Yo he estado muy confusa y estresada —dije yo—. Pásame unos pocos muñequitos de esos morados con plumas. Creo que ya hemos terminado con los ratones de lunares grises y rosas.
—Bueno, hay muchos morados con plumas, así que tenemos para rato —contestó Stevie Rae, que comenzó a pasarme las figuritas grandes de aspecto friki (sin lugar a dudas, no sería de esos de los que le llevaría a Nala; lo más probable es que la gata lo lanzara volando por los aires como si fuera un pez globo)—. Bueno, y, ¿a qué clase de confusión y de estrés te refieres? ¿A los de siempre, o a uno de un tipo nuevo y mejorado?
—A uno nuevo y mejorado, por supuesto —contesté yo. Alce la vista y nos miramos a los ojos, y entonces yo añadí en voz muy baja—: Anoche murió en mis brazos un iniciado que se llamaba Stark.
Hice una pausa. Stevie Rae se estremeció como si lo que yo acababa de decirle le hubiera hecho daño. Pero yo continué:
—¿Tienes idea de si va a volver?
Stevie Rae se quedó callada durante un rato, y yo le concedí un tiempo para que se calmara mientras iba tendiéndome los juguetes. Finalmente ella alzó la vista y me miró otra vez a los ojos.
—Ojalá pudiera decirte que va a volver, que se va a poner bien. Pero, sencillamente, no lo sé.
—¿Cuánto se tarda en saber?
Ella sacudió la cabeza. Parecía sentirse realmente frustrada.
—¡No lo sé! No puedo recordarlo. Por aquel entonces los días no significaban absolutamente nada para mí.
—¿De qué te acuerdas? —pregunté yo con amabilidad.
—Recuerdo que caminaba y que tenía mucha hambre. ¡Tenía tanta hambre, Zoey! Era terrible. Necesitaba sangre. Ella estaba ahí, y me la daba —dijo Stevie Rae con una mueca al recordar—. La suya. Cuando me desperté, lo primero que hice fue beber de su sangre.
—¿La de Neferet? —susurré yo.
Stevie Rae asintió.
—¿Dónde estabas?
—En esa horrible sala, en la morgue. Ya sabes, está a un lado de la escuela, junto al muro sur y los pinos. Tiene la cosa esa para la cremación.
Yo me estremecí. Sabía lo de la cosa de la cremación. Todos los chicos lo sabían. Era allí supuestamente donde había desaparecido el cuerpo de Stevie Rae.
—Y luego, ¿qué pasó? Quiero decir después de beber.
—Me llevó a los túneles junto con el resto de chicos. Solía ir a visitarnos mucho. A veces incluso nos llevaba a mendigos de la calle para que nos los comiéramos.
Stevie Rae apartó la vista, pero antes de hacerlo yo pude captar el dolor y la culpabilidad en la expresión de sus ojos. La suya era un alma tan dulce y cándida, era tan buena chica, que recordar cómo había perdido su humanidad le resultaba terrible.
—Para mí es muy duro recordarlo, Zoey. Y más duro aún tener que hablar de ello.
—Lo sé, y lo siento, pero esto es importante. Tengo que saber qué va a ocurrir si Stark vuelve.
Stevie Rae me miró directamente a los ojos, y de pronto su voz fue la de una extraña.
—¡No sé qué va a ocurrir! A veces ni siquiera sé qué me va a ocurrir a mí.
—Pero ahora tú eres diferente. Tú has cambiado.
Su expresión mudó, y de pronto vi ira en los ojos de Stevie Rae.
—Sí, he cambiado, pero ese cambio no es tan sencillo como el que les ocurre a los vampiros normales y corrientes. Yo aún tengo que elegir ser humana, y a veces esa elección no es tan fácil como tú te crees, como elegir entre blanco y negro —dijo Stevie Rae, cuya mirada se hizo más penetrante—. ¿Has dicho que ese chico se llamaba Stark? No recuerdo a nadie en la escuela con ese nombre.
—Era nuevo. Acababan de trasladarlo de la Casa de la Noche de Chicago.
—¿Y cómo era antes de morir?
—Stark era un buen chico —dije yo automáticamente.
