Aphrodite llegó a mi lado la primera. Me ayudó a ponerme en pie. El cuerpo de Stark se deslizó pesadamente de mi regazo.
—Tienes sangre en la boca —me susurró.
Inmediatamente sacó un pañuelo de papel del bolso y me lo tendió.
Yo me limpié los labios y los ojos justo antes de que Damien llegara corriendo a nuestro lado.
—Ven con nosotros. Te llevaremos de vuelta a la residencia para que puedas cambiarte de ropa —dijo Damien.
Se acercó a mi lado y me agarró con fuerza de un codo. Aphrodite me había agarrado con idéntica fuerza del otro. Las gemelas se abrazaban la una a la otra por la cintura y se reprimían para no llorar.
Algunos de los Hijos de Érebo que habían acudido al campo de deportes habían traído una estrecha camilla y una sábana. Aphrodite y Damien trataban de tirar de mí para sacarme del edificio, pero yo me resistía. Observaba la escena y lloraba en silencio mientras los guerreros levantaban el cuerpo bañado en sangre de Stark del suelo y lo ponían sobre la camilla. Luego lo cubrieron con la sábana y le taparon la cara.
Y fue entonces cuando Duchess alzó el hocico al cielo y comenzó a aullar.
Era un sonido horrible. Duchess llenó aquella noche empapada en sangre de pesar, soledad y pérdida. Las gemelas rompieron a llorar. Yo oí a Aphrodite decir:
—¡Oh, diosas, esto es terrible!
—¡Pobre perra…! —susurró Damien que, de pronto, también se puso a llorar.
Nala se había hecho un ovillo junto a la destrozada perra, y la observaba con enormes y tristes ojos, como si no supiera muy bien qué hacer.
Yo tampoco sabía qué hacer. Me sentía extrañamente entumecida, pero a pesar de ello y de que no podía dejar de llorar, estaba a punto de soltarme de mis amigos y correr hacia Duchess, dispuesta a arreglar algo imposible de arreglar cuando, de pronto, Jack entró en el campo de deportes. Se detuvo. Abrió la boca, atónito. Se llevó una mano al cuello y se tapó la boca con la otra, tratando de ahogar inútilmente un grito de horror. Se quedó mirando primero el cuerpo cubierto por la sábana, en la camilla, después la sangre en la arena y, por último, a la afligida perra. Damien se sorbió la nariz, me apretó el brazo y me soltó para ir en busca de su novio justo cuando Jack, haciendo caso omiso de todos y de todo, corrió hacia Duchess y se dejó caer de rodillas a su lado.
—¡Oh, preciosa! ¡Se me rompe el corazón de verte así! —le dijo a la perra.
Duchess bajó el hocico y se quedó mirando tranquila y largamente a Jack. Yo no sabía que los perros pudieran llorar, pero juro que Duchess lloró. Le caían lágrimas por las húmedas y negras esquinas de los ojos; lágrimas que le corrían por la cara y el hocico.
Jack también estaba llorando, pero su voz sonó cariñosa y serena cuando le dijo a Duchess:
—Si vienes conmigo, yo nunca te dejaré sola.
La enorme labradora rubia dio un paso adelante muy despacio, igual que si hubiera envejecido décadas en los últimos minutos, y posó la cabeza sobre el hombro de Jack.
A pesar de las lágrimas, yo vi a Dragon Lankford tocar con suavidad la espalda de Jack.
—Llévatela a tu habitación. Yo llamaré al veterinario y le conseguiré algo que la ayude a dormir. Y quédate con ella: está tan afligida como un gato cuando pierde a su vampiro. Es una chica muy leal. Va a ser una gran pérdida para ella —terminó Dragon.
—Sí, yo… yo me quedaré con ella —dijo Jack, que se limpió la cara con una mano y acarició a Duchess con la otra.
Jack abrazó a la enorme perra por el cuello con ambos brazos mientras los guerreros sacaban la camilla con el cuerpo de Stark del campo de deportes.
Solo entonces, mientras se lo llevaban, apareció Neferet. Parecía ruborizada y sin aliento.
