12

—¿Has dicho que tú lo mataste?

Estaba convencida de que lo había oído mal.

—Sí, eso es lo que he dicho. Fue por mi don.

Stark hablaba con un tono de voz indiferente, como si no le importara lo que estaba diciendo, pero sus ojos expresaban algo muy distinto. El dolor que había en ellos era tan evidente que tuve que apartar la vista. Debió de resultarle también evidente a la labradora, porque trotó de mi lado al de su amo, se sentó junto a él, se apoyó pesadamente en sus piernas y lo miró con una expresión de adoración mientras movía suavemente la cola. Automáticamente, Stark se inclinó y comenzó a acariciarle la cabeza mientras hablaba.

—Ocurrió durante los Juegos de Verano, justo antes de las finales. Will y yo íbamos en cabeza, así que era seguro que íbamos a llevarnos las medallas de oro y de plata.

Stark no me miró mientras hablaba. Miraba al arco, y no dejaba de acariciar la cabeza de la perra. Fue extraño, pero Nala se acercó sigilosamente hasta él y comenzó a restregarse contra su pierna (contra la pierna sobre la que no estaba apoyada Duchess), sin dejar de ronronear como una máquina cortacésped. Stark sencillamente siguió hablando sin parar.

—Estábamos calentándonos en el campo de tiro para prácticas, que tenía esas largas y estrechas calles dibujadas con líneas divisorias blancas. Will estaba de pie a mi derecha. Recuerdo que saqué el arco y que estaba más concentrado que nunca en toda mi vida. Tenía verdaderos deseos de ganar —dijo Stark, que hizo otra pausa y sacudió la cabeza. Entonces torció la boca con un gesto de desprecio hacia sí mismo—. Eso era lo que más me importaba: la medalla de oro. Así que saqué el arco y pensé: «Pase lo que pase, quiero darle al blanco y vencer a Will». Disparé la flecha. Estaba viendo la diana, pero en realidad en mi mente lo que me imaginaba era que vencía a Will —confesó Stark, que en ese momento bajó la cabeza y suspiró profundamente—. La flecha voló directa al blanco que tenía en mente. Le dio a Will en el corazón y lo mató al instante.

Yo sacudí la cabeza involuntariamente.

—Pero ¿cómo pudo ocurrir una cosa así?, ¿es que él estaba cerca de la diana?

—No estaba en absoluto cerca de la diana. Estaba de pie, a menos de diez pasos de mí, a mi derecha. Entre él y yo no había más que la lona blanca de separación. Yo estaba mirando hacia delante cuando apunté y disparé, pero eso no importa. La flecha se dirigió a su pecho —dijo Stark, que hizo una mueca de dolor al recordarlo—. Fue tan rápido que todo se me nubló. Luego vi su sangre manchar la lona blanca que nos separaba, y después estaba muerto.

—Pero Stark, puede que no fueras tú. Puede que fuera algún tipo de magia extraña.

—Eso fue lo que pensé yo al principio o, al menos, lo que esperaba que fuera. Así que puse a prueba mi don.

Se me hizo un nudo en el estómago.

—¿Mataste a alguien más?

—¡No! Probé con cosas que no estaban vivas, como un tren de mercancías que solía pasar por delante de la escuela todos los días a la misma hora. Ya sabes, uno de esos trenes antiguos con locomotora negra y furgón de cola. Aún los siguen utilizando en Chicago. Hice un dibujo del furgón de cola y lo coloqué sobre una diana en el jardín de la escuela. Se me ocurrió apuntar al furgón de cola y disparar.

—¿Y? —pregunté yo al ver que él no decía nada más.

—La flecha desapareció. Pero solo temporalmente. La encontré al día siguiente, cuando fui a esperar junto a la vía del tren. Estaba clavada al furgón de cola de un tren real.

—¡Joder! —exclamé yo.

—Ahora me comprendes.