Pero de inmediato hice una pausa y comprendí que en realidad no sabía qué clase de chico era. Y por primera vez me pregunté si la atracción que sentía hacia él no habría teñido la imagen que me había hecho de él. Stark había admitido que había matado a su mentor; ¿cómo había podido pasar por alto algo así?
—Zoey, ¿qué ocurre?
—Él comenzaba a gustarme. A gustarme en serio, pero no lo conocía muy bien —expliqué yo al fin.
De pronto me sentía reacia a contarle a Stevie Rae todo lo que sabía de Stark.
La expresión de su rostro se suavizó, y una vez más volvió a parecer mi amiga del alma de siempre.
—Si ese chico te importa, tendrás que ir a la morgue y sacarlo de allí. Escóndelo en alguna parte durante unos cuantos días, y espera a ver si revive. Y si revive, probablemente cuando vuelva en sí estará hambriento y se volverá un poco loco. Y tendrás que darle de comer, Zoey.
Yo me pasé una mano trémula por la frente y me aparté el pelo de la cara.
—Vale… vale… ya veré cómo lo hago. Tendré que inventarme algo.
—Si se despierta, llévamelo a mí. Puede quedarse con nosotros —se ofreció Stevie Rae.
—Vale —repetí yo, que me sentía por completo abrumada—. Es que ahora mismo están pasando tantas cosas en la Casa de la Noche… Está muy distinta de antes.
—¿Distinta, en qué sentido? Cuéntame. Quizá se me ocurra a mí algo.
—Bueno, para empezar, de pronto se ha presentado Shekinah.
—Ese nombre me resulta familiar. Es una mujer importante o algo así, ¿no?
—Sí, es una mujer muy importante, es la líder de todas las altas sacerdotisas. Y le echó una buena bronca a Neferet delante de todo el Consejo.
—¡Jopé!, ojalá hubiera estado allí.
—Sí, fue estupendo, pero también daba miedo. Quiero decir que si Shekinah tiene el suficiente poder como para poner a Neferet en su sitio… pues imagínate si no da miedo.
Stevie Rae asintió.
—Bueno, y, ¿qué dijo Shekinah?
—Ya sabes que Neferet había cerrado la escuela y que incluso había suspendido las vacaciones de invierno y había obligado a todo el mundo a volver.
—Sí —contestó Stevie Rae, asintiendo otra vez.
—Shekinah la ha vuelto a abrir —dije yo. Luego me incliné hacia Stevie Rae y bajé la voz otro poco más, a pesar de que era solo un susurro, antes de continuar—: Y ha desconvocado la guerra.
—¡Aaaaaah! Eso ha tenido que enfadar mucho a Neferet —susurró Stevie Rae.
—Muchísimo. Shekinah es maja, o al menos lo parece pero ¿comprendes ahora por qué te decía que da miedo?
—Sí, pero también puede que ahora tengas a alguien de tu parte y con más poder que Neferet. Para empezar ha detenido la guerra, y eso es bueno.
—Es bueno, pero además Shekinah quiere celebrar un ritual de purificación para toda la escuela. Seré yo quien lo realice. Yo con todo mi grupo de iniciados cargaditos de dones. Ya sabes: las gemelas, el agua y el fuego; Damien, que es el señor Aire; y, para terminar, Aphrodite, que representa a la tierra, por supuesto.
—¡Oh, oh! —exclamó Stevie Rae—. Mmm… Z, ¿Aphrodite sigue teniendo afinidad con la tierra?
—Absolutamente ninguna —contesté yo.
—¿Pero puede fingirla?
—No, en absoluto.
—¿Lo ha intentado?
—Sí. La vela verde salió pitando de su mano. No es que no tenga afinidad con la tierra, es que prácticamente la repele.
—Eso es un problema —convino Stevie Rae.
—Sí. Y estoy convencida de que Neferet retorcerá el problema de tal modo que dirá que ha ocurrido porque hay algo malo en mí. O peor aún, dirá que hay algo malo en Aphrodite, en Damien y en las gemelas.
—¡Jopé!, ahora sí que la hemos hecho buena. Ojalá pudiera ayudar —dijo Stevie Rae. De pronto su rostro se iluminó—. ¡Eh! ¡A lo mejor puedo! ¿Y si me cuelo en el ritual y me escondo detrás de Aphrodite? Apuesto a que si te concentras en mí cuando invoques a la tierra, y yo me concentro en la tierra, la vela se encenderá y todo parecerá prácticamente normal.