—¡Oh, no! ¿Quién es?
—Es el iniciado nuevo, James Stark —contestó Dragon.
Neferet se acercó a la camilla y retiró un poco la sábana. Todo el mundo dirigió la vista entonces a Stark, pero yo me sentía incapaz de contemplar su rostro muerto, así que no aparté los ojos de Neferet. Fui la única que vio el rápido gesto de triunfo y de pura y manifiesta felicidad que irradió de su rostro. Luego respiró hondo y volvió a su papel de alta sacerdotisa, preocupada y triste por la muerte de un iniciado.
Creí que iba a vomitar.
—Llevadlo a la morgue. Yo me ocuparé de que sea debidamente atendido —dijo Neferet. Y luego, sin mirarme, añadió—: Zoey, asegúrate de que alguien se ocupa de la perra.
Entonces hizo un gesto a los guerreros para que salieran del campo de deportes, y luego los siguió.
Por un segundo no pude pronunciar palabra. La dureza del corazón de Neferet y la muerte de Stark me habían destrozado. Supongo que una pequeña parte de mí, sobre todo en un momento como aquel en el que había ocurrido algo terrible, seguía deseando que Neferet fuera la mujer que yo había creído que era al conocerla: la madre que siempre me querría tal y como yo era.
Contemplé a los guerreros llevarse el cuerpo de Stark y me limpié los ojos con el dorso de la mano. Había personas que me necesitaban. Personas a las que yo había hecho promesas. Ya era hora de que me enfrentara al hecho de que Neferet se había vuelto malévola; tenía que dejar de ser tan débil.
Me volví hacia Damien.
—Quédate con Jack esta noche. Él te necesita más que yo.
—¿Seguro que estarás bien? —me preguntó Damien.
—Yo cuidaré de ella —le contestó Aphrodite.
—Y nosotras —añadieron las gemelas.
Damien asintió, me abrazó con fuerza y se marchó con Jack. Se agachó junto a su novio y a la perra y, primero un tanto vacilante y luego con más confianza y cariño, comenzó a acariciar a Duchess.
—Estás cubierta de sangre, ¿lo sabías? —dijo Aphrodite.
Yo desvié la vista de la tierna escena que formaban Damien y Jack tratando de consolar a la perra de Stark, y miré para abajo. Después de besar a Stark había dejado de oler la sangre. Había apartado esa sensación de mi mente para que su dulce seducción no me volviera loca, de modo que me sorprendió ver que tenía toda la ropa manchada y pegajosa con su esencia vital.
—Tengo que quitarme esta ropa —dije con una voz más trémula de la que yo pretendía que me saliera—. Necesito darme una ducha.
—Vamos, te dejaré que pruebes mi spa —dijo Aphrodite.
—¿Spa? —repetí yo, incapaz de comprender de qué estaba hablando.
Stark acababa de morir en mis brazos, ¿y ella quería que fuéramos a un centro de spa?
—¿Es que no sabías que hice obra en mi baño?
—Puede que Z prefiera ducharse en su propio baño —sugirió Shaunee.
—Sí, puede que prefiera estar rodeada de sus propias cosas —añadió Erin.
—Sí, bueno, o puede que no quiera recordar que la última vez que tomó una ducha en su baño para limpiarse la sangre fue cuando su mejor amiga murió en sus brazos —dijo Aphrodite, que luego añadió con aires de suficiencia—: Además, estoy convencida de que ella no tiene una ducha de Vichy de mármol en su baño, porque la mía es la única que hay en todo el campus.
—¿Tienes una ducha de Vichy? —pregunté yo, que me sentía como si estuviera viviendo una pesadilla.
Shaunee suspiró y dijo:
—Es como tener un pedacito de cielo en tu habitación.
Erin le lanzó a Aphrodite una mirada apreciativa y añadió:
—¿De verdad tienes una en tu baño?
—Es uno de los privilegios de ser obscenamente rica y estar muy, pero que muy mimada —contestó Aphrodite.