Stark dio unos cuantos pasos hacia mí, de modo que quedamos muy cerca el uno del otro. Clavó los ojos a los míos con esa mirada fija e intensa tan propia de él, y dijo:

—Por eso es por lo que tenía que hablarte de mí, y por eso también necesitaba saber si eres lo suficientemente fuerte como para proteger a las personas que están a tu alrededor.

Mi estómago, ya de por sí agarrotado, dio un vuelco.

—¿Qué vas a hacer?

—¡Nada! —gritó él, provocando tal sobresalto en la perra que esta se puso a aullar. Nala dejó de ronronear y restregarse contra él para alzar la vista y mirarlo. Stark se aclaró la garganta, haciendo un claro esfuerzo por controlarse, y continuó—: No pretendo hacer nada, pero tampoco pretendía matar a Will, y sin embargo lo maté.

—Pero entonces no conocías tu poder, y ahora sí.

—Lo sospechaba —dijo él en voz baja.

—¡Ah!

Eso fue todo lo que se me ocurrió decir.

—Sí —confirmó él que, acto seguido, apretó con fuerza los labios—. Sí, yo sabía que ocurría algo raro con mi don. Debí haber escuchado mi instinto. Debí haber tenido más cuidado. Pero no lo escuché, no tuve cuidado, y Will murió. Por eso quiero que sepas lo que ocurre conmigo, por si acaso la vuelvo a liar.

—¡Espera un momento! Si he entendido bien lo que dices, solo tú puedes saber adónde apuntas de verdad, porque todo ocurre en tu cabeza.

Stark soltó un bufido sarcástico.

—Eso parece, ¿verdad? Pero no funciona así. Una vez fui a hacer prácticas de tiro. Me pareció que era seguro y que no tendría problemas. Fui a un parque que estaba cerca de la Casa de la Noche. Me aseguré bien de que no hubiera nadie cerca que pudiera distraerme. Busqué un roble viejo y grande y le coloqué la diana en donde me pareció que estaba el centro.

Stark me miraba como si estuviera esperando una respuesta, así que asentí.

—Quieres decir en el centro del tronco, ¿no?

—¡Exacto! Ahí era donde creía que apuntaba: al lugar que creía que era el centro del árbol. Pero ¿sabes a qué llaman a veces el centro de un árbol?

—No, la verdad es que no sé mucho de árboles —admití yo.

—Ni yo. Tuve que buscarlo después. Los antiguos vampiros, los que tenían afinidad con la tierra, llamaban «corazón» al centro del árbol. Creían que a veces los animales o incluso las personas podían representar al corazón de un árbol en particular. Así que disparé, pensando que iba a darle al centro o al corazón del árbol.

Stark no dijo nada más: simplemente se quedó mirando para abajo, hacia el arco.

—¿A quién mataste? —le pregunté yo en voz baja.

Sin pensar realmente en ello, alcé la mano y la posé sobre su hombro. Ni siquiera ahora estoy segura de porqué lo hice. Puede que porque él parecía necesitado del contacto con otra persona. O puede que a pesar del peligro que representaba y él mismo admitía, yo siguiera sintiéndome atraída hacia él.

Él puso la mano sobre la mía y dejó caer los hombros.

—Maté a un búho —confesó él con voz rota—. La flecha salió disparada contra su pecho. Estaba posado sobre una de las ramas interiores de más arriba del árbol. Gritó hasta que cayó al suelo.

—El búho era el corazón del árbol —susurré yo, al tiempo que luchaba contra el loco impulso de abrazarlo y consolarlo.

—Sí, y lo maté.

Él alzó los ojos y nuestras miradas se encontraron. Yo pensé que jamás había visto ninguna expresión tan intensamente atormentada por el arrepentimiento como la suya. Los dos animales siguieron reconfortándolo a sus pies y, al menos Nala, se comportaba con él de un modo más intuitivo de lo que era habitual en ella. Entonces a mí se me pasó por la cabeza la idea de que quizá Stark tuviera más dones que el de dar siempre en el blanco, pero haciendo uso del sentido común decidí callarme y no decir nada. ¿Es que acaso Stark necesitaba más dones de los que preocuparse? Stark siguió hablando:

—¿Comprendes? Soy peligroso incluso aún cuando no lo pretendo.