Yo abrí la boca para darle las gracias y rechazar el ofrecimiento, todo al mismo tiempo: sería la mar de fácil que la pillaran y que todo el mundo la descubriera. Pero de pronto cerré la boca. Porque, exactamente, ¿qué tenía de malo el hecho de que la descubrieran? No el hecho de que la descubrieran colándose y escondiéndose para formar parte del ritual, sino simplemente el hecho de que descubrieran su existencia. Un presentimiento cálido y ya familiar en mi interior me dijo que, (para variar), quizá acabara de dar con el camino correcto.
—Puede que algo así funcionara.
—¿En serio?, ¿quieres que me esconda? ¡Guay! Tú dime cuándo y dónde.
—¿Y si no te escondes? ¿Y si en lugar de eso sales del armario?
—Zoey, yo quiero mucho a Damien y todo eso, pero no soy gay. Quiero decir que aunque no he tenido novio oficial en mucho tiempo, todavía más o menos me excito y me entran hormigueos cuando pienso en lo mono que era Drew Partain. ¿Te acuerdas de cuánto le gustaba yo antes de morirme y volverme loca?
—Vale, lo primero: sí, recuerdo cuánto le gustabas a Drew. Lo segundo: ya no estás ni muerta ni loca, así que probablemente le sigues gustando. Es decir, le gustarías si supiera que sigues viva. Lo cual me lleva al tercer punto: cuando digo que podrías salir, no me refiero exactamente a salir del armario, sino a salir a la luz tal y como eres.
Entonces hice un gesto hacia los tatuajes coloreados en rojo de su rostro, que ella ocultaba cuidadosamente antes de salir a la calle.
Stevie Rae abrió la boca y se quedó mirándome un rato, con aspecto de estar verdaderamente sorprendida. Cuando por fin habló, casi se atraganta.
—¡Pero nadie debe saber nada acerca de mí!
—¿Por qué no? —pregunté yo con calma.
—Porque si me descubrieran, descubrirían al resto de chicos.
—¿Y?
—¡Y eso sería horrible! —dijo ella.
—¿Por qué?
—Zoey, ya te lo he dicho antes: no son iniciados normales.
—Stevie Rae, ¿y qué importa eso?
Ella me miró y parpadeó incrédula.
—Tú no comprendes. No son normales, y yo tampoco soy normal.
Yo me quedé mirándola durante un rato largo, reflexionando sobre lo que sabía acerca de Stevie Rae: que había recuperado su humanidad pero que, a pesar de ello, según sospechaba yo a medias aunque no quería admitirlo, seguía teniendo rincones oscuros en su interior que yo no podía comprender.
Sabía que tenía que tomar una decisión. O confiaba en Stevie Rae, o no confiaba en ella. Y cuando se me planteó la decisión en esos términos, me resultó realmente fácil elegir.
—Sé que tú no eres exactamente la misma de antes, pero yo confío en ti. Creo en tu humanidad, y siempre creeré en ti.
Stevie Rae pareció a punto de echarse a llorar.
—¿Estás segura?
—Por completo.
Ella respiró hondo y dijo:
—Bien, entonces, ¿cuál es el plan?
—Bueno, no lo he pensado a fondo, pero a mí me parece que los vampiros y el resto de los iniciados deberían saber de ti y de los otros chicos, sobre todo ahora que ha muerto otro iniciado. No sabemos todo lo que nos gustaría saber acerca de ti, pero estamos bastante seguros de que Neferet os creó de algún modo o, al menos, abrió algún tipo de extraña puerta de manera que pudierais ser creados, ¿no es eso?
—Eso creo yo. La verdad es que todavía me preocupa el hecho de que ella pueda controlar a los chicos o, al menos, influir sobre ellos, a pesar de que ahora ellos estén distintos y de que ella nos haya dejado solos.