—¡Vaya, Z! —exclamó Erin despacio, mirándonos alternativamente a Aphrodite y a mí—. Puede que sea mejor que vayas a su spa. Las duchas de Vichy son estupendas para relajar el estrés.
Shaunee se limpió los ojos y se enjugó la última lágrima antes de añadir:
—Y todos sabemos que esta noche te has llevado tu buena porción de estrés.
—Vale, bien. Iré a la habitación de Aphrodite a ducharme —accedí yo.
Abrí la puerta con movimientos torpes y rígidos y todas salimos en dirección a la residencia. Yo caminaba en medio, entre Aphrodite y las gemelas.
Sentí el beso de Stark en mis labios durante todo el trayecto de vuelta mientras el graznido surrealista de los cuervos llenaba la noche.
La ducha de Vichy resultó ser un conjunto de cuatro alcachofas enormes (dos en el techo y dos a los lados de la ducha de mármol), de las que salían muy suavemente miles de litros de agua caliente que bañaban todo mi cuerpo. Me quedé allí de pie, dejando que corriera y lavase la sangre de Stark. Contemplé cómo el agua iba cambiando de color: de rojo a rosa y, por último, transparente. Y, por alguna razón, esa ausencia final de sangre me hizo romper a llorar otra vez.
Parecía ridículo, porque yo apenas lo había conocido más que unos instantes en realidad, pero sentía la ausencia de Stark como un hueco en mi corazón. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía echarlo tanto de menos cuando casi no lo conocía? O puede que sí lo conociera; puede que entre dos personas ocurra algo a un nivel que va más allá de la medida del tiempo y de lo que la sociedad considera apropiado. Puede que lo que ocurriera entre Stark y yo en esos pocos minutos en el campo de deportes fuera suficiente como para que nuestras almas se reconocieran la una a la otra.
¿Almas gemelas? ¿Es que eso era posible?
Cuando al fin me dolió la cabeza de tanto llorar y se me acabaron las lágrimas, salí cansada de la ducha. Aphrodite tenía un enorme albornoz blanco colgado de la puerta del baño. Me lo puse y salí a su habitación amueblada al estilo del Ritz. Las gemelas se habían marchado, por supuesto.
—Toma, bébete esto —dijo Aphrodite, tendiéndome una vaso de vino tinto.
Yo sacudí la cabeza.
—Gracias, pero la verdad es que no me gusta el alcohol.
—Tú bébetelo. Es algo más que vino.
—¡Ah…!
Lo cogí y comencé a dar sorbos poco a poco, como si estuviera convencida de que iba a estallar. Y así fue: estalló dentro de mi cuerpo.
—Tiene sangre.
No lo dije en un tono acusador. Yo sabía de sobra qué había querido decir Aphrodite con ese comentario acerca de que era «algo más que vino».
—Te ayudará a sentirte mejor —dijo Aphrodite—. Y eso también.
Aphrodite me señaló la mesita que había junto al diván. Encima había una caja abierta de comida para llevar con una hamburguesa de queso de Goldie’s y un paquete grande de patatas fritas y, al lado, una botella de refresco de cola con toda su cafeína y su azúcar.
Me bebí el último sorbo de vino con sangre y comencé a tragarme la hamburguesa como si fuera un lobo, sorprendiéndome yo misma de lo hambrienta que estaba.
—¿Cómo sabías que me encantan las hamburguesas de Goldie’s?
—A todo el mundo le encantan las hamburguesas de Goldie’s. Son geniales, así que me imaginé que te gustaría tomar una ahora.
—Gracias —dije yo con la boca llena.
Aphrodite hizo una mueca, sacó delicadamente una patata frita de la caja y se dejó caer sobre la cama. Me dejó comer durante un rato y luego, con una voz vacilante que no le pegaba nada, me preguntó:
—Entonces, ¿lo besaste antes de morir?
Yo no pude mirarla, y además, de pronto la hamburguesa me pareció como si fuera de cartón.
—Sí, lo besé.
—¿Estás bien?
—No —negué yo en voz baja—. Ocurrió algo entre él y yo que…
Mi voz se desvaneció; no pude encontrar las palabras.
