Traté de no volverme loca por culpa de lo del ritual de purificación y leí mi nuevo horario mientras corría hacia el aparcamiento. Bueno, Shekinah tenía razón: cambiarme a la clase de sociología vampírica dos niveles por encima había liado todo mi horario. Las cuatro primeras clases estaban revueltas, y la de teatro había pasado de la segunda hora a la quinta, justo delante de la única clase que seguía igual: la de estudios ecuestres.
—Genial —musité para mí misma—. Así que además de un ritual que va a ser una porquería, encima hoy tengo clase con Erik.
Trataba de evitar que mi estómago se volviera del revés cuando vi a Aphrodite y a Darius de pie junto a un elegante Lexus negro. Vale, en realidad lo que vi fue a Darius y su musculoso cuerpo. Aphrodite estaba de pie en su sombra, parpadeando coquetamente.
—Lamento haber tardado tanto —dije mientras subía al asiento trasero.
Aphrodite, que se subió con elegancia al asiento del copiloto, contestó:
—Tranquila, no te estreses por eso.
Yo giré los ojos en las órbitas. ¿Así que ya no importaba si llegaba tarde? ¡Jolines, sí que era transparente la chica!
—Eh… Aphrodite —dije yo dulcemente, mientras Darius arrancaba el coche y nos sacaba con toda suavidad de los terrenos del colegio— asegúrate de que marcas la fecha de mañana a media noche en tu calendario.
—¿Qué?
Aphrodite me lanzó una miradita como diciendo claramente que hubiera preferido que me disolviera de algún modo en la tapicería de cuero para quedarse a solas con Darius.
—Mañana, a medianoche, Damien, las gemelas, tú y yo tenemos que invocar un gran círculo para un ritual de purificación delante de toda la escuela.
Aphrodite abrió los ojos azules como platos y me miró atónita.
—Eso va a ser… —comenzó a decir, medio histérica y sin aliento.
—¡Muy divertido! —exclamé yo, interrumpiéndola, antes de que ella pudiera terminar la frase y decir que iba a ser un desastre.
—Estoy deseando verlo —dijo Darius, que sonrió cálidamente en dirección a Aphrodite—. Vuestro círculo tiene un poder único.
Vi cómo Aphrodite trataba de calmarse antes de girarse hacia Darius y sonreírle; quería volver a parecer la chica ligona y un poco puta de siempre al contestar:
—Bueno, desde luego decir que es único es una buena manera de describirlo.
—Yo jamás había conocido tantos iniciados juntos con tantos dones —añadió Darius.
—Tío, no tienes ni idea de los dones que tengo yo —le contestó Aphrodite, inclinándose hacia él y riéndose.
No, pensé yo, sentada en el asiento de atrás, mordiéndome el carrillo por dentro de pura preocupación, mientras Aphrodite seguía ligando abierta y un tanto nauseabundamente con Darius. No, ni Darius ni nadie más, a excepción de Aphrodite, de Stevie Rae y de mí, tenía realmente idea de lo que nos estaba pasando. Aunque ¡demonios!, tampoco ninguna de nosotras tres sabía exactamente lo que estaba pasando, y mucho menos sabíamos qué íbamos a hacer cuando tuviéramos que invocar un círculo sin uno de los cinco elementos. Recordé lo que había ocurrido cuando Aphrodite trató de invocar a la tierra en su dormitorio, y comprendí que sería evidente para todos que ella ya no tenía esa afinidad. ¿Cómo íbamos a explicarlo?
Probablemente Damien y las gemelas se cabrearían otra vez conmigo por no habérselo contado. Genial.
Necesitaba algo que pudiera distraer a la gente durante la invocación de modo que nadie notara el detalle de la falta de afinidad por la tierra. Bueno, no. Lo que realmente necesitaba eran unas vacaciones. O un analgésico Advil extrafuerte.
Revolví mi bolso buscando un Advil, pero no encontré ninguno. Por supuesto, a los iniciados jamás les han ido bien los medicamentos, de modo que es probable que, de todas maneras, no me hubiera quitado el dolor de cabeza. Y tampoco parecía que fuera a dar con la distracción que necesitaba. Lo que sí parecía que iba a encontrar era lo que encontraba yo siempre: más problemas y más estrés, y seguramente una buena dosis de diarrea galopante.