—Pero entonces, ¿no te parece que no tiene ningún sentido que Neferet sea la única vampira adulta que conozca vuestra existencia? Sobre todo cuando es posible que mantenga todavía cierto tipo de control sobre vosotros, y más aún ahora, que puede que haya otro iniciado rojo a punto de despertar —dije yo. Y de pronto se me ocurrió otra idea—. Stark tenía un don especial. Jamás erraba cuando apuntaba con el arco y la flecha. Me refiero a nunca jamás.
—Sin duda ella quería utilizar ese don —aseguró Stevie Rae—. Antes de que ocurriera mi cambio, no me cabe duda de que utilizaba a los otros o, al menos, lo intentaba —dijo mi amiga, encogiéndose de hombros con un gesto de arrepentimiento—. Lamento de veras no poder acordarme de nada de lo que ocurrió antes del cambio, y el resto de los chicos dicen que tampoco tienen memoria de esa época. Solo puedo imaginarme lo que sucedió.
—Bueno pero, por lo poco que vi, era evidente que Neferet no estaba haciendo nada bueno.
—Lo cual no es ninguna sorpresa, Z.
—Lo sé. Y eso nos lleva de vuelta al tema de que otros vampiros sepan de vuestra existencia. Si salís a la luz, es evidente que a Neferet le costará trabajo utilizaros para sus propios e insólitos planes de hacerse dueña del mundo.
—¿Tiene un plan para eso?
—No lo sé, pero a mí me da que algo planea, ¿no crees?
—Cierto —confirmó Stevie Rae.
—¿Y bien?, ¿tú qué dices?
Stevie Rae se quedó callada durante un rato, y yo cerré la boca y la dejé pensar. Aquel asunto era gordo. Por lo que cualquiera de las dos sabíamos, Stevie Rae y los iniciados rojos eran un tipo de criaturas que no habían existido nunca antes. Si Stark no se moría, si se despertaba como iniciado rojo, Stevie Rae sería la primera de un nuevo tipo de vampiros, y ser la primera de algo era una gran responsabilidad. Eso lo sabía yo muy bien.
—Puede que tengas razón —dijo Stevie Rae al fin con una voz solo un poco más alta que un susurro—. Pero tengo miedo. ¿Y si los vampiros normales piensan que somos unos monstruos?
—No sois monstruos —negué yo con mucha más convicción de la que sentía en realidad—. No voy a permitir que te ocurra nada ni a ti, ni a los demás.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo. Además, es el momento ideal. Shekinah es mucho más poderosa que Neferet, y tenemos una tonelada de guerreros Hijos de Érebo en la escuela.
—¿Y en qué me beneficia eso a mí?
—Si Neferet pierde la cabeza, ellos podrán manejarla.
—Zoey, no quiero que utilices esto como una excusa para atacar abiertamente a Neferet —advirtió Stevie Rae, que de pronto se puso pálida.
Sus palabras me produjeron un fuerte sobresalto.
—¡No es eso! —me defendí yo con un tono de voz demasiado alto, y luego continué, bajando la voz—: Yo jamás te usaría así.
—No pretendía decir que hubieras planeado todo esto a propósito para atacar a Neferet. Solo digo que no creo que sea inteligente por tu parte, ni por parte de nadie en realidad, ponerte en su contra abiertamente. Y no creo que el hecho de que Shekinah o los Hijos de Érebo estén aquí sea tan importante. Ocurre algo extraño con Neferet; algo más, aparte de su locura normal de siempre. Lo presiento muy dentro de mí. No puedo recordar lo que sé, pero ella es peligrosa. Realmente peligrosa. Algo muy básico ha cambiado en su interior, y ese cambio no es bueno.
—Ojalá pudieras recordar lo que te ocurrió —dije yo.
Stevie Rae hizo una mueca.
—Sí, a veces yo también lo deseo. Otras, en cambio, me alegro muchísimo de no recordar nada. Lo que me ocurrió no fue nada bueno, Zoey.
—Lo sé —dije yo solemnemente.
Contamos juguetes en silencio durante un rato, perdidas las dos en pensamientos acerca de la muerte y la oscuridad. Yo no podía dejar de pensar en lo horrible que había sido que Stevie Rae muriera en mis brazos y después, en la pesadilla que había seguido a continuación, cuando ella estaba no muerta y tuvo que luchar para no dejar escapar por completo su humanidad. La miré y vi que se mordía el labio nerviosamente mientras buscaba muñecos morados con plumas en la caja. Parecía joven y asustada y, a pesar de sus nuevos poderes y responsabilidades, también muy vulnerable.