—¿Qué vas a hacer con él?
Entonces sí que alcé la vista hacia ella.
—Está muerto. No hay nada…
De pronto me interrumpí. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Por supuesto que el hecho de que Stark estuviera muerto no era necesariamente el fin; al menos no lo era en nuestra Casa de la Noche, últimamente. Y entonces me acordé del resto.
—Se lo dije.
—¿Le dijiste el qué?
—Le dije que quizá no fuera el fin para él. Antes de marcharse, le dije que durante los últimos tiempos los iniciados que habían muerto habían regresado de la muerte para afrontar un nuevo tipo de cambio.
—Lo cual significa que si vuelve, una de las cosas en las que pensará primero será en ti y en que le dijiste que quizá la muerte no fuera el fin. Esperemos que Neferet no esté allí para oírlo.
El estómago me dio un vuelco, en parte por la esperanza y en parte por el miedo.
—Bueno, ¿qué habrías hecho tú? ¿Le habrías dejado morir sin decirle nada?
Aphrodite suspiró y contestó:
—No lo sé. No, probablemente no. Ese chico te gustaba, ¿verdad?
—Sí, me gustaba. Aunque no entiendo porqué. Quiero decir que claro que es… eh… que era un chico muy sexi, pero me dijo algunas cosas antes de morir que… no sé, conectamos.
Yo traté de recordar exactamente lo que me había contado Stark, pero estaba todo muy confuso con el beso y el hecho de verlo sangrar hasta morir en mis brazos. Me estremecí y di un largo trago del refresco.
—Entonces, ¿qué vas a hacer con respecto a él? —insistió en preguntar Aphrodite.
—¡Aphrodite, no lo sé! ¿Es que crees que debo de ir hasta la morgue para pedirles a los Hijos de Érebo que me dejen entrar y así poder sentarme a su lado a ver si revive?
Mientras lo decía, me di cuenta de que eso era exactamente lo que quería hacer.
—No creo que sea una buena idea —dijo ella.
—No sabemos qué pasa con exactitud, cuánto se tarda ni si ocurrirá de verdad o no —dije yo. Hice una pausa para reflexionar—. Espera, tú dijiste que habías visto a Stark en una de las visiones de mi muerte, ¿no?
—Sí.
—¿Y qué tenía en la frente: una luna creciente azul, una roja, o un tatuaje rojo coloreado?
Aphrodite vaciló.
—No lo sé.
—¿Cómo puedes no saberlo? Dijiste que lo habías reconocido por tu visión.
—Y así es. Recuerdo sus ojos y esos labios sexis y maliciosos.
—No hables así de él —dije yo.
Aphrodite pareció sentirse realmente culpable.
—Lo siento, no pretendía molestarte. Te ha calado hondo, ¿eh?
—Sí, me ha calado hondo. Así que intenta recordar cómo estaba en tu visión.
Aphrodite se mordió el labio.
—Casi no me acuerdo de nada. Solo lo vi un momento, de pasada.
El corazón me latía con fuerza, y estaba casi mareada ante la repentina esperanza que se abría ante mí.
—En todo caso, eso significa que él no está realmente muerto. O, al menos, no está muerto del todo. Tú lo viste en una visión del futuro, así que tiene que estar aquí en el futuro. ¡Va a volver!
—No necesariamente —dijo Aphrodite con amabilidad—. Zoey, el futuro es algo inseguro, siempre está cambiando. Quiero decir que yo te vi morir dos veces. En una ocasión, sola, porque te habían abandonado tus amigos. Pero bueno, ahora ya están de vuelta: ya tienes a tus tres estúpidos mosqueteros —dijo Aphrodite, que hizo una pausa y añadió—: Lo siento. Sé que esta noche lo has pasado mal. No pretendía ser tan antipática. Pero escucha: como los lerdos… como ya no estás sola, la visión en la que te asesinan sola probablemente ya sea nula. ¿Comprendes? El futuro ha cambiado. Puede que cuando tuve la visión en la que salía Stark, él fuera a vivir. Y puede que eso ahora haya cambiado.