—Creo que comprendo —dije yo con prudencia, tratando de tranquilizarlo con el contacto—. Quizá sea mejor que dejes el arco y las flechas, al menos hasta que sepas manejar verdaderamente tu habilidad.

—Sí, es lo que debería hacer. Lo sé. Pero si no practico… si dejo de disparar y trato de olvidarme del arco… es como si parte de mí se rasgara. Siento como si algo dentro de mí muriera —explicó Stark, que apartó la mano que tenía sobre la mía y dio un paso atrás, de modo que no seguimos en contacto—. Tú deberías saber a qué me refiero. En realidad no soy más que un cobarde, porque no puedo soportar el dolor que me causa.

—El hecho de que trates de evitar el dolor no significa que seas un cobarde —me apresuré yo a decir, repitiendo lo que decía la vocecilla del interior de mi cabeza—. Simplemente te hace humano.

—Los iniciados no son humanos —dijo él.

—En realidad yo no estoy muy segura de eso. Creo que la mejor parte de todo el mundo es la humana, ya sea un iniciado o un vampiro.

—¿Eres siempre tan optimista?

—¡Oh, demonios, no! —reí yo.

En esa ocasión su sonrisa fue menos sarcástica y más abierta.

—No pareces una aguafiestas, aunque la verdad es que apenas te conozco.

Yo hice una mueca antes de contestar:

—No soy tan pesimista, o al menos antes no solía serlo. Aunque la verdad es que últimamente no he estado todo lo animada que suelo estar —añadí con una mueca.

—¿Por qué?, ¿qué te ha pasado?

—Más cosas de las que podría contarte —contesté yo, al tiempo que sacudía la cabeza.

Stark me miró a los ojos, y a mí me sorprendió descubrir en ellos hasta qué punto me comprendía. Pero luego Stark me sorprendió mucho más, cuando dio un paso hacia mí, me retiró un mechón de pelo de la cara y añadió:

—Si necesitas hablar con alguien, yo sé escuchar. A veces es bueno oír la opinión de un extraño que puede ver las cosas desde fuera.

—¿Preferirías no ser un extraño? —pregunté entonces yo.

Trataba de no dejarme desconcertar por la proximidad de su cuerpo y por la facilidad y sencillez con la que él se me acercaba e incluso se me metía obsesivamente en la cabeza.

Stark se encogió de hombros y su sonrisa se tornó sarcástica otra vez.

—Siempre es más fácil así. Esa es una de las razones por las que no me cabreé cuando me trasladaron de Casa de la Noche.

—Quería preguntarte precisamente acerca de eso —dije yo.

Hice una pausa, fingí que necesitaba caminar para reflexionar y me aparté un poco de él mientras mi mente saltaba de un tema a otro: de la atracción que sentía hacia él a cómo hacerle varias preguntas sin inducirle a pensar lo que no debía pensar, sobre todo acerca de Neferet.

—Entonces, ¿no te importa que te haga algunas preguntas acerca del traslado aquí?

—Puedes preguntarme lo que quieras, Zoey.

Yo alcé la vista y tropecé con su mirada de ojos castaños, mucho más expresivos que esas sencillas palabras.

—Vale. Bien, ¿te trasladaron por lo que ocurrió con Will?

—Creo que sí. Pero no lo sé seguro. Lo único que decían todos los vampiros de mi antigua escuela es que la alta sacerdotisa de esta Casa de la Noche había pedido mi traslado aquí. A veces ocurre, cuando una escuela necesita o quiere tener los dones especiales que tienen los iniciados —explicó Stark, soltando una carcajada sin ningún humor—. Sé de buena fe que nuestra Casa de la Noche ha estado tratando de robaros a vuestro gran actor, ¿cómo se llama?, ¿Erik Night?

—Sí, se llama Erik Night. Pero ya no es un iniciado. Ha terminado el cambio.