Darius no tuvo problemas para encontrar Street Cats. Se trataba de un edificio de ladrillo de aspecto acogedor, con grandes ventanales frontales abarrotados de cosas para gatos. Tomé nota mentalmente de comprarle algo a Nala en la tienda de regalos. Bastante cascarrabias era ya mi gata, para que encima pensara que la había engañado (traducción: yo olería a miles de otros gatos) y que ni siquiera me había acordado de llevarle un regalo.
Darius abrió la puerta y la sostuvo para Aphrodite y para mí, y los tres entramos en la zona del edificio que correspondía a la tienda, brillantemente iluminada. Sí, los tres llevábamos gafas de sol pero, a pesar de todo, la luz nos hacía daño en los ojos. Yo miré a Aphrodite, que había vuelto a tornarse humana recientemente. Bueno, al menos la luz nos hacía daño a dos de nosotros.
—Bienvenidos a Street Cats. ¿Es esta vuestra primera visita?
Yo desvié la vista de Aphrodite a la…
¡¿Monja?!
Parpadeé sorprendida y sentí la urgente necesidad de restregarme los ojos. La monja simplemente sonrió sin moverse de detrás del mostrador frontal, donde estaba sentada. Sus penetrantes ojos marrones tenían un aspecto muy vivo y brillante. Su rostro, pálido y ya mayor, era sin embargo sorprendentemente liso, y lo llevaba enmarcado por esa especie de tocado blanco y negro que llevan muchas monjas.
—¿Jovencita? —repitió ella sin dejar de sonreír.
—¡Ah!, eh… bueno. Quiero decir que sí, que es la primera vez que vengo a Street Cats —contesté yo por fin, haciendo escaso uso de mi inteligencia.
Mi mente se puso en marcha. ¿Qué estaba haciendo esa monja allí? Entonces, por el perímetro de la visión, atisbé otra figura envuelta en ropa negra revoloteando por ahí, y me di cuenta de que había más monjas por la tienda de regalos. ¿Monjas? ¿Qué hacía todo aquel rebaño de monjas allí? ¿Se asustarían cuando descubrieran que unos vampiros iniciados querían trabajar como voluntarios para Street Cats?
—Bien, excelente. Siempre les damos la bienvenida a los visitantes que vienen por primera vez. ¿Qué puede hacer Street Cats por vosotros?
—No sabía que las monjas benedictinas estuvieran relacionadas con Street Cats —dijo entonces Aphrodite, quien me sorprendió con el comentario.
—¿No? Pues sí. Dirigimos Street Cats desde hace dos años. Los gatos son unas criaturas muy espirituales, ¿no te parece?
Aphrodite bufó.
—¿Espirituales? Han sido sistemáticamente asesinados por su amistad con las brujas y por aliarse con el mal. Si un gato negro se cruza en tu camino, la gente piensa que traerá mala suerte. ¿Es a eso a lo que se refiere usted cuando dice que son espirituales?
Le habría dado un manotazo por hablarle de una manera tan impertinente, pero la monja no pareció alterarse en absoluto.
—¿Y no te parece a ti que eso es porque los gatos siempre han estado muy ligados a las mujeres? Sobre todo a las mujeres consideradas sabias por la gente en general. Así que, naturalmente, en una sociedad gobernada más que nada por los hombres, ciertas personas tenían necesariamente que ver algo siniestro en los gatos.
Capté el sobresalto que produjo esa respuesta en Aphrodite.
—Sí, eso es exactamente lo que pienso. Pero me sorprende que usted piense lo mismo —contestó Aphrodite con sinceridad.
Noté que Darius había dejado de fingir que curioseaba por la tienda y escuchaba la conversación con evidente interés.
—Jovencita, el hecho de que lleve toca en la cabeza no significa que no pueda pensar por mi cuenta o que no tenga mis propias opiniones. Y te garantizo que he tenido muchos más altercados por culpa de la dominación masculina de los que hayas podido tener tú —dijo la monja con una sonrisa que hizo que sus palabras sonaran mucho menos duras de lo que hubieran podido sonar.
—¡Toca! ¡Así es como se llama! —oí que salía de mi estúpida bocaza para, instantes después, ponerme colorada y sentir que me ardían las mejillas.
—Sí, así es exactamente como se llama.