—Pero no necesariamente, ¿no?
—No, no necesariamente —convino Aphrodite conmigo de mala gana—. Pero no te hagas ilusiones. Además, yo solo soy la chica de las visiones, no soy una experta en asuntos como el regreso de los iniciados vivos.
—Entonces lo que necesitamos es a un experto en todo este asunto de los muertos/no muertos.
Esperaba no sonar demasiado ingenua y esperanzada, pero por la lástima que había en la mirada de Aphrodite, creo que tuve demasiado éxito.
—Sí, lamento tener que decírtelo, pero tienes razón. Tienes que hablar con Stevie Rae.
—Iré a mi habitación, la llamaré y le diré que nos veremos mañana en el centro de Street Cats. ¿Crees que podrás mantener ocupado a Darius mientras yo hablo con ella?
—¡Oh, por favor! Haré algo más que mantenerlo ocupado. Lo mantendré completamente ocupado —dijo Aphrodite, ronroneando las palabras.
—¡Puaj! Tú sabrás. Pero yo prefiero no oírlo. Ni verlo.
Aprovechando la ola de optimismo, agarré mi refresco de cola para llevármelo.
—Tranquila, yo también prefiero mantenerlo en privado.
—¡Aj otra vez! —repetí yo de camino a la puerta—. Eh, ¿cómo te has librado de las gemelas esta noche? ¿Crees que tendré que ocuparme mañana de los daños colaterales?
—Fácil. Les dije que si se quedaban, nos haríamos la pedicura en el spa las unas a otras, y que yo me pedía la primera.
—Ya, comprendo que salieran disparadas.
De pronto Aphrodite se puso seria.
—Zoey, lo digo en serio. No te hagas ilusiones con Stark. Tú sabes que incluso aunque vuelva, lo más fácil es que no sea el mismo. Stevie Rae dice que los iniciados rojos son mejores ahora. Y es cierto, pero no son normales. Ni ella tampoco.
—Eso ya lo sé, Aphrodite, pero yo sigo diciendo que Stevie Rae está bien.
—Y yo sigo diciendo que no estamos de acuerdo en eso. Solo quiero que tengas cuidado. Stark no es…
—¡No! —exclamé yo al tiempo que alzaba la mano para que no siguiera hablando—. Deja que conserve una pequeña esperanza. Quiero creer que puede haber una oportunidad para él.
Aphrodite asintió muy despacio.
—Ya sé que lo crees, y eso es lo que me preocupa.
—Estoy demasiado cansada como para seguir hablando de esto —dije yo.
—Vale, lo comprendo. Pero piensa en lo que te he dicho —contestó Aphrodite. Yo abrí la puerta, y entonces ella añadió—: ¿Quieres quedarte aquí esta noche? Lo digo para que no estés sola.
—No, pero gracias. En realidad, en una residencia llena de iniciadas no estoy sola —dije yo. Con el picaporte en la mano, miré por encima de mi hombro y añadí—: Gracias por cuidar de mí. Ya me siento mejor. Mucho mejor.
Aphrodite hizo un gesto con la mano como para quitarle importancia, pero yo noté que se sentía violenta. Luego, con una respuesta típicamente suya, añadió:
—De nada. Ya sabes: me debes un favor para cuando seas reina.
Stevie Rae no contestó al teléfono. Me pasaron directamente con la animada y provinciana voz de su buzón de voz. No le dejé ningún mensaje. Al fin y al cabo, ¿qué iba a decirle? «Hola, Stevie Rae. Soy Zoey. ¡Eh!, esta noche un iniciado se ha desangrado hasta la muerte en mis brazos, y quiero saber qué le va a ocurrir. ¿Va a regresar como monstruo chupasangre muerto no muerto, va a ser solo un poco rarito, como dices que son ahora tus iniciados, o se va a quedar muerto para siempre? Me gustaría mucho saberlo, porque aunque acabo de conocerlo, ese chico me importa de verdad. Bueno, llámame». No. No funcionaría.