En serio: no quería pensar en Erik Night cuando me sentía tan atraída por Stark.

—Ah, pues el caso es que vuestra Casa de la Noche no quería deshacerse de él, y él tampoco quería marcharse. Mi Casa, en cambio, no luchó por retenerme. Y yo no tenía ninguna razón para quedarme allí. Así que cuando descubrí que me querían en Tulsa, les dije que pasara lo que pasara, yo jamás volvería a competir. Pero no pareció que eso les importara, porque siguieron queriendo que viniera, así que aquí estoy —dijo Stark, cuyo sarcasmo se desvaneció y, por un segundo, fue todo dulzura y en cierto modo inseguridad—. Y empiezo a alegrarme de verdad de que Tulsa insistiera tanto en que viniera.

—Sí —sonreí yo, que me sentía completamente confusa ante la forma en que había conectado con él, que no tenía nada que ver con la sangre—. Yo también empiezo a alegrarme de verdad de que Tulsa insistiera tanto en que vinieras.

De pronto mi mente registró todo lo que él había dicho, y tuve una terrible premonición. Tuve que aclararme la garganta antes de hacerle la siguiente pregunta.

—¿Saben todos los vampiros cómo murió Will?

Sus ojos se llenaron de pena por un instante, y yo lamenté haber tenido que hacerle esa pregunta.

—Es probable. Lo sabían todos los vampiros de mi escuela, y ya sabes cómo son… es difícil ocultarles nada.

—Sí, ya sé cómo son —contesté yo en voz baja.

—Eh, me pareció captar una extraña vibración entre Neferet y tú, ¿es cierto?

Yo parpadeé sorprendida.

—Pues… ¿a qué te refieres?

—Bueno, simplemente capté tensión entre las dos. ¿Hay algo que deba saber acerca de ella?

—Es poderosa —dije yo con diplomacia.

—Sí, de eso ya me he dado cuenta. Pero todas las altas sacerdotisas son poderosas.

Yo hice una pausa antes de continuar:

—Si te digo que no es exactamente lo que parece y que tengas cuidado con ella, ¿te parece bien que lo dejemos ahí de momento? ¡Ah!, y que es muy intuitiva: prácticamente te lee el pensamiento.

—Es bueno saberlo. Tendré cuidado.

Decidí tocar una retirada precipitada ante aquel chico nuevo que, por un lado, parecía todo vitalidad y confianza en sí mismo y, por el otro, era sin duda una persona muy vulnerable; un chico que me tenía absolutamente fascinada y que me estaba haciendo olvidar mi promesa de apartarme del sexo. ¿He dicho del sexo? Quería decir de los chicos. Yo había jurado apartarme de los chicos. Y del sexo. Del sexo con los chicos. ¡Demonios!

—Será mejor que me vaya. Mi caballo me está esperando para que lo acicale —dije yo.

—No es bueno hacer esperar a los animales. A veces pueden ser muy exigentes —comentó él, que bajó la vista hacia Duchess con una sonrisa y le acarició las orejas.

Yo me di la vuelta para marcharme, pero entonces él me agarró de la muñeca y después dejó que su mano se deslizara hacia abajo hasta entrelazar sus dedos con los míos.

—¡Eh! —añadió él en voz baja—. Gracias por no salir despavorida de miedo por lo que te he contado.

Yo sonreí y lo miré.

—Es triste tener que admitirlo, pero después de la semana que llevo, tu extraño don casi me parece normal.

—Es triste, pero me alegro de oírlo —contestó él.

Y entonces Stark alzó mi mano y la besó. Así, sin más. Como si besara las manos de las chicas todos los días. Yo no supe qué decir. ¿Cuál es el protocolo cuando un chico te besa la mano?, ¿hay que darle las gracias? En cierto sentido yo quería devolverle el beso. Pensaba en que no debería estar pensando en eso mientras lo miraba a los ojos castaños cuando él dijo:

—¿Vas a contarle a alguien lo mío?

—¿Quieres que lo haga?