—Lo siento, es que… no había visto nunca antes a ninguna monja —me expliqué yo, poniéndome aún más colorada.
—No me sorprende. No quedamos muchas. Soy la hermana Mary Angela, madre superiora de nuestro pequeño convento y directora de Street Cats —se presentó la monja, que se giró entonces hacia Aphrodite—. ¿Has reconocido nuestra orden porque eres católica, niña?
Aphrodite soltó una pequeña carcajada.
—No, no soy católica. Soy la hija de Charles LaFont.
La hermana Mary Angela asintió, dando a entender con ello que comprendía.
—¡Ah!, la hija del alcalde. Entonces, por supuesto, estarás familiarizada con la obra de caridad a la que se dedica nuestra orden —comentó la hermana, que entonces alzó las cejas como si de pronto se diera cuenta de qué otra cosa más significaba el hecho de que Aphrodite fuera la hija del alcalde de Tulsa—. Eres una vampira iniciada.
La monja no pareció terriblemente asustada por la conclusión a la que había llegado, así que yo decidí que era el momento de hacerle saber que Satán estaba en casa. Respiré hondo y alargué la mano para estrechársela, diciendo:
—Sí, Aphrodite es una iniciada, y yo soy Zoey Redbird, vampira iniciada y líder de las Hijas Oscuras.
Entonces esperé a que estallara la explosión que, finalmente, no se produjo.
La hermana Mary Angela se tomó su tiempo antes de responder y de estrechar mi mano con firmeza con la suya, caliente.
—Bienvenida, Zoey Redbird —saludó, desviando la vista con prudencia de mí a Aphrodite y finalmente a Darius. Entonces alzó una ceja castaña y añadió—: Pero tú pareces demasiado mayor como para ser otro iniciado.
Darius asintió con la cabeza y la inclinó en señal de respeto.
—Es usted muy observadora, sacerdotisa. Soy un vampiro adulto, un Hijo de Érebo.
Bien, estupendo. La había llamado «sacerdotisa». Una vez más esperé el estallido, que no se produjo.
—¡Ah!, comprendo. Tú eres la escolta de las iniciadas —declaró la hermana, que entonces volvió la atención de nuevo hacia mí—. Lo cual significa que vosotras dos debéis de ser unas jovencitas muy importantes, cuando merecéis tal atención.
—Bueno, como ya he dicho, yo soy la líder de las Hijas Oscuras y…
—Sí, somos importantes —confirmó Aphrodite, interrumpiéndome otra vez—, pero esa no es la razón por la que Darius nos acompaña. En estos dos últimos días han asesinado a dos vampiros, y nuestra alta sacerdotisa no quiere que abandonemos el campus sin protección.
Yo le lancé a Aphrodite una mirada como diciendo: «¿Qué coño estás haciendo, hablando más de la cuenta?». No era en absoluto propio de ella sufrir esa diarrea verbal.
—¿Han asesinado a dos vampiros? Yo solo he oído hablar de un asesinato.
—Asesinaron a nuestro poeta laureado hace tres días —dije yo, incapaz de pronunciar su nombre.
La hermana Mary Angela pareció disgustarse.
—Son noticias terribles. Lo añadiré a mi lista de personas por las que rezar.
—¿Va usted a rezar por un vampiro?
La pregunta pareció escapar de mi boca sin previo aviso, y yo sentí que mis mejillas volvían a arder.
—Por supuesto, lo mismo que el resto de mis hermanas.
—Lo siento. No pretendo ser maleducada pero ¿es que no cree usted que todos los vampiros estamos condenados al infierno porque veneramos a una diosa pagana? —pregunté yo.
—Niña, lo que yo creo que es vuestra Nyx es simplemente otra encarnación de nuestra santa madre María. Y también creo devotamente en las palabras de Mateo 7:1, que dicen: «No juzgues, y no serás juzgado».
—Lástima que las Gentes de Fe no piensen como usted —dije yo.
—Algunos de ellos sí piensan como yo, mi niña. No se juzga a toda la manada por un solo borrego. Y eso de no juzgar vale tanto para ellos como para ti. Pero, vamos a ver, ¿qué puede hacer Street Cats por la Casa de la Noche?
Me costaba hacerme a la idea de que esa monja no tuviera ningún prejuicio con los vampiros, pero sacudí la cabeza y traté de centrarme para contestar:
—Como líder de las Hijas Oscuras, he pensado que sería una buena idea que colaboráramos con una organización de caridad.