—¡Eh! —dije yo en voz baja—, todo va a salir bien. Te lo prometo. Nyx tendrá que estar en medio de todo esto.
—¿Y crees que la diosa estará de nuestro lado?
—¡Exacto! Así que mañana a medianoche llevaremos a cabo el ritual de purificación junto al lado este del muro —dije yo. No hacía falta que añadiera que era un lugar de poder y al mismo tiempo un lugar de muerte—. ¿Crees que podrás colarte en el campus y esconderte por allí hasta que invoque a la tierra al círculo?
—Sí —contestó Stevie Rae un poco de mala gana, ya que era evidente que aún no estaba al cien por cien de acuerdo conmigo—. Entonces, si voy, ¿crees que debo llevar a los otros chicos conmigo?
—Eso decídelo tú. Si crees que es mejor llevarlos, yo estoy contigo.
—Tengo que pensarlo. Y tendré que hablar con ellos.
—Muy bien, como tú quieras. Yo confío en tu juicio: tú decides tanto si vienes, como si traes a los otros iniciados.
Stevie Rae me sonrió.
—Me alegra mucho oírte decir eso, Z.
—Lo digo en serio, de veras.
Y entonces, al ver que a pesar de sonreírme, Stevie Rae seguía estando preocupada e indecisa a propósito de qué hacer, yo cambié de tema por un momento para dejarla reflexionar sobre el asunto.
—¡Eh!, ¿quieres saber algo más de mi nuevo y mejorado estrés?
—Pues claro.
—Cuando acabemos aquí aún tengo que asistir a clase, y como me han cambiado el horario este semestre, hoy tengo que ir a clase de teatro, que ahora la da el más popular, el que más me odia, el profesor más nuevo de la Casa de la Noche: ¡Erik Night!
—¡Oh, oh! —exclamó Stevie Rae.
—Exacto, no creo que me ponga una A[2].
—Pero sí hay un modo de que te la ponga —dijo ella con una sonrisa maliciosa.
—¡Ni se te ocurra sugerirlo! He terminado con el sexo. Fin. Se acabó. He aprendido la lección de sobra. Además, es repugnante por tu parte decir que yo accedería a tener sexo con él a cambio de un sobresaliente.
—No, Z, no estaba hablando de que Erik te pusiera una A a cambio de sexo. Estaba hablando de que él te concediera una enorme A en conducta, bordada en escarlata, para ponértela en la camisa.
—¿Cómo? —pregunté yo que, como siempre, no tenía ni idea de qué hablaba.
Stevie Rae suspiró antes de contestar.
—Como en La letra escarlata. La heroína tiene que llevarla en la camisa porque lo ha liado todo y ha cometido adulterio. Deberías de leer más, Zoey.
—Ah, sí. Y gracias por la encantadora analogía. Me hace sentirme infinitamente mejor.
—No te enfades —contestó Stevie Rae, arrojándome un juguete con plumas—. Solo era una broma.
Yo seguía frunciendo el ceño cuando sonó su teléfono móvil. Stevie Rae miró el número y suspiró. Luego echó un rápido vistazo a la hermana Mary Angela, que miraba de frente a la pantalla del ordenador, y por fin contestó a propósito con mucha animación:
—Hola, Venus, ¿qué ocurre?
Hubo una pausa durante la cual Stevie Rae estuvo escuchando y toda esa animación se desvaneció.
—¡No! Te dije que volvería pronto y que entonces todos comeríamos algo.
Otra pausa. Otra vez Stevie Rae frunció el ceño. Y entonces dijo, medio volviéndose de espaldas a mí y bajando la voz:
—¡No, te he dicho que todos comeríamos algo, no a alguien! Tenéis que portaros todos bien. Voy de camino para allá dentro de un momento. ¡Adiós!
Stevie Rae se giró hacia mí con una sonrisa falsa plantada en el rostro que expresaba preocupación.
—Bueno, ¿de qué estábamos hablando?
—Por favor, Stevie Rae, dime que esos chicos no se están comiendo a nadie.