—No, a menos que tengas que hacerlo.

—Entonces no lo haré a menos que tenga que hacerlo —dije yo.

—Gracias, Zoey —dijo él.

Stark me apretó la mano, sonrió y luego me soltó.

Yo me quedé ahí unos segundos, observando cómo recogía el arco y volvía al lugar donde había dejado el carcaj de piel con las flechas. Sin volver la vista atrás para mirarme, Stark tomó una flecha del carcaj, apuntó y dejó que la flecha volara libremente otra vez hacia el centro exacto de la diana. En serio: aquel chico era total, completa y misteriosamente sexi, así que tenía que largarme de allí a toda pastilla. Me giré, repitiéndome a mí misma en silencio que era imprescindible que controlara mis hormonas, y casi había atravesado el umbral de la puerta cuando le oí toser la primera vez. Me quedé helada: esperaba que después de un segundo él se aclarase la garganta igual que antes y, acto seguido, volver a oír el sonido de la flecha al clavarse en la diana.

Pero en lugar de eso, Stark volvió a toser otra vez. En esa ocasión pude oír el horrible líquido al pasar por su garganta. Y entonces lo olí: el bello, terrible olor de la sangre fresca. Apreté los dientes para reprimir mi desagradable deseo.

No quería darme la vuelta. Quería salir corriendo del edificio, llamar a alguien para que lo ayudara y no volver nunca más. No quería ser testigo de lo que yo sabía que iba a ocurrir.

—¡Zoey!

Mi nombre resonó en su boca lleno de líquido y de miedo.

Yo hice un esfuerzo por darme la vuelta.

Stark había caído de rodillas al suelo. Se doblaba por la cintura, y pude ver que escupía sangre fresca sobre la lisa y dorada arena del suelo del campo de deportes. Duchess aullaba de un modo terrible, así que Stark alargó una mano para acariciarle el lomo a pesar de estar atragantándose con la sangre. Le oí susurrarle entre tos y tos que todo saldría bien.

Yo corrí hacia él.

Al llegar yo, él calló al suelo, pero pude sujetarlo y sostenerlo en mi regazo. Tiré de su sudadera, se la desgarré por el centro de modo que se quedara solo con los vaqueros y la camiseta. Utilicé la prenda para limpiarle la sangre que le salía de los ojos, la nariz y la boca.

—¡No! ¡No quiero que ocurra esto ahora! —exclamó él. Hizo una pausa para volver a toser, y yo seguí limpiándolo—. Ahora que acabo de encontrarte… no quiero abandonarte tan pronto.

—Estoy aquí contigo, no estás solo.

Traté de aparentar calma y de serenarlo, pero me estaba desgarrando por dentro. ¡Por favor, no te lo lleves! ¡Por favor, sálvalo!, gritaba mi mente.

—Bien —jadeó él, que volvió a toser, sacando hilillos de sangre nuevos por la nariz y la boca—. Me alegro de que seas tú. Si tenía que suceder, me alegro de que seas tú quien esté conmigo.

—¡Ssssh! —dije yo—. Pediré ayuda.

Cerré los ojos e hice lo primero que me vino a la mente: llamé a Damien. Me concentré en el aire y el viento y en la dulce y preciosa brisa de verano, y de pronto sentí un cálido e inquisitivo viento contra mi rostro. ¡Trae a Damien aquí y dile que venga con ayuda!, le ordené al viento. El viento giró a mi alrededor como un tornado una sola vez, y se fue de golpe.

—¡Zoey! —gritó Stark, que volvió a toser una y otra vez.

—No hables. Reserva tus fuerzas —dije yo, abrazándolo con ímpetu con una mano mientras con la otra le apartaba el pelo mojado de la cara húmeda.

—Estás llorando —dijo él—. No llores.

—No… no puedo evitarlo —dije yo.

—Debería haberte besado algo más que la mano… pero pensé que tendría tiempo —susurró él entre jadeos y toses— …y ahora ya es demasiado tarde.