La hermana Mary Angela sonrió cálidamente en respuesta y dijo:
—Y, naturalmente, habías pensado en el rescate de gatos.
Yo le devolví la sonrisa.
—¡Sí! Bueno, la verdad es que no llevo mucho tiempo marcada, pero me parece raro que nuestra escuela esté plantada en medio de Tulsa y, sin embargo, esté por completo aislada del resto de la ciudad. La verdad, no me parece bien —dije yo. Resultaba realmente fácil hablar con esa monja así que, sin darme cuenta, continué—: Eso es precisamente lo que me ha traído aquí…
Entonces vi cómo me miraba Aphrodite, con el ceño fruncido, y me apresuré a añadir:
—Quiero decir que eso es lo que nos ha traído aquí. Hemos pensado que estaría bien presentarnos voluntarias para ayudar con los gatos y para sacar dinero para Street Cats. Por ejemplo, montando un mercadillo y entregándoos el dinero que saquemos.
—Siempre nos vienen bien el dinero y los voluntarios con experiencia. ¿Tienes gato, Zoey?
Mi sonrisa se amplió al contestar:
—De hecho es Nala quien me tiene a mí. Ella misma se lo diría si estuviera aquí.
—Entonces sí que tienes un gato de verdad —confirmó la monja—. ¿Y tú, guerrero?
—Nefertiti, la más bella gata de colores del mundo, me eligió hace escasamente seis años —contestó Darius.
—¿Y tú?
Aphrodite parecía nerviosa, y yo me di cuenta de pronto de que jamás la había visto con ningún gato.
—No, yo no tengo ninguno —contestó Aphrodite. Los tres nos quedamos mirándola, y ella se encogió de hombros, incómoda, y añadió—: No sé porqué, pero ningún gato me ha elegido nunca.
—¿Es que no te gustan? —preguntó la monja.
—Sí me gustan. Vamos, que no me parecen mal. Es solo que yo no les gusto a ellos —admitió Aphrodite.
—¡Vaya! —dije yo, casi sin poder contener la risa.
Aphrodite me miró.
—Bueno, no importa —dijo la hermana Mary Angela—. De todos modos necesitamos voluntarios.
¡Jolines! La monja no hablaba en broma cuando dijo que iba a ponernos a los tres a trabajar. Yo le dije que disponíamos de un par de horas o así de sobra antes de tener que volver a la escuela, y ella sacó el látigo. Al instante Aphrodite se emparejó con Darius para disfrutar a sus anchas de esa parte del plan según el cual ella debía distraer al guerrero mientras yo me reunía con Stevie Rae (que, por cierto, no había aparecido). Así que la hermana Mary Angela los mandó a los dos a la sala en donde estaban los gatos para limpiar las cajas en donde hacían sus necesidades y para cepillarlos junto con otras dos monjas, la hermana Bianca y la hermana Fátima, que estaban allí en ese momento y que nos presentó a los tres como si nada; como si lo normal fuera que los vampiros y los iniciados se presentaran allí voluntarios para trabajar (con los tatuajes tapados). Yo no soy especialmente lenta a la hora de aprender, así que a esas alturas ya no esperaba que ninguna monja se asustara por nada sino que, por el contrario, me había dado cuenta de que aquellas devotas mujeres creían en una religión por completo distinta de la de mi horrible padrastro, el perdedor, y esos obsequiosos de las Gentes de Fe. (Sí, es cierto; debo darle las gracias a Damien por el incremento de palabras de mi vocabulario).
Por desgracia, a mí la hermana Mary Angela me mandó a inventariar el infierno. Según parecía, las monjas acababan de recibir un cargamento de juguetes diversos para gatos; un cargamento grande o, más bien, una caja enorme con más de doscientos juguetitos maliciosos con forma de ratón o con plumas, y la hermana Mary Angela me pidió que registrara cada alegre y molesto chisme en el ordenador. ¡Ah!, y también me enseñó a todo correr a usar el programa del ordenador que servía de caja registradora «último modelo» (como lo llamaban las monjas) y me dijo que ese día trabajaríamos hasta tarde y que me dejaba a cargo de la tienda. Después se marchó a la oficina contigua a la tienda, la que queda en el lado contrario del pasillo de la sala en la que viven los gatos a la espera de adopción.