Me senté pesadamente sobre la cama y me acordé de Nala. Y justo entonces se abrió la puertecilla de la gata y apareció mi chica gruñona con su «miauff». Cruzó la habitación, se subió a la cama, se hizo un ovillo sobre mi pecho y apretó la cara contra mi cuello sin dejar de ronronear como una loca.
—Me alegro mucho, pero que mucho de volver a verte —le dije yo mientras le acariciaba las orejas y le besaba la mancha blanca de la nariz—. ¿Qué tal está Duchess?
Nala parpadeó, estornudó y por último apretó la cabeza contra mí y ronroneó otro poco más. Yo me lo tomé como una respuesta positiva, y supuse que Jack y Damien estaban cuidando bien de la perra.
Me sentía mejor con Nala, mientras ella ejercía su mágico ronroneo sobre mí, así que traté de perderme en el libro que estaba leyendo, Intercambio de tinta, de mi autora vampira favorita, Melissa Marr. Pero ni siquiera sus historias picantes pudieron impedir que mi mente vagara de un sitio a otro.
¿En qué pensaba? En Stark, por supuesto. Me toqué los labios; aún sentía en ellos el beso. ¿Qué me estaba ocurriendo? ¿Por qué permitía que Stark me afectara tanto? Cierto, sí, él había muerto en mis brazos y eso había sido terrible, verdaderamente terrible. Pero había algo más entre él y yo o, al menos, eso creía yo. Cerré los ojos y suspiré. No quería tener que preocuparme por otro chico. Aún no había superado ni lo de Erik ni lo de Heath.
Vale, la verdad es que ni siquiera había superado lo de Loren.
No, no estaba enamorada de Loren. Lo que no había superado era el dolor que él me había causado. Mi corazón aún sufría, y no estaba preparado para dejar que entrara otro chico en mi vida.
Recordé cómo Stark me había tomado de la mano, cómo había entrelazado sus dedos con los míos y lo que había sentido al rozar él los labios contra mi piel.
—¡Mierda! Nadie le había dicho a mi corazón que yo no estaba preparada para estar con otro chico —susurré.
¿Y si Stark volvía?
O peor: ¿y si no volvía?
Estaba harta de perder a la gente. Una lágrima resbaló por debajo de mi párpado cerrado. Me la enjugué. Me acurruqué de lado en la cama y apreté la cara contra el suave cuerpo de Nala. Sencillamente, estaba cansada. Había sido un día terrible. Las cosas no me parecerían tan mal al día siguiente. Hablaría con Stevie Rae y ella me ayudaría a averiguar qué hacer con Stark y a encontrarle un sentido a lo sucedido.
Pero no pude dormir. Mi mente no dejaba de dar vueltas y más vueltas; no podía dejar de pensar en los errores que había cometido y en las personas a las que había hecho daño. ¿Acaso Stark había muerto como castigo por lo mal que había tratado a Erik y a Heath, a causa de todo el daño que yo les había hecho?
No, me contestaba mi mente racional. Eso era ridículo. Nyx no hacía las cosas así. Pero mi sentido de la culpabilidad me susurraba cosas más tenebrosas. Como por ejemplo que no podía hacer tanto daño a Erik y a Heath sin obtener a cambio un justo castigo.
Basta, me dije a mí misma. Además, Erik no parecía estar tan desesperado. En realidad no parecía más que un estúpido, y no una persona con el corazón destrozado.
Pero no, eso tampoco era cierto. Erik y yo habíamos estado a punto de enamorarnos cuando yo lo lié todo con Loren. ¿Qué esperaba yo que hiciera Erik, que se paseara por ahí llorando y rogándome que volviera con él? ¡Demonios, no! Yo le había hecho daño, y él no era ningún estúpido; simplemente trataba de proteger su corazón de mí.