Yo lo miré a los ojos y me olvidé por completo del resto del mundo. En ese momento solo sabía que estrechaba a Stark entre mis brazos y que iba a perderlo muy, muy pronto.

—No es demasiado tarde —le dije yo.

Me incliné y presioné los labios contra los suyos. Stark me rodeó con los brazos y me estrechó con fuerza. Mis lágrimas se mezclaron con su sangre. El beso fue absolutamente maravilloso y terrible al mismo tiempo, pero también demasiado corto.

Él apartó los labios de mí, giró la cabeza y escupió la esencia de su vida sobre la tierra.

—¡Ssssh! —lo calmé yo. Las lágrimas corrían por mis mejillas. Lo sostuve cerca de mí y murmuré—: Estoy aquí, no estás solo.

Duchess aulló lastimeramente y se tumbó junto a su amo. No dejaba de observar con evidente miedo el rostro de Stark, lleno de sangre.

—Zoey, escúchame antes de que me vaya.

—De acuerdo, no te preocupes. Te escucho.

—Prométeme dos cosas —dijo él con voz débil.

Stark tosió y tuvo que inclinarse hacia delante, lejos de mí. Yo lo sujeté por los hombros. Cuando volvió a reclinarse en mis brazos estaba temblando y tan pálido, que casi parecía transparente.

—Sí, lo que quieras —dije yo.

Él alzó una mano manchada de sangre y tocó mi mejilla.

—Prométeme que no me olvidarás.

—Te lo prometo —dije yo, girando la mejilla hacia su mano. Él trató de enjugar mis lágrimas con un dedo, pero el gesto me hizo llorar más aún—. No podría olvidarte.

—Y prométeme que cuidarás de Duchess.

—¿De una perra? Pero yo…

—¡Prométemelo! —gritó Stark, cuya voz de pronto sonaba llena de fuerza—. No dejes que la manden con extraños. Al menos a ti te conoce y sabe que me importas.

—¡Está bien! Sí, te lo prometo. Tranquilo —accedí yo.

Stark pareció desplomarse con aquella última promesa.

—Gracias. Ojalá hubiéramos…

Su voz se desvaneció. Stark cerró los ojos. Giró la cabeza en mi regazo y puso un brazo alrededor de mi cintura. Lágrimas rojas rodaban silenciosamente por su rostro, hasta que se quedó completamente inmóvil. Lo único que se movía en él era el pecho, que se agitaba arriba y abajo, tratando de respirar, a pesar de la sangre que inundaba sus pulmones.

Entonces yo me acordé, y albergué una esperanza. Aunque estuviera mal, Stark tenía que saberlo.

—¡Stark, escúchame!

Él no dio ninguna muestra de oírme, así que lo sacudí por los hombros.

—¡Stark!

Él abrió un poco los párpados.

—¿Me oyes?

Él asintió de un modo casi imperceptible. Sus labios sanguinolentos se curvaron ligeramente hacia arriba en un gesto fantasmal, como si estuvieran imitando su sonrisa sarcástica e impertinente.

—Bésame otra vez, Zoey —susurró él.

—Tienes que escucharme —dije yo. Incliné la cabeza para poder hablarle al oído—. Puede que este no sea el final para ti. En esta Casa de la Noche, los iniciados mueren y luego renacen a un nuevo tipo de cambio.

Él abrió algo más los ojos.

—¿Puede que no… que no muera?

—Pero no para bien. Los iniciados han estado volviendo. Mi mejor amiga volvió.

—Protege a Duch por mí. Si puedo, volveré a por ella y a por ti…

Aquellas palabras brotaron de su boca junto con un río de sangre; ríos que le brotaban también de la nariz, de los ojos y de las orejas.

Stark no pudo decir nada más. Y yo no pude hacer otra cosa sino sostenerlo en mis brazos mientras se le iba la vida. Justo cuando tomaba su último y jadeante aliento, Damien, seguido por Dragon Lankford, Aphrodite y las gemelas, entraron bruscamente en el campo de deportes.