Bueno, vale, en realidad no se marchó y me dejó «al mando». Yo podía ver a la hermana Mary Angela a través del enorme cristal que separa la oficina de la tienda y que ocupa casi media pared, lo cual significaba que ella también podía verme a mí. Sí, ella estaba muy ocupada haciendo llamadas y realizando otras tareas importantes, pero yo sentía sus ojos fijos en mí con mucha frecuencia.
Aun así, tengo que admitir que me pareció guay que la hermana Mary Angela, una mujer supuestamente casada con Dios, fuera tan tolerante con nosotros. Me hizo preguntarme si yo no me habría creado una imagen equivocada de la gente religiosa, por decirlo con palabras de las monja (excepto de los seguidores religiosos de Nyx, por supuesto). Admitir mi errores no es algo que me entusiasme particularmente, sobre todo porque en los últimos tiempos he tenido que hacerlo demasiado a menudo, pero aquellas mujeres con toca sin duda me habían dado en qué pensar.
Así que ahí estaba yo, haciéndome más preguntas religiosas de las que tenía por costumbre, metida hasta el cuello entre juguetes de gato, literalmente hablando, cuando de pronto sonó la alegre campanilla de la puerta y entró Stevie Rae.
Las dos sonreímos. Es imposible expresar lo increíble que es ver que tu mejor amiga no está muerta. Ya ni siquiera está no muerta. Tenía el aspecto de la Stevie Rae de siempre, con el pelo corto rubio y rizado, los hoyuelos, los vaqueros Roper y la camisa abrochada hasta el último botón, tristemente metida por dentro de los pantalones. Sí, yo adoro a esa chica. No, no tiene muy buen gusto. Y no, no iba a permitir que Aphrodite, con su habitual mala leche, me hiciera dudar de quién era mi mejor amiga.
—¡Z, ohdiosmío, te he echado tanto de menos! ¡Eh!, ¿has oído las noticias? —se apresuró a preguntar Stevie Rae con su adorable acento okie de siempre.
—¿Las noticias?
—Sí, sobre el…
El golpe seco de la hermana Mary Angela sobre el cristal que separaba la tienda de la oficina la interrumpió. La monja alzó las cejas en un gesto inquisitivo. Yo señalé a Stevie Rae y pronuncié las palabras «mi amiga». La monja se dibujó una luna creciente con el dedo en medio de la frente, y luego señaló a Stevie Rae (que la miraba con la boca abierta, como una boba). Yo asentí con vigor. La madre asintió rápidamente, sonrió, saludó con la mano a Stevie Rae y, por último, volvió a su trabajo al teléfono.
—¡Zoey! —exclamó Stevie Rae con un susurro—, ¡es una monja!
—Sí —confirmé yo en un tono de voz normal—. Ya lo sé. La hermana Mary Angela dirige este sitio. Y hay otras dos monjas más en la sala en donde están los gatos, con Aphrodite y el Hijo de Érebo al que ella mantiene ocupado con un ligoteo verdaderamente desagradable.
—¡Aj! Aphrodite ligando es apestosa. Pero vamos a lo importante. ¿Monjas? —repitió Stevie Rae, parpadeando confusa—. ¿Y además saben que somos iniciadas y todo eso?
Supongo que con lo de «y todo eso» se refería a sí misma, así que asentí. (Aunque bueno, yo desde luego no iba a intentar explicarles a las monjas lo de los iniciados rojos).
—Sí. Pero, según parece, no tienen ningún problema con nosotras, porque piensan que «Nyx es simplemente otra encarnación de la virgen María». Y además parece que estas monjas no juzgan a los demás.
—Vale, me gusta eso de no juzgar pero ¿Nyx, una encarnación de la virgen María? ¡Ohdiosmío, es lo más extraño que he oído en mucho tiempo!
—Pues entonces sí que debe de ser extraño, porque después de haber estado muerta y luego no muerta, supongo que habrás oído cosas pero que muy extrañas —dije yo.
Stevie Rae asintió con solemnidad y contestó:
—He oído cosas tan extrañas que, como diría mi padre, te caerías de espaldas.
Yo sacudí la cabeza, sonreí y abrí los brazos para estrecharla.
—¡Stevie Rae, cabecita loca, cuánto te he echado de menos!