No necesitaba ver a Heath para saber que a él también le había roto el corazón. Lo conocía demasiado bien: sabía hasta qué punto le había lastimado. Él había formado parte de mi vida desde el momento en que nos conocimos por primera vez en el colegio y nos gustamos. Él siempre había estado ahí: había sido mi amor de la infancia, luego mi novio en la fase de secundaria, después habíamos salido juntos durante el instituto y, por fin, recientemente, habíamos establecido una conexión al succionarle yo la sangre y todo lo demás. Eso después de todo es una forma bonita de decir que la conexión que produce beber sangre humana dispara los receptores sexuales en los cerebros del iniciado y del humano, así que yo había estado pensando en hacer más cosas con Heath que simplemente chuparle la sangre. Sí, ya sé que suena fatal, pero al menos soy sincera conmigo misma.
Así que Heath y yo teníamos una conexión, pero entonces yo había tenido sexo con Loren y había conectado con él durante el acto sexual (todavía me parece raro pensar que ya no soy virgen; raro en el sentido de perturbador y hasta aterrador de algún modo), lo cual había roto mi conexión con Heath. Había sido una ruptura dolorosa y terrible para Heath, si es que lo que me había dicho Loren era cierto. Porque yo no había vuelto a hablar con Heath desde entonces.
¿Y Stark creía que él era un cobarde solo porque quería evitar el dolor? Comparado conmigo, yo tenía que concluir que nada más lejos de la realidad. Me preguntaba si la conexión natural que habíamos sentido Stark y yo habría durado de haber conocido él mi pasado. Quiero decir que él se había sincerado bastante conmigo, pero yo no le había contado una mierda acerca de mí.
Y había mucha mierda que contar. Por no mencionar los muchos cabos sueltos que tenía que atar.
Había estado evitando a Heath porque sabía que le había hecho daño. Y, ya que estaba siendo sincera conmigo misma, tenía que admitir que otra de las razones por las cuales había estado evitándolo era porque me daba miedo pensar en cómo iba a reaccionar.
Más que nada, Heath era para mí esa persona con la que uno siempre puede contar. Podía contar con que él estaba loco por mí. Podía contar con que él seguiría siendo mi novio (a veces, lo quisiera yo o no) desde que estaba en tercero. Podía contar con que él siempre estaría ahí cuando lo necesitara.
De pronto me di cuenta de que necesitaba a Heath. Aquella noche me sentía dolida, abatida y confusa, y necesitaba saber que no había perdido a todo el mundo… que al menos una persona seguía queriéndome de verdad, aunque yo no me lo mereciera.
El móvil se estaba cargando encima de la mesilla. Lo abrí y le escribí a todo correr un mensaje de texto antes de que pudiera echarme atrás.
«Q tl stas?»
Era un simple comienzo; un mensaje sencillo. Cuando contestara, si es que me contestaba, me serviría de punto de partida.
Me acurruqué junto a Nala y traté de dormir.
Después de lo que me pareció una eternidad, comprobé la hora. Eran casi las ocho y media de la mañana. Bien, Heath estaría durmiendo. Él seguía con sus vacaciones de invierno, así que, si no tenía que asistir a clase, no se levantaría hasta el mediodía. Literalmente hablando. Debía estar durmiendo, me repetí en silencio, con cabezonería.
Y eso jamás antes habría importado, me respondió inmediatamente mi mente. Antes, él me habría respondido con otro mensaje de texto en cuestión de segundos, rogándome que nos viéramos en cualquier parte. Heath jamás se habría quedado durmiendo si yo le escribía un mensaje de texto.
Quizá debiera llamarlo, me dije.
¿Para que me dijera que no quería volver a verme nunca más? Me mordí el labio y sentí deseos de vomitar. No. No, no podía hacer eso. No después de lo ocurrido esa misma noche. No habría podido soportar oírle decirme cosas horribles. Me bastaba con leerlas; eso ya sería terrible.
Si es que me contestaba.
Me abracé a Nala y traté de concentrarme en su ronroneo, tan parecido al sonido de un motor; dejé que sus ruidos ahogaran el silencio del móvil.
Mañana, me dije vagamente, mientras iba cayendo en un sueño poco reparador. Si no me llamaba él, lo llamaría yo.
Justo antes de caer completamente dormida, juro que oí el espeluznante ruido del cuervo, pegado a mi ventana.